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martes, 21 de junio de 2016

Distopía

Anoche tuve un sueño: la izquierda ganaba las elecciones. Pero no la izquierda de puño en alto, barricadas, revoluciones y banderas rojas con hoces y martillos. No, ganaba la izquierda light y descafeinada de hoy, la izquierda buenrollista, moralista, pacifista, ecologista, animalista, laicista y socialdemocratista. La izquierda a la que voto y en la que creo. Y no era una victoria por la mínima, no, ni tampoco por mayoría absoluta. Era una victoria sin concesiones, aplastante, por voto unánime. El día de las elecciones era poco menos que un milagro: todo el mundo, de pronto, entendía que el voto de izquierdas era el único camino para salvar a la humanidad y todas las personas censadas acudían en masa a votar, sin disensiones, sin abstenciones, sin votos en blanco ni votos nulos.

Empezaba entonces una nueva era. Se acababan las guerras. Desaparecía el hambre en el mundo. Todas las personas tenían una vivienda acogedora, un utilitario con la ITV pasada y una renta básica garantizada o un trabajo digno. Y la sanidad y la educación eran solo públicas, pero no porque alguien hubiera prohibido lo privado, sino porque nadie quería ir a escuelas concertadas o a hospitales privados y tenían que cerrar. Y el Estado, por fin, se volvía laico. Dios dejaba de meter las narices en todas partes y las personas religiosas mantenían sus creencias en el ámbito personal y eran tolerantes con los que no pensaban como ellos. El papa dimitía, renunciaba, abdicaba o le que sea que hacen los papas cuando dejan su puesto, y nadie le sucedía. El poder civil se desligaba para siempre de los preceptos religiosos. Las constituciones se limitaban a copiar la Declaración de los Derechos Humanos y desaparecían las discriminaciones por sexo, raza, religión, nivel económico o color del pelo. Y ya no había corrupción ni Troika ni FMI ni dictaduras encubiertas ni poderes oscuros en las cloacas del sistema financiero. Y había libertad de expresión sin cortapisas. Y desaparecían los neonazis, los etarras, los yihadistas y, en general, cualquier tipo de individuo violento que alguien pudiera calificar de terrorista. Y las mujeres por fin eran tratadas como los hombres, sin paternalismo ni condescendencia. Y lo mismo pasaba con los gays o los transexuales. Y la decisión de parir un hijo era solo de las madres. Y dejábamos de maltratar animales en los circos, en las fiestas populares y en las plazas de toros. Y el deporte ser volvía algo limpio, sin trampas ni absurdas rivalidades por camisetas o patrias. Y no había refugiados porque no había fronteras. Ningún ser humano era ilegal en ninguna parte del mundo. Y desaparecían las banderas y los himnos excluyentes. Por fin llegaba la alianza de civilizaciones y la armonía universal. Un arcoíris inmenso festoneaba todo el planeta mientras todos los seres humanos se unían en una cadena de amor y solidaridad que daba la vuelta al mundo.

Y ese era el principio de todos nuestros problemas.

Desde ese día apenas teníamos de qué hablar. Sin nada que criticar o defender no sabíamos bien cómo entretenernos en nuestro tiempo de ocio. No había políticos corruptos a los que llamar hijos de puta ni políticos incapaces de los que reírnos. Ni siquiera el fútbol nos emocionaba. Todo el mundo quería que ganara el mejor y sentía pena por el equipo perdedor. Los guionistas de la televisión no sabían dónde encontrar basura con la que rellenar sus programas. Se acababa Callejeros y Comando actualidad y Sálvame Deluxe. Los periódicos, una crónica insulsa de buenas acciones, perdían todo su interés. Y los escritores y los cineastas no hallaban ningún conflicto personal o humano que pudiera inspirarles. Los cantautores y los raperos dejaban de cantar por no saber de qué quejarse. Y los cantantes de reggaeton se quedaban mudos después de ir al colegio y empezar a pensar como personas normales.

Puede que en ese mundo maravilloso fuera yo el único que se sintiera un poco mal. Me sentía vacío, incapaz de escribir unas líneas, como Norther Winslow, aquel poeta de Big Fish que se quedaba sin inspiración cuando llegaba a Espectro, el pueblo perdido en el que todos eran felices. El mundo era como ese cielo cristiano, edulcorado y bucólico que siempre nos ha parecido un aburrimiento, aparte de un camelo. Y yo me sentía desubicado, desconcertado, angustiado, aunque incapaz de escribir lo que pensaba porque sabía que nadie me entendería.

En ese momento, como siempre pasa en las pesadillas y en los relatos malos, me desperté. Y sentí un gran alivio al comprobar que el mundo no había cambiado, que seguía lleno de capullos, malvados, abusones, corruptos, hijos de puta, meapilas, imbéciles, egoístas y canallas, de derechas y de izquierdas, ateos y creyentes, demócratas y fascistas. El mundo, en definitiva, seguía siendo un lugar habitable. Y era tranquilizador y reconfortante comprobar que a los que votamos a la izquierda light y descafeinada de ahora nunca se nos iban a acabar los enemigos con los que continuar nuestra lucha.

domingo, 17 de mayo de 2015

Espectáculo

Vivimos en un mundo en el que todo es susceptible de transformarse en espectáculo. Cualquier cosa que quede plasmada en fotografía o vídeo y pase a formar parte de los contenidos que difunden los medios de comunicación se convierte automáticamente en materia para el show business. Las noticias, sin ir más lejos, no dejan de ser un entretenimiento más. Fijaos, si no me creéis, en la indiferencia con la que vemos en muchas ocasiones los bombardeos o los terremotos que suceden en países lejanos. Os pongo un ejemplo curioso. Yo no veo casi nunca un partido de fútbol, pero, sin embargo, me gusta ver los deportes en el telediario. Me divierte la sociología del fútbol, saber qué equipos ganan o pierden y conocer las aspiraciones y frustraciones de las diferentes aficiones futboleras. Ese conocimiento me ayuda, además, a poder participar en ciertas conversaciones de barra de bar, lo que me supone un plus de diversión.

Esto lo digo porque, sorprendentemente, estoy empezando a disfrutar de las corridas de toros. Y es algo de lo que me alegro, que vivo en una comunidad en la que se destina una gran partida de dinero público, de mi dinero, de vuestro dinero, a subvencionar ese entretenimiento cruel en el que un señor que marca paquete, lleva medias ceñidas y se adorna con lentejuelas tortura hasta la muerte a un animal, que tiene que agradecerle al tipo de las lentejuelas la buena vida que se ha dado hasta ese momento porque si no hubiera corridas de toros, ni existiría.

En otras cosas no se ha lucido la señora doña Dolores de Cospedal, pero en lo de los toros sí, que le faltó tiempo para declararlos Bien de Interés Cultural y para ofrecerles a los ganaderos y empresarios taurinos todo tipo de facilidades. Y ha funcionado, que en menos de cuatro años ha conseguido que sea Castilla-La Mancha la región de España que lidera el ranking de los festejos taurinos. También ha organizado el I Congreso Internacional de Tauromaquia en Albacete y no deja de invertir dinero público en plazas de toros y en escuelas, de tauromaquia quiero decir, que las otras, las de estudiar, las tiene dejadas de la mano de dios.

Como os decía, desde hace un tiempo me he dado cuenta de que la tauromaquia también puede ser un buen entretenimiento para los que creemos que las corridas de toros son un espectáculo repugnante y bárbaro. No deja de producirme placer, por ejemplo, observar cómo los telediarios se esfuerzan por rellenar como sea sus minutos dedicados a los toros, en ocasiones con noticias totalmente ridículas o intrascendentes. O ver televisados los enfrentamientos entre los grupos animalistas y los taurinos, que, la verdad, si a los animalistas tanto les gustan los animales deberían tener un poco más de respeto por los taurinos. También me divierte mucho ver a ciertos artistas, pongamos que hablo de Joaquín Sabina, defendiendo los toros con argumentos infantiles y balbuceos intelectualoides. O escuchar a intelectuales de la talla de Fernando Savater decir que los animales están ahí para que los seres humanos hagamos con ellos lo que nos salga del culo. Y debe de ser verdad, que Savater es un tipo listísimo y es bien sabido que solo dice bobadas cuando habla de UPyD, de la ETA o de las carreras de caballos. Disfruté también mucho viendo una corrida de toros en Youtube. Vi solo un trocito, ese en el que le brindaban un toro a la señora doña Dolores de Cospedal, y todo el público, para expresarle la gratitud que sentían por sus desvelos en defensa de la tauromaquia, la abucheaba sin compasión. Y me gustan, para qué nos vamos a engañar, como a la mayoría de vosotros, las cornadas que se llevan los toreros. Si no fueran entretenidas, no las televisarían. Quién no disfruta con una buena cogida de José Tomás. Los toreros de hoy, gracias a los avances de la cirugía, ya casi nunca mueren en el coso, pero eso es casi mejor porque así valen para más veces. El otro día un toro ensartó por el cuello a un muchacho y al día siguiente ya estaba en el telediario diciendo que se moría de ganas de volver al ruedo. No seré yo el que se lo impida, que ese muchacho seguro que en el futuro nos ofrecerá muchas más tardes de gloria.

Tengo que aclarar que no disfruto con todas las noticias que tienen que ver con los toros. El otro día se escapó un toro en Talavera y no me hizo tanta gracia. Hizo daño a personas que nada tienen que ver con el espectáculo de la tauromaquia y eso me pareció mal. Como mal me parecería que me obligaran a participar en un encierro. A mí me gusta ver cómo cornean y patean a los mozos en los encierros solo porque ellos se han prestado voluntariamente a grabar esos vídeos que tanto nos divierten.

A veces tengo ensoñaciones y fantaseo con que un día algún toro con inquietudes políticas salte al tendido donde esté la señora doña Dolores de Cospedal con su mantilla y su peineta y se la lleve por delante para regocijo del público presente. Sin consecuencias graves, que una mujer que ha hecho tanto por el entretenimiento nacional es mejor que siga viva. Me atrevería a decir que medio guion de El Intermedio se lo hace ella solita. Pero una buena cornada en el glúteo de la señora De Cospedal compensaría con creces todo el dinero público que estamos invirtiendo en ese espectáculo.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cuando se despertó

Cuando se despertó, la misma mierda seguía allí. Lo supo nada más encender la televisión. Se puso a ver el telediario y se asustó al comprender que toda su vida había sido un sueño, que la realidad era bien distinta y que había estado esperando pacientemente a que se despertara. Para empezar, mandaban los de siempre. Si no eran los mismos, eran sus hijos o sus nietos o sus clones, sus sosias, sus avatares. La misma mierda represora y fascistoide que había soñado que era algo de otros tiempos. Los policías no iban de gris, pero multaban y golpeaban a todos los que intentaban expresar su rechazo a las medidas de un gobierno corrupto, mafioso, endogámico e ineficaz. No tenía nada para desayunar y salió a la calle. Se sorprendió al ver a los muchachos jugando con trompos. Les preguntó si otra vez estaban de moda los trompos y no le comprendieron. Le dijeron que ellos jugaban a la peonza. Él les explicó que era lo mismo. Ellos se encogieron de hombros y el hombre continuó su camino. En un escaparate se quedó mirando a un maniquí de mujer y casi da un respingo al ver que se volvían a llevar las hombreras. Entró a un bar y pidió un café con leche y unas porras. En el lado derecho de la barra había dos hombres discutiendo sobre los últimos fichajes del Real Madrid. Eso le tranquilizó. En toda la mañana era lo único que se correspondía con el sueño que había tenido, una constante, algo que permanecía intacto. De pronto llegaron dos hombres y una mujer y se pusieron a su derecha. Se sorprendió al oírles contar maravillas sobre el papa. No quiso seguir escuchando aquella conversación, así que cogió su desayuno y se fue a una mesa. En la mesa vecina un jubilado le contaba a otro que su nieto, que era ingeniero, había tenido que emigrar a Alemania. Para tomarse su desayuno tranquilamente, el hombre intentó evadirse con la ayuda de la televisión. Lo primero que vio en la pantalla fue un anuncio en el que un niño se ponía histéricamente feliz al abrir un regalo y descubrir que era un palo, un miserable palo. El hombre se recordó a sí mismo, en su niñez, en un tiempo que creía remoto, jugando con palos a falta de mejores juguetes. En su memoria se mezclaron los recuerdos entrañables con cierto regusto amargo de precariedad y miseria. El siguiente anuncio fue aun peor. Era un anuncio navideño y en él aparecían una Monserrat Caballé que parecía recién fugada de un psiquiátrico y un Raphael seco como una mojama que más que vestido parecía amortajado. El hombre no pudo evitar pensar en Raphael con diez, con veinte, con treinta, con cien años menos cantando el ropopompom. Cuando acabó la tanda de anuncios, regresó la actualidad: manifestaciones de estudiantes, desahucios, paro… Y eso que el programa era un magazín matinal para entretener a las marujas. No le quedó más remedio que darse prisa en dar cuenta del desayuno. Después se dirigió al baño. Necesitaba lavarse la cara porque no estaba seguro de haber despertado del todo. Podría ser que todo aquello no fuera nada más que una pesadilla. Por un instante, justo antes de mirarse en el espejo, tuvo la ilusión de descubrir en su reflejo al joven que era treinta y cinco o cuarenta años antes. De haber sido así no le hubiera importado. Hubiera aceptado el trato: aquel mundo de mierda a cambio de su juventud. Pero no. En el espejo solo apareció un hombre maduro, un poco hinchado, con enormes bolsas debajo de los ojos, una papada que ni la barba conseguía disimular y una alopecia galopante. No, no había vuelto atrás en el tiempo, como no fuera en el Delorean de Michael J. Fox. Si era así, no recordaba dónde lo había aparcado. Aunque daba igual. Ahora que todos los ingenieros se habían ido de España, a ver quién cojones iba a ser capaz de arreglar un puñetero condensador de fluzo.

martes, 14 de agosto de 2012

El sueño de una noche de verano

No sé si empezaba así el sueño, pero es lo primero que recuerdo: los GEOS o un grupo especializado parecido empezaba a rodear el edificio. Era una operación de grandes dimensiones y eran miles los agentes que se preparaban en las calles, en las azoteas o incluso sobrevolando el cielo de Madrid en helicópteros. Puede que fueran soldados. No lo sé. Parecía la escena de una película americana en el momento en el que rodean el edificio donde se esconde un criminal peligroso o algún terrorista.

Iban vestidos con un uniforme azul oscuro, llevaban cascos con visera que ocultaban sus rostros y cargaban con fusiles de asalto y ametralladoras. En la retaguardia estaban dispuestos varios carros de combate y otros vehículos blindados. Por eso no estaba seguro de si el ejército estaba o no implicado en la operación. No era algo que me preocupara. Al mando estaba Christian Bale y eso me tranquilizaba bastante. Aunque no iba caracterizado como Batman porque ingenuamente pensaba que todavía había gente que no sabía que era él.

El edificio que estaban a punto de asaltar era la Bolsa de Madrid. Tenía, si le quitas la bandera yanqui, el mismo aspecto que la Bolsa de Nueva York, pero porque yo no sé cómo es la Bolsa de Madrid. Puede que por razones parecidas -o por algún tipo de asociación lógica- en mi sueño la bolsa de Madrid estuviera en la Carrera de San Jerónimo ocupando el espacio del Congreso, incluso conservando las escaleras y los leones a los lados.

A pesar del tremendo despliegue policial se trataba de una operación secreta que pretendía pillar desprevenidos a los que estaban dentro. Los brokers y demás individuos trajeados que entraban y salían del edificio, incomprensiblemente, no parecían darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

Miré el reloj y vi que eran las 18.20. Era la hora convenida para el inicio de la operación. Supongo que parte de los detalles de este sueño le deben algo a mi reciente lectura de Anatomía de un instante de Javier Cercas. Por eso tampoco me parece raro que en ese momento Christian Bale, o Batman, llevara puesto un gorro muy parecido a un tricornio. El efecto que causaba, sin embargo, era justo el contrario al que en el 23F causó Tejero. Un tipo como Tejero solo podía inspirar desconfianza e inquietud. Christian Bale inspiraba fe ciega. En parte porque sabíamos que era Batman y eso, quieras que no, tranquiliza.

Fue entonces cuando Christian Bale, con la ayuda de un megáfono, pidió a todos los que estaban dentro de la Bolsa que salieran pacíficamente, con las manos en alto y sin ofrecer resistencia. Afortunadamente hablaba con la misma voz que tiene cuando le doblan en España. Era de agradecer. Me desconcierta que en el doblaje le cambien la voz a los actores extranjeros.

Esperamos unos minutos para ver lo que sucedía. Aproveché para preguntarle por qué en la última entrega de Batman se convertía en un férreo defensor del capitalismo. Como no contestó decidí meter los dedos en la llaga y añadí: “Parecías un superhéroe neocón”.  Finalmente me dijo: “Si algún día son otros los que pagan la película, seré de otra manera. En eso estamos, ¿no?"

Fue entonces cuando vimos cómo las puertas de la Bolsa se cerraban como las compuertas de una ciudad fortificada cuando va a sufrir un ataque. En uno de los balcones colgaron una pancarta que decía “Ni un desalojo más”. “¡Mierda! ¡Serán cínicos los hijos de puta! ”, soltó de muy mala hostia Christian Bale. Luego dio la orden para iniciar la segunda fase de la operación.

Varios grupos de agentes empezaron a acercarse al edificio por todos sus flancos. Desde el edificio los recibieron con ráfagas de ametralladora. Muchos agentes cayeron abatidos. Otros consiguieron llegar a los muros y empezaron a trepar por ellos para alcanzar las ventanas. Antes de dormir había visto un capítulo de Hermanos de sangre y supongo que por eso me pareció que todos los agentes vestían el uniforme militar del ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.  “Hubiera sido mucho más fácil hacer lo mismo que hicieron con el Palacio de la Moneda en Chile”, murmuró Christian Bale.

Hubo más tiros y más bajas, pero algunos agentes-soldados seguían alcanzando su objetivo y se colaban por las ventanas. Pensé que su misión sería abrir la puerta desde dentro, pero me equivoqué. No sé de dónde salió un tanque que empezó a aproximarse al edificio. Cuando tuvo a tiro la puerta principal disparó y la hizo saltar por los aires. En pocos minutos los agentes se precipitaron dentro del edificio y redujeron a todos los que seguían con vida.

Cuando empezaron a sacar a los brokers detenidos y esposados, le pregunté a Batman qué sería de ellos. Antes de responderme estuvo unos segundos observando sus gestos contrariados e intentando comprender sus palabras amenazantes. "No sabéis lo que hacéis, no sabéis lo que estáis haciendo. Os arrepentiréis”, decían algunos. Los policías que los llevaban detenidos se reían de ellos y les decían cosas como: “Hale, payaso, a jugar a otro sitio, que aquí ya se ha acabado la fiesta”. Christian Bale por fin se decidió a contestarme: “Si te refieres a esos, que son solo los perros de sus amos, no tienes que preocuparte. Aunque tendrán su castigo. Algunos se suicidarán. Otros, los que sean capaces de soportarlo, terminarán trabajando de contables en alguna empresa de mierda”.

Eché un vistazo a las noticias de Twitter para ver cómo iba la operación en otras partes del mundo. Me alegré al ver que las Bolsas más importantes –Nueva York, Frankfurt, Londres, Tokio…- también estaban siendo desalojadas en esos momentos.

“¿Qué pasará ahora?”, le pregunté a Christian Bale. Con su gesto impertérrito me respondió: “La Bolsa se cerrará para siempre. Esperamos que este final sea el principio de algo mucho mejor”.

Parecía que iba a añadir algo más, pero llegaron los periodistas y nos interrumpieron. Contra todo pronóstico no fueron a por Christian Bale, sino a por mí. “¿Cómo se te ocurrió la idea?”, me preguntaban varios periodistas a la vez mientras me atacaban con sus grabadoras y micrófonos. Tardé en contestar porque trataba de averiguar cómo habían conseguido descubrir que había sido mía la genial idea de acabar con la Bolsa para solucionar la crisis.

Finalmente les expliqué que se me había ocurrido viendo un capítulo de House. El equipo de House descubría que los problemas de su paciente venían del bazo y decidían extirparlo. Luego le decían al paciente que después de la operación podría llevar una vida totalmente normal. Me pregunté entonces para qué hostias servía el bazo. Todo el mundo sabe qué es lo que hace el corazón, o los riñones, o los pulmones, o los testículos, pero ¿el bazo? Les pregunté a los periodistas si ellos lo sabían y ninguno supo responder. “Pues eso mismo me pasó a mí”, les expliqué, “ justo antes de pensar que la Bolsa podía ser a la sociedad lo mismo que el bazo al cuerpo humano”. Una periodista impertinente me preguntó sarcástica si me parecía lógico y razonable que una operación de esta magnitud, cuyas consecuencias aún estaban por determinarse, tuviera como fundamento el visionado de una serie de televisión. “Bueno”, improvisé, “supongo que también tuvo que ver algo el principio de la navaja Ockham”. “Ah”, dijo la periodista, y se abstuvo de preguntar más porque probablemente no tenía ni puta idea de quién era Guillermo de Ockham. A punto estuve de decirle que era el protagonista de El nombre de la rosa, pero me mordí la lengua a tiempo.

Los periodistas se fueron muy satisfechos discutiendo si iban a titular por House o por Ockham y me dejaron en paz. Y yo, con la satisfacción de haber salvado el mundo, me sorprendí al darme cuenta de que llevaba puesto el traje de Batman y me desperté.