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domingo, 13 de abril de 2014

Pulgarcito rojiblanco

Estos días he escuchado o leído en las redes sociales a muchos madridistas y culés que esperan y desean que gane la liga el Atlético de Madrid. Podríamos pensar que unos y otros lo dicen porque preferirían eso antes de que la victoria fuera para su histórico archienemigo, pero no lo creo. Aparte de cierta deportividad y admiración hacia un equipo luchador y un entrenador ejemplar, debe de haber algo más. Y se me antoja que ese algo más no es otra cosa que el mecanismo de tantos cuentos infantiles en los que el ser débil e indefenso acaba derrotando a sus enemigos y triunfando frente a las adversidades.

¿No os habéis preguntado por qué en los cuentos tradicionales siempre ganan los niños, los hermanos pequeños y los débiles? Pienso ahora en Hänsel y Gretel, en el sastrecillo valiente, en la pobre Cenicienta y, cómo no, en Pulgarcito. Por no hablar de la infinidad de cuentos en los que siempre hay, curiosamente, tres hermanos que tienen que superar una prueba y en los que, contra todo pronóstico, termina triunfando el pequeño. En las historias de Las mil y una noches también aparecen muchos personajes humildes que con ingenio y picardía consiguen derrotar a los malvados, como Alí Babá o aquel pobre pescador que tuvo que engañar a un genio cruel para encerrarlo en una botella antes de que lo matara. Tampoco me quiero olvidar de la Biblia y de su mítico enfrentamiento entre el joven David y el gigante Goliat.

Es lógico pensar que los niños se identifican con este tipo de personajes y que es esta identificación lo que ha hecho que todos estos cuentos sobrevivan a lo largo de los siglos. Sin embargo, creo que no son solo los niños los que se sienten atraídos por este tipo de personajes. Lo que no saben los niños de los mayores es que en muchas ocasiones nuestra perspectiva de la realidad no es muy distinta de la suya. Los problemas del mundo nos parecen inmensos e inabarcables y nos vemos pequeños e insignificantes frente a una realidad adversa a la que no sabemos cómo enfrentarnos.

Entonces es cuando llega el Cholo Simeone y nos hace soñar, nos hace creer que Pulgarcito vestido de colchonero puede derrotar a los gigantes blancos y azulgranas, a dos manos, y a la manera de los cuentos tradicionales, en los que los personajes débiles tienen que valerse del ingenio para derrotar a los más fuertes. Así explicó el Cholo hace unos días su victoria frente al Barça: “Las guerras no las ganaban los mejores, sino los que tenían mejor estrategia”.

Ojalá este cuento tenga el final feliz que se merece. Incluso muchos de los que sufrirán con la derrota de su equipo se alegrarán y no sabrán muy bien por qué. La pena es que el fútbol solo sea un juego. Cuánta falta nos haría un Atleti, un Cholo Simeone o un Pulgarcito para derrotar a los gigantes en las urnas.

martes, 25 de junio de 2013

Qué mal pensado está el cuerpo

El cuerpo es un lastre. No digo que para todo el mundo, pero sí para los que no damos pie con bola en ningún deporte y no tenemos ni un ápice de voluntad para hacer dietas u otros sacrificios saludables.

Tengo la misma relación con mi cuerpo que la que tenía Koji Kabuto con Mazinger Z. Como Koji, voy subido en la cabeza de la máquina y desde ahí intento manejarla con la pericia de la que soy capaz, que no es mucha. Las similitudes entre mi cuerpo y Mazinger están más cogidas por los pelos, como no sea por la torpeza de mis movimientos robóticos y ortopédicos.

No es que yo rechace el cuerpo ni mucho menos, que nada tengo que ver con los ascetas, los místicos, los hare krishna y toda esa gente. Los placeres del cuerpo, por ejemplo, me resultan muy apetecibles, y no me importa confesar mis frecuentes recaídas en los pecados de la gula y la lujuria. Lo que me fastidia es el esfuerzo y el tiempo que conlleva su mantenimiento. Como me puede gustar ir en coche y, sin embargo, disgustar profundamente tener que limpiarlo o ir a pasar la ITV.

Mi cuerpo además me castiga si no le hago caso. Ahora estoy con un problema de motricidad en los brazos, una especie de adormecimiento que tiene que ver con los nervios. Es la falta de ejercicio y las muchas horas que le dedico al ordenador y a aficiones tan sedentarias como la lectura. De siempre he tenido problemas de espalda, que es donde está el origen de esta nueva dolencia. Mi médica me quería mandar al especialista, pero le he pedido unos días porque creo que sé lo que necesito. De hecho, ya estoy mejorando. Solo he tenido que ponerme a hacer ejercicio cada día. Un suplicio. Hacer deporte en solitario me aburre soberanamente. Y no, no me hace sentir nada bien. Envida cochina es lo que me provoca toda esa gente que dice que se siente mejor después de hacer deporte. A mí me da flato y agujetas y, si me descuido, esguinces.

Ojalá hubiera valido para hacer deportes en equipo o en grupo, que es la forma más entretenida de mantenerse en forma. Pero desde mi más tierna infancia me han rechazado una y otra vez hasta quitarme las ganas de volver a intentarlo. Todavía me acuerdo de los momentos previos a los partidos de fútbol en los que participaba cuando era pequeño. Los líderes de cada equipo se peleaban por mi culpa, que no por mí. Nadie quería tenerme en sus filas y todo el mundo le hacía ofertas a los contrincantes para convencerlos de que me fuera con ellos. Algunas veces llegaron a ofrecer hasta dos o tres jugadores más si yo iba en el lote. Y una vez hubo unos que ofrecieron al otro equipo jugar sin portero si yo no iba con ellos. Y eso, aunque tengas un sentido del humor a prueba de bombas, traumatiza lo suyo.

De mayor he vuelto a hacer algunos intentos de jugar en grupo. Los resultados no han sido tan humillantes, pero sí igual de decepcionantes. En los últimos tiempos lo he intentado con el pádel y he llegado a jugar de forma intermitente con mucha gente. A todos les digo que me llamen si necesitan una pareja. Quitando a mi primo Javi –que se merecería estar en los altares por ser la única persona que siempre se acuerda de mí en estos lances– nunca me ha llamado nadie. Y lo comprendo. Soy consciente de que en los deportes los hay malos, los hay peores y luego voy yo.

También es verdad que hacer deporte requiere cierta regularidad y a mí siempre se me ocurren infinidad de cosas interesantes antes que irme a correr, a nadar o a montar en bici. Y si hace frío porque hace frío, y si hace calor porque hace calor. Como en estos momentos, que probablemente estoy escribiendo esto para no salir a correr o para al menos retrasarlo en la medida de lo posible.

Tendré que salir si no quiero terminar totalmente agarrotado. El cuerpo es un tirano cruel y no perdona. Pero no quería hacerlo antes de darme el gustazo de ponerlo a parir.

Y es que el cuerpo, como es harto evidente, está muy mal pensado. Otro día os hablaré de las resacas, los michelines, las legañas, la cera de las orejas, el tufo a sobaco, los pedos, las diarreas y todo ese montón de detalles escatológicos que siempre me han hecho dudar de que el ser humano sea el ser más perfecto de eso que algunos han dado en llamar la creación.

sábado, 30 de junio de 2012

Cuando tomemos las calles

Es posible que piensen que vamos a rendirnos y que han conseguido intimidarnos. Se equivocan. Los españoles no tenemos miedo y somos voluntariosos, tercos, incansables. Puede que seamos un poco lentos, pero es un defecto que compensamos con nuestra tenacidad. Piensan que no vamos a poder acabar con ellos porque siempre ha sido así. Y se creen más fuertes por sus recientes victorias. No comprenden que las victorias pasadas no les van a servir de nada en el próximo enfrentamiento. Ni sus argucias ni sus estrategias ni sus trampas de mafiosos. A los españoles no nos gustan los tipos corruptos. Y nos da igual que hayan sido o no condenados porque sabemos que la justicia no es infalible. Lo importante es que no les tenemos miedo y que no nos intimidan sus demostraciones de fuerza. Porque a pesar de nuestras diferencias, de las rivalidades que puedan existir entre nosotros, sabemos que debemos estar unidos en los momentos importantes. Ya derrotamos en su día a los franceses para demostrarlo. Cuando todos los españoles juntos abarrotemos las calles sabrán que hemos vencido. Demostraremos al mundo que un pueblo que se une en los momentos difíciles y que lucha hasta el último momento lo puede conseguir todo. Incluso cambiar la historia. Por eso ya se pueden ir preparando los italianos. La Roja volverá a derrotarles, aunque tengamos que llegar a los penaltis, como en 2008. Porque así somos nosotros: un pueblo capaz de alcanzar cualquier logro que se proponga. De momento estamos centrando todos nuestros esfuerzos en el fútbol, pero quién sabe lo que podríamos conseguir en caso de conducir todo ese potencial al ámbito político, económico o científico. Quién sabe si no volveríamos a ser la nación que otrora tuvo un imperio donde nunca se ponía el sol. Una historia de sacrificios y éxitos nos precede. Fuimos capaces de soportar cuarenta años a un sátrapa solo para que los Borbones volvieran a reinar y nos trajeran la democracia. Hicimos una guerra civil para evitar que España entrara en la Segunda Guerra Mundial. Echamos a los franceses para devolverle el trono a Fernando VII, un rey cruel y tirano, pero que, al fin y al cabo, era el nuestro. Me atrevería a decir que somos como somos desde la Hispania romana. ¿O no es verdad que permitimos que los romanos conquistaran la Península porque queríamos ser colonizados por una cultura superior que nos convirtiera en un pueblo civilizado? A ellos les debemos aportaciones tan grandes como el derecho, la administración pública, la filosofía, la afición por hacer carreteras y puentes, el cristianismo y, por encima de todo, el “panem et circenses”. Este es el pueblo español. Y mañana, tras derrotar a Italia, cuando tomemos las calles, le demostraremos al mundo entero que –a pesar de nuestras luchas intestinas, de nuestra prima de riesgo, de nuestros cinco millones de parados, de nuestro corrupto sistema político, de la casta de políticos incapaces que nos gobiernan- somos unos triunfadores, que sabemos luchar por lo que de verdad nos interesa.

martes, 7 de julio de 2009

Odio al Real Madrid

Hace un par días iba en el coche con la radio sintonizada en un programa de deportes para enterarme de cómo terminaba el partido de Roddick y Federer cuando escuché a un comentarista afirmar que eran tan impresionantes los fichajes del Real Madrid que habían conseguido eclipsar el triplete del Barça. Tal ejercicio de cinismo me dejó estupefacto. Todos los titulares de deportes que se consiguen por victorias son merecidos. El resto son producto de la manipulación mediática y de unos intereses que no siempre están claros. Quizá los lectores, oyentes o telespectadores menos avisados piensen que el Real Madrid aparece tanto en los medios porque es muy importante, pero cualquier persona con un poco de mundo sabe cómo funcionan los engranajes capitalistas. Los medios dependen de empresas y estas empresas utilizan estos medios para sus fines económicos y políticos. Las ramificaciones económicas y políticas del Real Madrid tienen que ser apabullantes. En los diarios nacionales, siempre enfrentados por sus filiaciones políticas, ni siquiera tiene oposición. A veces da la sensación de que todos los medios trabajan para el gabinete de prensa del Real Madrid.

Mi odio al Real Madrid no viene de lejos. De hecho, de pequeño era del Real Madrid. Luego he estado casi toda mi vida en la indiferencia futbolística más absoluta. Esta fobia al madridismo es algo nuevo, que quizá lleva incubándose tres o cuatro años, pero no más. Tiene que estar ya en un avanzado proceso de gestación porque este año me he dado cuenta de que me alegro cada vez que pierde. Como a mí personalmente el Real Madrid no me ha hecho ningún mal (salvo no dejarme dormir en las largas noches de celebración de sus títulos durante los muchos años que viví en Madrid), tengo que pensar que la razón de mi aversión tiene que ser el asco que me produce ver cómo controlan todos los medios de comunicación, cómo pisotean a la competencia aunque no hayan ganado ningún título. El Real Madrid siempre es el titular, gane o pierda. Es una marca, un club que se dedica a vender camisetas y derechos de imagen de sus jugadores. Ahora ha vuelto Florentino de presidente, ese gran vendedor de merchandising. La mierda del fondo que la han vuelto a remover. Probablemente si los socios del Real Madrid pudieran ver lo que su sacrosanto club esconde en las alcantarillas girarían la cabeza asqueados. En el Real Madrid todos los presidentes tienen cara de mafiosos. Y todos los Valdanos y Mijatovics que trabajan para el club acaban teniéndola. Con la excepción de Butragueño, que nunca perdió su cara de idiota.

No soy de ningún equipo, pero ya me puedo definir, al menos, como antimadridista. No está mal a mi edad haber llegado a tomar una postura en este aspecto. De cualquier forma, en otras cuestiones que me he tomado más en serio, como la política o la religión, no he llegado mucho más lejos. Políticamente me defino así: odio al PP. Religiosamente: odio al Vaticano.

Mis colegas madridistas no tienen por qué preocuparse. Que odie al Real Madrid no significa que odie a sus seguidores. Mis amigos peperos o católicos, o ambas cosas al mismo tiempo, pueden dar fe de que no tengo ningún problema en tomarme una copa con ellos. Eso sí, si el año que viene el Cristiano Ronaldo este de los cojones y Kaká (vaya mierda de nombre) se comen los mocos en la Liga y en la Champions que se preparen para una buena ración de pitorreo.

miércoles, 24 de junio de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el fanatismo deportivo

¿De qué va esto de vivir? Yo cada día lo tengo más claro: de estar entretenido con lo que sea. Lo importante es que la vida pase sin tener tiempo de pensar demasiado. Una vez alcanzada esta cima de la filosofía de barra de bar, no queda sino hacer un ranking de las cosas que más entretienen, y aunque es verdad que los hijos, procurarse satisfacción sexual y aparcar en las grandes ciudades son actividades que absorben gran parte de nuestro tiempo, no hay como los deportes para pasar la vida entretenido y sin tener que esforzarte demasiado. Y evidentemente no hablo de su práctica. Practicar deporte es muy cansado y, si no eres un profesional, no puedes dedicarle mucho tiempo. Aparte de los riesgos que entraña: flatos, esguinces, golpes… De lo que estoy hablando es de la afición a los deportes como espectador, de ese fanatismo en ocasiones patológico que hace que la gente viva obsesionada con un deportista o con un equipo. Lo mismo da si el hincha acude a las pistas, los circuitos y los estadios para ver las competiciones en directo que si se queda en el sofá de su casa o en la barra del bar de su barrio siguiendo los encuentros por la televisión.

Por no dispersarme demasiado me centraré en el fútbol, que es el deporte que más pasiones levanta por estos pagos. Pero evidentemente los mismos beneficios aporta el fútbol a nuestra sociedad que, por ejemplo, el béisbol o el baloncesto a la norteamericana. Lo mismo da un deporte que otro a la hora de entretenerse. El hecho de que en Estados Unidos el baloncesto o el béisbol ocupen el lugar que aquí ocupa el fútbol, o que en Inglaterra el golf sea un deporte popular y masificado, demuestra que no hay unos deportes mejores que otros, sino que es cuestión de educación y costumbre, una cuestión cultural.

El deporte contribuye a la paz mundial
A veces he llegado a escuchar o leer –no me preguntéis ahora mismo dónde- que los deportes servían de válvula de escape de nuestra sociedad. Parece ser que los seres humanos (al menos ciertos seres humanos) tenemos que desfogar de alguna manera si no queremos terminar matándonos los unos a los otros. Mejor si es en altercados esporádicos y controlados que en enfrentamientos de más hondo calado. Los gastos de los cuerpos de seguridad y de los servicios sanitarios que tienen que acudir a las concentraciones deportivas, el coste de los destrozos del mobiliario urbano y el derroche que suponen los servicios de limpieza que son necesarios para devolver el lustre a una ciudad después de una celebración, no son nada comparado con el precio que tendría una revuelta ciudadana, una revolución o una guerra. En toda sociedad hay gente violenta que necesita comportarse de forma antisocial durante un rato para poder retomar la rutina diaria, los horarios, los jefes y los curros de mierda con resignación estoica. Esa gente está mucho mejor dando rienda suelta a sus sentimientos más abyectos en un partido de fútbol (ora pegando voces en las gradas, ora pegando hostias a la salida) que dentro de alguna secta satánica, de un grupo neonazi, del Opus Dei o de la kale borroka.

El deporte como agente socializador

El deporte además cumple una función social muy importante. Hace que te sientas parte de un colectivo que comparte tu misma pasión. Incluso puede servir para ensalzar el sentimiento patriótico de una nación tan desgajada como la nuestra. Es increíble que once tíos en calzoncillos persiguiendo una bola de cuero consigan más que cualquier político, que cualquier sátrapa o que cualquier ideología o religión.

El deporte como medio para triunfar en la vida

La mayoría de nuestras vidas son tan inanes e intrascendentes que necesitamos sentirnos identificados con algún ídolo para experimentar ciertos sentimientos de éxito y euforia. Lo único malo que tienen los ídolos es que, como casi todas las mascotas, suelen tener una vida muy efímera. Me refiero, es obvio, a su vida deportiva. Los ídolos solo garantizan la felicidad a corto plazo. El interés por el ciclismo desapareció el día que se retiró Induráin y solo regresó y en mucho menor grado cuando llegó Contador. Los coches solo interesaron al público cuando apareció Fernando Alonso. Las motos nos interesaron mucho antes porque teníamos a Ángel Nieto y las hemos retomado ahora porque tenemos a Pedrosa, a Lorenzo y a Bautista. Y el tenis masculino resulta mucho más interesante desde que está Nadal, mientras que, por el contrario, el tenis femenino perdió todo su encanto cuando se retiraron Arantxa y Conchita. Por eso es mucho mejor canalizar todas tus ilusiones a los colores de un club, de un equipo del deporte que sea, y si es de fútbol mejor. Un equipo es para toda la vida. Unos colores. Una afición. Una historia. Por eso mismo son más adictivos. Se perpetúan en el tiempo y crean toda una red de relaciones sociales tan fuertes en ocasiones como las agrupaciones políticas o los colectivos religiosos.

El fútbol hace el mundo más democrático
El fútbol sirve para tener de qué hablar con cualquiera: con tus colegas, con tus vecinos, con tus compañeros de trabajo, con los gilipollas que se pasan las horas escribiendo chorradas en los foros de Internet… Incluso es interclasista. El mismo interés puede tener en el fútbol una persona de buena posición social que un currito. Da igual que seas general o cadete, arquitecto o peón, médico o paciente. El deporte hace que el mundo sea más democrático y que las opiniones de unos y de otros valgan lo mismo. ¿De qué van a hablar si no las personas que no saben nada de política ni de economía ni de cultura ni del cambio climático ni de hostias en vinagre? Los deportes son el salvavidas de los hombres poco ilustrados. Todos ellos saben que el Marca siempre les proporcionará un tema de conversación que dé sentido a sus vidas. El fútbol es lo más socorrido. De fútbol puede opinar cualquiera. Porque, seamos serios, en el fútbol todo es relativo, cuestionable y discutible.

Nuestro equipo es el reflejo de nuestra personalidad
Alguien estará pensando que hay personas que son hinchas de equipos que ganan trofeos en muy contadas ocasiones, como, por ejemplo, los del Atleti. Estoy seguro que estos individuos responden a un perfil psicológico parecido. Probablemente son personas un poco masoquistas o de esas que no dejan de ponerle pegas al mundo, personas críticas, comprometidas y un poco pesimistas. La diferencia entre el mundo y un equipo de tres al cuarto es que en este último sí podemos buscar responsables del fracaso: el entrenador, los jugadores, los árbitros… Y eso reconforta. Probablemente también son personas pacientes, de las que saben esperar a que llegue su momento de gloria, ese día en que su equipo consigue un gran trofeo y provoca la catarsis colectiva. Esos triunfos saben mejor que los del gigante merengue. Es la victoria de David sobre Goliat, el triunfo de Pulgarcito y de todos los seres desvalidos que salen victoriosos en los cuentos tradicionales.

También se podría hacer un patrón psicológico de los seguidores de los equipos grandes. Seguro que son personas más acomodaticias y sencillas, el tipo de persona a la que le gusta conseguir las cosas fácilmente y sin esforzarse. De cualquier forma, no creo que sean mejores unos seguidores que otros. Lo que me parece estupendo es que el fútbol ofrezca alternativas distintas para todos los tipos de personas.

Hay más tipologías humanas dentro del fútbol. De una forma o de otra influye en todo el mundo. No me olvido de los que solo se interesan por la selección nacional o de los que, como yo, no tienen ninguna predilección y siempre están haciendo rabiar a unos y a otros cuando pierden sus respectivos equipos. Hace poco, un buen amigo, que tampoco es seguidor de ningún equipo de fútbol, me decía que somos unos desgraciados porque no podemos formar parte de esos sentimientos tribales y colectivos que experimentan domingo a domingo muchos de nuestros amigos y conocidos. Y parte de razón tiene. Los dos hablamos mucho de tenis y somos seguidores de Nadal. Ahora que está de baja nos hemos quedado sin entretenimiento. Los deportes de equipo, sin embargo, siempre tienen repuestos. Y todas las semanas tienen partido.

Corolario

El fútbol es un deporte tan importante que incluso a mí -que no soy de ningún equipo ni se me pone dura con la selección- me interesa. No le dedico mucho tiempo pero procuro enterarme, normalmente por el telediario, de lo que se está cociendo. El fútbol es el termómetro que indica el estado de ánimo de una sociedad. O mucho mejor, es el termostato que regula su funcionamiento. Estoy seguro de que este año de crisis ha sido mucho menos duro para los seguidores del Barça gracias al triplete. Me gusta que la gente esté contenta. Cuando gana el Barça, me acuerdo de mis amigos del Barça y me alegro por ellos. Y cuando gana el Madrid, el Atleti o cualquier otro, me pasa lo mismo. Cuando los de la Roja se convirtieron en campeones de Europa salí a la calle a celebrarlo. Sobre todo porque quería ver a todo el mundo por una vez feliz, aunque fuera sólo por un rato. La felicidad, como algunas enfermedades, es algo contagioso. Lástima que sea un virus transitorio y efímero.