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domingo, 28 de diciembre de 2014

Optimismo

Quién nos iba a decir hace solo unos meses que 2015 se iba a presentar con una cara tan amable, tan cargado de ilusión y alegría. Lo hemos pasado mal y ha sido duro, pero por fin hemos salido de la crisis. Esta vez de verdad. Ahí están los indicadores macroeconómicos que demuestran que lo peor ha pasado y que lo mejor está a la vuelta de la esquina. Casi se puede oler ya esta nueva era de prosperidad que nos espera después de las doce uvas. Es como si la primavera se hubiera anticipado y todas nuestras esperanzas volvieran a florecer con bríos renovados.

Se acabaron las manifestaciones, las huelgas y las protestas en general. Y no por el miedo a la mal llamada ley Mordaza, sino porque no habrá ninguna justificación para rodear el Congreso, tomar las plazas o invadir las calles inopinadamente. A nuestro querido presidente del Gobierno no le cabe ninguna duda y a la prensa más objetiva e imparcial tampoco. Ahí están periodistas de raza como Francisco Marhuenda para certificarlo. Muchos de los que se han metido con él durante estos últimos años deberían pensar en ir pidiéndole disculpas, que la realidad, que es obstinada y pertinaz, ha terminado dándole la razón. Este prohombre del periodismo, que nunca flaqueó y que, contra viento y marea, siempre mantuvo su fe en el Gobierno, nos ha dado una gran lección de la que tendríamos que sacar muchas conclusiones.

Sí, ya sé que muchos de vosotros aún sois escépticos y que creéis que el Gobierno intenta tomarnos el pelo. Seguro que me vais a decir que sigue habiendo gente rebuscando en los contenedores, que hay colas interminables en los comedores sociales, que continúan los desahucios, que el paro apenas ha bajado y que mucha gente que trabaja no gana ni para comer. Todo eso no se puede negar, pero lo único que sucede es que no sois capaces de ver más allá de vuestras narices porque los árboles os impiden ver el bosque. ¿Es que no os dais cuenta de que todo eso no es sino el rastro que deja a su paso la tormenta? Pero no hay que perder la calma porque la tormenta ya pasó y España es un ave fénix que está resurgiendo de sus cenizas, mal que les pese a los agoreros. Ahí tenéis los irrefutables e impepinables indicios que lo demuestran. Se acabaron los recortes. El Gobierno acaba de elevar en tres eurazos el sueldo mínimo interprofesional y ha subido las pensiones un 0,25%. No hay más ciego que el que no quiere ver.

Con un poco de paciencia muy pronto veremos los frutos granados de la nueva reforma educativa. En 2015 se implantará en secundaria y seguro que es todo un éxito. Puede que incluso esta sea la oportunidad para que Froilán se saque por fin la ESO y emprenda una exitosa carrera como promotor de fiestas en la Joy. El PP siempre se ha preocupado mucho por ofrecer oportunidades a la juventud con inquietudes. Solo hay que fijarse en lo bien que se han portado con el Pequeño Nicolás. Qué bonito sería que el PP convocara el próximo curso las becas “Pequeño Nicolás” para jóvenes emprendedores.

Y se acabó la preocupación ciudadana por la corrupción. Que sí, que ha existido, eso no lo vamos a negar. Pero es una lección aprendida de la que solo quedan ciertos remordimientos y el propósito firme de no volver a repetirlo. Con solo ver la nueva ley de transparencia del PP queda claro que ellos, especialmente, han quedado totalmente escarmentados. Puede que en el pasado hayan estado más pringados que el resto, pero por eso mismo también han sido el primer gobierno que ha tomado medidas drásticas para extirpar la corrupción de raíz. Ningún partido como el PP a la hora de colaborar con la justicia y dejar que los jueces actúen con rigor e imparcialidad.

Pero como de desagradecidos está el mundo lleno, seguro que hay por ahí gente que les pone alguna pega. Pues no pasa nada, que para eso vivimos en democracia, disfrutamos de un Estado de derecho y podemos manifestar libremente nuestras preferencias en las urnas.

Para todos los quejicas, el 2015 trae un montón de elecciones democráticas en las que habrá opciones estupendas para todos. ¿Que eres de poca aventura pero estás desencantado del PP? Pues ahí tienes al UPyD de Rosa Díez y a los Ciudadanos de Albert Rivera, que no son ni de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario pero al revés, que no es lo mismo.

¿Qué eres un nostálgico de la izquierda de toda la vida porque te gusta el olor a naftalina y la moda vintage? Pues ahí están Pedro Sánchez y Alberto Garzón, que vienen a ser lo mismo que cuando cambiaron el dibujo del bote del Cola Cao y dejaron dentro el producto de toda la vida, que la gracia del Cola Cao auténtico está en que haga grumos para comértelos a cucharadas antes de apurar la leche. Las cosas que están bien no hay por qué cambiarlas.

Pero que no se preocupen los amantes de las novedades, que 2015 les tiene reservadas grandes emociones. De hecho, todo apunta a que Podemos puede ser la gran sorpresa electoral. Multitud de fenómenos paranormales y algunas encuestas del CIS parecen anunciar que Pablo Iglesias se hizo hombre para derrotar a la casta y redimirnos a todos de la tiranía de los banqueros y los grandes empresarios. Que nadie dude de él, que, si las circunstancias lo requieren, convertirá el agua en vino y multiplicará los panes y los peces.

Solo preveo un mal año para los nacionalistas e independentistas. En cuanto los catalanes y los vascos vean lo bien que nos va, no habrá ni uno que quiera irse de aquí. A lo mejor tendríamos que hacer un referéndum a nivel nacional para decidir si les damos la patada y nos los quitamos de encima. Aunque solo fuera para darles un susto y echarnos unas risas.

Y es que lo de votar está bien, pero dentro de un orden. ¿O es que acaso nos ha hecho falta votar para tener un monarca cojonudo? Hay cuestiones que más que democracia lo que requieren es una buena estrategia de jugador de ajedrez. Para dar jaque a sus hermanas, a la tonta y a la listilla, solo tuvimos que mantener una ley de sucesión que las descartaba por ser mujeres. ¿Acaso alguien protestó por un caso de discriminación tan palmario? Pues no. Porque Felipe era el heredero que a todos nos gustaba: alto, guapo, educado, romántico… Resumiendo, un príncipe de esos que salen en los cuentos. Y listo donde los haya. Ni se os ocurra jugar con él al Tabú, que es un crack. El otro día se tiró quince minutos hablando en televisión y no dijo ni una de las palabras prohibidas.

En 2015, hasta la Iglesia va a parecer otra. Se acabaron los escándalos de pederastia y las sectas sicalípticas. El papa Francisco exorcizará todos los males de su grey y la dejará más inmaculada que recién salida del confesionario. Ya era hora de que llegara un papa que se pusiera de parte de los pobres. Seguro que pronto empieza a subastar las riquezas del Vaticano para dar de comer a todos los necesitados del planeta. Su humildad nos ha dejado a todos pasmadísimos, y no solo porque sea papa sino muy especialmente por tratarse de un argentino. Nunca habíamos visto algo así. No me extrañaría que más pronto que tarde renunciara a su cargo de jefe de Estado y convirtiera la teocracia vaticana en una comuna anarquista.

¿Y qué me decís de Estados Unidos? Obama ha terminado con el bloqueo a Cuba y se supone que por fin cerrará Guantánamo. No me parece poco. Aunque tengo que reconocer que el panorama internacional sí me tiene algo preocupadillo. Sigo viendo muy cabreados a los yihadistas y supongo que el problema no tiene fácil solución. Es gente que se queja de vicio y eso tiene mal arreglo. No sé a qué viene tanta mala hostia con lo bien que les va. Cada vez controlan más territorios y ya tienen hasta califa y todo. Fíjate que me da que 2015 para ellos no va a ser mal año.

En fin, espero que todos mis buenos augurios se cumplan y que 2015 os dé a todos lo que os merecéis.

sábado, 15 de febrero de 2014

De esas veces

De esas veces, ya sabéis, que se te junta todo. Porque tienes la casa patas arriba, la compra sin hacer y dos bombillas que cambiar. Y tienes además que llamar al técnico para que te arregle la bomba de calor, que murió hace un par de días. La visita al banco la llevas retrasando un par de semanas y deberías ir cuanto antes si no quieres que se te pase la fecha. Un colega tuyo espera que le llames porque le prometiste que le ibas a ayudar a no sé qué una de estas tardes. Pero tienes un montón de curro atrasado, que parece que cría y se multiplica: temas que preparar, libros que leer, exámenes que corregir… Para colmo, tu madre te llama y te dice que tienes que pasarte a verla porque le tienes que cambiar unos enchufes y colocar no sé qué mueble. Cuelgas el teléfono y el gato te dice miau. Te recuerda que hace al menos diez días que deberías haberlo llevado a que lo vacunaran.

Me suele pasar entonces una cosa curiosa: me bloqueo, me descoloco, me siento desconcertado y no sé por dónde empezar. Y me dejo caer en el sofá, dando gracias al cielo por no tener hijos. Enciendo la televisión y me pongo a zapear haciendo un tour absurdo por la ruta de la TDT, tan rápido que no llego a enterarme bien de lo que dan en ninguna cadena, hasta que encuentro la mayor basura, la que menos exija pensar, a ser posible algún deporte, y me dejo llevar por la imparable y sinuosa corriente del tiempo.

Supongo que ahora estoy en una de esas veces, aunque no por el curro atrasado ni por las tareas domésticas ni por los compromisos ineludibles. Me pasa con toda esta mierda que me rodea, un país inundado de mierda hasta los bordes en el que hay tanto que hacer, tantos frentes abiertos, tantas ignominias que combatir que desde hace más de un año me siento bloqueado, descolocado, desconcertado, sin saber por dónde empezar.

Mis momentos de bloqueo por asuntos domésticos pueden durar uno o dos días, pero siempre terminan de manera abrupta, intempestiva, cuando comprendo que me voy a meter en un lío, que las tareas me siguen esperando y que va a ser peor si no hago nada. Es entonces cuando arrojo el mando de la televisión donde no pueda encontrarlo, me incorporo decidido, con energías renovadas, y de forma ordenada y planificada resuelvo todos y cada uno de los problemas que me habían tumbado.

Por esto es por lo que pienso que en cualquier momento saldré de mi letargo y haré algo.

Pero no me engaño demasiado. A veces me confieso que no me siento bloqueado, descolocado, desconcertado, sino noqueado.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Psycho

La primera vez creí que todo acabaría largándome de allí, cambiándome de casa y alejándome de aquel lugar maldito. No fue fácil tomar la decisión. Antes de llegar a ese punto hubo muchas noches insomnes y muchas dudas, y estuve muchos meses buscando otra salida que no fuera huir de allí. Pensé incluso en ir a la policía, aunque terminé descartándolo porque suponía lo que me iban a decir. No ignoraba que el tipo que me acosaba y me aterrorizaba aún no había hecho nada ilegal. Sabía bien lo que hacía y hasta dónde podía llegar para que no pudiera echarle encima a los agentes del orden.

Recuerdo, como si se tratara de la escena de una escalofriante película de terror, el momento en el que desperté en mi nueva casa y comprendí que todo había sido en vano. Era domingo y había terminado de hacer la mudanza el día anterior. Ni un día de tregua me había concedido. Le escuché claramente al otro lado de la pared, en el piso contiguo. No tuve ninguna duda de que se trataba de él. Me tiré varias horas sin salir de la cama, llorando de impotencia. Me sentía totalmente inerme y vulnerable frente a aquel obseso que me perseguía.

Pero no me rendí. Madrid es una ciudad grande y pensé que debía de haber algún sitio donde poder esconderme. Por eso cambié de piso cuatro o cinco veces más. Las mudanzas, los pisos y las calles se confunden en mi memoria. En una ocasión creí haberle dado esquinazo. Fue la vez en la que más sufrí. Llegué a hacerme ilusiones. Durante varias semanas no apareció y eso hizo mucho más duro el desengaño aquel sábado de primavera en el que supe que había vuelto al escuchar sus pasos, esta vez en el piso de arriba, y el ruido de los muebles que arrastraba.

Aun sabiendo que no serviría de nada, terminé yendo en un par de ocasiones a hablar con la policía. Se mostraron comprensivos y dijeron que me entendían, pero me explicaron que no podían hacer nada hasta que aquel tipo cometiera algún error y cruzara la delgada línea que separaba sus insidiosos actos del crimen.

Desesperado, sin saber qué hacer, cambié de ciudad. Me fui lejos de allí, a escondidas, casi a hurtadillas, dando un largo rodeo para que nadie pudiera saber adónde iba y mirando constantemente por el retrovisor para estar seguro de que nadie me seguía.

No me sirvió de nada. No sé cómo pero tengo la sospecha de que esta vez ni siquiera me siguió. Cuando llegué, ya me estaba esperando.

Ahora vivo en un estado entre la angustia y la resignación mientras resto los días que inexorablemente me conducen a un nuevo fin de semana. Porque allí está él, mi torturador, cada sábado, cada domingo, a primera hora de la mañana, taladrando paredes y dando martillazos, sin descanso, con inquebrantable obsesión de psicópata que nunca se rinde.

A veces me meto debajo de las sábanas y me tapo la cabeza con la almohada esperando que cesen los golpes y el ruido inmisericorde del taladro, deseando con todas mis fuerzas que desaparezca ese tipo, que se volatilice para siempre como si no hubiera sido nada más que un mal sueño. Pero sé que me engaño a mí mismo, que estoy despierto, que no hay escapatoria y que esto no es una salida.

sábado, 23 de febrero de 2013

Dimitir


Pues aunque en este país no dimite nadie, yo me paso los días dándole vueltas a la idea de dimitir. Y más que a la idea de dimitir, que la tengo clarísima, a la forma de hacerlo. No estoy hablando de mi trabajo. Soy docente por vocación y, aunque las condiciones son cada vez más lamentables, no se me alcanza otra forma de ganarme la vida en estos momentos. También dimitiría si pudiera, que el que no dimite cuando se están haciendo las cosas mal, aunque no sea el responsable del desastre, si lo acepta, se convierte en cómplice. Pero para presentar ciertas dimisiones lo primero que hace falta es tener dinero o alguna alternativa, y no es mi caso. Como decía antes, no es al cargo de profesor al que quiero renunciar, sino al de ciudadano tonto del culo, que vaya usted a saber cómo terminé asumiéndolo un buen día.

Y es ahí donde empiezan los problemas. Porque como no sé ni dónde ni cuándo ni de qué manera adquirí la condición de ciudadano tonto del culo, no sé ni dónde ni cuándo ni de qué manera tendría que presentar mi solicitud de dimisión. Ni mucho menos a quién.

Sorprendido, a la par que admirado, me dejó hace unos días Benedicto XVI, que fue capaz de presentar su dimisión al mismísimo Dios. Era una gestión difícil, pero él al menos sabía quién lo había nombrado. Y aunque no le habrá contestado, debe de ser que en este caso el silencio administrativo es positivo. Los hay con suerte.

Creo que me voy a acercar a la manifestación que convoca hoy Marea Ciudadana a ver si entre tanta gente con ganas de dimitir a alguien se le ocurre alguna forma de hacerlo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Piso compartido


Durante muchos años compartí piso en Madrid. Fueron unos años de mucho trajín, especialmente en mi época de estudiante. Por una u otra razón siempre andaba cambiando de piso o de compañeros, algunos de ellos tan disparatados como entrañables.

Sin mitificar ni mixtificar el pasado, fueron tiempos muy divertidos. Pero no siempre y a todas horas. Después del cachondeo y las risas había que convivir y respetar el descanso o el trabajo de los otros, y había que pagar las facturas y el alquiler, y, especialmente, había que limpiar. Y cuando alguno no cumplía con sus obligaciones, la cosa dejaba de tener gracia.

Por eso en nuestro pequeño y a veces absurdo micromundo tuvo que entrar la ley y el orden en forma de correctivos y multas. Las más habituales eran las de limpieza. A veces tan laxas que hubo que cambiar la legislación en sucesivas reformas. Siempre para endurecerla, que había quien prefería pagar la multa a limpiar.

Con esos pequeños ajustes conseguíamos que las multas fueran efectivas y sirvieran para que cumpliéramos religiosamente con la limpieza semanal, que nunca hubo afán recaudatorio en nuestras penalizaciones. Eso por regla general. Algún compañero caradura tuve que se las ingenió para burlar las sanciones y no cumplir con su tarea. Por ejemplo, sustituyendo la limpieza semanal por una simulación en la que lo más normal era que la mierda terminara debajo de los sofás y de las alfombras.

Por culpa de uno de estos caraduras en una ocasión tuvimos que convocar el Consejo de Estado del piso, que ya se sabe que una puta jode a un pueblo entero. En aquel cónclave acordamos soluciones drásticas y castigos ejemplares para los reincidentes o para aquellos que hicieran al resto alguna putada de las gordas. A ver, no era lo mismo que alguien no limpiara y que en los bajos del sofá hubiera un universo paralelo con seres monstruosos e inquietantes que ir a llamar por teléfono y descubrir que nos lo habían cortado, y más si era porque el compañero que tenía que ir a pagar la factura se había gastado el dinero del teléfono en una fiesta loca de fin de semana. Putadas como esas merecían un castigo de dimensión inquisitorial.

El eslogan de la campaña que por entonces tenía la DGT en la televisión nos sirvió de inspiración: “Las imprudencias se pagan. Cada vez más”. Desde ese día quien hacía una “imprudencia” en perjuicio de la comunidad se arriesgaba a que se reuniera un consejo de guerra para juzgarle y condenarle de forma sumarísima. Otro día contaré las imaginativas condenas que tuvieron que padecer los que osaron sobrepasar las líneas rojas que acordamos entre todos.

Yo era de los que no solía saltarme las normas, con la excepción de algún que otro retraso sin mucha importancia en la limpieza semanal. Ya entonces era un tipo responsable, aunque no muy exigente. Tampoco creáis que andaba pasando el algodón como el mayordomo del anuncio y persiguiendo a mis compañeros de piso como si fueran mis siervos. Ni quería vivir en un palacio impoluto ni en una asquerosa pocilga. Resumiendo, que era poco exigente, pero de los que se mosqueaban si alguien no cumplía los mínimos.

Que te toque en suerte el rol de responsable en una comunidad es una putada, pero los que somos así normalmente no podemos evitarlo. Hasta que un día te hartas y lo mandas todo a hacer puñetas. Porque los que somos responsables no somos gilipollas y da mucho por culo ver cómo hay otros que no cumplen con las normas y viven tan ricamente, felices y despreocupados. Es entonces cuando te das cuenta de que eres un pringado y piensas, joder, por qué tengo que estar yo preocupándome por todo y comiéndome la cabeza. A la mierda todo, a la mierda y que le den. Me cago en el día en el que se repartieron los papeles y me tocó el de policía, que no tengo yo por qué estar diciéndole a nadie lo que tiene que hacer.

Esto sucedió varias veces, pero recuerdo especialmente una. Uno por uno, todos los compañeros de piso, fuimos dejando de hacer nuestra parte de la limpieza semanal. Pues si este no limpia, yo paso. Pues que os den, yo tampoco limpio. Pues muy bien, a tomar por el puto culo.

Los suelos estaban tapizados de mierda y pelusillas. Una pátina de polvo cubría todos los objetos, con la excepción de los ceniceros, que apenas se veían debajo de las montañas de colillas. Sobre las baldosas del cuarto de baño una sustancia viscosa hacía que las zapatillas se pegaran en el suelo a cada paso. El inodoro, de un color indeterminado, desprendía un olor nauseabundo. Los churretones del espejo apenas te mostraban el trocito justo de cara para poder afeitarte. En las habitaciones, la ropa, los libros y los desechos de cualquier tipo estaban desperdigados por todas partes. Y tanta mierda se llegó a acumular en el suelo de la cocina que me planteé seriamente ararlo y sembrar unas patatas. Los cacharros colmaban el fregadero y solo recibían un chorro de agua de urgencia cuando había que usarlos y no quedaban otros por ensuciar. Las bolsas de basura, rodeadas de escuadrones de afortunadas moscas que al fin habían encontrado la tierra prometida, se amontonaban en un rincón sin que nadie quisiera ser el rajado que echara a perder nuestro prometedor e imparable complejo de Diógenes.

Aguantamos lo que pudimos en aquella insalubre situación. Y aunque durante unos días ver cómo se acumulaba la mierda nos hizo cierta gracia llegó un momento en el que no pudimos más. Así fue como, antes de que tuviéramos que llamar a alguna ONG para pedir que nos vacunaran contra la malaria y el tifus, volvimos a reunir el consejo de Estado.

Como nadie quería limpiar aquel estropicio porque todo el mundo culpaba a los demás de lo que había sucedido, decidimos jugarnos a las cartas la limpieza. Hicimos un campeonato de mus y afortunadamente hubo justicia y perdió el que había empezado con todo aquello. Pero no importa la solución coyuntural de aquel desastre, sino que después volvimos a retomar el orden y las multas, y comprendimos que estaba bien ser responsables en la parte que nos tocaba de nuestra pequeña sociedad, y que teníamos que esforzarnos para que aquello no volviera a suceder.

Se me viene a la cabeza todo esto porque veo cómo nuestra sociedad se va a la mierda y, a pesar del éxito de las manifestaciones de ayer, me doy cuenta de que muy poca gente se esfuerza para evitarlo.


Hasta hace poco participaba en todas las huelgas que se convocaban, pero ya me he cansado. Para mucha gente la de ayer ha sido su segunda huelga en los últimos años. En el sector de la educación de Castilla-La Mancha la de ayer era una huelga más que se sumaba a todas las que llevamos. Y reconozcámoslo, el seguimiento de las huelgas en mi comunidad autónoma es muy bajo, incluso en educación, un sector de los más castigados por los recortes. Nada tiene que ver lo que pasa en Toledo, que es donde vivo, con lo que pasa en Madrid o Barcelona, que son esos lugares donde pasan cosas que luego echan por la tele. Esa ha sido la razón de mi renuncia. Cada vez que hacía huelga y veía el poco seguimiento que tenía y que mis sacrificios eran inútiles por la inconsecuencia de mis compañeros, me frustraba, me cabreaba y me juraba a mí mismo que era la última vez. Y esta vez ha sido en serio. Que les den a todos. Si esto es lo que quieren, estupendo. Estoy harto de ser el responsable, sobre todo cuando hay muchos otros que tienen mucho más que perder que yo. Y si a ellos no les importa nada vivir en esta sociedad de mierda, a mí, sinceramente, tampoco.

A lo mejor solo es cuestión de dejar que la mierda se siga acumulando hasta que llegue un momento en que no podamos respirar. Entonces tendremos que hacer algo. Todos juntos. O al menos la gran mayoría.

Sé que esto suena a excusa por no haber hecho la huelga de ayer. Nada más lejos de mi propósito. No me siento obligado a justificarme ante los demás. He pensado en no escribir sobre esto en mi blog y he llegado a la conclusión de que no hacerlo sería como si me avergonzara de mi decisión. Y si otras veces he contado aquí mi participación en huelgas, creo que es justo hacerlo también en este caso.

La única pretensión de este post es explicar el hastío que me produce ver que somos siempre los mismos tontos los que vamos a las barricadas mientras los otros echan por tierra todos nuestros esfuerzos. Sé que ahora parece que soy yo el que está en el bando de los esquiroles, y es verdad, y de alguna forma me jode –no creáis que ayer me sentí a gusto trabajando-, pero en el otro bando, el de los idealistas, hace tiempo que me siento ridículo. ¿Que me estoy haciendo mayor? Eso sí es posible. No lo niego.

He publicado estos pensamientos a toro pasado porque no quería convencer a nadie de mi postura. Puede que no sea la mejor. Solo sé que es la mejor para mi estado de ánimo actual. Tampoco quería que Alicia, mi mujer, que no está nada de acuerdo con mi decisión de no hacer huelga, o mis amigos progres e idealistas, que son los más, me echaran la bronca por desmotivar a los huelguistas, que tienen todo mi respeto y mi admiración.

martes, 28 de agosto de 2012

La vuelta al cole

Llamadme raro, pero a mí siempre me gustó la vuelta al cole. Me encantaba ir a la escuela. Allí estaban mis amigos. Allí sucedían cosas interesantes. Allí hablábamos de todo y ampliábamos nuestro mundo. Allí nos contaban historias sorprendentes y nos enseñaban a hacer esto y aquello. A mí me gustaba mucho aprender. Ni los gilipollas que hay en todos los colegios y que a veces me querían pegar a la salida, ni las lecciones soporíferas, que también las había, ni algunos maestros educados en el franquismo que todavía pegaban o insultaban a los alumnos consiguieron quitarme las ganas de ir a la escuela.

Y en el instituto me pasó otro tanto de lo mismo. Me gustaba ir a clase incluso para poder hacer novillos algunas veces. Los idiotas que pululaban por allí nunca me quitaron las ganas de empezar el curso, ni los malos profesores, ni las asignaturas que me fastidiaban, ni la puñetera selectividad. Llamadme empollón si queréis, pero a mí me gustaba ir al instituto. Y cuando terminaban las vacaciones de verano, más.

Muchos años más tarde, un buen día, pude volver al instituto como profesor. Recuerdo que me sentía pletórico por empezar otra vez un nuevo curso. Y ninguno de los años que llevo dando clase me ha importado que se acaben las vacaciones. Llamadme tonto si eso es lo que os parezco. Ni mi poca afición por madrugar, ni los alumnos más problemáticos, ni las generaciones más desmotivadas, ni las clases más conflictivas, ni los padres más beligerantes me han quitado nunca las ganas de impartir mis clases.

Y es ahora, después de casi diez años como docente, la primera vez que experimento un rechazo fuerte a la idea de volver a clase. Solo de pensar que faltan tan pocos días para volver de nuevo a las aulas me da mal rollo. Es la resaca del último curso, el recuerdo de las huelgas y las manifestaciones, de la angustia al ver cómo desaparecen recursos, cómo la precariedad económica a veces te escamotea hasta unas fotocopias, o te deja sin calefacción, o sin celo. Es la sensación de impotencia al darte cuenta de que están quitando apoyos a los alumnos con más necesidades, al ver las clases abarrotadas, al contemplar impotente cómo a miles de compañeros interinos los echan a la calle sin contemplaciones después de haber dedicado muchos años de su vida a la enseñanza.

Por todo esto y por lo que está por venir -temo que este curso será mucho peor que el anterior- es por lo que por primera vez en mi vida no tengo ganas de volver a clase. Lo que no consiguieron los gilipollas de la escuela, ni los asquerosos maestros franquistas que resistían en los años de la Transición, ni las asignaturas que detestaba, ni la selectividad, ni los alumnos problemáticos, ni las clases conflictivas, lo ha conseguido María Dolores de Cospedal en poco más de un año de gobierno y solo trabajando media jornada en Castilla-La Mancha, que Génova absorbe lo suyo. Gracias a ella puedo, por fin, hacerme una idea de lo que sienten esos compañeros que se dan de baja por depresión. De ella es todo el mérito. No era un reto sencillo desanimarme y ella, con y sin peineta, lo ha logrado. Pido un fuerte aplauso por esta esforzada gobernante que pronto podrá decir, a ciencia cierta, que la educación pública es una mierda y que hay que apostar por la privada. No se equivocará, que sus desvelos le está costando que sea así. Puede llamarme impertinente si le parece.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Oiga, doctor

Yo creo que no estoy bien, doctor, que cada vez estoy peor. Una cosa es ser parte de las minorías en algunas estadísticas y otra, pensar siempre al revés. O todo el mundo está gilipollas o es que el gilipollas soy yo, que es la hipótesis más probable. Por eso estoy aquí, doctor. Me preocupa la relación dialéctica que existe entre la realidad y yo. Me explico. Nunca he sido de pensar como todo el mundo, eso es cierto. De hecho, no han sido pocas las veces que he terminado pensando lo contrario de lo que yo mismo pensaba. Sin embargo, nunca me pareció nada grave. Las veces que estaba en desacuerdo por las que estaba a favor. Por otra parte, mis periodos de inadaptación tenían una duración variable, pero siempre breve. A esta nueva crisis no le veo el final. Y nada de lo que sucede está en sintonía con lo que pienso. Todo lo veo al revés que el resto del mundo. Y no es que tenga ganas de discutir ni mucho menos. Tengo que reconocer que en otros momentos de mi vida disfrutaba llevándole la contraria a los dogmáticos, aunque solo fuera por pasar el rato, pero esa etapa ya pasó. Ahora lo que me gustaría es ser como todo el mundo y formar parte, aunque solo fuera de vez en cuando, de las mayorías. Creo que así sería más feliz. La teoría es fácil. Llevarlo a la práctica es otra cosa. Puedo disimular e incluso llevarle la corriente a la gente, pero no puedo evitar pensar lo que pienso, que es lo que verdaderamente me atormenta. Si quiere, puedo ser más concreto, aunque ya le he dicho que me pasa con cualquier tema que me plantee. Por ejemplo, lo del príncipe Guillermo. No es que me parezca una tontería perder el tiempo comentando los pormenores de una boda -cómo van los novios, qué vestidos llevan las invitadas, cuántas personas van al convite…-, que eso es lo que se hace en mi pueblo en cada boda que hay. No es eso. El problema es que no puedo aceptar que existan las monarquías, ni la británica ni la nuestra ni ninguna. O lo del País Vasco, que no es que me gusten a mí los etarras ni mucho menos, pero escucho a las partes en el tema de la legalización de Bildu y no me cabe en la cabeza que puedan ilegalizar ese partido. Si tienen en sus listas a algún delincuente, que lo detengan, que lo juzguen o que le prohíban presentarse a las elecciones, pero si no es así y en sus bases hay un rechazo explícito a la violencia, no sé por qué hay que pensar que todo es una maniobra de ETA. ¿Dónde se queda la presunción de inocencia? Si hay sospechas, lo que tienen que hacer nuestros cuerpos de seguridad es vigilarlos de cerca y esperar que cometan algún error. En nuestro pasado reciente ya se habló de unas armas de destrucción masiva que finalmente no existían para justificar la invasión de un país. No volvamos a cometer los mismos errores. Es posible que parte de la izquierda abertzale quiera optar por una vía pacífica. No digo que lo crea. Solo digo que es posible y que no los puedo criminalizar a priori. Y lo de que el ejército de Estados Unidos haya ajusticiado a Bin Laden con técnicas propias de la mafia me parece una atrocidad. Ese es el principio de la barbarie. Ya es que ni siquiera guardan las formas. La desfachatez galopante del Gobierno estadounidense es muy preocupante. Con Sadam Husein al menos se molestaron en hacer el paripé en un juicio de pega. Lo del pueblo americano también tiene tela. Que todavía me acuerdo de lo ofendidos que estaban cuando aparecieron imágenes de palestinos celebrando el ataque terrorista al World Trade Center. Y todo para haber terminado haciendo ellos lo mismo al enterarse del asesinato de Bin Laden. Luego está lo de Juan Pablo II, que es de traca. Porque que yo piense que era un ser malvado y peligroso puede ser una opinión. Pero que, para hacerlo beato, se inventen que una monja rezó a Juan Pablo II y se le curó el parkinson me parece tan forzado que no me serviría ni para un sketch de Muchachada Nui. La cobertura mediática del evento, por otra parte, me pareció un insulto a nuestra inteligencia. Y en lo del clásico o los clásicos del Real Madrid y el Barça ya rizo el rizo, que tan mal me ha parecido el juego sucio del Madrid como el teatro del Barça. Ahora, lo que no se entiende es que el Madrid propale la idea de que todos los árbitros de España están contra ellos. Bien saben los directivos del Madrid que los árbitros no se pueden comprar, que si se pudiera, ya tendrían ellos un par de docenas. Y si el fútbol le parece a la gente un deporte polémico e injusto, que se pasen al tenis, que hay ojo de halcón. ¿Se da cuenta de cómo estoy, doctor? Podría tirarme así toda la tarde. Dígame cualquier cosa que opine la mayoría y ya verá como le doy la vuelta. Sí, sí, lo de las elecciones también. Pienso que deberían perder los que las van a ganar. Y no porque crea que tengan que ganar los otros, que también pienso que deberían perderlas. Ya le digo que mi manía contradictoria está en una fase avanzada y me temo que irreversible. Y lo lamento. En otros tiempos me gustaba alimentar la controversia y discutir por discutir. Era para mí algo entre una religión y un deporte. Pero estoy cansado. Ahora me gustaría ser como aquel tipo del chiste al que le preguntaron por qué era tan viejo.  El hombre respondió que era porque nunca le llevaba  a nadie la contraria. No contento con la respuesta su interlocutor le espetó: “No será por eso”. Y el buen hombre convino: “Pues no será por eso”. Así querría ser yo. Sí, ya sé que no hay ningún medicamento que pueda curarme. Yo estaba pensando en la lobotomía. ¿Qué me dice de esa posibilidad, doctor?

viernes, 25 de marzo de 2011

La primavera trompetera

La primavera trompetera ya llegó y la verdad es que me siento maravillosamente bien.  Después de un invierno con distintas, sucesivas y fastidiosas afecciones, estaba deseando que subieran las temperaturas y llegara el buen tiempo. Por fortuna, alergias no padezco.
Tampoco me afectan mucho las alteraciones hormonales que desequilibran nuestra libido por estas fechas. Mi  vida sentimental y sexual fluye sin sobresaltos y eso me gusta. Me permite tener la mente despejada y puedo centrar toda mi atención en los libros, la música, las películas y las pocas cosas que de verdad merecen la pena.
Afortunadamente tengo trabajo. Sé que lo que he sembrado en el instituto en el que doy clases no va a brotar con fuerza y que la cosecha será pésima, pero me da igual. Contaba con ello. Normalmente voy a trabajar con muchas ganas y pocas esperanzas, casi como si realizara un acto poético.
La primavera también tiene sus cosas. Para empezar, la Semana Santa. Aunque desde que decidí ignorarla tampoco es algo que me atormente. Ni voy  a las iglesias ni paso por donde pasan los pasacalles, digo, las procesiones. Las cosas que no ves parece que no existen. Haced la prueba, por ejemplo, con algún incordioso visitante de vuestro muro en Facebook. Eliminadlo y veréis qué a gusto os quedáis. Unos días más tarde, cuando su recuerdo se vaya diluyendo en vuestra memoria, pensaréis que, como poco, se ha ido al exilio.
Me estoy volviendo un poco indolente, pero eso me alivia.  No hay por qué sufrir por tonterías. Me alegro, por ejemplo, de no ser del Real Madrid. Llevan unos años padeciendo una angustia poco envidiable. A mí el fútbol solo me hace sufrir por la quiniela, aunque poco, que siempre que la echo lo hago sin ninguna esperanza, casi por colaborar un poco con las arcas del Estado.
Para evitarme sobresaltos y preocupaciones baladíes tampoco voy a votar. No comulgo con ningún partido político, ni se me ha ocurrido nunca afiliarme a ninguno, ni mucho menos presentarme a unas elecciones. Que yo trabaje o no tampoco depende de que gobierne un partido u otro. No me quiero ni imaginar la desazón que tiene que sentir la gente cuyo puesto de trabajo depende de las papeletas que echa otra gente, las más de las veces un poco a lo tonto, en una urna.
No sabemos la suerte que tenemos de vivir en una zona con poca actividad sísmica. Sobre todo ahora que se ha llegado a la conclusión, empírica, de que las centrales nucleares son muy seguras hasta que llega un terremoto. De los japoneses solo envidio esa suerte de indolencia, que supera con creces a la mía, que les permite afrontar los reveses de la existencia con una pachorra admirable.
También tenemos que alegrarnos de no estar siendo invadidos por ninguna coalición de países para defender a ninguno de nuestros dos bandos, que, por suerte, lo del PP y el PSOE no pasa de pelea de gallos en hemiciclo. Es mucho mejor ser invasor y nosotros ahora tenemos la suerte de serlo. Es lo que tiene estar en el bando de los malos y los poderosos. Garantiza cierta estabilidad vital, aunque moralmente pueda resultar incómodo. Es lo que tiene la moral, que al final termina siendo un lastre inútil. Parafraseando a Sánchez Ferlosio: la única moral que se debería consentir es la del Alcoyano.

domingo, 13 de febrero de 2011

Me la pela

Llevo unos días en proceso de desintoxicación mediática. Suelo estar atento a la actualidad. Leo la prensa digital, sigo varios blogs, algunos días hojeo el periódico de papel y veo el telediario. Sin embargo, desde hace un par de semanas me provoca rechazo tanta información. Veo sin mucho interés el telediario, a ratos desconectando, a veces sin llegar hasta el final. Y solo leo alguno de los links que ponen mis amigos del Facebook. Pocos.

Hace unos días comentaba por e-mail algunas generalidades sobre política con un amigo y, después de un par de correos de ida y vuelta, me decía que la política y otro montón de cosas no le preocupaban demasiado, y que la frase que más repetía en los últimos tiempos era "me la pela". Me explicaba que de tanto estudiar la antigua Roma se estaba volviendo un escéptico con ciertas dosis de nihilismo. Es lo que tiene estudiar humanidades, que puedes viajar en el tiempo a precio de saldo y vivir cualquier época casi con la misma intensidad que la actual. Yo lo entendí perfectamente. En los últimos días había estado estudiando la historia y la literatura españolas de finales del siglo XIX y principios del XX, y le había puesto más interés a ese mundo que a la turbia realidad que nos rodea, y que en cierto sentido también me la pela.

Yo sé que a la vuelta de unos días volveré a caer en las redes de la actualidad. Me interesa saber lo que pasa. Los que escribimos además necesitamos todo ese caudal informativo para elaborar nuestros mundos. Si no, ¿por qué me tenía que importar que a una mujer de Pamplona la haya matado su marido? O que en Estados Unidos quieran que haya algo parecido a la Seguridad Social. O que en Cuba sigan diciendo la obsoleta chorrada de “patria o muerte”. O que hayan echado al dictador de Egipto si ni siquiera me apetece ir a ver sus pirámides. Se puede vivir sin todo eso. En un mundo particular y personal mucho menos proceloso.

Hace unos días hojeaba mis fotos de 2010. Viéndolas me he dado cuenta de que 2010 ha sido un año buenísimo. Para empezar tengo que reconocer que mi vida familiar, la relación con mi pareja, está mejor que nunca. 2010 además fue muy importante para ella porque tomó una decisión laboral muy valiente con la que consiguió que los últimos meses del año fueran estupendos. Además viajamos a Portugal, a Cádiz, a las playas de Murcia, a Barcelona, a la Costa Brava y a Francia. Las fotos también me han recordado un montón de fiestas con amigos, cumpleaños, fiestas de disfraces o reuniones familiares entrañables y divertidas. Y que publiqué un libro. Y que ganamos el Mundial y disfrutamos de unos momentos maravillosos de felicidad pueril.

Y si 2010 fue así, porque las pruebas lo atestiguan, ¿por qué tengo esta sensación de agotamiento, frustración y decepción? Sí, me bajaron el sueldo algo así como un once por ciento. ¿Y qué? No puedo estar de mal rollo solo por eso. De momento puedo pagar mis facturas.

Estos estados de ánimo negativos solo pueden deberse a la tremenda sugestión que provoca leer tantas veces la palabra crisis, a los miedos que te transmite escuchar constantemente noticias sobre la inestabilidad del mercado bursátil, la falta de liquidez de los bancos, los problemas de los políticos para cuadrar sus cuentas o la astronómica cifra de parados que hay en España. Pero ¿qué coño puedo yo hacer por todo eso? Y digo más: ¿qué cojones hago yo preocupándome por cuestiones que no son de mi competencia? Que yo sepa ya hay un montón de banqueros, empresarios, sindicalistas y políticos que están ahí para preocuparse por esos problemas (ya sería la leche si además los resolvieran) a cambio de recibir un montón de pasta, en A y en B, por encima de la mesa y por debajo.

No voy a poder evitar volver a interesarme por la actualidad. Pero desde ahora voy a intentar seguir el ejemplo de mi amigo y decir más “me la pela”. Voy practicando: me la pela quién gane las elecciones, me la pela que los integristas se hagan más fuertes en el mundo árabe, me la pela que los bancos cierren, me la pela lo que pase en Cuba, me la pela Hugo Chávez, no os podéis ni imaginar cuánto me la pela José María Aznar, me la pelan los independentistas, me la pela que la Bolsa se vaya a hacer puñetas, me la pela quién gane los Oscar, me la pela para quién amañen el Planeta, me la pela que en educación cada vez haya menos recursos (sí, eso me afecta de lleno, pero particularmente tampoco puedo hacer nada para solucionarlo, excepto padecerlo), me la pela que suba el petróleo, me la pela quién gane la liga, me la pela si renuevan o no al entrenador del Barça, me la pela el cambio climático (sí, bueno, reciclaré para engañarme a mí mismo), me la pelan las leyes represoras aplaudidas por el pueblo, me la pela lo que nos cuesta mantener a la Iglesia Católica, me la pelan todas y cada una de las mierdas que suelta por la boca el santo Papa de Roma, me la pela Silvio Berlusconi, me la pela quién deja la casa en Gran Hermano, me la pela quién trabaja en Telecinco, me la pela el despilfarro que supone el Palacio de la Zarzuela…

Todo lo que tengo que hacer yo es intentar ser un buen profesional en mi trabajo, llevar bien la gestión económica de mi casa para que los gastos no superen nunca a los ingresos, y preocuparme de los que me quieren y de los que quiero, que normalmente son los mismos. El grado de felicidad es inversamente proporcional al número de preocupaciones.

Con un poco de retraso, pero aquí está mi propósito de año nuevo.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Cariño perruno

Quiero aprovechar estos momentos tan entrañables y estas fechas tan señaladas para mandar a tomar por culo a unos cuantos. Ya me he cansado de soportar seres despreciables a mi lado. De hecho, llevo tiempo demostrándoles a todas las personas a las que dedico este post que sus vidas me importan un carajo. Hablo de un tipo de persona muy concreto: las personas que fingen que son tus amigos, pero que en el fondo te desean lo peor, ese tipo de personas que se ponen de mal humor cuando saben que las cosas te van bien. A todos estos seres desgraciados que se hacen pasar por mis amigos y que no son nada más que cuervos a la espera de sacarme los ojos les digo que se acabó. Mi nuevo año va a comenzar sin ellos. Sin rencores. Si en algún momento de nuestra vida hubo algo entre nosotros, bueno o malo, ya está finiquitado. Es el momento de la despedida. Pero no con pena sino con alivio.

Después de muchos años conviviendo conmigo, observándome, analizando todos y cada uno de mis actos, me he dado cuenta de que quiero a quien me quiere y desprecio a quien me desprecia. Mi criterio selectivo a la hora de elegir amistades es el mismo que el de un perrito, que te quiere siempre que tú le des cariño. El problema es librarte de aquellos que un día quisiste de este modo y que ya solo tratas por costumbre. La amputación en este caso es la solución más razonable. Ya está bien de tanta hipocresía gratuita. Ambas partes saldremos ganando.

No creo que estos cuervos de los que hablo lean este blog. Me extrañaría, aunque alguno se pasará alguna vez para decir que mis textos son una puta mierda, que escribo patochadas que no interesan a nadie y que no me creo ni yo, y que sigo siendo un escritor de tres al cuarto. Si es así, es posible que alguno de ellos se reconozca en estas líneas. Espero que eso no les anime a intentar arreglarlo. Lo mejor es dejar que nuestra relación se vaya enfriando. No llamar. Esperar a que pase el tiempo. Hasta que seamos solo dos viejos conocidos que se saludan cordial y fugazmente cuando se tropiezan por la calle.

Yo prometo no echar de menos a nadie. Me he dado cuenta de que tengo muchos amigos y que, por lo tanto, es estúpido perder el tiempo con quien no se lo merece. De cualquier forma, este texto va dedicado solo a dos o tres personas. Aunque es cierto que, a partir de hoy, es posible que me ahorre también los saludos con esos conocidos insidiosos que sé que no me soportan a pesar de sus sonrisas de pega cuando la mala suerte nos hace coincidir.

Si no son capaces de entender este texto o de comprender mi cambio de actitud respecto a ellos, puede ser que terminen descubriendo que no sólo soy como un perro por mi forma de encariñarme con la gente. También puedo ladrar y dar mordiscos.

sábado, 13 de diciembre de 2008

La justicia universal

Los que habéis superado ya el umbral de los treinta años me entenderéis mejor.

¿A que os sentís bien cuando os tropezáis con ese calvo barrigón que no tiene novia ni casi amigos y que en los tiempos escolares os esperaba a la salida del colegio para soltaros un par de hostias? ¿A que sentís cierto regodeo al encontrar a la más creída e insoportable del instituto arrastrando algún crío insufrible, un culo gordo que no le cabe por la puerta y esos kilos de maquillaje que no pueden ocultar lo mal que está envejeciendo? ¿A que os hace gracia ver al macarrilla de los años adolescentes haciendo lo imposible por que sus vástagos se comporten como personas y le dejen tranquilo las horas que no está currando? ¿A que no podéis evitar sentiros bien cuando veis a todos esos capullos que un día os miraron por encima del hombro y se rieron de vosotros soportando sobre sus espaldas el peso de una vida de mierda? Sí. Incluso da igual si tu propia vida también es una puta mierda. Lo importante es que ellos no están mejor que tú.

Pues no creáis que sois malas personas por disfrutar con las desgracias ajenas, que esto no es como reírse de un cojo o de un retrasado mental. Ese inefable sentimiento de plenitud que sentís en ese instante es un chispazo de felicidad producido por una extraña y absurda certeza que nos asalta de golpe, la certeza de que existe una justicia universal que pone a cada uno donde se merece.

Pero no nos engañemos, ese sentimiento se desvanece pronto. A nuestro alrededor un montón de capullos, de trepas, de engreídos, de creídas, de hijos e hijas de la gran puta manejan un montón de pasta, ostentan cargos importantes, tienen trabajos envidiables y, para colmo, se conservan estupendamente. No existe una justicia divina o natural que nos premie o nos condene. Lamentablemente.

Lo que sí es cierto es que aquellos individuos que tuvieron su momento de gloria en la adolescencia con el tiempo se vuelven seres patéticos, acabados, ridículos, como muñecos maltratados y abandonados. Los que en la adolescencia solo tuvimos granos y problemas, sin embargo, estamos muy felices de haber dejado atrás todo ese lastre. Y solo el hecho de habernos librado de tanto peso nos hace esbozar una sonrisa.