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viernes, 13 de enero de 2017

Leyes para niños malos

Estos días, por aquello de celebrar que llevamos seis años sin que se pueda fumar en los bares, me ha llamado la atención escuchar a muchos fumadores decir que estaban contentísimos porque desde que no les dejan fumar en los bares fuman menos, se respira mejor en los locales de ocio y la ropa no huele a perro muerto. No me ha pillado de sorpresa. En estos seis años ya lo he escuchado en más de una ocasión, aunque no deja de indignarme.

Yo no soy fumador y también prefiero, como es obvio, que no se fume en los bares. Pero me pareció y me sigue pareciendo una mala prohibición. Estaba a favor de que se prohibiera el tabaco en aquellos sitios en los que los no fumadores deben estar obligatoriamente: un autobús, una estación de metro, una oficina o incluso un bar en algún lugar en el que no hubiera otras alternativas, pongamos el bar de una estación de autobuses. Sin embargo, me parece un atropello a la libertad que te prohíban poner un lugar de ocio para fumadores, o acotar una zona dentro de tu bar donde puedan estar los fumadores, como contemplaba la ley que anteriormente regulaba estos asuntos. Tampoco me pareció nunca mal que hubiera smoking rooms en los lugares de trabajo.

No entiendo que los fumadores no hayan luchado por sus espacios para fumar. Como no entiendo que, si tanto les gustaban los espacios sin humo, no petaran las zonas sin humos de los bares antes de la prohibición o los bares en los que no se permitía fumar, que ya existían y estaban casi vacíos. Eso es lo que me hubiera parecido genial, que los bares sin humos, en sana competencia, les hubieran quitado la clientela a los bares de fumadores.

A la vista está que me equivocaba. Nuestra sociedad demanda un Estado paternalista que le diga lo que puede o no puede hacer. Y esto, como decía antes, me indigna porque me demuestra lo equivocado que he estado siempre en muchos temas. Como el de la legalización de las drogas, por ejemplo.  Siempre me he posicionado a favor de la legalización de las drogas. De todas y con todas sus consecuencias. Y no solo para acabar con las mafias, que también, sino para respetar que cada uno haga con su vida lo que le parezca. En mi sociedad ideal los adultos tendrían a su alcance toda la información necesaria para conocer las bondades y perjuicios de estos productos y asumirían la responsabilidad en caso de optar por su consumo. Información, formación, madurez, libertad y aceptación de las consecuencias.

Pero las leyes, como los gobiernos, se hacen a la medida de las sociedades. Y en nuestra sociedad infantilizada, cuando uno muere por un cáncer de pulmón tiende a culpar a la tabacalera o al Estado hipócrita que pone multas mientras permite la venta del producto para embolsarse los impuestos. No han sido pocos los fumadores que han demandado a las tabacaleras y que han conseguido que un juez les dé la razón.

Exigimos castigos de parvulario y prohibiciones de papá Estado. Por eso tenemos medidas como el carnet por puntos o multas por no ponernos el cinturón de seguridad. Aunque nos fastidie que a veces nos toque pagar, en el fondo agradecemos que nos sancionen cuando somos niños malos, igual que esos fumadores agradecen a los políticos que les hagan salirse a la puerta del bar a pasar frío para poder echarse un pitillo.

A mí, sin embargo, me sobran leyes por todas partes, pero no sé si mucha gente es capaz de entenderme.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Diálogo de besugos

Y fue entonces cuando la política se volvió un diálogo de besugos. A escala planetaria. Todo era siempre así en aquellos días. Desde la Gran Recesión nada era local, ni siquiera el terrorismo, que los yihadistas habían extendido por todo el planeta como si se tratara de una franquicia del mal. Antes de aquel colapso bursátil, el mundo era como una bomba con la mecha puesta en las entidades financieras de Estados Unidos. La burbuja inmobiliaria explotó, los recortes no tardaron en llegar y la gente ocupó las calles de medio mundo. Y en todas partes pasaba lo mismo: se culpaba a los políticos locales, que en el mejor de los casos no pasaban de esbirros o lacayos del sistema. Puede que ahí empezaran a darse cuenta los políticos de la grave miopía que padecían los ciudadanos. Las deficiencias de la ciudadanía siempre han servido de orientación a los jefes de prensa de los políticos. Y saltaba a la vista que aparte de la miopía, la ciudadanía padecía una grave sordera y, aun en los casos en los que se enteraba de algo, tenía dificultades para comprender bien los mensajes. Todo eso, sin duda, fue lo que animó a unos y a otros a establecer un diálogo inconexo y absurdo, inútil pero entretenido, que es lo que se pretende en el mundo del show business. Los ciudadanos, ya convertidos en meros espectadores, valoraron mucho aquel galimatías disparatado y ridículo que servía de guion a los telediarios.

Así, mientras unos hablaban de derechos humanos, de justicia social, de rescate ciudadano y de otras utopías, los otros empezaron a hablar de banderas, de patrias y naciones, de fronteras y purgas selectivas. El público jaleaba a unos y a otros dependiendo de cómo le fuera en la feria o de qué ecos o retazos de frases le llegaran a través de los medios de comunicación, que contribuían al caos saturando a los espectadores con un caudal informativo imposible de asimilar. Unos proponían patear el culo a las grandes fortunas y a las poderosas multinacionales. Otros hablaban de poner muros enormes en sus naciones para joder vivos a los que se quedaran fuera. Pero ni unos ni otros sabían cómo se le ponía el cascabel al gato ni puñetera falta que les hacía. Unos y otros llamaban a sus rivales populistas sin que nadie tuviera muy claro lo que significaba. Lo importante era ganar aquel debate de besugos, y en los debates lo importante no es tener la razón, sino parecer que la tienes. Y más si se trata de un debate de besugos, en el que lo de menos es el peso de los argumentos. En los diálogos de besugos lo importante es hacer disfrutar a los espectadores. Y eso, normalmente, lo consigue el más idiota de los interlocutores. Así que no os será difícil imaginar cómo terminó todo aquello.

jueves, 28 de julio de 2016

That's all Folks!

Calculo que más o menos han sido cinco años. Eso es lo que nos ha durado nuestro interés obsesivo y desmedido por la política. No está mal. No es una marca despreciable. Las modas suelen durar menos.

Tuvo que ser a principios de 2011 cuando a todos nos dio por ahí, o un poco antes, que fue a finales de 2010 cuando se publicó Indignaos, de Stéphane Hessel, y encontramos el adjetivo que definía nuestro estado de ánimo de entonces. Los indignados de España salimos a tomar las calles, las avenidas y las plazas, y todo aquello desembocó en el ilusionante 15-M. Aunque yo no acampé en Sol, reconozco que me emocioné cuando estuve allí. De una forma o de otra –ocupando plazas, rodeando el Congreso, invadiendo calles, impidiendo desahucios, llenando las redes sociales de indignados mensajes políticos…– hemos pasado cuatro o cinco años bastante moviditos. Pero ya se acabó. Yo diría que justo después de las elecciones del 20-D. Se notó mucho en las redes sociales. El flujo de mensajes de contenido político descendió de forma considerable. Nadie habla de esto, pero seguro que ha sido uno de los factores que han hecho que la izquierda haya perdido tantos votos en las segundas elecciones. Y de las calles, avenidas y plazas mejor ni hablamos. Hace tiempo que nos cansamos de patearlas y ocuparlas. Hubo momentos en que era tremendamente agotador. Y confuso. Era todo tan confuso que tuvieron que organizar las mareas por colores para que nos aclaráramos.

¿Y qué nos ha quedado de todo aquello? Vivencias. Emociones. Recuerdos. Yo estuve allí. Cierta tranquilidad de conciencia por haberlo intentado. Poemas. Canciones. Puede que haya alguna novela buena, aunque aún no ha llegado a mis manos. También cambiamos el bipartidismo por un rompecabezas de partidos y colores imposible de resolver. Y es que la realidad de la política española actual, a pesar del cambio indiscutible, tiene más de resaca que de borrachera, y que te dé un bajón en la resaca entra dentro de lo normal.

La política sigue presente en las redes sociales, claro, pero de forma más comedida, displicente, desganada. Algunos no hablan de otra cosa, pero ya eran así antes del 15-M. Otros, de vez en cuando, seguimos haciendo algún comentario. Por inercia y sin ninguna ilusión. Entre otras cosas porque con los comentarios políticos se cosechan muchos menos me gusta que en otros tiempos. Y eso desanima, claro. Y que todo es lo mismo y uno ya está como de vuelta de escuchar las mismas noticias: las corruptelas del PP, los desatinos de Podemos, las noticias de Venezuela, las incoherencias de Ciudadanos, las bravuconadas de los independentistas… Todo se repite y nada se resuelve en un bucle infinito.

Por no hablar de la política internacional. Ahí estamos perdidos. Sobre todo los progres. Porque la derecha siempre simplifica y tiene las cosas más claras: no a la inmigración, no a los refugiados, no al islam, no, no y no. Gente práctica que no se complica, que lo de tener razón está sobrevalorado. Los progres, sin embargo, estamos aturdidos y desconcertados. En la guerra de Siria no sabemos qué bando es peor (bendita guerra de Irak, en la que estaba clarísimo quiénes eran los malos). Y pensamos que no habría que estar en esa guerra porque somos pacifistas, pero también entendemos que Francia se defienda de alguna manera de los ataques terroristas, cada vez más numerosos, cada vez más inquietantes, cada vez más difíciles de entender. Los refugiados nos preocupan y nos ofende que digan que son todos yihadistas, pero no podemos negar que algunos lo sean. Con los católicos fundamentalistas teníamos clara nuestra postura, pero no es tan fácil con el islam. Porque dices algo contra ellos y alguien acaba alineándote en las filas de Marine Le Pen, y eso nunca. Por eso puede que a veces pequemos de ingenuidad y de buenismo. Y de lo de Turquía ni hablamos. No podemos decir nada de un país que ni conocemos ni entendemos. Creo que en los próximos meses nos meteremos con Donald Trump, que es una de las pocas cosas en la que todos lo tenemos claro.

Pensando en todo esto, el otro día me acordé de este poema de Nicanor Parra:

NO CREO EN LA VÍA PACÍFICA
no creo en la vía violenta
me gustaría creer
en algo –pero no creo
creer es creer en Dios
lo único que yo hago
es encogerme de hombros
perdónenme la franqueza
no creo ni en la Vía Láctea.

Un poco así creo que nos sentimos muchos. Sin saber qué pensar de lo que pasa fuera y sintiendo que lo que pasa dentro no tiene solución, que cada sociedad tiene el gobierno que se merece y que esto es lo que nos merecemos nosotros.

El caso es que toda esta fiebre colectiva por la política se acabó. Y no porque yo lo diga. Es un hecho. La política vuelve a ocupar su espacio de siempre y la vida sigue su curso. Y puede que eso, al fin y al cabo, no sea tan malo. La vida es lo que sucede mientras perdemos el tiempo hablando de política. O mientras estás leyendo este post, que finalmente, reconócelo, no te ha servido para nada.

That’s all Folks!


lunes, 27 de junio de 2016

Semántica

Tras las elecciones de ayer no son pocos los españoles de izquierdas que se han echado las manos a la cabeza sin poder entender por qué ha ganado el PP las elecciones, y además aumentando ostensiblemente su número de escaños. Después de hacer algunos análisis someros y poco meditados, han llegado básicamente a dos conclusiones: o ha habido pucherazo o España está llena de gilipollas. Obviamente, desde el bando vencedor están convencidos de que se ha impuesto la cordura y el sentido común, y que los otros, los rojos, son poco menos que unos bastardos que quieren arruinar España; al menos lo que ellos entienden por España.

Y ahí puede que esté la clave. En el hecho de que una misma palabra, como España, puede tener diferentes significados connotativos para cada persona. Está clarísimo que las siglas PP no significan lo mismo para todos los españoles. Para algunas personas, normalmente de izquierdas, PP significa corrupción, represión, censura, prevaricación, manipulación mediática, recortes, desahucios, fanatismo religioso, patrioterismo, mangoneo, tráfico de influencias, facherío... Es lógico pensar que no debe de ser eso lo que entienden los millones de personas que han vuelto a votarles. Haciendo un gran esfuerzo para meterme dentro de sus cabezas, me atrevería a decir que lo que ellos entienden es algo así como patria, orden, efectividad, sensatez, recuperación económica, escuela concertada, toros, catolicismo, procesiones, familia, fuera independentistas, fuera inmigrantes…

Supongo que a los de izquierdas los árboles no les dejan ver el bosque y son incapaces de captar en esas siglas el valor de todos esos significados que emocionan a sus adversarios. La gente de derechas, por su parte, seguro que ve algunos de los defectos de su partido –como la corrupción, la manipulación o el tráfico de influencias–, pero es fácil que lo entiendan como un peaje que hay que pagar para conseguir todo lo que a ellos de verdad les importa. Y en todo caso, qué leches, si alguien va a robar, mejor que sean los suyos.

No va a ser fácil entendernos los próximos cuatro años. Las palabras son la principal herramienta de la comunicación, pero son ineficaces cuando significan cosas distintas para los interlocutores. Y vamos a tener que hablar. Eso seguro.

martes, 21 de junio de 2016

Distopía

Anoche tuve un sueño: la izquierda ganaba las elecciones. Pero no la izquierda de puño en alto, barricadas, revoluciones y banderas rojas con hoces y martillos. No, ganaba la izquierda light y descafeinada de hoy, la izquierda buenrollista, moralista, pacifista, ecologista, animalista, laicista y socialdemocratista. La izquierda a la que voto y en la que creo. Y no era una victoria por la mínima, no, ni tampoco por mayoría absoluta. Era una victoria sin concesiones, aplastante, por voto unánime. El día de las elecciones era poco menos que un milagro: todo el mundo, de pronto, entendía que el voto de izquierdas era el único camino para salvar a la humanidad y todas las personas censadas acudían en masa a votar, sin disensiones, sin abstenciones, sin votos en blanco ni votos nulos.

Empezaba entonces una nueva era. Se acababan las guerras. Desaparecía el hambre en el mundo. Todas las personas tenían una vivienda acogedora, un utilitario con la ITV pasada y una renta básica garantizada o un trabajo digno. Y la sanidad y la educación eran solo públicas, pero no porque alguien hubiera prohibido lo privado, sino porque nadie quería ir a escuelas concertadas o a hospitales privados y tenían que cerrar. Y el Estado, por fin, se volvía laico. Dios dejaba de meter las narices en todas partes y las personas religiosas mantenían sus creencias en el ámbito personal y eran tolerantes con los que no pensaban como ellos. El papa dimitía, renunciaba, abdicaba o le que sea que hacen los papas cuando dejan su puesto, y nadie le sucedía. El poder civil se desligaba para siempre de los preceptos religiosos. Las constituciones se limitaban a copiar la Declaración de los Derechos Humanos y desaparecían las discriminaciones por sexo, raza, religión, nivel económico o color del pelo. Y ya no había corrupción ni Troika ni FMI ni dictaduras encubiertas ni poderes oscuros en las cloacas del sistema financiero. Y había libertad de expresión sin cortapisas. Y desaparecían los neonazis, los etarras, los yihadistas y, en general, cualquier tipo de individuo violento que alguien pudiera calificar de terrorista. Y las mujeres por fin eran tratadas como los hombres, sin paternalismo ni condescendencia. Y lo mismo pasaba con los gays o los transexuales. Y la decisión de parir un hijo era solo de las madres. Y dejábamos de maltratar animales en los circos, en las fiestas populares y en las plazas de toros. Y el deporte ser volvía algo limpio, sin trampas ni absurdas rivalidades por camisetas o patrias. Y no había refugiados porque no había fronteras. Ningún ser humano era ilegal en ninguna parte del mundo. Y desaparecían las banderas y los himnos excluyentes. Por fin llegaba la alianza de civilizaciones y la armonía universal. Un arcoíris inmenso festoneaba todo el planeta mientras todos los seres humanos se unían en una cadena de amor y solidaridad que daba la vuelta al mundo.

Y ese era el principio de todos nuestros problemas.

Desde ese día apenas teníamos de qué hablar. Sin nada que criticar o defender no sabíamos bien cómo entretenernos en nuestro tiempo de ocio. No había políticos corruptos a los que llamar hijos de puta ni políticos incapaces de los que reírnos. Ni siquiera el fútbol nos emocionaba. Todo el mundo quería que ganara el mejor y sentía pena por el equipo perdedor. Los guionistas de la televisión no sabían dónde encontrar basura con la que rellenar sus programas. Se acababa Callejeros y Comando actualidad y Sálvame Deluxe. Los periódicos, una crónica insulsa de buenas acciones, perdían todo su interés. Y los escritores y los cineastas no hallaban ningún conflicto personal o humano que pudiera inspirarles. Los cantautores y los raperos dejaban de cantar por no saber de qué quejarse. Y los cantantes de reggaeton se quedaban mudos después de ir al colegio y empezar a pensar como personas normales.

Puede que en ese mundo maravilloso fuera yo el único que se sintiera un poco mal. Me sentía vacío, incapaz de escribir unas líneas, como Norther Winslow, aquel poeta de Big Fish que se quedaba sin inspiración cuando llegaba a Espectro, el pueblo perdido en el que todos eran felices. El mundo era como ese cielo cristiano, edulcorado y bucólico que siempre nos ha parecido un aburrimiento, aparte de un camelo. Y yo me sentía desubicado, desconcertado, angustiado, aunque incapaz de escribir lo que pensaba porque sabía que nadie me entendería.

En ese momento, como siempre pasa en las pesadillas y en los relatos malos, me desperté. Y sentí un gran alivio al comprobar que el mundo no había cambiado, que seguía lleno de capullos, malvados, abusones, corruptos, hijos de puta, meapilas, imbéciles, egoístas y canallas, de derechas y de izquierdas, ateos y creyentes, demócratas y fascistas. El mundo, en definitiva, seguía siendo un lugar habitable. Y era tranquilizador y reconfortante comprobar que a los que votamos a la izquierda light y descafeinada de ahora nunca se nos iban a acabar los enemigos con los que continuar nuestra lucha.

domingo, 16 de agosto de 2015

Cuentos con moraleja: Los ciegos y el elefante

Hoy me viene a la memoria una historia oriental, probablemente de la India, que recoge Jean-Claude Carrière en El círculo de los mentirosos. Como tengo por costumbre en mis Cuentos con moraleja, no copio, sino que recreo mi propia versión con lo que recuerdo:

Un rey recorría su país y llegó a un pueblo que estaba habitado únicamente por ciegos. El rey viajaba a lomos de un elefante y pronto la noticia corrió de boca en boca. En aquel pueblo nunca habían oído hablar de ese animal y les entró la curiosidad por saber cómo era.
    Tres ciegos del consejo de sabios del pueblo se acercaron a saludar al rey, que los recibió amablemente, y, tras charlar un rato con él y ofrecerle su hospitalidad, le pidieron que les dejara acercarse al elefante. El rey no tuvo ningún problema en concederles lo que querían.
    Cuando los tres ciegos regresaron de ver al rey, hubo una asamblea a la que acudieron todos los vecinos del pueblo. Querían saber qué les había dicho el rey y, sobre todo, cómo era ese animal fabuloso en el que viajaba.
    El primer ciego, que le había tocado una pata al elefante, contó que era como una columna muy consistente.
    El segundo ciego dijo que se engañaba, que se trataba de un extraño tapiz ancho, delgado y rugoso que se movía. Este era el que había tocado la oreja del elefante.
    El tercero había palpado la trompa y se extrañó mucho de las descripciones de sus compañeros. El animal era como una extraña manguera que no dejaba de agitarse y que tenía una fuerza increíble.
    Los ciegos pensaron que sus tres consejeros les estaban tomando el pelo y se enfrentaron a ellos. Pero ninguno de los tres quiso dar su brazo a torcer, se caldearon los ánimos y acabaron intentando resolver la discusión a porrazos y bastonazos.
    Después de la trifulca, el consejo decidió que lo mejor sería que otra comisión de sabios fuera a reconocer a ese extraño animal para saber cuál de los tres consejeros decía la verdad. Pero cuando fueron a ver al monarca, este ya había partido.
    En aquel pueblo nunca nadie supo cómo era un elefante. Ni siquiera los tres ciegos que en una ocasión habían tenido el privilegio de acercarse a uno.

Sin duda, para saber cómo era el elefante, lo mejor que podrían haber hecho los ciegos era relacionar y poner en común las diferentes descripciones del animal. Quizá no habrían sido capaces de describirlo perfectamente, pero al menos hubieran tenido una idea más aproximada que la que ofrecían las descripciones individualizadas de cada una de sus partes.

La realidad no deja de ser como un enorme elefante del que solo conocemos porciones insignificantes. En una situación normal, para conocer nuestra realidad económica, social y política, solo habría que esforzarse un poco y escuchar las diferentes versiones que nos ofrecieran los distintos medios de comunicación. Es posible que no consiguiéramos una imagen de la realidad del todo acertada, pero sería mucho mejor que la que tenemos ahora. Vivimos en un país en el que los intereses políticos y empresariales controlan a la mayoría de los ciegos más poderosos, que repiten al unísono, con mayor o menor convencimiento, la misma versión del elefante. Y los que aún se atreven a llevarles la contraria son tan pocos que es fácil caer en la tentación de pensar que esconden oscuras intenciones.

sábado, 27 de junio de 2015

Qué bien pensado está el mundo: La censura

Qué alegría que vuelva la censura a España. Del todo del todo nunca se fue, eso es cierto, pero durante dos o tres décadas ha sido tan nimia que por un momento hemos tenido la extraña sensación de vivir en un país plenamente democrático. Pero afortunadamente todo eso ya se acabó. No sé si va a ser mucho pedir, pero el colmo de la dicha sería que volviera la Inquisición (¡Viva las cadenas!) con sus autos de fe, sus sambenitos y sus condenas ejemplarizantes. Los espectáculos de humillación y escarnio público siempre han gustado mucho a todo el mundo, sin distinguir clases sociales, que igual los disfruta el pueblo llano que la aristocracia más refinada, algo así como lo que pasa con los toros.

La dicha no es completa, lo sé. Porque en principio, por lo que sea, parece que no van a detener a ningún sacerdote de esos que desde sus púlpitos incitan al odio contra los homosexuales, o que fomentan la discriminación de la mujer, o a esos políticos que trivializan y enaltecen delitos de genocidio que gozan de la simpatía de la casta que está en el poder. Tampoco les va a pasar nada a los que humillan a los que murieron en la Guerra Civil o en la cruel posguerra. Ni a los que dicen en Twitter que habría que cargarse a todos los vascos y catalanes, que a esos lo mismo terminan dándoles alguno de los innumerables y variopintos premios Princesa de Asturias. De momento habrá que conformarse solo con los rojos que se atreven a contar chistes macabros en Twitter o que se van de manifestación y tienen la osadía de corear ripios que desagradan a los que mandan, y no por razones estilísticas, claro, que la censura en ese caso quizá estuviera más justificada. Me estoy leyendo la bien llamada Ley Mordaza y no veo por ningún lado que sea un agravante formar parte de algún gobierno de izquierdas, pero en vista de lo que les está pasando a Rita Maestre y a Guillermo Zapata debe de serlo, y lo que pasa es que yo no sé buscarlo, que esto de las leyes fácil, lo que se dice fácil, no es.

La verdad es que lo que nos ha pillado de sorpresa es que esta nueva forma de hacer justicia tenga carácter retroactivo, que menos mal que no quedaron grabados los chistes que algunos contábamos en el instituto que si no, a muchos nos tocaba la “prisión permanente revisable” esa que tanto le gusta al PP. Fíjate que hasta los chistes del parvulario me parecen ahora mismo peligrosos, que seguro que si algún concejal rojo cuenta en estos momentos el chiste del perro “mis tetas” la Fiscalía dice que su intención era humillar a todo el género femenino y hacer apología de la violencia de género.

¿Y por qué no pensábamos que podía volver la censura? Porque nos la figurábamos como en tiempos de Franco, con señores gordos, amargados y rijosos prohibiendo la publicación de libros y cortando fotogramas con muslos, pechugas y besos en las películas. No nos habíamos dado cuenta de que la historia se repite, sí, pero cambiando el decorado para hacernos creer que esto es otra cosa. Aunque la realidad es que la censura que tenemos hoy, que es la autocensura, es la que más ha trabajado en todas las épocas en las que se ha perseguido la libertad de expresión.

Pero los límites de la autocensura los pone uno mismo. Los pusilánimes la llevan a rajatabla, eso es cierto, pero también los hay que se arriesgan, y esto es lo bonito, interesante y creativo de la censura. Los atrevidos siempre andan buscando mil maneras para burlarla con los ardides más sutiles. Y es aquí donde entra la habilidad para decir las cosas sin decirlas, cuando todos los recursos expresivos se ponen a trabajar para decir lo que no se dice sin que parezca que se dice gracias a las metáforas, las alegorías, las dilogías, los juegos de palabras y la ironía, la bendita ironía, que es el recurso estrella de todas las etapas inquisitoriales. También nos queda, al menos de momento, el reino de la ficción, el cine y la literatura. Viene una buena época para los creadores de mundos imaginarios, fantasías futuristas y terribles distopías que sirvan de espejo de la realidad del momento.

Y debéis reconocer que decir las cosas sin decirlas es mucho más meritorio que decirlas a bocajarro y de forma llana. Y es que con libertad de expresión plena se gana en sinceridad pero se pierde en riqueza expresiva y en creatividad. Con la libertad de expresión también se vuelve muy difícil escandalizar a la gente, si es escandalizar a la gente lo que en ese momento te apetece, claro. André Breton, adalid de los surrealistas franceses y experto, por tanto, en el escándalo gratuito, se lamentaba a mediados del siglo pasado de que ya nadie se escandalizaba por nada en París. Y lo lamentaba con razón. Porque el mundo, cuando todo está permitido y no hay posibilidad de cometer transgresiones y herejías, se vuelve mucho más aburrido. Esa es la pura verdad.

Por eso estoy convencido de que viene un tiempo maravilloso para los creadores de ficciones y para los mártires que se sacrifican por una causa noble. Ya veréis qué buenas novelas y qué películas más interesantes se van a hacer a partir de la entrada en vigor de la bien llamada Ley Mordaza. Y no solo van a ser buenas las obras que se creen durante el tiempo que esté vigente, sino que su estela perdurará. Los creadores de ficciones del futuro no dejarán de volver a relatar aquellos años oscuros en los una serie de políticos corruptos arrebataron los derechos fundamentales a los españoles con la complacencia de una gran parte de la ciudadanía que obstinadamente seguía manteniéndolos en el poder. Seguro que dentro de unas décadas habrá una serie estupenda con gran éxito de audiencia que recreará estos tiempos aciagos, algo así como Follar en tiempos confusos.

Esto no ha hecho nada más que empezar y ya estoy emocionadísimo, y no quiero emocionarme demasiado por si al final todo esto queda en nada, que lo mismo viene en cualquier momento el Tribunal de Estrasburgo o cualquier otro organismo internacional de esos que velan por los derechos humanos y nos jode la fiesta.

domingo, 17 de mayo de 2015

Espectáculo

Vivimos en un mundo en el que todo es susceptible de transformarse en espectáculo. Cualquier cosa que quede plasmada en fotografía o vídeo y pase a formar parte de los contenidos que difunden los medios de comunicación se convierte automáticamente en materia para el show business. Las noticias, sin ir más lejos, no dejan de ser un entretenimiento más. Fijaos, si no me creéis, en la indiferencia con la que vemos en muchas ocasiones los bombardeos o los terremotos que suceden en países lejanos. Os pongo un ejemplo curioso. Yo no veo casi nunca un partido de fútbol, pero, sin embargo, me gusta ver los deportes en el telediario. Me divierte la sociología del fútbol, saber qué equipos ganan o pierden y conocer las aspiraciones y frustraciones de las diferentes aficiones futboleras. Ese conocimiento me ayuda, además, a poder participar en ciertas conversaciones de barra de bar, lo que me supone un plus de diversión.

Esto lo digo porque, sorprendentemente, estoy empezando a disfrutar de las corridas de toros. Y es algo de lo que me alegro, que vivo en una comunidad en la que se destina una gran partida de dinero público, de mi dinero, de vuestro dinero, a subvencionar ese entretenimiento cruel en el que un señor que marca paquete, lleva medias ceñidas y se adorna con lentejuelas tortura hasta la muerte a un animal, que tiene que agradecerle al tipo de las lentejuelas la buena vida que se ha dado hasta ese momento porque si no hubiera corridas de toros, ni existiría.

En otras cosas no se ha lucido la señora doña Dolores de Cospedal, pero en lo de los toros sí, que le faltó tiempo para declararlos Bien de Interés Cultural y para ofrecerles a los ganaderos y empresarios taurinos todo tipo de facilidades. Y ha funcionado, que en menos de cuatro años ha conseguido que sea Castilla-La Mancha la región de España que lidera el ranking de los festejos taurinos. También ha organizado el I Congreso Internacional de Tauromaquia en Albacete y no deja de invertir dinero público en plazas de toros y en escuelas, de tauromaquia quiero decir, que las otras, las de estudiar, las tiene dejadas de la mano de dios.

Como os decía, desde hace un tiempo me he dado cuenta de que la tauromaquia también puede ser un buen entretenimiento para los que creemos que las corridas de toros son un espectáculo repugnante y bárbaro. No deja de producirme placer, por ejemplo, observar cómo los telediarios se esfuerzan por rellenar como sea sus minutos dedicados a los toros, en ocasiones con noticias totalmente ridículas o intrascendentes. O ver televisados los enfrentamientos entre los grupos animalistas y los taurinos, que, la verdad, si a los animalistas tanto les gustan los animales deberían tener un poco más de respeto por los taurinos. También me divierte mucho ver a ciertos artistas, pongamos que hablo de Joaquín Sabina, defendiendo los toros con argumentos infantiles y balbuceos intelectualoides. O escuchar a intelectuales de la talla de Fernando Savater decir que los animales están ahí para que los seres humanos hagamos con ellos lo que nos salga del culo. Y debe de ser verdad, que Savater es un tipo listísimo y es bien sabido que solo dice bobadas cuando habla de UPyD, de la ETA o de las carreras de caballos. Disfruté también mucho viendo una corrida de toros en Youtube. Vi solo un trocito, ese en el que le brindaban un toro a la señora doña Dolores de Cospedal, y todo el público, para expresarle la gratitud que sentían por sus desvelos en defensa de la tauromaquia, la abucheaba sin compasión. Y me gustan, para qué nos vamos a engañar, como a la mayoría de vosotros, las cornadas que se llevan los toreros. Si no fueran entretenidas, no las televisarían. Quién no disfruta con una buena cogida de José Tomás. Los toreros de hoy, gracias a los avances de la cirugía, ya casi nunca mueren en el coso, pero eso es casi mejor porque así valen para más veces. El otro día un toro ensartó por el cuello a un muchacho y al día siguiente ya estaba en el telediario diciendo que se moría de ganas de volver al ruedo. No seré yo el que se lo impida, que ese muchacho seguro que en el futuro nos ofrecerá muchas más tardes de gloria.

Tengo que aclarar que no disfruto con todas las noticias que tienen que ver con los toros. El otro día se escapó un toro en Talavera y no me hizo tanta gracia. Hizo daño a personas que nada tienen que ver con el espectáculo de la tauromaquia y eso me pareció mal. Como mal me parecería que me obligaran a participar en un encierro. A mí me gusta ver cómo cornean y patean a los mozos en los encierros solo porque ellos se han prestado voluntariamente a grabar esos vídeos que tanto nos divierten.

A veces tengo ensoñaciones y fantaseo con que un día algún toro con inquietudes políticas salte al tendido donde esté la señora doña Dolores de Cospedal con su mantilla y su peineta y se la lleve por delante para regocijo del público presente. Sin consecuencias graves, que una mujer que ha hecho tanto por el entretenimiento nacional es mejor que siga viva. Me atrevería a decir que medio guion de El Intermedio se lo hace ella solita. Pero una buena cornada en el glúteo de la señora De Cospedal compensaría con creces todo el dinero público que estamos invirtiendo en ese espectáculo.

sábado, 11 de abril de 2015

La izquierda

Algunos nos quieren hacer creer que la izquierda y la derecha han dejado de tener sentido en la política del siglo XXI. A saber por qué ese empeño de unos y otros. La izquierda y la derecha siguen ahí. Puede que con otros nombres, disfrazados con otros ropajes y posiblemente despojados de la autenticidad que tuvieron en tiempos más heroicos, pero ahí están. A la izquierda se la reconoce desde lejos.

La izquierda se desorganiza en asambleas. Se supone que las asambleas sirven para escuchar la voz de la ciudadanía. Sin embargo, en la práctica, se parecen más a peleas de pandilleros, guerras civiles de pacotilla por una cuota de poder o por cinco miserables minutos de protagonismo. Las guerras civiles de los militantes de izquierdas, que piensan todos más o menos igual, aunque con ciertos matices que ellos creen insoslayables, acaban atomizando la izquierda en galaxias de partidos minúsculos que se arrogan los valores verdaderos e inmarcesibles de la izquierda al tiempo que se niegan a reconocer su condición de grupúsculos inoperantes y narcisistas. Si alguno de estos partidos de pronto despunta, el resto de partidos de su misma órbita lo machaca sin piedad. En la izquierda no se perdona el éxito de los partidos afines, y cualquier concesión al entendimiento general de los que alcanzan una cuota de poder se interpreta como una traición imperdonable. Es probable que muchos de los políticos que alcanzan el poder dentro de estas formaciones no sean realmente de izquierdas. La verdadera gente de izquierdas es autocrítica y nunca pasa de las discusiones bizantinas e inútiles de las asambleas. Y los que llegan a alcanzar cierto poder terminan en la picota por cualquier gesto que pueda malinterpretarse. El mínimo que se exige a un político de izquierdas para que sea incuestionable es la santidad. También puede que los verdaderos políticos de izquierdas nunca lleguen a lo más alto porque acaban abatidos sin piedad en el fragor de las batallas de sus guerras intestinas o ejecutados en alguno de los ajustes de cuentas cainitas de las bases de sus propios partidos. Y si llega alguno, debe de estar tan sumamente asqueado y exhausto después de tanta refriega fratricida que no sería raro que se sintiera sin fuerzas para enfrentarse a sus verdaderos adversarios. Por eso no debería extrañarnos que muchos políticos de izquierdas lleguen a su madurez convertidos en unos auténticos cínicos, ni que desconfíen de esas bases ineficaces y onanistas que en lugar de hacer aportaciones prácticas se dedican a despellejarlos en cuanto tienen ocasión.

En los próximos comicios, supongo que volveré a votar a alguno de los innumerables partidos que fraccionan y debilitan a la izquierda, pero eso no significa que no pueda pensar de vez en cuando que quizá nos mereceríamos, especialmente nosotros, los de izquierdas, la peor de las dictaduras fascistas.

jueves, 19 de marzo de 2015

En la inauguración del sepulcro de Miguel de Cervantes

(parodia de un conocido soneto con estrambote del autor inmortal)

No dudéis que me asombra la belleza
del sepulcro que guarda en esta villa
el fémur, la tibia y una costilla
del manco de Lepanto sin cabeza.

Millones de turistas con certeza
vendrán a contemplar la maravilla
y en ninguna terraza habrá una silla
libre para tomar tapa y cerveza.

Seguro que los huesos de este muerto
darán más beneficios que el legado
de Sancho, Rocinante y don Quijote.

Y después la alcaldesa dijo: "Es cierto
todo lo que el ministro os ha contado,
y si alguien lo cuestiona, es que es un zote."

Luego dieron un bote,
llevaron al ministro hasta la entrada,
cortaron una cinta, y no hubo nada.

sábado, 21 de febrero de 2015

Los conversos

En Los nietos del Cid, Andrés Trapiello describe a Ramiro de Maeztu como un tipo violento que pasó de tener ideas anarcosindicalistas radicales en su juventud a ser defensor del fascismo de corte más agresivo en su edad provecta. De todo esto infiere Trapiello que “Maeztu era un hombre violento con veinte años y siguió siéndolo con sesenta”, es decir, que cambió de ideología sin dejar de ser él mismo. Valle-Inclán, que compartió con él generación, dio un giro parecido, aunque en sentido inverso, pasando de ser carlista durante gran parte de su vida a adquirir, ya cincuentón, una supuesta conciencia social que le llevaría a coquetear con las ideas marxistas. Y todo eso sin cambiar de vida ni afeitarse las barbas ni buscar otro sastre, que en ningún momento Valle-Inclán dejó de ser lo que siempre había sido, esto es, un tipo raro y extravagante, un esteta.

Y es que a lo mejor los conversos, aunque cambian de bando y ellos mismos terminan convencidos de que su conversión solo es comparable a la de Saulo de Tarso, no dejan de ser lo que fueron por solo embadurnar su cara de paletadas de maquillaje ideológico. A mí siempre me han parecido tipos de los que te puedes fiar poco, y pienso ahora en gente de nuestros días, como Federico Jiménez Losantos, Gabriel Albiac, Fernando Sánchez Dragó o Jorge Vestrynge, cada uno dando el giro en un sentido u otro, que eso viene a ser lo mismo, aunque es cierto que los que con la edad se radicalizan hacia la izquierda, como Valle-Inclán o Vestrynge, aparecen con menos frecuencia que el cometa Halley.

De cualquier forma, a mí unos y otros me inspiran recelo. El converso es ese tipo que, tras la particular epifanía en la que encuentra el camino de la verdad, se vuelve un intransigente que suele mirar con desprecio o, si hay suerte, con compasión a todos los infelices que no comparten sus ideas. Muchos son tan cargantes como esos exfumadores que se pasan la vida sermoneando a los que se niegan a abandonar el vicio. No es raro que los conversos se dirijan con tono sarcástico y burlón a los que piensan como pensaban ellos cuando eran jóvenes. Ni que intenten humillarlos en público si tienen ocasión. A veces se diría que quieren vengarse de sí mismos, de su yo del pasado, que ahora les parece un idiota inmaduro que les dejó en su expediente una mancha indeleble que deben arrastrar como un estigma vergonzoso. Quizá la mala baba que algunos se gastan solo sea la forma de canalizar el rencor que sienten hacia sí mismos.

Es una pena que no se den cuenta de que su cambio radical de ideología no impide que sigan siendo lo que siempre han sido: tipos que se desviven por imponer su pensamiento a los demás, sin importar demasiado si ese pensamiento es de un signo u otro. Si hubieran aprendido algo de sus errores pasados, deberían haber comprendido que tras el desengaño que uno siente cuando se separa de una ideología, la salida más airosa no es la traición ni el transfuguismo, sino el escepticismo y la renuncia. Pero hace falta algo de humildad para reconocer que si te equivocaste una vez, podría volver a sucederte.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Optimismo

Quién nos iba a decir hace solo unos meses que 2015 se iba a presentar con una cara tan amable, tan cargado de ilusión y alegría. Lo hemos pasado mal y ha sido duro, pero por fin hemos salido de la crisis. Esta vez de verdad. Ahí están los indicadores macroeconómicos que demuestran que lo peor ha pasado y que lo mejor está a la vuelta de la esquina. Casi se puede oler ya esta nueva era de prosperidad que nos espera después de las doce uvas. Es como si la primavera se hubiera anticipado y todas nuestras esperanzas volvieran a florecer con bríos renovados.

Se acabaron las manifestaciones, las huelgas y las protestas en general. Y no por el miedo a la mal llamada ley Mordaza, sino porque no habrá ninguna justificación para rodear el Congreso, tomar las plazas o invadir las calles inopinadamente. A nuestro querido presidente del Gobierno no le cabe ninguna duda y a la prensa más objetiva e imparcial tampoco. Ahí están periodistas de raza como Francisco Marhuenda para certificarlo. Muchos de los que se han metido con él durante estos últimos años deberían pensar en ir pidiéndole disculpas, que la realidad, que es obstinada y pertinaz, ha terminado dándole la razón. Este prohombre del periodismo, que nunca flaqueó y que, contra viento y marea, siempre mantuvo su fe en el Gobierno, nos ha dado una gran lección de la que tendríamos que sacar muchas conclusiones.

Sí, ya sé que muchos de vosotros aún sois escépticos y que creéis que el Gobierno intenta tomarnos el pelo. Seguro que me vais a decir que sigue habiendo gente rebuscando en los contenedores, que hay colas interminables en los comedores sociales, que continúan los desahucios, que el paro apenas ha bajado y que mucha gente que trabaja no gana ni para comer. Todo eso no se puede negar, pero lo único que sucede es que no sois capaces de ver más allá de vuestras narices porque los árboles os impiden ver el bosque. ¿Es que no os dais cuenta de que todo eso no es sino el rastro que deja a su paso la tormenta? Pero no hay que perder la calma porque la tormenta ya pasó y España es un ave fénix que está resurgiendo de sus cenizas, mal que les pese a los agoreros. Ahí tenéis los irrefutables e impepinables indicios que lo demuestran. Se acabaron los recortes. El Gobierno acaba de elevar en tres eurazos el sueldo mínimo interprofesional y ha subido las pensiones un 0,25%. No hay más ciego que el que no quiere ver.

Con un poco de paciencia muy pronto veremos los frutos granados de la nueva reforma educativa. En 2015 se implantará en secundaria y seguro que es todo un éxito. Puede que incluso esta sea la oportunidad para que Froilán se saque por fin la ESO y emprenda una exitosa carrera como promotor de fiestas en la Joy. El PP siempre se ha preocupado mucho por ofrecer oportunidades a la juventud con inquietudes. Solo hay que fijarse en lo bien que se han portado con el Pequeño Nicolás. Qué bonito sería que el PP convocara el próximo curso las becas “Pequeño Nicolás” para jóvenes emprendedores.

Y se acabó la preocupación ciudadana por la corrupción. Que sí, que ha existido, eso no lo vamos a negar. Pero es una lección aprendida de la que solo quedan ciertos remordimientos y el propósito firme de no volver a repetirlo. Con solo ver la nueva ley de transparencia del PP queda claro que ellos, especialmente, han quedado totalmente escarmentados. Puede que en el pasado hayan estado más pringados que el resto, pero por eso mismo también han sido el primer gobierno que ha tomado medidas drásticas para extirpar la corrupción de raíz. Ningún partido como el PP a la hora de colaborar con la justicia y dejar que los jueces actúen con rigor e imparcialidad.

Pero como de desagradecidos está el mundo lleno, seguro que hay por ahí gente que les pone alguna pega. Pues no pasa nada, que para eso vivimos en democracia, disfrutamos de un Estado de derecho y podemos manifestar libremente nuestras preferencias en las urnas.

Para todos los quejicas, el 2015 trae un montón de elecciones democráticas en las que habrá opciones estupendas para todos. ¿Que eres de poca aventura pero estás desencantado del PP? Pues ahí tienes al UPyD de Rosa Díez y a los Ciudadanos de Albert Rivera, que no son ni de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario pero al revés, que no es lo mismo.

¿Qué eres un nostálgico de la izquierda de toda la vida porque te gusta el olor a naftalina y la moda vintage? Pues ahí están Pedro Sánchez y Alberto Garzón, que vienen a ser lo mismo que cuando cambiaron el dibujo del bote del Cola Cao y dejaron dentro el producto de toda la vida, que la gracia del Cola Cao auténtico está en que haga grumos para comértelos a cucharadas antes de apurar la leche. Las cosas que están bien no hay por qué cambiarlas.

Pero que no se preocupen los amantes de las novedades, que 2015 les tiene reservadas grandes emociones. De hecho, todo apunta a que Podemos puede ser la gran sorpresa electoral. Multitud de fenómenos paranormales y algunas encuestas del CIS parecen anunciar que Pablo Iglesias se hizo hombre para derrotar a la casta y redimirnos a todos de la tiranía de los banqueros y los grandes empresarios. Que nadie dude de él, que, si las circunstancias lo requieren, convertirá el agua en vino y multiplicará los panes y los peces.

Solo preveo un mal año para los nacionalistas e independentistas. En cuanto los catalanes y los vascos vean lo bien que nos va, no habrá ni uno que quiera irse de aquí. A lo mejor tendríamos que hacer un referéndum a nivel nacional para decidir si les damos la patada y nos los quitamos de encima. Aunque solo fuera para darles un susto y echarnos unas risas.

Y es que lo de votar está bien, pero dentro de un orden. ¿O es que acaso nos ha hecho falta votar para tener un monarca cojonudo? Hay cuestiones que más que democracia lo que requieren es una buena estrategia de jugador de ajedrez. Para dar jaque a sus hermanas, a la tonta y a la listilla, solo tuvimos que mantener una ley de sucesión que las descartaba por ser mujeres. ¿Acaso alguien protestó por un caso de discriminación tan palmario? Pues no. Porque Felipe era el heredero que a todos nos gustaba: alto, guapo, educado, romántico… Resumiendo, un príncipe de esos que salen en los cuentos. Y listo donde los haya. Ni se os ocurra jugar con él al Tabú, que es un crack. El otro día se tiró quince minutos hablando en televisión y no dijo ni una de las palabras prohibidas.

En 2015, hasta la Iglesia va a parecer otra. Se acabaron los escándalos de pederastia y las sectas sicalípticas. El papa Francisco exorcizará todos los males de su grey y la dejará más inmaculada que recién salida del confesionario. Ya era hora de que llegara un papa que se pusiera de parte de los pobres. Seguro que pronto empieza a subastar las riquezas del Vaticano para dar de comer a todos los necesitados del planeta. Su humildad nos ha dejado a todos pasmadísimos, y no solo porque sea papa sino muy especialmente por tratarse de un argentino. Nunca habíamos visto algo así. No me extrañaría que más pronto que tarde renunciara a su cargo de jefe de Estado y convirtiera la teocracia vaticana en una comuna anarquista.

¿Y qué me decís de Estados Unidos? Obama ha terminado con el bloqueo a Cuba y se supone que por fin cerrará Guantánamo. No me parece poco. Aunque tengo que reconocer que el panorama internacional sí me tiene algo preocupadillo. Sigo viendo muy cabreados a los yihadistas y supongo que el problema no tiene fácil solución. Es gente que se queja de vicio y eso tiene mal arreglo. No sé a qué viene tanta mala hostia con lo bien que les va. Cada vez controlan más territorios y ya tienen hasta califa y todo. Fíjate que me da que 2015 para ellos no va a ser mal año.

En fin, espero que todos mis buenos augurios se cumplan y que 2015 os dé a todos lo que os merecéis.

sábado, 1 de noviembre de 2014

El día de difuntos de 2014

(Paráfrasis o parodia de Larra.)

Supongo que hubo un tiempo –ya ni me acuerdo– en el que me sorprendía por todo lo que tiene que ver con este país: la ineptitud de la clase política, su latrocinio continuado, la necedad de los electores, su pasividad a la hora de pedir dimisiones y reformas profundas… Hoy, día de difuntos de 2014, ya no me sorprende nada. Con la mitad de casos de corrupción que se han destapado últimamente, deberíamos estar, como poco, en la antesala de unas elecciones anticipadas. Pero ni la oposición las pide con la vehemencia necesaria ni la gente sale a la calle a exigirlas por la fuerza. Estamos tan acostumbrados al bochornoso espectáculo de esta lamentable clase política como a ver las miserias de África a la hora de comer. Puede que en algún momento estuviéramos indignados, no lo dudo, pero desde hace tiempo el significado de ese término debe de haberse suavizado. He ahí un término que los académicos deberían haber revisado en la última edición del diccionario de la RAE. Yo habría propuesto lo siguiente: “Dícese del que finge estar muy cabreado con la situación política y no hace nada para cambiarla”. Lo sé muy bien porque yo mismo soy un indignado.

Hace un par de días entré en un estado cercano a la depresión. No sabría decir exactamente por qué, pero sé que me sentía como el interino que lleva tres o cuatro años sin trabajar, como el emigrante español que se va a Alemania siguiendo los pasos de su abuelo, como el inmigrante que se jugó la vida en la valla de Melilla para terminar explotado en régimen de pseudoesclavitud en la finca de algún terrateniente andaluz o como el corrupto que atraviesa el umbral de Soto del Real pensando que es injusto que entre tantos de su misma ralea le haya tenido que tocar a él.

En esas circunstancias, no pude tener peor idea que acercarme a mi pueblo. Si a mi pueblo le pusiéramos una tapa de pino en el lugar del cielo, sería lo mismo que un inmenso ataúd. Anduve recorriendo sus calles a las siete de la tarde y tuve la sensación de caminar por un pueblo fantasma, o por los escenarios donde a veces se ruedan mis pesadillas. Casualmente, pasé por una parte del pueblo donde yo jugaba mucho de niño y me sorprendió ver que ya no había chavales en la calle. Los imaginé en su casa mandando Whatsapps o yendo a todas esas actividades programadas que tanto les gustan a los padres. Casi no me crucé con nadie mientras admiraba las ostentosas viviendas que se construyeron en los felices años de la burbuja inmobiliaria y los muchos solares con vallas de metal que durante las próximas décadas afearán casi todas las calles de España. Aunque ya se iba haciendo de noche, muchas de las casas estaban a oscuras. Intenté calcular cuántas casas de mi pueblo están deshabitadas la mayor parte del año y me perdí en la cuenta. Cada vez son más los que se van. No hay futuro para un pueblo que vivía en gran medida de la construcción y de las fábricas de puertas, que saltaron por los aires en el instante que explotó la burbuja. En el centro del pueblo, en la plaza, algunas madres vigilaban a los pocos niños que jugaban en el parque infantil. En los bancos, algunos viejos miraban sin emoción pasar la poca vida que pasaba. En los bares no había casi nadie. Miré la iglesia. Unos meses antes estaba de reformas. Pensé en pasar a ver qué habían hecho, pero no lo hice. Me parecía una broma de mal gusto que la iglesia fuera lo único que había mejorado desde mi última visita. En una extraña asociación de ideas, me acordé de la gran aportación de nuestro joven alcalde al embellecimiento del municipio: un breve y espantoso monumento a la bandera española en la plaza, supongo que para reafirmar nuestro sentimiento patriótico. Como los que le precedieron, ni se ha planteado quitar de la plaza el monumento a los caídos por Dios y por España. También debe de ser algo muy patriótico. Como se acercaba el Día de Todos los Santos y tenía la sensación de que me faltaba el aire dentro de aquel ataúd, decidí salir corriendo de allí antes de que a alguien se le ocurriera ir a visitarme con una corona de flores.

Volví a Toledo todo lo rápido que pude, entré en mi casa y con un gran alivio cerré la puerta a mis espaldas, como si viniera huyendo de una hueste de walking dead. Momentáneamente me sentí a salvo.

Hoy, sin embargo, me doy cuenta de que haber escapado de un ataúd no me ha servido para salir del cementerio. Y en estos momentos pienso en esos infelices que salen de sus casas para acudir a los cementerios a ver a los muertos. No se dan cuenta de que para cumplir con el rito de ir a ver a los muertos les valdría solo con buscar un espejo. Y si quieren ver zombis caminando torpemente, yendo a ninguna parte, confusos y desconcertados, solo tienen que abrir las ventanas y mirar a los que pasan. Porque estamos rodeados. Cada pueblo de España no es nada más que un sepulcro. Cada ciudad, una inmensa colmena de nichos. El país entero, un cementerio. Quizá para disuadir a los que intentan saltar las vallas de Melilla solo habría que hacerles ver que lo que intentan sortear son las tapias de un enorme cementerio.

Miro los titulares de los periódicos y tengo la sensación de estar leyendo epitafios.

Veo a muchos de nuestros gobernantes corruptos intentando defenderse con el argumento de que todos roban, sin darse cuenta de que incluso dentro del crimen podemos hacer rankings.

Veo a políticos que dicen que la economía española está despegando mientras no deja de aumentar el número de personas que pierden sus casas y van a los bancos de alimentos.

Veo que los políticos que se llaman a sí mismo liberales han sido funcionarios toda su vida y entienden que ser emprendedores es privatizar lo que es de todos y conseguir adjudicaciones de servicios públicos mediante sobornos. Y sabemos que no van a parar hasta expoliarlo todo.

Veo que algunos quieren dejar de ser españoles sin darse cuenta de que para lograr algo así no basta con cambiar de himno y de bandera, ni mucho menos con poner otra tapia para construir su propio cementerio.

Veo la palabra constitución en manos de los que nunca creyeron en ella, salvo cuando se dieron cuenta de que podrían pervertirla para sus intereses.

Veo cómo los grandes empresarios y los banqueros tratan a los políticos como si fueran marionetas y exigen, con el arte del ventrílocuo, que los obreros tengan los mismos derechos y usos que un Kleenex, y que los pequeños empresarios se acostumbren a vivir de sus desechos.

Veo a jueces corruptos que apoyan a los suyos a cambio de prebendas mientras que hay otros jueces condenados por prevaricación por perseguir a tipos poderosos que comparten vajilla y mantel con los ministros.

Veo a algunos periodistas vendidos al poder. Y a otros como simples escribanos que acuden al trabajo a copiar ruedas de prensa sin molestar demasiado.

Y veo a algún corrupto que es detenido como cabeza de turco para distraer a la opinión pública. Es una táctica común de la mafia mejicana. De vez en cuando dejan que caiga uno de los suyos para que la gente crea que la policía, que está a sueldo de las mafias, hace su trabajo.

Que estemos todos muertos y nos hayamos convertido en zombis es la única explicación que encuentro para que no salgamos a la calle, en masa, a reventarlo todo, a poner este país patas arriba para poder empezar a ordenarlo de nuevo. Me gustaría pensar que hay algún superviviente que ha sobrevivido a la invasión zombi, pero en el corazón de un cadáver caben pocas esperanzas y sospecho que, si lo descubriéramos, no duraría mucho entre nosotros.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Cuentos con moraleja: Lázaro, el ciego y las uvas

El Lazarillo de Tormes es una novela en cuya composición se utilizaron, más o menos modificados, muchos relatos ajenos que el autor hizo pasar por propios al convertirlos en aventuras y desventuras del pobre Lázaro de una manera que hoy nos parecería más cercana al plagio que a la intertextualidad. Por esa misma razón, creo que es lícito rescatar uno de sus pasajes para convertirlo en cuento, pero no como lo hacen los libros de texto cuando seleccionan un fragmento, sino reescribiéndolo de memoria para hacer mi propia versión:

Lázaro era un niño pobre al que su madre había puesto a servir a un ciego para que tuviera algún oficio y pudiera mantenerse por sí mismo. Tras salir de Salamanca, la ciudad donde el muchacho se había criado, no tardó en darse cuenta de que la astucia y la crueldad eran las características más sobresalientes de su amo. La crueldad se le veía en los muchos pescozones y palos que le daba, así como en lo poco que le daba de comer, que, para colmo de virtudes, el ciego también era avaro y mezquino. Su astucia quedaba de manifiesto por lo difícil que era engañarle a pesar de su ceguera.
            Poco tiempo después de salir de Salamanca llegaron a tierras toledanas. Era la época de la vendimia y, al pasar por Almorox, un hombre les ofreció un racimo de uvas a modo de limosna. De haber estado el racimo en buenas condiciones, seguro que el ciego lo habría guardado para que le durara varios días, pero era un racimo medio aplastado, con las uvas a punto de pasarse, y comprendió que no aguantaría ni un día más. Fue por eso por lo que, traicionando sus costumbres, decidió que era una buena idea zampárselo de golpe, a modo de festín, y compartirlo con Lázaro.
            –Lázaro –le dijo–, hoy es tu día de suerte y vas a poder hartarte de comer. Nos sentaremos en algún lugar y partiremos como buenos cristianos el racimo que este hombre nos ha dado. Para que el reparto sea equitativo, cogeremos las uvas por turno y de una en una. Y para estar seguro de que no me engañarás, tendrás que prometerme que no cogerás más de una uva cada vez que te toque.
            Lázaro estuvo de acuerdo y se lo prometió. Se sentaron bajo un árbol y empezaron a dar cuenta del racimo. Al principio respetaron el acuerdo, pero en el tercer turno, el ciego empezó a coger las uvas de dos en dos. Lázaro, sorprendido e indignado, se enfadó tanto que no solo quiso igualarle cogiendo las uvas de dos en dos, sino que le pareció de justicia que se merecía cogerlas de tres en tres. Y así lo hizo, aunque se atragantara de vez en cuando al tratar de engullirlas sin llamar la atención.
            Cuando se acabó el racimo, el ciego se quedó un rato con el escobajo en la mano y empezó a menear la cabeza:
           –Lázaro –dijo–, estoy seguro de que me has engañado. Podría jurar que has estado comiendo las uvas de tres en tres.
            –¿Por qué dice usted eso? – se defendió Lázaro fingiéndose ofendido.
            –¿Sabes por qué estoy tan seguro de que has estado comiendo las uvas de tres en tres? Porque las comía yo de dos en dos y te callabas.


Cuando veo estos días el aluvión de noticias sobre los escándalos de corrupción de Jordi Pujol, no pienso mucho en él. Pienso más en todos los que le rodearon durante los veintidós años que fue presidente de la Generalitat de Cataluña: todos sus cargos de confianza, los numerosos ministros del Gobierno de España que tuvieron tratos con él y, especialmente, los cuatro presidentes del Gobierno con los que coincidió. También pienso en la infinidad de empresarios que supuestamente le estuvieron pagando mordidas del 3% por las adjudicaciones de contratos de obras y servicios de la Generalitat. Y algo no me cuadra. Sobre todo sabiendo como sabemos lo difícil que es guardar un secreto entre españoles con que más de dos lo sepan. Si es verdad que Jordi Pujol estuvo embolsándose dinero público durante tanto tiempo hasta amasar una inmensa fortuna, lo que me pregunto es por qué todos esos a los que me he referido antes, que no eran ciegos ni sordos, callaban.

miércoles, 6 de agosto de 2014

En defensa de los corruptos

Qué fácil es criticar en Twitter y en Facebook sin moverse del sillón y qué difícil ponerse en el lugar del otro para intentar comprenderlo. Así nos va. No os voy a decir que me gusta la corrupción para que no me tachéis de cínico, pero es un fenómeno que está tan extendido, tanto horizontalmente, esto es, por toda la geografía del orbe, como verticalmente, desde las altas esferas de la política hasta el último concejal de un ayuntamiento de mierda, que estaréis de acuerdo conmigo en que debe de tener algún tipo de explicación. Porque, considerando que no se trata de una epidemia y que son tantos los probos ciudadanos que han terminado cayendo en la tentación de llenarse los bolsillos a costa del erario público, si fuéramos humildes y cautos, que no lo somos, tendríamos cuidado de no criticar lo que nosotros mismos podemos terminar haciendo algún día. Un poco de empatía es lo que necesitamos para no digo ya tolerar, pero sí al menos a comprender este fenómeno.

Pongámonos en la piel de un político cualquiera y pensemos en la de codazos que tiene que dar para llegar a ser alguien dentro de su partido. Las encarnizadas luchas intestinas de los distintos grupos políticos requieren mucho esfuerzo y dedicación absoluta. Pisar cuellos y defender a tu camarilla a capa y espada es un trabajo muy absorbente y muy mal pagado. ¿Y todo para qué? Para, con mucha suerte, llegar gobernar y que te hagan un contrato que durará, si no pasa nada, cuatro años. Normal que, si puedes, en esos cuatro años te lleves algún extra. O que si, estando en la oposición, alguien te quiere sobornar, no te lo pienses, que bastante disgusto has tenido ya perdiendo las elecciones. Un buen soborno es ese tren que para un concejalillo de tres al cuarto solo pasa una vez en la vida.

Y luego pongámonos en el pellejo del político que consigue un cargo importante, un sillón desde el que se reparten millones de euros en concepto de concesiones de obras y servicios. ¿No es lógico que el que hace entrega de esos millones se lleve una comisioncilla? ¿Qué pensamos? ¿Que los políticos son personas normales o santos y hermanitas de la caridad? Seguro que los proyectos que se presentan a los concursos públicos deben de ser muy parecidos. ¿Cómo decantarse entonces por uno o por otro? No me digáis que de estar vosotros en su lugar no tendríais en cuenta cuestiones como la relación familiar, el trato de amistad, la posibilidad de obtener favores en el futuro o algún regalito en forma de sobre lleno de billetitos en B. Y con todo lo que se privatiza lo mismo. Alguna compensación debe tener expropiar a la ciudadanía para beneficiar a los empresarios, que es muy duro lo de ser político y que cada día haya un montón de gente insultándote en todos los mentideros de Internet y cagándose en tu puta madre. Eso cuando no salen a la calle a llamarte hijoputa a voces y en procesión.

Sé que esto es generalizar mucho, que el fenómeno de la corrupción es harto complejo y que habría que ir analizándolo caso por caso para comprenderlo en profundidad. Poneos, por ejemplo, en el papel de Bárcenas, venga a repartir sobres y billetes por aquí y por allá, sin tregua, a todas horas, a este y a la otra y al de más allá. Tendría que haber sido un fraile cartujo para resistirse a la tentación. O pensad en la abnegada vida de Jordi Pujol. ¿Habéis visto su foto de familia Opus Dei style? No tuvo que ser fácil criar a tantos hijos ni mucho menos buscarles una buena colocación. A lo mejor os parece que se pasó, que para eso no hacían falta miles de millones, pero tened en cuenta que a un buen padre todo le parece poco para sus hijos. O si pensáis en el caso de los ERE de Andalucía, hay que considerar seriamente cómo la tradición y las costumbres modifican y modelan la conducta de los individuos. Son muchas las generaciones de andaluces que a lo largo de los siglos han soñado con una vida regalada sin pegar un palo al agua como forma de realización personal, y esto pasa de padres a hijos igual que la devoción por la virgen del Rocío o la afición a los toros. ¿Cómo no comprender a aquellos afortunados a los que se les presenta la virgen en forma del cerro de billetes que les puede hacer realidad su sueño? Y en la Comunidad Valenciana no olvidéis que, entre la gente bien, la corrupción no deja de ser una forma de relacionarse como otra cualquiera. ¿Qué creéis que conseguiría un político valenciano si decidiera negarse a la práctica de la corrupción? ¿Un premio? Una mierda y una patada en el culo, eso es lo que recibiría. Allí, si quieres integrarte dentro de la vida política, tienes que practicar la corrupción a un nivel profesional, que a estas alturas ha alcanzado la categoría de deporte de élites y ya solo compite con el golf y las regatas. Son tantas las variantes de la corrupción que hasta por aburrimiento puede llegar uno a ser corrupto. Pensad en Urdangarín recién casado e imagináoslo en palacio, dando vueltas con las manos en los bolsillos y bostezando sin saber qué hacer en su condición de infante consorte.

Como veis, son muchas las razones que pueden llevar a una persona a la práctica de la corrupción y no deberíamos juzgarlas a la ligera. La verdad, no sé si algunos de los que critican tanto a los corruptos lo hacen por rectitud moral o por envidia cochina. No olvidéis que vivimos en un país democrático, que cualquiera puede entrar en un partido político, en un sindicato o en la misma Casa Real, y que todos vosotros, con voluntad y un poquito de suerte, también podríais llegar a ser corruptos algún día. Reconoced que sería una pasada.