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miércoles, 3 de agosto de 2016

Omega

Todavía recuerdo el momento en el que supe de la existencia de Omega. Fue en Pacífico, muy cerca del Puente de Vallecas, el barrio de Madrid en el que vivía entonces. Me topé con el cartel que anunciaba el lanzamiento del disco en unas vallas donde habitualmente pegaban carteles de conciertos. Me acuerdo aún de la extrañeza que me produjo. En el cartel aparecía la portada del disco y era algo así como un cartel de circo. Sin imágenes. Todo letras con distintas tipografías y tamaños. En grande y con letras negras: MORENTE & LAGARTIJA NICK. A continuación, en rojo, con letras también grandes: OMEGA. Después un reguero de nombres de músicos flamencos de los que me sonaban tres o cuatro: Vicente Amigo, Cañizares, M.A. Cortés, Montoyita, El  Paquete, J.A. Salazar, Isidro Muñoz y Tomatito. Y al final esta leyenda: Cantando a FEDERICO GARCÍA LORCA Y LEONARD COHEN.

Me quedé totalmente desconcertado. Sobre todo por encontrar en aquel elenco de actores el nombre de Morente junto al de Lagartija Nick, uno de mis grupos favoritos en aquellos tiempos (lo sigue siendo). ¿Qué hacía Lagartija Nick con un cantaor flamenco? Lo de Lorca lo podía entender por aquello de que fueran, como él, de Granada, pero también me descolocaba la aparición del nombre de Leonard Cohen (conocía ya entonces “Take this waltz”, la versión que hizo del vals lorquiano, pero no caí en aquel momento). ¿Lagartija Nick? ¿Enrique Morente? No me entraba en la cabeza.

No fui corriendo a comprar el disco porque mi economía de entonces era muy precaria, mucho, con números tan rojos como el título del álbum, pero pronto supe –supongo que por alguna revista especializada– que en ese disco Morente y Lagartija Nick habían puesto música al Poeta en Nueva York de Lorca y a algunos temas de Leonard Cohen, que siempre ha estado fascinado por la obra del poeta granadino. Pocos meses después empecé a trabajar en la Fnac, mi economía mejoró un poco y en algún momento decidí comprar el disco. No recuerdo haberlo tenido grabado antes de tener el original.

No es mi intención dármelas de nada, pero la verdad es que a mí el disco no me pareció tan extraño como a muchos melómanos de entonces. Quizá porque fui consciente desde el primer momento de los ingredientes que se daban cita en aquella grabación. Para empezar, el Poeta en Nueva York, un libro surrealista, angustioso y oscuro que escribió Lorca en uno de los peores momentos de su vida. Por eso el primer tema, “Omega”, una especie de réquiem de más de diez minutos, me pareció increíble en una primera escucha, y sublime a la tercera o la cuarta. Igual me parecieron el resto de temas donde se fusionaban la intensidad ruidosa de los Lagartija Nick con la voz dolorida y dramática de Morente: “Manhattan”, “Niña ahogada en el pozo”, “Vuelta de paseo”, “Ciudad sin sueño”… Al revés que a los puristas flamencos, a mí las canciones que me parecieron más fuera de lugar fueron aquellas en las que no estaban los Lagartija Nick: “El pastor bobo”, “La aurora de Nueva York”, “Sacerdotes”… Con el tiempo aprendí a valorar el álbum como un conjunto heterogéneo en el que la sabia mano de Enrique Morente había sabido combinar el potencial creativo de todos aquellos músicos increíbles.

Creo que para mí no supuso un choque tan fuerte como para otros de mi generación porque –aunque yo entonces andaba muy fascinado por toda la música indie, el rock alternativo, el grunge y el noise– también escuchaba algo de flamenco, sobre todo Camarón, al que había llegado después de varios años enganchado al flamenco pop de Kiko Veneno, Pata Negra, Ray Heredia o Ketama. Es curioso que, sin embargo, el rock flamenco de Triana o Medina Azahara siempre me dejó indiferente. Conocer a Camarón y a los nuevos flamencos, como decía, me sirvió para acercarme al disco sin prejuicios. Lo vi claro desde el principio: Omega venía a ser una continuación de La leyenda del tiempo de Camarón. En ese disco, y con esa canción, Camarón ya se había atrevido a cantar un poema surrealista de Lorca con instrumentos propios del rock.

Después de veinte años, y no pocas polémicas, Omega se ha convertido en un clásico del rock y del flamenco –más de este último, les pese a los puristas que le pese– y en octubre aparecerá un documental sobre la gestación del disco, que ya se ha contado en libro: Omega, de Bruno Galindo (Ed. Lengua de Trapo).

La grabación del disco fue una odisea, un proceso largo en el que se descartaron muchas demos. Se sabe que existen varios temas que se grabaron y no entraron en el álbum, y algunas versiones diferentes de los temas que sí se incluyeron. Me parece sorprendente que aún no se haya hecho una edición especial con todo ese material inédito. Sería este un buen momento para que todos esos descartes vieran la luz.


miércoles, 17 de julio de 2013

La canción de Juan Perro

Cuando tenía catorce o quince años me apasionaba la música pop. Como no tenía dinero para comprar discos, tenía que conformarme con lo que unos y otros me grababan en cintas TDK, y TDK cuando mi economía estaba boyante, que a veces me tenía que apañar con las marcas cutres que vendían en el mercadillo. La piratería no es algo nuevo y la alimenta siempre la necesidad.

A mi hermana mayor le cogía lo que tenía, sobre todo cantautores y grupos poperos como Mecano o los Pecos. Un día un amigo suyo le grabó una cinta de un grupo que se llamaba Radio Futura y me la pasó. Me dijo que eran los que cantaban lo de la escuela de calor y creo que me sonaba de algo. En aquella casete el compilador, que era un tipo meticuloso, había grabado los mejores temas del grupo respetando el orden cronológico de edición de los álbumes: “Música moderna”, “La ley del desierto / La ley del mar” y “De un país en llamas”. Y entre medias de los dos primeros discos no se había olvidado de meter “La estatua del jardín botánico”, que se había publicado como single.

En la primera escucha me quedé un poco descolocado porque el conjunto era desconcertante. Como poco parecía el trabajo de dos grupos distintos. Al principio había algunas canciones muy poperas y divertidas (“Enamorado de la moda juvenil”, “Divina”…) y luego, desde el momento en el que empezaba a sonar la batería de “La estatua del jardín botánico”, los temas se iban volviendo más oscuros. Después de “La escuela de calor” me daba la sensación de que el grupo se había echado a perder, o al menos de que se había vuelto un poco raro.

Durante un par de meses me puse la casete a todas horas, aunque la quitaba cuando se terminaba “Escuela de calor”. Llegó un momento en que estaba tan harto de escuchar todo el rato las mismas canciones que la dejé correr. Y empecé a fijarme con mayor atención en los temas que venían a continuación: “La ley”, “Oscuro affaire”, “Semilla negra”, “No tocarte”, “El tonto Simón”, “Han caído los dos”… Me pregunté entonces cómo no me había dado cuenta en las primeras escuchas de lo buenas que eran aquellas canciones, mucho mejores sin duda que las del primer trabajo del grupo, que tanto me habían deslumbrado en un principio. En la evolución de Radio Futura me llamaban mucho la atención los ritmos, los arreglos sorprendentes de algunos temas –especialmente en el álbum “De un país en llamas”–, la voz de Santiago Auserón y, claro, las letras, esas letras, muchas veces extrañas y misteriosas, que podías escuchar una y otra vez sin terminar de entender bien y sin dejar de descubrir nuevos significados en cada nueva escucha.

Ahora sé que fue entonces cuando mis gustos musicales empezaron a madurar y a crecer.

Recuerdo que con quince años mis amigos se dividían musicalmente en tres grupos: los que escuchaban tecno pastelero y los insufribles refritos del Max Mix, los que lo flipaban con el “Tubular bells” de Mike Oldfield y los jevis, que nunca lograron convencerme a pesar de lo sugerentes que resultaban sus barrocas y monstruosas portadas, y especialmente las tías buenas que pululaban por todos sus vídeos. Yo, que picoteaba de todo un poco y no me quedaba en ningún sitio, por ubicarme en alguna parte empecé a decir que mi grupo favorito era Radio Futura. Por eso, cuando se publicó “La canción de Juan Perro” –hace ahora 25 años–, yo ya era un fan convencido y militante, que le grababa cintas a todo el que decía que no conocía al grupo o a los que lo acababan de descubrir y no tenían sus primeros discos.

Tardé todavía un tiempo en comprarme los originales. De hecho, las primeras canciones de “La canción de Juan Perro” las conseguí grabando programas de radio. La primera fue, curiosamente, la enigmática “Lluvia del porvenir”, que ni siquiera fue single. Luego creo que vino “37 grados”. Unos meses más tarde empecé a trabajar y fui encargando poco a poco todos los originales a Discoplay. Su revista era el único contacto con el mundo discográfico que se podía tener en un pueblo como el mío. Con las casetes originales aprendí los nombres de los miembros del grupo: Santiago Auserón, al que ya había visto alguna vez en “La bola de cristal”, Luis Auserón, que tocaba el bajo –creo que fue entonces cuando aprendí lo que era un bajo sin sospechar que años más tarde aprendería a tocarlo–, y Enrique Sierra, que era el punk, el excéntrico, el raro, y por lo tanto uno de los que más molaban.

Hacerme fan de Radio Futura fue una suerte. Siguiendo su estela encontré multitud de caminos que me ayudaron a descubrir nuevos territorios musicales, como el punk, el rhythm and blues, el reggae, la rumba, la música latina, el soul, el funk… Muchos de los grupos que me marcaron en aquella época los conocí directa o indirectamente gracias a ellos: The Clash, The Doors, Bob Marley, Marc Bolan, David Bowie…

Para celebrar el 25 aniversario de “La canción de Juan Perro” se ha reeditado el álbum con gran cantidad de material extra, y es una suerte, sobre todo por las grabaciones inéditas que han visto la luz. A mí me produce un poco de nostalgia, no solo por acordarme de mi ingenua adolescencia, sino también porque me doy cuenta de que hubo un tiempo en el que la industria discográfica española apostó por grupos difíciles y valientes, que llegaron a un público amplio ofreciendo propuestas arriesgadas. Hoy se hace prácticamente imposible que algo así vuelva a suceder. Por una parte, tras el derrumbe de la industria discográfica, solo se han mantenido en pie las propuestas más simples y convencionales que aspiran a agradar al público menos exigente. Por otra, tenemos un gobierno totalmente incapaz de valorar la cultura y que –en gran medida por rencor y despecho hacia los artistas que son críticos con su partido– ha torpedeado la industria cultural con impuestos demoledores al mismo tiempo que ha aumentado las subvenciones a los toros para que los jóvenes no se sigan alejando de los ruedos.

Pasa con la música lo mismo que con los programas de televisión. Se dice que se publica música facilona y frívola porque es lo que la gente quiere, pero la realidad es que la gente consume esa música porque es la que única que ofrecen los grandes medios de comunicación. Radio Futura demostró que el rock en español podía ser una apuesta de futuro y que no había que menospreciar al público ofreciéndole únicamente pienso cultural del más barato.