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sábado, 10 de junio de 2017

Losers

Hace unos días estaba leyendo Soy yo, Édichka, de Eduard Limónov, y en algunos pasajes del libro no pude evitar pensar en los terroristas yihadistas. Supongo que a la mayoría de vosotros os pasará como a mí: me cuesta entender ese fenómeno. Sobre todo cuando se trata de yihadistas con nacionalidad europea y con familias integradas en nuestra sociedad. No me cuesta tanto entender que haya yihadistas en Irak o en Afganistán. En las zonas de conflicto el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades.

Soy yo, Édichka nada tiene que ver con el yihadismo. Limónov lo escribió a finales de los 70 y en él narra sus desventuras como emigrante en Nueva York. Se puede leer como una novela, pero, por lo que se sabe, es en gran medida un libro autobiográfico. Limónov, un poeta maldito ruso con un conocimiento del inglés bastante deficiente, malvive a duras penas, como un paria, en la Gran Manzana gracias a trabajos precarios y a una prestación social que le permite no morirse de hambre. El personaje, que además se llama igual que el autor, siente un rencor profundo contra el mundo. Odia Rusia porque allí no le publican sus poemas a pesar de ser un poeta con cierto reconocimiento. Y Estados Unidos, donde viaja con grandes expectativas,  acaba convirtiéndose en una enorme decepción, un lugar en el que no es capaz de encajar y en el que todo le va a peor: su carrera literaria, sus opciones laborales y su vida amorosa. Elena, su mujer, su gran amor, uno de los ejes principales de la trama, lo abandona para irse con otros hombres con más dinero que él. Si a eso le sumamos su equívoca y desconcertante orientación sexual, que le lleva a tener varias relaciones homosexuales con hombres negros (en Francia esta novela se tituló El poeta ruso prefiere a los negros grandes), tenemos una bomba de relojería, un desclasado, un resentido, un marginado que haría cualquier cosa para cambiar su vida. En varios momentos del libro fantasea con la posibilidad de unirse a algún grupo terrorista. En las últimas páginas podemos leer:
“A lo mejor me uno a un grupo de extremistas armados, igual de renegados que yo, y muero durante el secuestro de un avión o expropiando un banco. A lo mejor no lo hago y me voy a algún sitio, con los palestinos, si sobreviven, o con el coronel Gadafi a Libia o a algún otro sitio a poner la vida de Édichka al servicio de alguna gente, de algún pueblo.
Soy un tipo que está dispuesto a todo. Intentaré darles algo. Mi hazaña. Mi muerte absurda.”

Al leer a Limónov pensé que ese sentimiento está ahí, dentro de nosotros, el deseo de acabar con todo y con todos cuando tu vida es una mierda, cuando te sientes inferior, humillado, pisoteado. Alguna vez he escuchado a algún amigo decir que si se suicidara, antes se llevaría a unos pocos por delante. Morir matando, convirtiendo tu muerte en una venganza. Pero no suele pasar. Las personas hundidas y desahuciadas acaban en el psiquiátrico o colgadas de una viga, sin daños a terceros. Normalmente. En los crímenes por violencia de género suele darse la excepción. Limónov, por cierto, también se plantea en repetidas ocasiones asesinar a Elena, su exmujer.

He leído mucho en los últimos años sobre los yihadistas europeos. Son inadaptados, resentidos, perdedores. Losers. Así llamaba Donald Trump a los terroristas del Manchester Arena hace unos días. Debe de ser la única vez que he estado de acuerdo con este tipo. Pero no podemos ignorar que son el síntoma de una enfermedad, de las dificultades de integración de los hijos o nietos de emigrantes de países islámicos que llegaron a Francia o a Inglaterra y se conformaron con encontrar su espacio en los puestos más bajos de la sociedad. Quién sabe si en España, dentro de unos años, se dará un fenómeno similar con los hijos o nietos de los inmigrantes musulmanes que han llegado a España en los últimos años.

El islam, que es inocuo para los creyentes que no están en esa situación, viene a ser para estos individuos desahuciados el relato necesario para dar sentido a sus delirios, el macabro abracadabra que activa su mecanismo destructor. A unas personas con esa predisposición para vengarse del mundo no debe de ser muy difícil convencerles de que todos sus problemas se los ha causado Occidente. En el islam se rompen las fronteras nacionales porque todos se sienten identificados con la umma, la comunidad de creyentes musulmanes de todo el planeta, que ahora además cuenta con Internet para sentirse unida. Esa es la “patria” a la que les hacen creer que pertenecen. El Corán, interpretado literalmente, acaba siendo la mecha que prende la carga explosiva. En el Corán se habla de la Yihad como la obligación de todo musulmán de luchar contra los infieles y apóstatas, esto es, contra todos los que no somos musulmanes. Y ya sabemos el peligro que tiene interpretar literalmente los libros que se consideran sagrados.

Dice Limónov en su libro: “Ese tipo de tristeza, ya sabéis, que hace que uno agarre una ametralladora y empiece a disparar a la multitud.” Quizá los yihadistas solo sean eso: un puñado de tipos tristes que buscan en el terror una salida a la desesperada. Y ni siquiera necesitan una ametralladora. Les basta con un cuchillo, un coche, un camión. El reto de los países occidentales es descubrir la manera de desactivar su tristeza.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El miedo

Aquella tarde, como cada día, llegué a la iglesia media hora antes de la misa. Me sorprendió que la puerta estuviera aún cerrada. El cura solía venir siempre a esa hora. Llegábamos un poco antes porque había que comprobar que todo estuviera a punto. El cura se encargaba del altar y yo cambiaba las lamparitas de cera que encendían los devotos a cambio de unas pesetas. Así, mientras yo deambulaba por la iglesia con la caja de las velas, él se afanaba en comprobar que las vinajeras tuvieran agua y vino, que el cáliz se encontrara en el sagrario provisto de las hostias necesarias y que el nuevo testamento estuviera a punto para la lectura del día. Luego entrábamos en la sacristía y se ataviaba con la vestimenta litúrgica, que estaba compuesta de varias prendas de las que nunca llegué a aprender el nombre, y que cambiaban de color –blanco, verde, morado, rojo…- en algunas fechas señaladas del calendario eclesiástico.

Las misas de entresemana no las celebrábamos en la iglesia principal, sino en la ermita del Santo Cristo de Santa Ana, el patrón de mi pueblo. Está en una plazoleta en la que poco podía hacer para entretenerme, así que me senté a esperar. Cuando empecé a preocuparme por la tardanza del cura, apareció su padre. A veces era él quien venía a abrir y no me extrañó demasiado. Probablemente algún contratiempo tenía entretenido al cura en alguna parte.

Entré en la iglesia detrás del padre del cura y, como con él no tenía confianza y era tímido con los desconocidos, me senté a esperar en uno de los bancos laterales que estaban junto al altar.

La tarde iba llegando a su fin y solo una luz apagada que entraba por las ventanas iluminaba de forma tenue el templo. Me llamó la atención que el hombre -que primero entró en la sacristía y luego subió al campanario para regresar de nuevo a la sacristía- no encendiera las luces. No sé si en aquel rato estuve observándolo o me puse a rezar algo para entretenerme, que en aquel momento, pocos meses después de haber hecho la comunión, mi devoción era profunda y sincera. Sí recuerdo el momento en que lo vi salir de la sacristía y dirigirse con paso decidido hacia la puerta principal. Las palabras no encontraron el camino o fue mi timidez la que me ahogó el grito que pudiera alertarle de mi presencia. Todo fue muy rápido. Alcanzó la puerta del vestíbulo y un instante más tardé escuché el portazo inequívoco que vino a certificar que la puerta de la calle se había cerrado. Y allí me quedé, convertido en estatua de sal, al fondo de una de las naves laterales, sentado en un banco entre las tinieblas.

Debía de ser otoño. Los días cada vez eran más cortos. La luz cenital que entraba a través de las vidrieras apenas iluminaba las formas y los objetos. Sin apenas atreverme a respirar por miedo a despertar a las sombras, valoré incrédulo la situación en la que me encontraba. La ermita del Cristo de Santa Ana está llena de tallas de santos, cristos y vírgenes que desfilan en procesión en cada Semana Santa con el castizo nombre de “procesión de los santos en rilera”. Y solo pude pensar en aquella historia terrorífica que me habían contado en infinidad de ocasiones. Los “santos en rilera” por las noches se bajaban de sus poyetes y peanas y recorrían el templo en una siniestra procesión que se prolongaba hasta el amanecer. Así lo atestiguaban las mujeres de la limpieza que los habían encontrado de aquella manera algunas mañanas que habían llegado demasiado pronto al tajo.

No sé cuánto tiempo pude aguantar quieto y silente en aquel banco. Empecé a escuchar pasos, golpes lejanos, como de objetos que caían al suelo, y además voces, voces susurrantes que articulaban palabras incomprensibles. Llegó un momento en el que el miedo dejó de atenazarme y se convirtió en resorte, en estímulo. Eché a correr y mis pasos resonaron en las baldosas con mil ecos que a mí se me antojaron los pasos de todas aquellas figuras que un momento antes me escrutaban desde sus nichos.

Alcancé la puerta de salida con la sensación de que manos vaporosas intentaban atraparme y voces sibilantes me hablaban al oído. Pero aún me quedaba por superar la prueba más espeluznante. Me sumergí a ciegas en el vestíbulo, un cubículo de paredes de madera donde reinaba la más absoluta oscuridad. Una angustia como nunca había sentido antes se apoderó de mí. Me abalancé hacia donde pensé que estaba la salida y empecé a tentalear la enorme puerta en busca de algún mecanismo que me permitiera abrirla. Rogué a Dios con todas mis fuerzas que solo hubiera que quitar un pestillo y que al padre del cura no se le hubiera ocurrido echar la llave.

Me creeréis si os digo que fui el ser más dichoso del mundo cuando encontré el tirador que accionaba el pestillo y se abrió la puerta. Y aunque nada ni nadie me perseguía, y ya no había manos vaporosas ni voces susurrantes, sentí un gran alivio al poner el pie en la plazoleta y cerrar la puerta tras de mí.

No os aburriré demorándome en el desenlace de la historia. Al cura no le había pasado nada. Ni siquiera se había retrasado. Es solo que yo me equivoqué al mirar la hora y había llegado una hora antes. Me di cuenta cuando iba camino de la casa del cura para preguntar por qué no había misa aquel día. Así que no le comenté nada del incidente -más que nada porque me daba un poco de vergüenza- y volví a la iglesia a la hora correcta para ayudar en misa como cada día.

Fui un agnóstico precoz. Me recuerdo con once o doce años muy nervioso el día que decidí contarle a mi mejor amigo de entonces, que era muy devoto, que todo aquello del viejo barbado con el triángulo, el hijo crucificado y la paloma me parecía un absoluto disparate. Creo que también fui yo el que unos años antes le había dicho que lo de los Reyes Magos era pura filfa, que uno ha sido siempre un poco aguafiestas.

Cuestionarme la divinidad me llevó a recelar de todo lo sobrenatural. Después de interesarme durante algunos años por los fenómenos paranormales, llegué a la conclusión de que no había espíritus ni fantasmas ni apariciones marianas ni ninguna chorrada que pudiera cuestionar las leyes de la física.

Me convertí en un ateo virulento y vitriólico. Y en gran medida fue por rencor. No entendía que los mayores me hubieran llenado la cabeza de todas aquellas fantasías idiotas que me habían impedido ver la realidad como de verdad era. De no haber creído en todo aquello, no habría tenido ningún miedo el día que me quedé encerrado en la iglesia. Nada hay más inofensivo que una sombra o una talla de madera.

Unos años después me dio por ir a pasear a los cementerios con algunos amigos y amigas. Supongo que por transgredir y dármelas de excéntrico. Porque los muertos y los espíritus no me daban ningún miedo. Solo temí en algunas ocasiones que algún gilipollas pudiera darnos un susto o hacernos algo malo por estar en un lugar apartado, o que algún perro rabioso se cruzara en nuestro camino. Solo los vivos y otros animales peligrosos me dan miedo desde entonces.

martes, 21 de julio de 2015

Marketing

Mucha gente cree que el término marketing alude a una suerte de campaña publicitaria para vender un producto, pero el marketing es algo mucho más complejo, y la publicidad solo es una parte del proceso, su cara más visible y creativa. El marketing puede empezar incluso antes de la creación del producto que se va a vender. Porque el marketing, o mercadotecnia, es un proceso comercial que comienza siempre con la identificación de las necesidades y preferencias del público potencial al que quiere dirigirse una empresa. Una vez conocido el perfil y los intereses de esos clientes potenciales, la empresa se marca unos objetivos, entre los que se cuentan la creación de un producto que satisfaga a los consumidores y la puesta en marcha de unas estrategias publicitarias que capten clientes, den valor al producto y lo hagan competitivo. Dentro de este mercado global en el que vivimos todo está controlado por el marketing. Nada es ingenuo y espontáneo, y si algo lo es en su origen pronto es fagocitado por las estructuras del mercado.

No es raro que el último éxito del marketing a nivel mundial haya estado protagonizado por una empresa que lleva en activo desde el siglo IV, concretamente desde los tiempos del emperador Constantino, que fue el que creó esa multinacional llamada cristianismo. Me refiero, claro, al increíble éxito que está cosechando la iglesia católica, una de sus franquicias más potentes, con la elección del nuevo papa, Jorge Mario Bergoglio. Una empresa que lleva en pie casi diecisiete siglos y que ha sabido adaptarse a todo tipo de estructuras sociales, económicas y políticas ya usaba el marketing antes de que nadie le hubiera puesto nombre. Por tanto, sería ingenuo pensar que a los cardenales que se reunieron en cónclave para elegir un nuevo papa se les ha colado un rebelde.

En este mundo nuestro en el que las clases medias se empobrecen y millones de pobres terminan cada día en el arroyo, era necesario un cambio de discurso acorde con este nuevo contexto. Conseguir reformar el discurso del Vaticano sin que ello cuestionara las prebendas y privilegios de la iglesia católica era el reto. Casi parece de chiste imaginar en el cónclave a los cardenales planteando la necesidad de encontrar a un papa de corte franciscano, que hablara mucho e hiciera poco, y que terminaran proponiendo a un argentino.

Una vez elegido el producto, es fundamental ponerle un nombre con gancho. La elección del nombre de Francisco en homenaje a Francisco de Asís, el santo de los pobres, ha sido uno de los grandes aciertos de esta campaña. Igual que su presentación. La imagen de un producto es determinante. Un hombre santo que no deja de hablar de los pobres no puede ir vestido con ostentación. Por eso era importante que el papa Francisco vistiera y viviera con cierta humildad. De ahí que lleve un anillo más modesto que sus predecesores, que calce zapatos baratos o que haya cambiado el trono de oro por otro de madera. También se ha negado a vivir en el lujoso apartamento pontificio que han ocupado los papas desde 1903. Puro postureo franciscano y acertadísima estrategia de marketing, que no tenemos conocimiento de que el apartamento, las joyas y las vestimentas caras que ha rechazado se hayan subastado para repartir los beneficios entre los pobres.

También debe de ser postureo su pose de comunista evangélico, que le ha llevado a disputar el patrimonio de los pobres con los marxistas, a los que solo puede ver como a competidores oportunistas que llevan más de un siglo intentando arrebatarles el monopolio de la pobreza. Supongo que el mohín de disgusto que hizo el otro día el papa Francisco cuando Evo Morales le regaló un cristo crucificado en una hoz y un martillo es algo así como si quedas con el presidente de la Coca-Cola y le invitas a una Pepsi.

La elección de un argentino que hable mucho y haga poco está dando unos resultados extraordinarios, que este papa ha conseguido que le aplauda un nutrido sector de agnósticos y ateos, algo inédito desde los tiempos de Juan XXIII. La estrategia utilizada siempre es la misma. El papa modifica el discurso de la iglesia para adaptarlo a la moral y a la visión de gran parte de la sociedad actual, pero sin que sus declaraciones lleven aparejados cambios y reformas en el funcionamiento de la iglesia católica. Así, hemos podido ver cómo no condena a los homosexuales, pero tampoco propone que el matrimonio gay pueda celebrarse en las iglesias; o perdona a los divorciados, aunque no les permite volver a casarse, a no ser que apoquinen, como Dios manda, lo que cuesta la concesión de la nulidad; o elogia constantemente a las mujeres sin que se sepa que vaya a luchar por abrirles las puertas del sacerdocio. En esta misma línea de predicar mucho y dar poco trigo han ido sus últimas intervenciones, apoyando a Tsipras en la crisis griega o atacando a los que dañan el medio ambiente en su encíclica sobre al cambio climático.

En las apuestas empresariales fuertes siempre hay que asumir riesgos. De ahí que el papa Francisco haya dejado aparcado el papamóvil y se juegue la vida por las calles con un coche descapotable. Aquí los expertos han debido de valorar que ganarse a la clientela con un servicio cercano y eficaz es más importante que la seguridad de un hombre que, de cualquier forma, es sustituible.

Pero el departamento de marketing del Vaticano no debe dormirse. En un mercado competitivo y despiadado, más difícil que llegar es mantenerse. Es cierto que tienen un buen producto y que están obteniendo unos resultados espectaculares, pero aún da fallos y es necesario mejorarlo. Ya ha habido reclamaciones de ciertos consumidores, y no solo de consumidores ricos, que ese sector del público ya lo dan por perdido, sino de sus nuevos adeptos, que no entendieron que, tras los atentados a la revista Charlie Hebdo, censurara la libertad de expresión y mostrara cierta empatía con los yihadistas diciendo que era normal que los musulmanes atacaran a los que se burlaran de su fe. Y cuando quiso ilustrar sus palabras con una parábola y dijo que si alguien insultara a su madre, le partiría la cara, no hizo nada más que empeorarlo todo, que sus nuevos adeptos son más de recuperar el espíritu pacifista de los evangelios y de poner la otra mejilla.

miércoles, 28 de enero de 2015

Cuentos con moraleja: el chiste del loco que se creía Napoleón

Hoy me apetece rescatar un clásico del humor por el que siempre he sentido especial devoción:

En un psiquiátrico, un loco se acercó a otro con aire misterioso y este, intrigado y expectante, se quedó observándolo a ver por dónde salía. Había cambiado desde la última vez que se habían encontrado en los pasillos del hospital. Nunca antes lo había visto con un gorro de papel en la cabeza ni con la mano pegada al pecho.
    –¿A que no sabes quién soy? –le preguntó el loco del gorro de papel al otro.
    –Pues no. Ni idea. Creo que nunca hemos hablado ni nos han presentado.
    –Yo soy Napoleón.
    –¿Estás seguro?
    –Claro que sí. Me lo ha dicho Dios.
    –Eh, cuidado –objetó el otro–,  no te inventes las cosas que yo no te he dicho nada.


Esta breve historia vendría a demostrar lo difícil que sería poner de acuerdo a dos creyentes que han concebido la existencia de Dios desde perspectivas diferentes, algo que no deja de suceder entre todas las religiones y la multitud de sectas que conforman el inmenso collage de la religiosidad. Y si eso os parece difícil, imaginaos el reto que supondría intentar convencer a unos y a otros de la posibilidad de que todos ellos estuvieran equivocados.

Por eso, los que no creemos en ningún dios tenemos que resignarnos y conformarnos con que los creyentes se tomen la religiosidad como algo íntimo y privado que no nos implique ni salpique al resto. Los conflictos con los religiosos suelen empezar cuando los creyentes intentan imponer sus ritos, costumbres y creencias a los demás. A mí particularmente me da igual que haya gente que desfile en procesión, que peregrine a la Meca o a Lourdes, que vaya a misa los domingos, que descanse los sábados, que crea que las vacas son sagradas, que no coma cerdo, que no aborte en ningún caso o que no haga dibujos de Mahoma. Lo que no puedo tolerar es que intenten imponernos todo eso a los que no pensamos como ellos. Porque llegados a ese punto, la cosa siempre acaba pasando a mayores. Hoy sucede especialmente con los islamistas radicales que imponen sus leyes en los territorios que controlan y con los alucinados –de acuerdo con que no son todos– a los que les da por pensar que su Dios les ha ordenado que castiguen a los herejes e infieles y se van a matar humoristas, dibujantes, escritores o directores de cine. Los crímenes de Charlie Hebdo tienen antecedentes muy recientes que están en la mente de todos, como el asesinato del cineasta Theo van Gogh o la fatwua que condenaba a muerte al escritor Salman Rushdie. Y sí, vale, entiendo que detrás de todo esto de la yihad hay cuestiones políticas, económicas y sociales que hacen que el problema no tenga solo una dimensión religiosa. De acuerdo. Pero usar la religión como justificación de la barbarie y convertirla así en la munición con la que se ejecuta a personas inocentes me parece tan reprobable e ilícito como el uso de armas químicas o de armas de destrucción masiva.

Si de momento no escuchas psicofonías dentro de tu cabeza ni piensas que Dios te ha envidado ningún libro de instrucciones para convertir tu vida en la gymkana que te llevará al Paraíso, eso que llevas ganado. Aunque no es bueno emocionarse, que la vida es larga y ninguno estamos a salvo de la llamada de la divinidad. Bien lo saben los que juegan la carta trucada del agnosticismo. Y es que la idea de Dios no nace de la falta de inteligencia ni de la predisposición genética de ciertas personas hacia lo trascendente, sino del miedo ontológico, de la angustia que nos produce no saber qué cojones significa todo esto, de la cobardía para aceptar que tenemos fecha de caducidad y que no seremos eternos. No solo miedo, algo de vanidad debe de haber también en todo eso.

Por cierto, si alguien piensa que he llamado locos a los creyentes, creo que se equivoca al interpretar la historia. Sería como si os contara la fábula de la zorra y las uvas y me acusarais de estar llamándoos zorras, o si pensarais que os estoy llamando cerdos por referir el cuento de los tres cerditos. De cualquier forma, si la creencia en Dios fuera algún tipo de locura, los creyentes no tienen por qué preocuparse. Se trataría de una patología muy extendida y perfectamente aceptada por la sociedad. Hasta tal punto que han conseguido que los que no pensamos como ellos parezcamos los raros.

#JeSuisCharlie

domingo, 28 de diciembre de 2014

Optimismo

Quién nos iba a decir hace solo unos meses que 2015 se iba a presentar con una cara tan amable, tan cargado de ilusión y alegría. Lo hemos pasado mal y ha sido duro, pero por fin hemos salido de la crisis. Esta vez de verdad. Ahí están los indicadores macroeconómicos que demuestran que lo peor ha pasado y que lo mejor está a la vuelta de la esquina. Casi se puede oler ya esta nueva era de prosperidad que nos espera después de las doce uvas. Es como si la primavera se hubiera anticipado y todas nuestras esperanzas volvieran a florecer con bríos renovados.

Se acabaron las manifestaciones, las huelgas y las protestas en general. Y no por el miedo a la mal llamada ley Mordaza, sino porque no habrá ninguna justificación para rodear el Congreso, tomar las plazas o invadir las calles inopinadamente. A nuestro querido presidente del Gobierno no le cabe ninguna duda y a la prensa más objetiva e imparcial tampoco. Ahí están periodistas de raza como Francisco Marhuenda para certificarlo. Muchos de los que se han metido con él durante estos últimos años deberían pensar en ir pidiéndole disculpas, que la realidad, que es obstinada y pertinaz, ha terminado dándole la razón. Este prohombre del periodismo, que nunca flaqueó y que, contra viento y marea, siempre mantuvo su fe en el Gobierno, nos ha dado una gran lección de la que tendríamos que sacar muchas conclusiones.

Sí, ya sé que muchos de vosotros aún sois escépticos y que creéis que el Gobierno intenta tomarnos el pelo. Seguro que me vais a decir que sigue habiendo gente rebuscando en los contenedores, que hay colas interminables en los comedores sociales, que continúan los desahucios, que el paro apenas ha bajado y que mucha gente que trabaja no gana ni para comer. Todo eso no se puede negar, pero lo único que sucede es que no sois capaces de ver más allá de vuestras narices porque los árboles os impiden ver el bosque. ¿Es que no os dais cuenta de que todo eso no es sino el rastro que deja a su paso la tormenta? Pero no hay que perder la calma porque la tormenta ya pasó y España es un ave fénix que está resurgiendo de sus cenizas, mal que les pese a los agoreros. Ahí tenéis los irrefutables e impepinables indicios que lo demuestran. Se acabaron los recortes. El Gobierno acaba de elevar en tres eurazos el sueldo mínimo interprofesional y ha subido las pensiones un 0,25%. No hay más ciego que el que no quiere ver.

Con un poco de paciencia muy pronto veremos los frutos granados de la nueva reforma educativa. En 2015 se implantará en secundaria y seguro que es todo un éxito. Puede que incluso esta sea la oportunidad para que Froilán se saque por fin la ESO y emprenda una exitosa carrera como promotor de fiestas en la Joy. El PP siempre se ha preocupado mucho por ofrecer oportunidades a la juventud con inquietudes. Solo hay que fijarse en lo bien que se han portado con el Pequeño Nicolás. Qué bonito sería que el PP convocara el próximo curso las becas “Pequeño Nicolás” para jóvenes emprendedores.

Y se acabó la preocupación ciudadana por la corrupción. Que sí, que ha existido, eso no lo vamos a negar. Pero es una lección aprendida de la que solo quedan ciertos remordimientos y el propósito firme de no volver a repetirlo. Con solo ver la nueva ley de transparencia del PP queda claro que ellos, especialmente, han quedado totalmente escarmentados. Puede que en el pasado hayan estado más pringados que el resto, pero por eso mismo también han sido el primer gobierno que ha tomado medidas drásticas para extirpar la corrupción de raíz. Ningún partido como el PP a la hora de colaborar con la justicia y dejar que los jueces actúen con rigor e imparcialidad.

Pero como de desagradecidos está el mundo lleno, seguro que hay por ahí gente que les pone alguna pega. Pues no pasa nada, que para eso vivimos en democracia, disfrutamos de un Estado de derecho y podemos manifestar libremente nuestras preferencias en las urnas.

Para todos los quejicas, el 2015 trae un montón de elecciones democráticas en las que habrá opciones estupendas para todos. ¿Que eres de poca aventura pero estás desencantado del PP? Pues ahí tienes al UPyD de Rosa Díez y a los Ciudadanos de Albert Rivera, que no son ni de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario pero al revés, que no es lo mismo.

¿Qué eres un nostálgico de la izquierda de toda la vida porque te gusta el olor a naftalina y la moda vintage? Pues ahí están Pedro Sánchez y Alberto Garzón, que vienen a ser lo mismo que cuando cambiaron el dibujo del bote del Cola Cao y dejaron dentro el producto de toda la vida, que la gracia del Cola Cao auténtico está en que haga grumos para comértelos a cucharadas antes de apurar la leche. Las cosas que están bien no hay por qué cambiarlas.

Pero que no se preocupen los amantes de las novedades, que 2015 les tiene reservadas grandes emociones. De hecho, todo apunta a que Podemos puede ser la gran sorpresa electoral. Multitud de fenómenos paranormales y algunas encuestas del CIS parecen anunciar que Pablo Iglesias se hizo hombre para derrotar a la casta y redimirnos a todos de la tiranía de los banqueros y los grandes empresarios. Que nadie dude de él, que, si las circunstancias lo requieren, convertirá el agua en vino y multiplicará los panes y los peces.

Solo preveo un mal año para los nacionalistas e independentistas. En cuanto los catalanes y los vascos vean lo bien que nos va, no habrá ni uno que quiera irse de aquí. A lo mejor tendríamos que hacer un referéndum a nivel nacional para decidir si les damos la patada y nos los quitamos de encima. Aunque solo fuera para darles un susto y echarnos unas risas.

Y es que lo de votar está bien, pero dentro de un orden. ¿O es que acaso nos ha hecho falta votar para tener un monarca cojonudo? Hay cuestiones que más que democracia lo que requieren es una buena estrategia de jugador de ajedrez. Para dar jaque a sus hermanas, a la tonta y a la listilla, solo tuvimos que mantener una ley de sucesión que las descartaba por ser mujeres. ¿Acaso alguien protestó por un caso de discriminación tan palmario? Pues no. Porque Felipe era el heredero que a todos nos gustaba: alto, guapo, educado, romántico… Resumiendo, un príncipe de esos que salen en los cuentos. Y listo donde los haya. Ni se os ocurra jugar con él al Tabú, que es un crack. El otro día se tiró quince minutos hablando en televisión y no dijo ni una de las palabras prohibidas.

En 2015, hasta la Iglesia va a parecer otra. Se acabaron los escándalos de pederastia y las sectas sicalípticas. El papa Francisco exorcizará todos los males de su grey y la dejará más inmaculada que recién salida del confesionario. Ya era hora de que llegara un papa que se pusiera de parte de los pobres. Seguro que pronto empieza a subastar las riquezas del Vaticano para dar de comer a todos los necesitados del planeta. Su humildad nos ha dejado a todos pasmadísimos, y no solo porque sea papa sino muy especialmente por tratarse de un argentino. Nunca habíamos visto algo así. No me extrañaría que más pronto que tarde renunciara a su cargo de jefe de Estado y convirtiera la teocracia vaticana en una comuna anarquista.

¿Y qué me decís de Estados Unidos? Obama ha terminado con el bloqueo a Cuba y se supone que por fin cerrará Guantánamo. No me parece poco. Aunque tengo que reconocer que el panorama internacional sí me tiene algo preocupadillo. Sigo viendo muy cabreados a los yihadistas y supongo que el problema no tiene fácil solución. Es gente que se queja de vicio y eso tiene mal arreglo. No sé a qué viene tanta mala hostia con lo bien que les va. Cada vez controlan más territorios y ya tienen hasta califa y todo. Fíjate que me da que 2015 para ellos no va a ser mal año.

En fin, espero que todos mis buenos augurios se cumplan y que 2015 os dé a todos lo que os merecéis.

domingo, 21 de abril de 2013

La diligencia


Recuerdo que fue en clase de Religión cuando comprendí lo peligrosas que podían ser las palabras. Tenía yo entonces once o doce años y un profesor de doctrina cristiana totalmente obtuso que nos obligaba a aprendernos el libro sin cambiar ni una coma y sin entender casi nada. Catolicismo en estado puro. Por eso no me atreví a pedirle una explicación cuando nos tropezamos con las virtudes teologales y en mi cabeza se produjo un cortocircuito. Las virtudes teologales venían a ser la alternativa a los pecados capitales y creo recordar que se formulaban así: contra soberbia, humildad; contra lujuria, castidad, etcétera. No sé si yo entonces entendería palabras como lujuria o castidad y no creo que aquel profesor pacato y simple se atreviera a explicarlas, pero no suponían ningún problema porque en aquella clase estábamos acostumbrados a memorizar oraciones y oraciones, de las dos, sin preguntarnos qué demonios podían significar. El cortocircuito lingüístico apareció en mi cabeza cuando llegamos a aquella virtud teologal que decía: contra pereza, diligencia. Podía aceptar el uso de palabras raras en un contexto del que ya en aquella edad temprana empezaba a recelar, pero aquello era totalmente absurdo. Yo sabía lo que era una diligencia porque había visto muchas películas del Oeste y no podía evitar, cada vez que recitábamos las virtudes teologales y llegábamos a la diligencia, ver en mi cabeza un coche de caballos atravesando el desierto mientras sus pasajeros rezaban para que no les asaltaran los bandidos ni les arrancaran el cuero cabelludo los sioux.

No sé cuándo aprendí que la palabra diligencia también significaba prontitud y prisa en la ejecución de alguna tarea. No fue con aquel profesor. Eso seguro. Me acordé de esta historia mucho tiempo después, cuando empecé a estudiar semiología y comprendí lo arbitrarios que son los signos lingüísticos y lo frágil que es la relación entre el significante y el significado, y entre estos y aquello a lo que se refieren. Incluso las palabras cuyos significados se pueden dibujar y representar mediante iconos crean en cada una de nuestras cabezas una imagen distinta aunque aproximada. Quiero decir que si dos personas leyeran en un libro que había una mesa vieja de madera en un rincón de la habitación y ambas dibujaran aquella mesa en aquella habitación seguro que los dibujos no serían exactamente iguales. Y si eso sucede con palabras tan sencillas como mesa, vieja, rincón y habitación, podemos hacernos una idea de la magnitud del problema cuando nos enfrentamos a palabras abstractas como soberbia, humildad, lujuria o castidad. Las palabras abstractas no se pueden dibujar. Si quiero representar el amor y dibujo a una pareja de enamorados que se besan, no estoy dibujando el amor, sino una de sus manifestaciones. Las palabras abstractas lamentablemente solo se pueden explicar con otras palabras que en muchas ocasiones también son abstractas. No creo que todos entendamos lo mismo al leer que el amor es un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Porque no las tendrían todas consigo los que hicieron el diccionario cuando, después de esa definición, escribieron esta otra: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Y estas son solo las dos primeras definiciones de las catorce que aparecen en el DRAE.

Últimamente he estado pensando en esto porque observo que mis alumnos, cuando no entienden una palabra, en lugar de consultar su significado en el diccionario, se inventan otro que normalmente es un absoluto dislate. Supongo que están acostumbrados a los cortocircuitos mentales y a las ideas absurdas e incomprensibles y por eso no se extrañan. A veces imagino sus cabezas llenas de diligencias que atraviesan el desierto, de bandidos que las asaltan, de sioux que arrancan cabelleras y de soldados del Séptimo de Caballería que intentan poner orden en ese caos. Luego pienso en todas esas personas que ya ni siquiera estudian, que tienen un vocabulario paupérrimo y que nunca se han molestado en buscar el significado de una palabra en el diccionario. Siento entonces algo inefable, entre una pena enorme y cierto miedo ontológico. Porque no sé qué puede entender toda esa gente si incluso las personas con mayor caudal léxico y más formación vemos mundos totalmente diferentes por culpa de una herramienta de comunicación tan imperfecta e inconsistente como el lenguaje. Ya no estoy seguro de que todos entendamos lo mismo cuando escuchamos términos como sociedad, ciudadano, democracia, futuro, solidaridad, educaciónpolítica, corrupción, economía, mercado, terrorismo, guerra, fascismo, naciónliberalismo, genocidio, religión o libertad, y no solo por la polisemia o por las connotaciones de las que inevitablemente se van cargando las palabras, sino porque sus significados denotativos son borrosos y discutibles.

Termino este texto con cierta sensación de impotencia y con el presentimiento de que muchos no lo entenderán. Ni yo mismo puedo estar seguro de haber dicho lo que hubiera querido decir.

sábado, 23 de marzo de 2013

Cuentos con moraleja: Historia sagrada


Hoy voy a dedicar esta sección a la mitología, que siempre nos aporta enseñanzas que resisten el paso de los siglos:

Cuentan que aquel dios nació de una virgen y que, aunque era hijo de Dios, valga la redundancia, vino al mundo en una cueva. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, pero más o menos debió de ser en torno al 25 de diciembre porque se dice que coincidió con el solsticio de invierno. Fue un alumbramiento tan humilde que ninguna persona de alta alcurnia asistió a contemplar el milagro, ni mucho menos ningún rey. Acudieron, eso sí, unos pastores. Según algunas versiones, pudieron ser tres.

Cuando se hizo mayor se dedicó a extender el rito del bautismo, que para él y sus seguidores representaba la resurrección del alma. Los que creían en él unas veces le llamaban Salvador y otras, Hijo de Dios. Llevó a cabo numerosos milagros, algunos tan efectistas como aquel en el que estando en una boda convirtió el agua en vino. Por cosas así llegó a ser muy célebre. Se cuenta que una vez entró en una ciudad subido en una burra mientras las multitudes le aclamaban y le recibían levantando hojas de palma.

Murió una primavera para así redimir los pecados del mundo.

Su cadáver bajó a la morada de los muertos, pero al tercer día resucitó y ascendió a los Cielos. Sus seguidores o followers estaban convencidos de que regresaría al final de los tiempos para juzgar a los hombres.

Los que creían en él no le olvidaron y, durante varios siglos, tuvo adoradores que continuaron con los rituales de bautismo que él les había enseñado. Al principio sacrificaban un toro y se bautizaban con su sangre. Más tarde, quizá por lo caro o aparatoso que resultaba el sacrificio de un toro, cambiaron la sangre del toro por agua bendita. En las entradas de los templos subterráneos donde se reunían pusieron pilas llenas de esta agua para que los devotos pudieran mojarse con ella la frente antes de entrar.

Uno de los rituales que practicaban consistía en una suerte de banquete en el que comían pan y bebían vino. El pan representaba la carne del Salvador y el vino, su sangre. Cuentan que esto es lo que les había dicho antes de morir: “Quien no coma mi cuerpo y no beba de mi sangre para hacerse uno conmigo y yo con él, no conocerá la salvación.”

Sus adoradores estaban organizados en seis niveles. El más alto era el páter, que se cubría la cabeza con un gorro frigio y llevaba una vara y un anillo.

Esta es la historia de Mitra, dios adorado por los persas.

Mitra aparece mencionado por primera vez en los Vedas, los libros sagrados del mazdeísmo, la religión que precedió al hinduismo. Puede que fueran escritos entre dos y tres milenios antes de Cristo. En estos textos Mitra aparece como una divinidad que depende del dios supremo Aura Mazda.

A mediados del segundo milenio antes de Cristo, la religión mitraica pasó de la India a Persia. En esta zona, las creencias mazdeístas contarían con profetas tan célebres como Zoroastro.

El culto a Mitra empezó a extenderse en el Imperio romano a partir del siglo II a.C. Puede que por entonces una religión mistérica resultara mucho más convincente que el sicalíptico Olimpo grecorromano, que paulatinamente iría perdiendo seguidores o followers hasta desaparecer pocos siglos más tarde.

La moraleja de esta edificante y fascinante historia es que si tienes una buena idea, ve corriendo al Registro de la Propiedad Intelectual, que si no, otros pueden apropiársela y forrarse a tu costa. En la Antigüedad, la ausencia de leyes que defendieran la propiedad intelectual solo benefició a los piratas, que ya existían entonces sin necesidad de que se hubieran inventado el eMule, el Ares o Megaupload. Los historiadores deberían estudiar si los judíos de aquellos tiempos ya tenían algo parecido al Rincón del Vago.

domingo, 21 de octubre de 2012

Universos morales


El otro día, volviendo a ver “Balas sobre Broadway”, me puse a pensar en el relativismo moral. Fue por culpa de esa escena genial en la que el protagonista, un dramaturgo que dirige por fin una obra con un buen presupuesto, le cuenta a un amigo que tiene remordimientos por estar engañando a su novia con una actriz y este le dice: “Oye, la conciencia es un rollo burgués. Un artista crea su propio universo moral”. Y después de un pensamiento tan profundo añade un consejo impepinable: “Hay que hacer lo que hay que hacer”. Esta ética tan sólida no solo servirá para tranquilizar la conciencia del protagonista, sino también para que su amigo se aproveche de la situación y se acueste con su novia.

Este de los universos morales es un tema que siempre me ha apasionado. Es bien sabido que muchos ateos en el fondo somos unos moralistas. Tiene mucho sentido. Las religiones son cómodas. Te dan todo el trabajo hecho: unos cuantos mandamientos y ya tienes el mal y el bien perfectamente clasificado en dos cajones. Un chollo. Los ateos y los agnósticos, sin embargo, nos pasamos la vida reflexionando sobre la ética de nuestros comportamientos. De alguna forma intentamos justificar lo injustificable, esto es, que es mejor portarse bien que mal. Es un trabajo arduo porque, en plan cínico, lo mismo daría ser bueno que malo.

Y luego están los listos, que vienen a ser la mayoría de los que hoy se llaman creyentes, que respetan la religión solo para aquello que les conviene, que bien es sabido que muchos católicos que sacan sobresaliente en procesiones no llegan ni de lejos al aprobado en ayudar al prójimo y en otros dogmas que exigen mucho más sacrificio que pasar por la peluquería y vestirse de domingo para acarrear santos por las calles.

Ahí está la Cospedal, que se disfraza de beata de tiempos de Franco para ir a ver al papa o para asistir al Corpus toledano cuando todo el mundo sabe que en su vida privada no ha tenido nunca ningún problema en desobedecer los preceptos de la Iglesia: divorciada, madre soltera, segundas nupcias... Y eso que para la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana esos son pecados de los gordos. Por no hablar del poco amor al prójimo que demuestra en cada una de sus decisiones políticas. Es curioso que luego no deje de dar dinero a los colegios católicos concertados para que se eduque a la juventud en los dogmas que ella se pasa por donde amargan los pepinos. Y la pregunta es: ¿sufrirá esta mujer al darse cuenta de las terribles contradicciones en las que sustenta su vida? Lo dudo. Supongo que no le ha hecho falta ser artista para crear su propio universo moral.

A veces la gente se pregunta cómo personas que se dedican a putear a todo el mundo pueden dormir tan a gusto por las noches. Y he nombrado a la Cospedal por poner un ejemplo, que igual me hubiera valido cualquiera de los políticos que hoy ostentan un cargo importante en España, del PP o de los otros, que lo mismo me da que me da lo mismo. O algún banquero como Botín. O algún empresario como Amancio Ortega. O algún periodista como Pedro Jota. Estos tampoco son artistas y, sin embargo, gozan de un universo moral tan amplio y desahogado que probablemente hasta tienen sitio para justificar sus tropelías dándoselas de salvapatrias. Los salvapatrias son esos individuos que piensan que son ellos los que tienen que mandar porque los otros siempre lo harían mucho peor.

Lo que la clase media necesita para sobrevivir en este mundo de mierda que nos aguarda es seguir el ejemplo de todos estos próceres nacionales. Cómo me gustaría tener un universo moral tan extenso, vasto e inabarcable como el que tienen ellos para poder ser un sinvergüenza sin remordimientos y sin escrúpulos. Y no me dan envidia ni sus altos cargos ni sus millones de euros, sino la tranquilidad de conciencia con la que viven. Hay que dejar de una vez los psicólogos, los somníferos, las terapias orientales y el yoga, que son rollos de perdedores de clase media, y ampliar sin cortapisas nuestros universos morales. En el mundo que viene la moral va a ser un estorbo y es hora de empezar a soltar lastre.

miércoles, 4 de abril de 2012

Escenas memorables: La vida de Brian

Quienes solo ven una parodia de la vida de Jesucristo en La vida de Brian, no han terminado de comprender la película. La vida de Brian, a la manera de El Quijote, va mucho más allá. La película recrea de forma humorística no la vida de Jesús sino la situación temporal y espacial en la que se supone que tuvo lugar la venida del Mesías. Si alguien busca una parodia de los Evangelios, casi mejor que opte por La pasión de Cristo de Mel Gibson.

La creación de los Monty Python, aunque con la deformación grotesca propia de una comedia inglesa, nos da una visión mucho más acertada de la Judea de los tiempos de Pilatos que cualquier película que se haya hecho sobre Jesucristo. El primer gran acierto es interpretar el fenómeno religioso en clave política. Los Evangelios, vistos desde esta perspectiva, se vuelven mucho más comprensibles. Representan el pensamiento del primer movimiento subversivo que, anticipándose dos mil años a Gandhi, hace de la resistencia pasiva y la no violencia su forma de enfrentamiento contra el pueblo invasor. La imagen que se da de los romanos en La vida de Brian está muy lejos del maniqueísmo de las películas sobre Jesús. En esta película se pone de manifiesto lo beneficiosa que fue la influencia romana para los pueblos que conquistaron. Es memorable este momento de la película:
                -¿Y ellos qué nos han dado? –pregunta el líder del Frente Popular de Judea a sus compañeros de la resistencia.
                -¿El acueducto? (…)
                -Sí, eso sí, es verdad.
                -Y el alcantarillado.
                -Cierto, esta ciudad antes era un asco. (…)
                -Y las calzadas. (…)
                -Y la irrigación.
                -Y la sanidad.
                -Y la educación.

    Para, después de un largo etcétera, terminar preguntándoles:
    -Pero, aparte del alcantarillado, la sanidad, las escuelas, el vino, el orden público, las calzadas, el agua corriente y la sanidad, ¿qué nos han dado los romanos?

En esta visión tan poco maniquea (de la que deberían tomar nota los que dirigen películas sobre la Guerra Civil española) no hay un pueblo mucho más cruel que otro. Quizá pueden parecer más sofisticadas las crucifixiones de los romanos que las lapidaciones de los judíos, pero la diferencia es sutil. Ambos utilizan métodos inhumanos y sus formas de hacer justicia pecan de la misma falta de rigor y de piedad. Unos y otros disfrutan tanto de la crueldad de los espectáculos del circo romano como de las ejecuciones públicas.

El último gran acierto en lo tocante a la ambientación es un dato que está documentado pero que soslayan de forma sospechosa todas las películas de Jesucristo: Judea, en aquellos tiempos, estaba abarrotada de predicadores, profetas de tres al cuarto y charlatanes de diverso pelaje. Jesucristo, por lo tanto, solo sería uno más entre una multitud de caraduras.

La escena que quería recordar es aquella en la que Brian se convierte por azar y mala suerte en mesías. Hay tantas escenas memorables que esto daría para varios posts. Otro día hablaré, por ejemplo, del derecho de Loretta a tener hijos aunque no pueda tenerlos, que es otra de las escenas de las que siempre me acuerdo.

Uno de los grandes aciertos de la película es que Brian no es una caricatura. Ni siquiera es gracioso ni tiene sentido del humor. Simplemente se trata de un mindundi -judío pero hijo ilegítimo de un soldado romano- que odia a los romanos y se une al Frente Popular de Judea para enfrentarse a ellos. Sus motivaciones son meramente políticas, pero una serie de circunstancias más o menos insólitas lo van a convertir en mesías y mártir de un día para otro.

Todo comienza cuando le persiguen los romanos después de haber sido el único superviviente del grupo de insurgentes que habían intentado secuestrar a la mujer de Pilatos. En su huida decide buscar refugio en la casa donde el Frente Popular de Judea lleva a cabo sus reuniones clandestinas. Como no cabe dentro de la casa porque ya hay demasiada gente escondida se oculta en una especie de balcón rústico de maderas y cañas que da a la calle. Después de entrar y salir un par de veces, el balcón termina cediendo y Brian cae sobre uno de los muchos charlatanes que sermonean a los transeúntes con profecías más o menos apocalípticas, metafóricas, grotescas o absurdas. Como ha caído providencialmente sobre el podio que ocupaba el predicador, comprende que puede hacerse pasar por uno de ellos y así engañar a los romanos. Lo primero que dice es esto:
    -No juzguéis si no queréis ser juzgados.
    Algunos hombres y mujeres le escuchan expectantes y uno de ellos le agradece el consejo. Un mendigo que está a su lado se interesa por la calabaza que lleva en la mano. Es una calabaza que le ha regalado el mercader que le ha vendido una barba postiza para disfrazarse. El mendigo tiene interés en comprarle la calabaza. Brian le dice que no hace falta, que se la regala, y vuelve a su sermón con una de las mejores frases de la película:
                -Mirad los lirios… en el campo.
                -¿Hay que mirar los lirios? –pregunta extrañada una mujer.
                -O los pájaros –aclara Brian.
                -¿Qué pájaros? –inquiere uno de los hombres.
                -Cualquiera –responde Brian.
                -¿Por qué? –vuelve a preguntar el mismo.
                -¿Tienen buenos empleos? –aventura Brian.
                -¿Quiénes? –pregunta otro.
                -Los pájaros –aclara Brian.
Y ahí comienza una absurda disquisición acerca de los pájaros que acaba en un galimatías sobre la importancia de los hombres respecto a estos animales. Uno de los que le escuchan le reprocha la manía que tiene con los pájaros.
                -No es ninguna manía –se defiende Brian-. Pensad en los lirios…
                -¡Ahora la toma con las flores!
Cuando comprende que las consideraciones sobre lirios y pájaros no le llevan a ninguna parte, lo intenta con un cuento, pero el auditorio empieza a poner pegas a las imprecisiones del relato. En ese momento aparecen los soldados y Brian se pone nervioso, por lo que empieza a decir frases sin mucho sentido, frases que quizá le inspiran las que escuchó en el sermón de Jesucristo al que acudió pocos días antes:
                -Bienaventurado el que a buen árbol se arrima porque lo cobijará buena sombra.
La gente le increpa diciéndole que eso es una tontería. Él continúa:
                -Y solo a él se le dará…
Brian no llega a terminar la frase. Los romanos pasan de largo y él puede bajar del podio y largarse de allí. Pero la gente que le escuchaba está intrigada y le pide que termine lo que iba a decir. El intenta zafarse alegando que ya había acabado, que no iba a decir nada más. No le creen y empiezan a seguirle. El principio de toda creencia religiosa está en el misterio y Brian no es consciente de lo que está a punto de provocar. Uno opina que si no lo dice es porque se trata de un secreto, lo que aviva el interés de la gente. Otro dice que puede que se trate del secreto de la vida eterna. El hombre al que le había regalado la calabaza insiste en pagarle algo por ella. Brian intenta alejarse de allí. Una de las mujeres que le sigue le pregunta al hombre de la calabaza si es de Brian y, cuando le dice que sí, quiere comprársela. La mujer cree que es un símbolo y que deben llevársela.

Brian corre para perderlos de vista y pierde una sandalia en la carrera. Sus (per)seguidores interpretan la sandalia como una señal. No se ponen de acuerdo en lo que significa, pero están convencidos de que tiene un sentido transcendente. Se enzarzan en una discusión quijotesca sobre el significado de la sandalia y sobre la naturaleza de la misma, ya que no están seguros de si se trata de una sandalia o de un zapato, mientras la mujer de la calabaza dice que se olviden de eso y sigan a la Calabaza Santa de Jerusalén. Los seguidores de la sandalia y los de la calabaza se dividen, pero ambos van tras Brian, que es el mesías que les desvelará los más recónditos arcanos.

El misterio, la búsqueda de respuestas y los símbolos configuran así el sentido de la religión. No servirá de nada que más adelante Brian les diga que no tienen que seguir a nadie, sino que tienen que ser ellos mismos. Esas sabias palabras solo sirven para reafirmarles en su fe en la sabiduría de Brian, su nuevo líder, el nuevo mesías.

Por todo esto considero que La vida de Brian se vale de la parodia para explicarnos, mucho mejor que otras historias más serias, el hecho religioso. Por otra parte, la deformación grotesca con que nos presenta la época no impide que comprendamos que cualquier acercamiento a los sucesos que originaron todas y cada una de las religiones es misión imposible. ¿Cómo podemos estar seguros de lo que pasó en la antigüedad si hoy mismo, cuando disponemos de infinidad de medios de comunicación, no podemos saber con certeza lo que pasa a cien metros de nuestras casas? ¿Cómo podemos dar credibilidad a unas historias que tuvieron lugar en un momento donde la forma de comunicación oficial era el boca a boca y la mayoría de la población era totalmente analfabeta? Si no habéis jugado nunca al teléfono escacharrado, os invito a hacerlo durante estos días como actividad alternativa a las procesiones. Y si no estáis para juegos, ya sabéis, salid al campo y mirad los lirios.

viernes, 13 de enero de 2012

Esquizofrenias

Viendo la noticia de la profesora de religión que echaron a petición del obispado por casarse con un hombre divorciado y que ahora el Estado tiene que indemnizar después de diez años de pleitos, he pensado: "¿Por qué la tiene que indemnizar el Estado? Que la indemnice el obispado". En ese mismo instante me he dado cuenta de que era lo mismo y he esbozado una sonrisa sardónica.

De nuestro bolsillo sale el dinero que educa a los jóvenes en una religión con unos principios que muchas veces van en contra de nuestras leyes. Al mismo tiempo, en otras materias, los profesores intentamos inculcarles unos valores acordes con nuestra legislación, nuestra constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ser gay es una opción / Ser gay es pecado. Divorciarse es una decisión personal y lícita / Divorciarse es pecado. Abortar es un derecho en ciertas situaciones y la madre puede decidir / Abortar es un vil asesinato. Etcétera.

Y todo sucede en las mismas aulas, en la misma franja horaria, con profesores y profesoras a los que no siempre se les puede diferenciar por el alzacuellos o los escapularios.

Supongo que así se incuban muchas esquizofrenias, individuales y colectivas.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Un buen momento

El otro día paseaba por Toledo y me encontré un billete de 200 euros. Falso, claro, de papel cuché. No era ninguna broma de cámara oculta ni yo me tiré a por él creyendo que era de verdad. Cuando me agaché a recogerlo, fue por curiosidad. Quería saber quién había echado mano de un recurso publicitario tan trillado. Quizá lo único original era haber elegido los billetes de 200 euros, tan raros como que te sobre esa cantidad a final de mes.

Me sorprendí al encontrar en el anverso del billete la siguiente leyenda: “Jesús dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. No esperaba que fuera una secta cristiana la responsable de la paradójica campaña publicitaria: criticaban el dinero, pero intentaban que sus prédicas llegaran a todo el mundo con unos panfletos que habían podido costear porque a ellos no les faltaba.

En el reverso del billete se podía leer:
¿En qué confías?
Las riquezas ……………… no son seguras (crisis económica)
Los hombres …………….. fallan (ideologías, religiones)
La naturaleza …………….. no la podemos controlar (desastres naturales)
Las familias ……………….. se rompen (divorcios, violencia de género)
¿Qué podemos hacer?
Este billete …………………….. no te puede ayudar (es falso)
Como hombres ………………. te podemos defraudar (perdónanos)
Puedes tirarlo ………………… ¡Tú decides!
También puedes … seguir leyendo … un mensaje de mucho valor
Jesucristo dijo:
Haceos tesoros en el Cielo …………… no se destruyen…………
Creéis en Dios ………….. Creed también en mí………………….
Yo soy el camino……… y la verdad……………… y la vida………
Venid a mí …… todos los que estáis cansados………………….
DIOS TE AMA Y ÉL TE LLAMA       VEN A JESÚS
El mensaje terminaba con unas palabras del evangelio de Juan y un teléfono con prefijo de Cádiz.

Unos metros más adelante, un tipo vino decidido hacia mí y me dio un papel, también cuché, pero de tamaño cuartilla. En una de las caras se podía leer una especie de cómic titulado “La película de mi vida”. Tenía ocho viñetas:
1.Aparece dibujado un bebé en los brazos de su madre. Se lee: “Demasiado pequeño para pensar en Dios”.
2.Un chaval con su monopatín: “Demasiado distraído para pensar en Dios”.
3.Una pareja de jóvenes bailando: “Demasiado divertido para pensar en Dios”.
4.Una pareja casándose: “Demasiado feliz para pensar en Dios”.
5.Un hombre cortando metal con una radial: “Demasiado trabajo para pensar en Dios”.
6.Un hombre con su mujer y sus hijos preparando las maletas para irse de vacaciones: “Demasiado ocupado para pensar en Dios”.
7.Un viejo en una cama de hospital: “Demasiado viejo para pensar en Dios”.
8.Una tumba en un cementerio. Esta vez con letras rojas: “Demasiado tarde para pensar en Dios”.
¿Qué moraleja podemos extraer de tan edificante historia? Supongo que únicamente esta: no está bien divertirse en la niñez, ni salir de marcha en la juventud, ni casarte, ni trabajar, ni formar una familia, ni mucho menos ser viejo porque, total, al final te vas a morir y nada de todo eso te va a servir para ir al Cielo.

Me preocupó que hubiera gente tan imbécil que pudiera pensar que merecía la pena gastar su tiempo y su dinero en repartir aquellos papelajos. Y lo peor: que pudiera haber oligofrénicos en el mundo que se dejaran convencer con argumentos tan burdos y dañinos.

En la otra cara del papel se podía leer una pequeña historia sin ninguna gracia que terminaba con una invitación a pensar en la existencia del amor de Dios [sic], la paz de Dios, la salvación, el pecado y la eternidad. Luego había unas palabras entrecomilladas del evangelio de Juan y una invitación a leer la Biblia y a que me pusiera en contacto con ellos para que me regalaran “una porción de la Biblia”. Justo al final de esta cara del papel venía el nombre de la secta, presumiblemente evangelista, que estaba detrás de todo este despliegue publicitario. Se trataba de una secta de Madrid. Venían tres teléfonos y todos eran de Madrid. Me sorprendió que no coincidiera ningún teléfono con el que venía en el billete de 200. ¿Era posible que no tuvieran nada que ver con la secta gaditana? ¿Se trataba de una secta con distintas sedes que había decidido venir a Toledo y atacar por todos los flancos? ¿Era casualidad? ¿Todas las sectas de España competían por conquistar Toledo y arrebatárselo al arzobispo de la diócesis toledana?

Vivimos malos tiempos, pero no para todo el mundo. Las oportunidades existen para los que saben verlas. Sin duda es un buen momento para los que venden estufas de exterior a los dueños de los bares, para el mercado de coches de segunda mano, para los propietarios de hospitales y colegios privados, para los empresarios que buscan mano de obra barata, y, cómo no, para los usufructuarios del territorio de las supersticiones y las religiones, ese terreno indeterminado en el que no sería nada fácil separarlas con una linde. Es el momento de los tarotistas, los quirománticos, los sanadores y los videntes. Y, sin ninguna duda, de las sectas, especialmente de las fundamentalistas, de la religión que sea.

Hay muchas personas desnortadas, con brújulas torcidas, que se creerán las indicaciones del primero al que se encuentren. La gente está dispuesta a creerse cualquier cosa, como que se puede crear empleo solo con sentido común o que nos van a sacar de la crisis los mismos que nos metieron en ella. El mundo está lleno de inocentes.