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sábado, 27 de junio de 2015

Qué bien pensado está el mundo: La censura

Qué alegría que vuelva la censura a España. Del todo del todo nunca se fue, eso es cierto, pero durante dos o tres décadas ha sido tan nimia que por un momento hemos tenido la extraña sensación de vivir en un país plenamente democrático. Pero afortunadamente todo eso ya se acabó. No sé si va a ser mucho pedir, pero el colmo de la dicha sería que volviera la Inquisición (¡Viva las cadenas!) con sus autos de fe, sus sambenitos y sus condenas ejemplarizantes. Los espectáculos de humillación y escarnio público siempre han gustado mucho a todo el mundo, sin distinguir clases sociales, que igual los disfruta el pueblo llano que la aristocracia más refinada, algo así como lo que pasa con los toros.

La dicha no es completa, lo sé. Porque en principio, por lo que sea, parece que no van a detener a ningún sacerdote de esos que desde sus púlpitos incitan al odio contra los homosexuales, o que fomentan la discriminación de la mujer, o a esos políticos que trivializan y enaltecen delitos de genocidio que gozan de la simpatía de la casta que está en el poder. Tampoco les va a pasar nada a los que humillan a los que murieron en la Guerra Civil o en la cruel posguerra. Ni a los que dicen en Twitter que habría que cargarse a todos los vascos y catalanes, que a esos lo mismo terminan dándoles alguno de los innumerables y variopintos premios Princesa de Asturias. De momento habrá que conformarse solo con los rojos que se atreven a contar chistes macabros en Twitter o que se van de manifestación y tienen la osadía de corear ripios que desagradan a los que mandan, y no por razones estilísticas, claro, que la censura en ese caso quizá estuviera más justificada. Me estoy leyendo la bien llamada Ley Mordaza y no veo por ningún lado que sea un agravante formar parte de algún gobierno de izquierdas, pero en vista de lo que les está pasando a Rita Maestre y a Guillermo Zapata debe de serlo, y lo que pasa es que yo no sé buscarlo, que esto de las leyes fácil, lo que se dice fácil, no es.

La verdad es que lo que nos ha pillado de sorpresa es que esta nueva forma de hacer justicia tenga carácter retroactivo, que menos mal que no quedaron grabados los chistes que algunos contábamos en el instituto que si no, a muchos nos tocaba la “prisión permanente revisable” esa que tanto le gusta al PP. Fíjate que hasta los chistes del parvulario me parecen ahora mismo peligrosos, que seguro que si algún concejal rojo cuenta en estos momentos el chiste del perro “mis tetas” la Fiscalía dice que su intención era humillar a todo el género femenino y hacer apología de la violencia de género.

¿Y por qué no pensábamos que podía volver la censura? Porque nos la figurábamos como en tiempos de Franco, con señores gordos, amargados y rijosos prohibiendo la publicación de libros y cortando fotogramas con muslos, pechugas y besos en las películas. No nos habíamos dado cuenta de que la historia se repite, sí, pero cambiando el decorado para hacernos creer que esto es otra cosa. Aunque la realidad es que la censura que tenemos hoy, que es la autocensura, es la que más ha trabajado en todas las épocas en las que se ha perseguido la libertad de expresión.

Pero los límites de la autocensura los pone uno mismo. Los pusilánimes la llevan a rajatabla, eso es cierto, pero también los hay que se arriesgan, y esto es lo bonito, interesante y creativo de la censura. Los atrevidos siempre andan buscando mil maneras para burlarla con los ardides más sutiles. Y es aquí donde entra la habilidad para decir las cosas sin decirlas, cuando todos los recursos expresivos se ponen a trabajar para decir lo que no se dice sin que parezca que se dice gracias a las metáforas, las alegorías, las dilogías, los juegos de palabras y la ironía, la bendita ironía, que es el recurso estrella de todas las etapas inquisitoriales. También nos queda, al menos de momento, el reino de la ficción, el cine y la literatura. Viene una buena época para los creadores de mundos imaginarios, fantasías futuristas y terribles distopías que sirvan de espejo de la realidad del momento.

Y debéis reconocer que decir las cosas sin decirlas es mucho más meritorio que decirlas a bocajarro y de forma llana. Y es que con libertad de expresión plena se gana en sinceridad pero se pierde en riqueza expresiva y en creatividad. Con la libertad de expresión también se vuelve muy difícil escandalizar a la gente, si es escandalizar a la gente lo que en ese momento te apetece, claro. André Breton, adalid de los surrealistas franceses y experto, por tanto, en el escándalo gratuito, se lamentaba a mediados del siglo pasado de que ya nadie se escandalizaba por nada en París. Y lo lamentaba con razón. Porque el mundo, cuando todo está permitido y no hay posibilidad de cometer transgresiones y herejías, se vuelve mucho más aburrido. Esa es la pura verdad.

Por eso estoy convencido de que viene un tiempo maravilloso para los creadores de ficciones y para los mártires que se sacrifican por una causa noble. Ya veréis qué buenas novelas y qué películas más interesantes se van a hacer a partir de la entrada en vigor de la bien llamada Ley Mordaza. Y no solo van a ser buenas las obras que se creen durante el tiempo que esté vigente, sino que su estela perdurará. Los creadores de ficciones del futuro no dejarán de volver a relatar aquellos años oscuros en los una serie de políticos corruptos arrebataron los derechos fundamentales a los españoles con la complacencia de una gran parte de la ciudadanía que obstinadamente seguía manteniéndolos en el poder. Seguro que dentro de unas décadas habrá una serie estupenda con gran éxito de audiencia que recreará estos tiempos aciagos, algo así como Follar en tiempos confusos.

Esto no ha hecho nada más que empezar y ya estoy emocionadísimo, y no quiero emocionarme demasiado por si al final todo esto queda en nada, que lo mismo viene en cualquier momento el Tribunal de Estrasburgo o cualquier otro organismo internacional de esos que velan por los derechos humanos y nos jode la fiesta.

lunes, 11 de febrero de 2013

Qué bien pensado está el mundo: Eurovegas


¡Vaya potra hemos tenido con lo de Eurovegas! Eso es suerte y lo demás tontería. Ahora que nadie tenía ni puta idea de qué industria podría reflotar España, ha venido Mr. Adelson a alumbrarnos el camino.

Cuando me enteré de que estaban pensando poner un complejo al estilo de Las Vegas en la Comunidad de Madrid, tengo que reconocer que me mosqueé un poco. A ver si me explico. Siempre me ha llamado la atención que exista un sitio como Las Vegas en un país tan mojigato como Estados Unidos, pero no hay que olvidar que los americanos son, aparte de un poco pacatos, buenos empresarios. Para el espíritu anglosajón todo forma parte de un inmenso cerdo del que todo se puede aprovechar. Y algo tenían que hacer en mitad de aquel desierto de Nevada, un territorio que, por cierto, antes fue de la corona española. ¿Y qué hicieron los españoles con él? Nada. Ni siquiera lo llegaron a colonizar completamente. ¡Para qué! Era un puto desierto. Y, sin embargo, ese territorio en manos de los norteamericanos se ha convertido en una zona próspera. Y todo gracias a consagrar la ciudad de Las Vegas al juego y a todo tipo de entretenimientos, legales o ilegales, respetables o vergonzosos. América necesitaba un sitio para poder desfogar y ese lugar no podía servir para otra cosa. Lo que no puedas hacer en ninguna parte hazlo en Las Vegas. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Otra de esas manifestaciones de la triple moral norteamericana: pienso una cosa, digo otra distinta y hago lo que me parece. Os contaba todo esto para que comprendáis por qué al principio me mosqueé. Me imaginé al tipo este, Mr. Adelson, mirando un mapa de Europa y pensando: “A ver dónde hay en este continente un terrenito que no valga ni para tomar por culo y en el que me dejen hacer mi santa voluntad”. Y eso, la verdad, hiere un poco el orgullo patrio. Por eso anduve un tiempo mohíno, sin saber qué pensar de todo esto. Pero estos últimos días he abierto los ojos, sobre todo desde el momento en el que me he dado cuenta de que estamos gobernados por una banda de (presuntos) mafiosos y que son esos mismos (presuntos) mafiosos los que van a ajustar toda la legislación a las componendas y exigencias de Mr. Adelson.

Todo encaja. Si hoy Las Vegas ha llegado a ser lo que es, ha sido gracias a los gángsters y a las mafias. Y si estamos gobernados por (presuntos) mafiosos tendremos que comprender que este es el tipo de cosas que hacen los mafiosos, que pretender otra cosa sería como pedirle tomates a un peral. Y qué coño, ¿es que acaso tenemos la esperanza de que vuelva a prosperar en nuestro país la industria textil? ¿La del automóvil? ¿La del carbón? ¿Es que alguien piensa que van a volver a abrir los astilleros? ¿O es que nos vamos a convertir de la noche a la mañana en un país puntero en investigación I+D? Venga ya, seamos serios: esto es lo que hay y no es esta la peor salida, que solo hay que fijarse en Las Vegas para tener esperanzas. Las Vegas no para de crecer y nunca tiene sus casinos vacíos.

No sé si por miopía o por la obsesión que tienen con lo políticamente correcto la progresía anda revuelta con este tema. Y es que, sinceramente, los progres -con los que comparto filiaciones, no lo voy a negar- muchas veces son unos cortarrollos de cuidado. Tienen una extraña tendencia a despreciar un montón de cosas divertidas. ¿Es que no se dan cuenta de que una Ciudad del Pecado en el corazón de España puede ser algo genial? Olvidémonos de los puestos de trabajo directos e indirectos que un complejo así puede generar, y de si serán de mejor o peor calidad, que ya está bien de pensar tanto en cosas serias y sesudas. Dejemos por un momento de salvar el mundo y fijémonos en el aspecto lúdico de la propuesta: casinos, espectáculos, atracciones, prostitutas, drogas, alcohol, más casinos, más espectáculos, más prostitutas… Tenéis que reconocer que no pinta nada mal y que de ahí pueden salir juergas espectaculares. Y si la Policía y la Guardia Civil ponen de su parte y hacen un poco la vista gorda para no perjudicar los intereses del negocio puede ser el no va más.

Yo estuve en Las Vegas y me lo pasé genial, y me importó un pito que fueran un montón de mafiosos los que se encargaran de dirigir aquel tinglado. No se puede ir por la vida de escrupuloso y amargado. Y con la misma buena disposición iré a Eurovegas cuando lo inauguren. A ver si os pensáis que el día que vaya de casino en casino hasta arriba de copas me voy a acordar de los tejemanejes de la calle Génova. Bastante preocupación voy a tener con no fundirme la tarjeta de crédito y acertar a volver a mi casa. Y los moñas, si no quieren venir, que se vayan a Eurodisney o a patearse los cascotes de la Acrópolis, pero que no den el coñazo, por favor.

Tampoco tenemos que olvidar que un sitio así puede convertirse en una fuente inagotable de entretenimiento tanto para los telediarios como para los programas más amarillos de Tele 5: ajustes de cuentas, vendettas, sicarios, atracos, tráfico de estupefacientes, crímenes, persecuciones de coches, enterramientos en descampados… Además, si os interesa la literatura y el cine, aquí va a haber materia prima de calidad para infinidad de libros y películas. Ya me estoy imaginando las rutilantes carteleras que anunciarán los últimos estrenos del cine español: Leaving Alcorcón, Miedo y asco en Alcorcón, Resacón en Eurovegas y Torrente XIV, misión en Eurovegas. Y supongo que tendré que volver a sintonizar Telemadrid para ver CSI Alcorcón.

¿De verdad que os gustaría perderos todo esto?

jueves, 18 de agosto de 2011

Qué bien pensado está el mundo: el sumo pontífice

El papa: personaje universal

El papa es un personaje genial. A nadie deja indiferente, ni a los que lo quieren, que lo hacen con locura, ni a los que lo desprecian, que ven en él la figura más asquerosa y reaccionaria del planeta.

Por eso es lógico que se haya liado parda con las Jornadas Mundiales de la Juventud en la tórrida, reivindicativa y beligerante Puerta del Sol. Y es que lo que para algunos es muy “cool” (no me lo invento, así dijo hace un par de días una peregrina que le parecía la visita de Benedicto XVI) para otros es un despropósito anacrónico que se hace incluso más incomprensible en estos tiempos de crisis.

De cualquier forma, el papa es tan importante para unos como para otros, por unas u otras razones, por unas u otras filias o fobias. Es un personaje de proyección planetaria que sigue ahí a pesar del inexorable paso de los siglos.

Por cierto, antes de que se me olvide, si escribo papa con minúscula no es por minusvalorar a personaje tan eximio, sino por respetar las nuevas normas ortográficas de la RAE, que dice que los títulos, cargos o empleos de cualquier tipo deben ir en minúscula, tanto si van acompañados del nombre propio de la persona que ostenta el cargo como si no. Después de este apunte academicista, voy a  lo que iba.

El papa para los católicos

A los católicos siempre les han gustado las jerarquías, que ya bastante martirio les supone que ante Dios todos tengamos que ser iguales. Por eso se llevaron bien con los romanos (aunque al principio tuvieran sus más y sus menos). Por eso el feudalismo fue un buen caldo de cultivo para que el cristianismo se extendiera por medio mundo. Y por eso siempre han sido uña y carne de reyes, dictadores y demás sátrapas. En la Edad Media tenían jerarquías hasta en el Cielo, donde, según Dionisio Aeropagita, los ángeles se dividían en tres coros angélicos. En el primero estaban los ángeles, los arcángeles y los principados. En el segundo, las potencias, los señoríos y las dominaciones. Y en el tercero, los tronos, los querubines y los serafines. Por eso siempre les ha gustado mucho a los curas que haya distintos niveles en su organización interna e infinidad de cargos, que van desde los humildes sacristanes hasta los orondos cardenales.

Pero sin duda la gran idea fue la de tener un líder, un elegido que tendría línea directa con el Altísimo y por cuya boca solo saldrían verdades como puños gracias al don de la infalibilidad, que significa que el papa nunca se equivoca, y no que no tenga falo o que no los desee. Tampoco que los desee, que me estoy liando y al final va a parecer que ha sido mi subconsciente el que ha escrito esto. Como decía, tener un líder permanente en la Tierra, una especie de profeta que habla por boca de Dios y que todo lo que dice va a misa, ha sido lo que les ha dado ventaja y proyección mediática respecto del resto de religiones monoteístas.

Ay si los musulmanes hubieran hecho lo mismo y tuvieran un sucesor de Mahoma a la manera que los católicos tienen uno de san Pedro. A lo mejor no estaban todo el rato a la gresca entre suníes, chiíes y kurdos.

Las otras ramas del cristianismo tampoco se dieron cuenta de los buenos resultados que les podría dar esta fórmula. Los ortodoxos, por aquello de no hacerle un feo al vecino, permitieron la existencia de varios patriarcas, que es lo mismo que decir varios papas. De hecho, para ellos Ratzinger no es más que el patriarca de Roma, menosprecio que siempre se la ha traído floja a este y a todos los que le han precedido. Los ortodoxos reconocen al patriarca de Constantinopla como el más importante, pero a título honorífico, lo que es lo mismo que no decir nada. Al lado del papa de Roma, con su infalibilidad y su cargo de jefe de Estado, el patriarca de Constantinopla es una patata rusa. Y si creéis que no es cierto, decidme cómo se llama el actual, que lleva ya la friolera de 20 años en el cargo. Ni idea, ¿verdad? Pues lo buscáis en la Wikipedia que es donde lo he mirado yo.

Y los protestantes, que no son pocos, están tan divididos y faltos de coordinación que en organización y poder mediático tienen perdida la batalla con el Vaticano. Con lo listo que era Lutero y no tuvo la gran idea de crear un papa para los suyos.

Como ya he dicho antes, una de las atribuciones más destacadas y alucinantes del papa es la de ser jefe de Estado, aunque su Estado no sea nada más que una ciudad metida dentro de otra. El Vaticano realmente se llama Estado de la Ciudad del Vaticano, pero no suelen ponerlo entero en ningún sitio porque un nombre tan grande se les saldría de las fronteras. Lo importante es que con esta argucia, propia de astutos y taimados italianos, el papa se puede entrevistar con cualquier líder mundial haciéndose valer por su cargo político.

Hay otros aspectos que hacen muy atractiva la figura del papa, como, por ejemplo, el papamóvil, que viene a ser algo así como el batmóvil para Batman, o la suntuosidad y el boato que acompañan todas sus apariciones y ceremonias, pero no quiero extenderme mucho en estas frivolidades para que no se me acuse de destacar en este texto la fastuosidad y el derroche de la Iglesia en detrimento de sus aportaciones en materia de fe, que deben de ser muchas en vista las pasiones que levanta.

El papa para los ateos, agnósticos, laicos, etc.

Para los que no creen en Dios el papa es el representante de la carcundia más recalcitrante. Pero es una figura que les da mucho juego porque les sirve de blanco de todas sus críticas. Algo así como si fuera el encargado de un negocio al que quieres poner una reclamación.

En lo único que están de acuerdo católicos y laicos es en que el papa representa como nadie a la Iglesia Católica. Los laicos ven al papa viejo, desfasado, retrógrado, reaccionario y ridículo. Ni más ni menos que la imagen que tienen de la iglesia a la que representa. Por eso no va mucha gente a misa. Por eso no se ordenan muchos sacerdotes en España ni las muchachas se meten a monjas. Por eso no juntarían ni a cuatro gatos si no hicieran jornadas mundiales y apelotonaran a todos los meapilas de los países católicos europeos y de los ultracatólicos países de América Central y Sudamérica, que tienen que agradecer a los españoles que en la conquista de América les lleváramos la palabra de Dios junto con un montón de enfermedades y el amor por los trabajos de doblar la espalda.

Los laicos que saben un poco de historia no pueden comprender cómo una religión que nació entre los judíos que vivían en lo que hoy es Israel terminó teniendo su sede en Roma y un historial de despropósitos antisemitas que deja a Hitler a la altura del betún. El emperador Constantino I no sabía la que iba a liar cuando promulgó el Edicto de Milán y legalizó el cristianismo en el Imperio Romano allá por el siglo IV. Dicen algunos historiadores, probablemente laicos, que la que lo convenció fue su madre, que era la conversa, y que Constantino terminó haciéndole caso para que dejara de ponerle la cabeza como un bombo.

Los descreídos de los países occidentales no pueden soportar tanto papanatismo porque todo lo que rodea al papa les resulta grotesco: la ropa que visten los altos cargos eclesiásticos, la ostentación de riqueza en sus ceremonias, la hipocresía con la que disfrazan sus intereses torticeros o incluso el papamóvil, que es una prueba de la falta de confianza que tienen los papas actuales en que su Dios les vaya a salvar de las balas.

Pero sin duda alguna lo que menos le gusta a gran parte de la civilización actual del catolicismo es la obstinación con la que siguen rechazando el disfrute del sexo. Es normal que cuando se descubren prácticas pederastas u otro tipo de perversiones en el seno de la Iglesia la gente piense cosas raras, como que la Iglesia siempre ha sido el refugio de un montón de homosexuales reprimidos o de heterosexuales frustrados que, en ocasiones, terminan dejando aflorar sus instintos de forma traumática.

Por todo esto es por lo que muchos españoles no pueden seguir entendiendo que el Estado español siga renovando el concordato con la Santa Sede, y subvencionando no solo la JMJ, sino todo el tinglado de iglesias, monasterios, colegios concertados y seminarios que los católicos se obstinan en mantener con un coste desproporcionado a costa de las arcas del Estado, que ya sabemos todos que lo que reciben de los contribuyentes en la declaración de la renta no es suficiente y el Gobierno les da lo que les falta de tapadillo.

Un papa para todos los españoles

La importancia del papa es incuestionable. El que para unos es líder espiritual y modelo para el mundo, para otros es una figura corrupta que representa lo peor de una religión que lleva 2.000 años haciendo daño a la humanidad a cambio de contentar a unos pocos.

Pero no merece la pena darle vueltas. Mientras los curas sean los que administran las bodas, las comuniones y los bautizos, y los santos y las vírgenes de las festividades –en ese politeísmo tan propio del catolicismo-, y mientras millones de españoles, aunque sean minoría, sigan poniendo la X para darles dinero en la declaración de la renta, no se va a poder hacer nada, que por algo fuimos en tiempo de los Austrias el azote del protestantismo. Por no hablar de esa Guerra Civil que se convirtió en Cruzada para desembocar en un fascismo cuyo leitmotiv no era la raza, a la manera germana, sino el catolicismo, una variante del fascismo mucho más castiza y carpetovetónica.

El día en que el Estado español no pueda mantener el concordato con la Santa Sede, meterá los gastos de la Iglesia en Cultura, igual que ha hecho con los toros. Con la Iglesia será incluso más fácil justificar la decisión. Bastará con ponerla en el apartado de teatro subvencionado para que así pueda continuar la función.

Por eso al que esto suscribe no lo va a ver nadie entre los miles de peregrinos que quieren ver al papa ni tampoco en ninguna manifestación laica en contra de la JMJ. Hace un calor horroroso y en toda manifestación, cristiana o laica, siempre hay un montón de subnormales que te pueden echar a perder el día. La figura del papa es muy inspiradora, pero no merece ningún esfuerzo, ni siquiera para ir en su contra.

España, en esto como en tantas cosas, tiene lo que se merece.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Qué bien pensado está el mundo: el Estado de Israel

Con una sección dedicada a todo lo que hay en el mundo bien pensado y bien hecho, tarde o temprano tenía que hablar del Estado de Israel. Porque pocas cosas se han hecho tan a gusto de todo el mundo, o de casi todo el mundo. Evidentemente a los palestinos no les gustó. Y a muchos árabes, por lo que tiene de retroceso para la jihad, tampoco. Pero dejando a un lado males menores, hay que reconocer que satisfizo a muchos países, los que nos interesan a nosotros, los de la ONU, que fueron quienes decidieron que había que crear un estado para los judíos en compensación por los padecimientos que sufrieron en manos de los nazis. Hay gente mal pensada que piensa que fue también, en parte, una forma de quitárselos de encima. Porque mucho “pobrecitos judíos”, pero nadie los quería en su casa. Y es que a los judíos, gente estudiosa, trabajadora e industriosa, nunca nadie los ha querido. Por envidia, supongo, que el ser humano muchas veces no perdona el éxito ajeno. De ahí que ya los niños manifiesten una clara animadversión por los empollones de la clase.

Lo del odio a los judíos ha sido casi un deporte histórico. Ya lo practicaban los romanos, que los persiguieron a lo largo y ancho del Imperio. Castilla y Aragón continuaron con la tradición en la Baja Edad Media para terminar expropiándolos y expulsándolos en 1492. ¡Chúpate esa, Hitler!, que nosotros nos anticipamos en más de 400 años a tu gran idea. Para que luego digan que siempre hemos ido al rebufo de la Historia. Que si llegamos tarde al Renacimiento, que si casi no llegamos al Romanticismo, que si la Revolución Industrial empezó en España tarde, mal y nunca… Pues mira, en esto de perseguir a los judíos fuimos pioneros. Hitler tuvo que ser más cruel e hijo de puta supongo que para hacerse notar y superar los logros del pasado. Pero aquí el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que a los judíos también los han echado de Francia, de Inglaterra, de Rusia, de Ucrania…

Por eso, antes de que llegara la moda de las esvásticas, allá por la segunda mitad del siglo XIX, cuando -desnortados y sin saber a dónde ir- los judíos cayeron en la cuenta de que en su libro de cabecera Dios, nada más y nada menos, les había dicho que les prometía la tierra de Israel, pensaron que ya era hora de que cumpliera su promesa y empezaron a emigrar a aquella zona.

Por entonces, muchos judíos también se fueron a Estados Unidos, que era un lugar donde iban personas de todas las nacionalidades, razas y credos. Supongo que los poco prejuiciosos americanos de aquella época tuvieron que decir: por qué no, pues no dejamos venir hasta a los negros. Y ese fue el gran acierto del perseguido y masacrado pueblo judío. Desembarcaron en el país de las oportunidades, el que estaba destinado a ser el nuevo gran imperio. Como se podía prever, los judíos no tardaron en meter las narices en la banca, las finanzas, la usura, la industria y la cultura, para terminar controlando gran parte del emporio. Los judíos de Israel siempre se han beneficiado de tener unos primos lejanos tan poderosos.

Yahvé, que es lento pero obstinado, terminó de cumplir su promesa en 1947, cuando la ONU decidió dividir Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. En 1948 el Estado de Israel declaró su independencia y los judíos de todo el mundo quisieron volver a la Tierra Prometida. Los estados árabes, siempre contumaces, no lo aceptaron e iniciaron una serie de guerras que acabarían perdiendo y que solo servirían para reforzar cada vez más a los judíos, que irían ganando territorios paulatinamente.

Los palestinos -aunque ahora Mahmud Abbas está dispuesto a contentarse con que reconozcan la existencia del Estado palestino y se marquen las fronteras de forma clara- siguen sin aceptar que el airado Dios de la Torá haya vuelto armado hasta los dientes para imponer su santa voluntad. Y es descorazonador porque nos da la justa medida de la capacidad de comprensión del pueblo árabe. Tanto tiempo leyendo el Corán no les ha servido para mejorar sus capacidades hermenéuticas. Bien clarito que lo pone en el Antiguo Testamento, que, no nos engañemos, es la primera parte de la trilogía que cierra El Corán: El Antiguo Testamento, El Evangelio (de esta parte Dios nunca llegó a estar muy satisfecho y por eso escribió cuatro versiones con cuatro evangelistas diferentes; ignoramos cuál es su preferida) y El Corán. Eso es un éxito literario y lo demás tontería. La trilogía no tiene nombre, pero bien podría ser El libro de Dios y venderse en un pack.

Los musulmanes no tienen excusa pues reconocen que el Antiguo Testamento también es libro sagrado para ellos, o al menos lo fue para su profeta. Si Dios escribió lo que escribió en el Éxodo por algo sería, que Dios no da puntada sin hilo. Y más valiera que no hicieran caso de todas las prevenciones que hay en El Corán en contra de los judíos, que probablemente más que a la inspiración divina se deben a la animadversión personal del profeta Mahoma hacia los judíos de Medina, que no quisieron reconocerlo como profeta y le hicieron pillar un berrinche descomunal. Algunos listillos dirán que a lo mejor lo de la Tierra Prometida tampoco fue inspiración divina, que es justo sospechar que los copistas del Altísimo pudieron meter alguna que otra morcilla en el borrador por intereses particulares. No sería extraño, dicen estos escépticos, que esa idea de la Tierra Prometida más que de la época de Abraham fuera de la del rey David, que apoyándose en una supuesta revelación divina habría intentado legitimar las aspiraciones territoriales de los israelitas.

Esta historia me parece fascinante porque demuestra el poder que tiene la palabra escrita a poco que llega algún iluminado y la sacraliza. Muchos pueblos o colectivos marginados del mundo podrían aprender mucho de la historia de los judíos y su Tierra Prometida. Por ejemplo, los gitanos, ahora que los están echando a patadas del país de la egalité, la libegté y la fgaternité. O los homosexuales y las lesbianas de los países donde todavía son perseguidos. O los obesos, que nunca encuentran ropa de su talla en las tiendas donde va todo el mundo ni caben en los minúsculos asientos de los aviones.

La receta para conseguir una tierra prometida es bien sencilla. Lo primero que deben hacer los pueblos o colectivos oprimidos es escribir un libro en el que se diga claramente que Dios les regala un terrenito. Es inteligente a la hora de elegir parcela buscar un país no muy desarrollado, con pocos recursos y pocos aliados poderosos, que siempre será más fácil de derrotar. Algunos países asiáticos, los sudamericanos y los africanos parecen más vulnerables. Este es el paso más difícil y hay que meditarlo bien antes de realizar la elección.

Una vez el libro esté preparado, debe comenzar la campaña de marketing. En la promoción del libro se tiene que hacer hincapié en su origen divino. Esto no va a colar en las primeras generaciones, pero tú dale un par de siglos y ya veremos qué pasa. En cuanto los primeros fanáticos reconozcan el carácter divino y revelado del libro, deben dejar que el producto fermente durante unos 3.000 años (en esta especie de microondas histórico en el que damos vueltas a toda velocidad es posible que no haya que esperar tanto). Cuando vean que todo está preparado para la invasión, es muy importante que luchen por ganarse la simpatía de la nación más poderosa del planeta. No pasa nada si hay que recurrir al soborno o al chantaje. Conseguir que miembros del colectivo adquieran cargos de responsabilidad en esta nación puede ser decisivo. En el amor y en la guerra todo vale.

Con una receta como esta no sería un disparate imaginarse a todos los gitanos dentro de unos siglos viviendo felices y contentos, pongamos, en Senegal, a todos los obesos en Ecuador, o a todos los homosexuales en… En este caso sería más difícil encontrar un país que pudiera acoger a tantos millones de personas, pero nadie ha dicho que no puedan ser tres, cuatro, cinco países los que Dios regale al colectivo si la densidad poblacional del mismo lo merece.

Los palestinos podían hacer algo parecido o escribir la cuarta parte de El libro de Dios. En esa cuarta y última parte de la saga bien podría suceder que Dios, harto de los desafueros y atrocidades de los israelíes, decidiera expropiarlos de la tierra que un día les prometió a sus ancestros y devolvérsela a los pobres palestinos, que soportaron todos las adversidades y sufrimientos con la paciencia estoica del santo Job. Al menos todos aquellos que no se volaron por los aires embutidos en un traje de explosivos en busca del paraíso musulmán.

La idea de que toda minoría perseguida debería tener un sitio en el mundo donde vivir en paz es tan bonita que todo sacrificio es poco si el fin último es llevarla a cabo. A la ONU así le pareció cuando apoyó la ocupación de Palestina por los judíos. El único reproche que se les puede hacer es no haberles dado un trocito de Europa, la Bretaña francesa o el Estado de Baviera mismamente, para hacer gala de su generosidad. Pero ya sabemos todos que una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo.

domingo, 27 de junio de 2010

Qué bien pensado está el mundo: el cambio climático

Un tema muy controvertido

¿El cambio climático? Eso es un tema y lo demás tontería. Después del fútbol, es el mejor tema para hablar por hablar sin llegar a ninguna conclusión. No es un tema muy original, lo sé, que hablar del tiempo es lo más socorrido cuando quieres hablar y no sabes de qué. Sin embargo, el tema del tiempo llevado al extremo del cambio climático adquiere unas dimensiones tan morbosas y truculentas que lo convierten en uno de los temas más recurrentes y controvertidos de los últimos tiempos.

Lo tiene todo: dos bandos, imposibilidad de demostrar que alguno de los dos lleva razón, falta de conocimientos por parte de la mayoría de interlocutores, hechos que respaldan los argumentos de cada una de las dos posturas, etc. No le falta de nada.

Todas las épocas han alimentado discusiones bizantinas: la rotación de los astros, la redondez de la tierra, la búsqueda de la piedra filosofal, las ignotas regiones pobladas de dragones y unicornios, las profecías de Nostradamus… Por no hablar de todo el controvertido material que a este tipo de discusiones han aportado las altas jerarquías eclesiásticas: el tema de la providencia y el libre albedrío, la inmaculada concepción, la santísima trinidad… Siglos y siglos de sínodos y concilios baldíos discutiendo chorradas.

Las discusiones religiosas siguen sin tener solución por la incapacidad de demostrar con procedimientos científicos cuestiones que solo la fe puede desentrañar. Sin embargo, muchas de las controversias científicas de otros tiempos hoy han dejado de tener sentido. La evolución de los métodos científicos, el perfeccionamiento de los instrumentos empleados en las investigaciones y el conocimiento que tenemos de nuestro planeta han acabado despejando muchas incógnitas.

La historia, de cualquier forma, se repite, y donde antes se hablaba de la existencia de hadas y dragones hoy se conjetura la existencia de vida extraterrestre, donde antes se buscaban los confines de la Tierra hoy andamos desnortados intentando encontrar los límites del Universo. El cambio climático ha venido a ocupar uno de esos huecos que todas las épocas reservan a las grandes preocupaciones. Me refiero al fin del mundo. Siempre tiene que haber una profecía o vaticinio aciago para nuestro futuro inminente: Sodoma y Gomorra, el Armagedón, la Guerra Fría, las armas de destrucción masiva… Se puede observar cómo en las últimas décadas los temas de calado científico han ido desplazando a los religiosos, pero eso solo es una manifestación del signo de estos tiempos descreídos y ateos.

Catastrofistas y escépticos

La teoría del cambio climático y el efecto invernadero es bien simple, pero no es este el lugar para desarrollarla. Baste decir que los que creen en ella están convencidos de que la acción del hombre está modificando la atmósfera y alterando las condiciones climáticas de la Tierra. El calentamiento que estos fenómenos provocan en la Tierra es el causante del deshielo de los glaciares y de la progresiva desertización de muchos lugares. Además de otras manifestaciones climáticas extremas como los huracanes, las tormentas virulentas o las devastadoras inundaciones. Muchas especies del reino animal y vegetal también están sufriendo sus consecuencias, en ocasiones llegando a extinguirse.

A los que creen a pies juntillas que todo esto está sucediendo les llamaremos catastrofistas. Para los que creen que solo son teorías para engañar a los bobos y confundir a las masas –ellos piensan que la Tierra es demasiado grande para que la acción del hombre pueda alterar su funcionamiento- utilizaremos el término con el que normalmente se les conoce: escépticos.

Los catastrofistas ganan premios
A la cabeza de los catastrofistas está Al Gore, ese hombre altruista que instruye al mundo entero de los peligros del cambio climático por el desinteresado y módico precio de 200.000 dólares por conferencia. Al Gore fue el vicepresidente de los Estados Unidos cuando gobernaba Bill Clinton. Más tarde se enfrentó a George Bush en unas elecciones presidenciales, tuvo más votos que él y, sin embargo, las perdió. Semejante catástrofe vital le llevó a volcar todos sus esfuerzos en luchar contra los malvados gobiernos que no cumplen con los acuerdos internacionales para reducir la emisión de gases que provocan el efecto invernadero. Para empezar, el suyo, que Estados Unidos nunca ha cumplido –ni probablemente cumplirá- los acuerdos del protocolo de Kioto. Este esfuerzo, me refiero al de Al Gore, fue generosamente premiado con el premio Nobel de la Paz.

“Una verdad incómoda”, la película que hizo para que el contenido de su conferencia llegara a todos los hogares civilizados del mundo, tampoco se fue de vacío, que fue la ganadora de un Oscar en 2006. En el documental, de forma muy ilustrativa y con un corte divulgativo apto para todos los públicos, el hombre que de haber sido presidente de Estados Unidos probablemente no habría dicho nada de todo esto ni tampoco habría ratificado el protocolo de Kioto, este hombre, digo, explica de forma muy ilustrativa cómo la industrialización y la superpoblación producen los gases que provocan el efecto invernadero, que provoca el calentamiento global, que provoca la descongelación de los glaciares, que provoca los etcétera.

Los escépticos disfrutan llevando la contraria

Los escépticos no tienen un cabecilla tan popular y mediático, pero son legión, que bien conocida es la afición del ser humano a llevar la contraria en cualquier controversia. El enemigo más sobresaliente de los catastrofistas es un danés llamado Bjorn Lomborg, un tipo que escribió un libro llamado “El ecologismo escéptico” y que ponía en tela de juicio todas las teorías catastrofistas. Gran parte del mundo científico arremetió contra este genio, pero no pudieron acusarle de deshonestidad científica porque, para empezar, ni siquiera es científico. Sus estudios de ciencias políticas, filosofía y estadística no le hacen precisamente un experto en la materia. Con todo, su falta de preparación no ha sido obstáculo para que su libro sea conocido en medio mundo y para que sus teorías hayan prosperado. En España, a falta de una lumbrera tan destacada, tenemos a Rajoy y a su primo, que, por lo visto, es catedrático de Física en la Universidad de Sevilla y, según el eterno candidato a la presidencia del gobierno, eso lo hace infalible.

Para los escépticos, el calentamiento de la Tierra se debe a fenómenos cíclicos que son una constante a lo largo de la historia. Y en cualquier caso, si fuera verdad que este momento es un caso especial e insólito, no consideran que esté demostrado que estos fenómenos sean la consecuencia de la industrialización y la contaminación de la civilización actual. Y si es verdad que el estudio de los glaciares en sus distintas fases de congelación ha ayudado a saber la temperatura de la Tierra en los últimos milenios, también es cierto que para otro tipo de comparativas carecemos de los datos necesarios. No es posible, por ejemplo, saber si ha descendido el número de precipitaciones porque solo disponemos de registros fiables a partir de las últimas décadas del siglo XX. Otros fenómenos más puntuales –como puede ser la abundancia de precipitaciones en este mismo año- también les sirven para reafirmarse en sus posturas descreídas y suspicaces.

Lo importante es participar

Llegados a este punto, quizá alguien se esté preguntando –si es verdad que ha tenido la paciencia necesaria para leer un post tan largo- de qué lado estoy yo. Eso me gustaría a mí saber. Creo que lo fundamental de este apasionante y absurdo debate es participar. No conducirá a nada, pero ayudará a pasar el rato, que no se puede estar todo el tiempo hablando de fútbol. Yo, por mi parte, seguiré leyendo las noticias que me permitan tener argumentos suficientes para posicionarme en uno u otro bando dependiendo del interés del momento. En estas controversias suele ser muy divertido sacar de sus casillas a los radicales, sean catastrofistas o escépticos. Sin acritud ni animadversión. Por diversión solamente, que si fuéramos serios, dejaríamos estos debates en manos de gente más preparada y acataríamos sus decisiones sin rechistar.

De cualquier forma, en este debate no habrá ni vencedores ni vencidos.

Si las teorías del cambio climático fueran verdad y, de repente, se precipitaran los fenómenos que arrasaran el planeta, estoy seguro de que los escépticos seguirían pensando que nada tendrían que ver esos fenómenos con la industrialización y con el efecto invernadero. Si, por el contrario, continuáramos décadas y décadas sin que los cambios se recrudecieran, los catastrofistas seguirían en su papel de funestos agoreros para amargarnos la existencia.

Cuando dentro de mucho tiempo, siglos tal vez, los expertos puedan analizar los hechos con la perspectiva necesaria, se podrá saber cuál de los dos bandos se acercaba más a la realidad. Pero será demasiado tarde para nosotros y lo mismo nos dará si la Tierra se puebla de seres mutantes o revienta de una vez por todas salpicando el Universo entero de mierda.

domingo, 17 de enero de 2010

Qué bien pensado está el mundo: la globalización

Introducción
La globalización está genial. Y creo que tamaña afirmación recoge, más que mi humilde parecer, el sentir general de nuestra civilización. La globalización era el objetivo del progreso humano. Gracias a la globalización el mundo se ha convertido en un mercado tan grande como el mismo mundo.

Inventamos el comercio, desarrollamos los medios de transporte y las vías aéreas, marítimas y terrestres, creamos la tecnología necesaria para comunicarnos a distancia con el teléfono, la televisión o internet, y el resultado es que el mundo se nos ha quedado poco más grande que una canica. La “aldea global”, fíjate tú. No da ni para pueblo. Gracias a los viajes organizados, a los documentales de la 2 y a la multitud de programas de españoles por el mundo que emiten todas las cadenas, hemos descubierto otras culturas, otras religiones, otras formas de pensar. Eso ha contribuido a abrir nuestras mentes, a entender que hay otras formas de ver el mundo, otras civilizaciones que necesitan ser democratizadas como dios manda para que pasen a formar parte de la sociedad de consumo.

Hemos hecho que todo lo particular sea global. Por eso hay un restaurante chino en cada ciudad del mundo. Por eso queremos que también haya un restaurante español en todas ellas. Hace poco estuve en San Francisco y me topé con unos turistas españoles que estaban fascinados porque habían descubierto un restaurante español y habían comido allí. Una pasada.

Importamos. Exportamos. Y gracias a todo este trasiego se evitan muchas guerras. Ya no hace falta conquistar y colonizar un país para expoliarlo y esquilmarlo. Ahora basta con conseguir que las redes capitalistas se infiltren en los débiles y erróneos sistemas económicos de los países más pobres. Es muy sencillo. Basta con poner un cebo. La típica historia de los conquistadores del Nuevo Mundo cuando se ganaban el favor de los nativos regalándoles cuentas de vidrio y cacerolas. Una vez que aceptaban los presentes tenían que corresponder con algo. Ese es el principio del comercio: el trueque.

La misión de Occidente
En los últimos siglos Occidente ha tenido una misión prometeica en el mundo. Occidente se encargó de propalar no solo el cristianismo, sino también la bendición del trabajo a todos aquellos lugares remotos donde antes se pasaban el tiempo rascándose la barriga mientras pelaban una chirimoya. En las últimas décadas Occidente ha tenido que asumir otra misión igual de digna y transcendente: extender por toda la tierra las bondades del consumismo y el mercado libre.

Puro interés filantrópico. Nuestra sociedad ha descubierto que el ser humano es mucho más feliz cuando compra compulsivamente y ha querido hacer partícipes del descubrimiento a todos los habitantes del mundo.

Adictos al consumo
Si algún hipócrita lee este blog y piensa que soy un cínico, se equivoca. Yo no hago nada más que constatar una realidad. A todo el mundo le gusta comprar, consumir compulsivamente, derrochar sin medida incluso hasta sobrepasar los límites de sus posibilidades económicas. Nuestro sistema económico resulta tan atractivo que hay un montón de personas de países desfavorecidos que dan todo lo que tienen o incluso se juegan la vida para cruzar nuestras fronteras. Es curioso que no haya casos de emigración en sentido inverso. A nadie se le ocurre emigrar a un país tercermundista que no haya desarrollado suficientemente sus mercados y su economía liberal.

Este es el destino que nos tenía reservado el progreso tecnológico y el avance en las libertades individuales del ser humano. Todo ciudadano tiene derecho a comprar todo aquello que necesite para su subsistencia y un montón de cosas más que no sirven para mucho pero que equilibran nuestro estado de ánimo. Compramos de forma compulsiva por motivos que van más allá de la mera subsistencia. Compramos por entretenimiento, por desahogo, por vicio. Las compras se parecen mucho al alcohol, que igual te sirve cuando estás de buen humor que cuando estás de bajón. Para mucha gente el shopping es una de las actividades más recomendables para superar las depresiones y otros desajustes personales. También ayudan a olvidar momentáneamente los problemas que puedas tener.

Todos somos parte del sistema
Algunos intelectuales, generalmente izquierdosos, suelen despreciar la sociedad de consumo sin darse cuenta de que ellos también forman parte de ella. Solo porque no se compran un traje de Armani se piensan que están por encima de las frivolidades de nuestra sociedad. Se engañan a sí mismos. Ellos también malgastan su dinero en futesas: libros, discos de coleccionista, viajes caros, cuadros… ¿Qué hay más sibarita y prescindible que la cultura? Vivimos en un mundo de hipócritas. Quitando a cuatro raros, todo el mundo disfruta consumiendo, malgastando, hipotecándose para vivir por encima de sus posibilidades. Si no, no se entendería que nos dejáramos la vida trabajando horas y horas para poder hacerlo.

Distintos precios, distintas necesidades
Nos gustan las cosas caras y las baratas. Las caras (coches, casas, trajes…) nos sirven para presumir de estatus. Cuanto más caras, mejor. Las baratas nos ayudan a sobrevivir por poco dinero y nos sirven para sentirnos realizados en ciertos momentos. No hay como encontrar un chollo en las rebajas para sentirte afortunado por unos instantes. Es cierto que muchos productos son muy baratos porque vienen de países donde tienen explotados a los trabajadores, pero eso son daños colaterales que no tienen por qué amargarnos la existencia. Están más allá de nuestra responsabilidad. Hoy, por otra parte, es una suerte no tener al proletariado explotado en los arrabales del extrarradio de las ciudades. Normalmente están en países lejanos que ni nos van ni nos vienen, países en proceso de democratización que, si siguen esforzándose, algún día llegarán a gozar de los privilegios de los países más desarrollados.

Las ventajas superan a los inconvenientes

Con todo, no nos gusta que las multinacionales se lleven las empresas de España para instalarlas en países donde el coste de producción sea más económico. Sin embargo, cuando compramos no le hacemos ascos a muchos productos cuyas etiquetas indican claramente que han sido fabricados en países subdesarrollados.

A los empresarios españoles tampoco les importa fabricar en otros países si con eso pueden conseguir unos precios más competitivos. En el fondo todo contribuye a nuestra felicidad como consumidores. Nadie querría un sistema de producción proteccionista si ello conllevara un aumento de los precios.

Tenemos ropa buena y barata en Zara gracias a que el pobre Amancio Ortega encontró países subdesarrollados donde poner sus factorías, que las costureras gallegas hoy por hoy están por las nubes. El mismo sentimiento filantrópico tienen Nike, Adidas, Ralph Lauren y un larguísimo etcétera de marcas de postín. Si no hubieran reducido los costes fabricando en países pobres, no habrían podido invertir tanto en publicidad. Han tenido que invertir mucho dinero en promocionar sus marcas para que hoy podamos fardar de ellas cuando las lucimos orgullosos en nuestras prendas de vestir.

Las ventajas del abaratamiento de los transportes
Uno de los factores que más ha influido en la globalización es el abaratamiento de los transportes. Esto también ha beneficiado al sector del turismo. A todos nos encanta poder viajar a cualquier lugar del mundo por un precio razonable.

Otros grandes hipócritas de nuestra civilización son los que dicen que hay que respetar las culturas autóctonas y se pasan la vida recorriendo países subdesarrollados. Paradójicamente, ellos son los que provocan la apertura de nuevos hoteles, restaurantes y agencias de viajes en países donde el mundo occidental aún no había llegado.

Los antiglobalización también pecan de lo mismo. Se posicionan en contra pero se benefician de las bondades de nuestro sistema. Gracias a que los transportes tienen un precio razonable, ellos pueden, por ejemplo, viajar a todas las cumbres del G8 o del Banco Mundial a organizar sus contracumbres.

Las ventajas del abaratamiento de los medios de comunicación
La modernización de los medios de comunicación también ha sido decisiva para la globalización. Todos estamos encantados con las tarifas planas que nos permiten pasarnos el día hablando por teléfono o escribiendo gilipolleces en el facebook. Por eso no deberíamos enfadarnos por que las empresas de telecomunicaciones se estén llevando los servicios de teleoperadores a países donde la mano de obra es más barata. Son las dos caras de una misma moneda y renunciar a una sería renunciar a las dos.

El mercado se adapta a los tiempos
El mercado se autorregula solo. Es un toma y daca que se va acomodando a las circunstancias. Por eso se equivocaron los que predijeron el inminente fin del capitalismo desde hace más de un siglo.

Hay gente que cuestiona el sistema, pero muchas veces es por no tener una visión de conjunto: la macroeconomía. Los chinos, por ejemplo, han llenado España de zapatos y han arruinado a los productores autóctonos. De acuerdo. Pero gracias a eso el gobierno español ha negociado con el gobierno chino para poder vender jamón en China. En palabras de ese gran pensador de nuestro tiempo que es José Mota: “Las gallinas que entran por las que salen”.

Los antiglobalización no ofrecen alternativas
Por mucho que digan los antiglobalización, a la gente le gusta el sistema capitalista, y eso es lo que importa. La inmigración ilegal no deja de ser un mecanismo del sistema para hacerlo un poco más justo. Todo el mundo tiene derecho a luchar por un futuro de consumo descontrolado.

Y a los antiglobalización ni caso. No se ponen de acuerdo ni en el nombre de su movimiento: antiglobalización, antimundismo, alterglobalización, altermundismo… Yo los encerraba en una casa como a los del Gran Hermano, los sentaba a todos juntos para que decidieran un nuevo proyecto de civilización  y no los soltaba hasta que se pusieran de acuerdo. Salían a hostias seguro. Es el movimiento más descoordinado y disparatado de la historia: anarquistas, comunistas, pacifistas, ecologistas, indigenistas, esperantistas, defensores de los derechos de los animales, proteccionistas, nacionalistas, etc. Si tuvieran que organizar un encuentro, no se iban a poner de acuerdo ni en el menú de las comidas.

Nos gusta la globalización
Resumiendo, que el saldo de la globalización es positivo. A la gente le gusta que los productos sean más baratos aunque sean made in Taiwan, que los medios de comunicación estén tirados de precio y que los viajes a la otra punta del mundo sean asequibles a poco que ahorres.

El futuro de la globalización
Lo único que me preocupa de este sistema es que llegue un día en el que se agoten los objetivos y no haya nuevas metas. El sostenimiento del sistema capitalista se basa en el incremento progresivo de los beneficios año tras año. En los primeros tiempos del sistema capitalista las guerras y la colonización de nuevos territorios contribuyeron mucho a su auge. En los últimos años la democratización de las antiguas dictaduras comunistas y las negociaciones con los países del lejano oriente han sido un nuevo estímulo. Todas mis esperanzas están puestas en la capacidad del capitalismo para reinventarse a sí mismo cuando hay que sobreponerse a cualquier crisis.

Por eso pienso que cualquier adversidad no puede ser sino un nuevo acicate para alcanzar nuevos retos. Estoy pensando, evidentemente, en la conquista de otros planetas. El ser humano es así. Necesita situaciones límite que le sirvan de estímulo para superarse. Así, por ejemplo, Cristóbal Colón descubrió América. La ruta de las especias se volvió peligrosa por el dominio del Imperio Otomano y tuvieron que buscar una nueva ruta hacia las Indias. No esperaban encontrarse con un continente. Las grandes ocasiones surgen muchas veces de la casualidad. Así nació el sueño americano: un nuevo mundo donde cualquier paria podía triunfar.

Las raíces del capitalismo se están extendiendo de tal manera que a veces no puedo evitar imaginarme el mundo como el planeta del Principito en el momento en que iba a ser destruido por una invasión de baobabs. Por eso soy consciente del peligro que supone este implacable proceso de industrialización y consumismo desatado. Últimamente se utiliza demasiado la palabra “sostenible” para referirse a los proyectos económicos e industriales que los gobiernos ponen en marcha. Eso es porque no las tienen todas consigo. Sin embargo, yo vuelvo a depositar mi fe una vez más en el ser humano. Estoy seguro de que antes de llegar a la autodestrucción encontraremos una solución. Los americanos van a volver a la Luna (sic) y yo creo que eso no puede ser nada más que el primer paso para llevar la globalización a toda la galaxia.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Qué bien pensado está el mundo: la muerte

Y es que tú imagínate que aquí no la palmara nadie. Sería un caos. No cabríamos. Por no pensar en las pensiones que íbamos a tener que pagar. Sería imposible mantener a tantos jubilados. Peor aún: tendrían que retrasar la edad de jubilación. Hasta el infinito probablemente. Claro, que no habría trabajo para tanta gente. Súmale a los parados que hay ahora toda la demografía de las próximas generaciones. Y añade luego a los enterradores, que se quedarían en el paro. Y a los forenses. Serían oficios desaparecidos, como los de esquilador de burros o vendedor de discos. La muerte, o mejor dicho, la ausencia de la muerte le quitaría emoción a casi todo. ¿Qué sería de las corridas de toros si no existiera la posibilidad de que el torero saliera con los pies por delante? No tendrían gracia. Todos los deportes de riesgo perderían algo. La ruleta rusa no sería más emocionante que el parchís. Eso sí, coyunturalmente tal vez no fuera tan negativo. Habría que construir muchas viviendas y el negocio de la construcción reflotaría. Sería un no parar. Una nueva época dorada para el ladrillo. Los albañiles volverían a ganar dinero a espuertas. Las economías municipales serían de nuevo boyantes gracias a los chanchullos y a las adjudicaciones fraudulentas de terrenos recalificados. Los políticos se llenarían los bolsillos con comisiones ilegales y andarían todo el día de buen humor, y no como ahora, que van con caras largas y se pasan el tiempo tirándose los trastos a la cabeza. Los paletos que no quisieran estudiar siempre podrían soñar con triunfar en la vida haciéndose constructores. Y los notarios serían inmensamente ricos gracias a los innúmeros contratos de compra-venta de viviendas que nunca incluirían la abultada parte en B. La construcción sería incluso la solución para todos los enterradores y toreros y forenses y vendedores de discos que hubieran perdido su empleo. Hasta que lo petáramos todo de casas, mansiones y bloques de protección oficial, claro. Llegaría un momento en que no cabría un alfiler en el planeta ni habría suelo que recalificar. Con el suelo se acabaría el trabajo. Los ayuntamientos subirían los impuestos para compensar el desastre de la construcción y la gente tendría que dar todo lo que tiene por seguir en su casa. Y nadie podría huir al campo. Habría urbanizaciones hasta en la cima de los ochomiles. No habría sitio para los anacoretas y ermitaños. Y todo se iría a tomar por culo el día que la gente no tuviera dinero para pagar las letras y los impuestos. Los cuerpos de seguridad del Estado tendrían que ir a detener a los morosos, aunque no sabrían qué hacer con ellos. No habría terreno para edificar cárceles. Tampoco podrías condenar a nadie a muerte. Ni siquiera existiría el debate de si estás o no a favor de la pena de muerte. Sería como si debatiéramos hoy si estás o no a favor de que llueva para arriba. Aunque todo esto de la justicia pronto dejaría de ser un problema. En cuanto se acabara el dinero para mantener a la guardia civil, la policía, los jueces y demás leguleyos. Entonces llegaría el momento de matarnos a hostias. En sentido figurado, claro. Ni la hostia más grande del mundo podría matarte. Y del caos no se iba a salvar ni dios. Hasta los curas se quedarían en paro y, por supuesto, en la puta calle. Las iglesias habrían sido convenientemente parceladas para sacar un montón de apartamentos. Nadie creería en ningún ente divino. Se acabaría el chollo del cielo y el infierno. A la gente se la sudaría que Dios existiera o dejara de existir. Total, no lo iban a ver nunca. Ya no existiría el Día de Todos los Santos, lo que acabaría con el negocio de los floristas, que hacen en esas fechas la mitad de la recaudación del año. Tampoco habría Halloween, ni debate sobre si debemos aceptarla como fiesta o rechazarla como costumbre foránea y bárbara. Sería un golpe duro para los vendedores de disfraces, que se quedarían casi tan tocados como los floristas. Algunas cosas buenas también habría. Por ejemplo, ya no habría más guerras. O, de haberlas, no tendrían víctimas mortales. ¿Y qué sentido tendría una guerra en la que no puedes matar ni amenazar con hacerlo? No merecería la pena. Eso sí, las consecuencias de este hecho no serían nada positivas para la economía: más gente al paro. Para empezar, los soldados. Y luego todos los que se dedican al negocio de la guerra, empezando por los que fabrican armas y terminando por las empresas que se encargan del abastecimiento y de la recuperación de los países devastados. Se me ocurre otra ventaja: ya no podría haber terroristas suicidas. Tendrían que aterrorizar al personal con otras fórmulas. Yo qué sé, dando collejas a diestro y siniestro, tirándose pedos en los ascensores, escupiendo en los bancos de la plaza o leyendo en público columnas de Juan Manuel de Prada. Lo que me pregunto es contra quién actuarían estos terroristas. A estas alturas no habría clase política ni nada parecido. Nadie querría tener la responsabilidad de poner orden en un mundo tan disparatado. Y lo que sería más arduo: nadie sabría de dónde sacar el dinero suficiente para mantener a todo el funcionariado. Probablemente la mayoría de los políticos se harían terroristas y andarían de acá para allá con sus collejas, sus pedos, sus gargajos y sus textos pedantescos y fascistoides. Daría igual que no hubiera recursos alimenticios o agua. No podrías morirte de ninguna manera. Más acuciante sería el problema de la vestimenta. Porque que no te mueras no significa que tengas que pasar frío. O el problema del combustible. Todo el mundo querría ir en coche. No habría normas ni límite de velocidad ni nada. La DGT no podría decir que las multas eran para reducir el número de muertes en carretera. Se quedaría sin argumentos. Sería un mundo tan terrible que deberíamos estar agradecidos de que exista la muerte. Después de este desbarre tan espeluznante casi que querría morirme en estos momentos, aunque solo fuera por ver que se puede. Este año leí que le habían dado el Nobel de Medicina a tres biólogos norteamericanos que habían descubierto cómo hacer que las células no envejezcan. Yo les habría dado una paliza. Los científicos, que de nunca han mirado consecuencias, terminarán inventando algo para que no nos muramos nunca y la cagaremos. La muerte es una cosa estupenda. Y no digo que es divina porque si hubiera un dios responsable habría que preguntarle si no podía haber inventado una forma menos traumática de finiquitar la existencia. Así que se acabaron las lágrimas en los entierros y las plegarias al cielo para que no se lleve a los nuestros. Nunca entenderé que los cristianos tengan miedo a la muerte si tan seguros están de que les espera el paraíso celestial. ¿No será que casi todos tienen la certeza de que van a ir de cabeza al infierno? Miedo a la muerte debería tener yo, que no creo que haya nada después de este infierno. Me queda el consuelo de saber que no morir sería algo mucho peor.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el dinero negro

El dinero negro es algo tan bueno para nuestra sociedad que todos deberíamos tener derecho a él. Lo que no se debe permitir es que esté distribuido de una forma tan injusta.

El dinero negro (o dinero B, si sois amigos de los eufemismos) es muy codiciado por todo el mundo. Tiene cierto sabor a dinero extra, dinero para irte de farra, para viajar, para irte de putas, en definitiva, para darte caprichos. Imaginad toda la gente que vive de este flujo subterráneo de billetes. Gran parte de este dinero se convierte en el sueldo de muchos trabajadores. Y los impuestos indirectos hacen que termine siendo beneficioso hasta para la Hacienda Pública.

A la gente que tiene mucho dinero negro se la reconoce porque todo lo paga en metálico. Ese es el mundo de los mafiosos, de los camellos, de los traficantes, de los terroristas, de los constructores, de los hosteleros y de todos los empresarios que defraudan a Hacienda, que vienen a ser la mayoría. Cuando pasamos de la peseta al euro todos estos probos ciudadanos estuvieron más atareados que de costumbre. Tuvieron que convertir todos los fajos de dinero negro en propiedades, beneficios de empresas ficticias o billetes de lotería premiados (si te toca la lotería, pregunta por ahí, que hay gente que te dará más dinero que Loterías y Apuestas del Estado). Si hoy tuviéramos que cambiar de nuevo de moneda, no tendrían menos trajín. El dinero negro en cautividad y en grandes cantidades se reproduce de forma pasmosa.

Mucho mejor el dinero negro que el otro. Dónde va a parar. Eso lo sabe todo el mundo, aunque bien es cierto que conviene tener algo de dinero en nómina por si necesitas ir al banco a pedir financiación. La gente que solo gana dinero B suele tener problemas para conseguir un crédito o una hipoteca. Lo ideal es que haya un equilibrio entre lo que cobramos en nómina y lo que nos llega en sobrecitos. Los bancos también lo saben y muchas veces tienen en cuenta esos ingresos extras para conceder los préstamos. Al fin y al cabo los ciudadanos que cobran parte de su sueldo en B suelen ser más solventes. Para empezar pagan menos impuestos.

Los trabajadores que cobran en B tienen menos problemas económicos y gozan de más ventajas que los otros. Si tienes poco dinero en nómina, te conceden pisos de protección oficial, te dan subvenciones, becas para tus hijos, etc. Estos individuos son los que más contribuyen al progreso de nuestro país comprándose unos cochazos increíbles que mantienen en alza el sector del automóvil, que es el que siempre ha preocupado más a nuestros gobiernos.

El dinero negro no sólo le viene bien a los empresarios, terroristas, proxenetas y traficantes. También a la gente más humilde de nuestra sociedad. Trabajar en B es una de las salidas más airosas que tienen los parados para completar el subsidio de desempleo. Si es exiguo, no tienes nada más que buscarte un currillo para completarlo. En la construcción, el campo o la hostelería es fácil encontrar este tipo de ocupaciones no declaradas. Hay formas más lucrativas y menos onerosas, pero también más arriesgadas: el trapicheo de estupefacientes, la prostitución, el tráfico de armas, la extorsión (en este caso, se recomienda la pertenencia a un grupo terrorista con cierta credibilidad), etc.

De los 600.000 supuestos beneficiarios que se iban a poder acoger a la ayuda de 420 euros que da el gobierno a los parados que han agotado el paro, solo lo han solicitado 28.000. El gobierno, una de dos, o es muy tonto o es muy listo. No se les ha ocurrido otra cosa que exigir la asistencia a un curso de formación para poder cobrar la ayuda. ¿Qué se piensan? ¿Que la gente no tiene nada mejor que hacer que asistir a un curso de mierda? Trabajar en negro es un trabajo como otro cualquiera, que exige la misma dedicación y los mismos horarios que un trabajo con contrato. No sé si ver en esta actitud del gobierno cierta falta de sensibilidad social o una picardía descarada.

Los cálculos indican que la economía sumergida supera ya el 25% del PIB (unos 250.000 millones de euros). Y no deja de crecer. Para que nos hagamos una idea: en nuestro país circulan 80.386 millones de dinero en metálico.55.000 millones solo en billetes de 500. A mí me parece estupendo que cunda el dinero. Lo que me molesta es que gran parte de ese dinero es dinero negro y a mí no me llega ni el eco. En mi vida he visto un billete de 500 ni ahora mismo sé de qué color es.

Este verano la economía sumergida ha crecido un 30%. Eso hace que la Hacienda Pública esté por los suelos. Las multas que ponen a los que se dedican a crear empresas que trabajan de forma ilegal (cuyo importe puede llegar este año a los 300 millones) no son suficientes para compensar tanto fraude fiscal. Por eso es por lo que nos van a subir los impuestos.

Sé que es prácticamente imposible erradicar el dinero B y que probablemente no sería bueno para la economía nacional por todos los beneficios que nos aporta y que acabo de exponer. Por todo ello lo que pido es que los trabajadores tengamos al menos el derecho a decidir qué parte de nuestra nómina podemos cobrar en B. Se nos debería permitir cobrar en B al menos hasta el 50%. Así los que declaramos en nómina el importe exacto de lo que cobramos (que somos los funcionarios, los que trabajan en grandes empresas y poco más) tendríamos derechos a subvenciones, a becas, a que nuestros hijos fueran al colegio que hay al lado de casa, etc. Los que han cobrado gran parte de su nómina en B durante toda la vida se quejan a la hora de jubilarse porque les queda muy poca paga, pero es posible que algunos de nosotros prefiramos el dinero ahora y no reservarlo para una hipotética vejez que lo mismo ni llegamos a disfrutar.

En el futuro la igualdad de todos los ciudadanos se conseguirá con un reparto más justo del dinero negro. Esa y no otra tiene que ser la aspiración de una sociedad que pretenda ser más justa.

miércoles, 24 de junio de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el fanatismo deportivo

¿De qué va esto de vivir? Yo cada día lo tengo más claro: de estar entretenido con lo que sea. Lo importante es que la vida pase sin tener tiempo de pensar demasiado. Una vez alcanzada esta cima de la filosofía de barra de bar, no queda sino hacer un ranking de las cosas que más entretienen, y aunque es verdad que los hijos, procurarse satisfacción sexual y aparcar en las grandes ciudades son actividades que absorben gran parte de nuestro tiempo, no hay como los deportes para pasar la vida entretenido y sin tener que esforzarte demasiado. Y evidentemente no hablo de su práctica. Practicar deporte es muy cansado y, si no eres un profesional, no puedes dedicarle mucho tiempo. Aparte de los riesgos que entraña: flatos, esguinces, golpes… De lo que estoy hablando es de la afición a los deportes como espectador, de ese fanatismo en ocasiones patológico que hace que la gente viva obsesionada con un deportista o con un equipo. Lo mismo da si el hincha acude a las pistas, los circuitos y los estadios para ver las competiciones en directo que si se queda en el sofá de su casa o en la barra del bar de su barrio siguiendo los encuentros por la televisión.

Por no dispersarme demasiado me centraré en el fútbol, que es el deporte que más pasiones levanta por estos pagos. Pero evidentemente los mismos beneficios aporta el fútbol a nuestra sociedad que, por ejemplo, el béisbol o el baloncesto a la norteamericana. Lo mismo da un deporte que otro a la hora de entretenerse. El hecho de que en Estados Unidos el baloncesto o el béisbol ocupen el lugar que aquí ocupa el fútbol, o que en Inglaterra el golf sea un deporte popular y masificado, demuestra que no hay unos deportes mejores que otros, sino que es cuestión de educación y costumbre, una cuestión cultural.

El deporte contribuye a la paz mundial
A veces he llegado a escuchar o leer –no me preguntéis ahora mismo dónde- que los deportes servían de válvula de escape de nuestra sociedad. Parece ser que los seres humanos (al menos ciertos seres humanos) tenemos que desfogar de alguna manera si no queremos terminar matándonos los unos a los otros. Mejor si es en altercados esporádicos y controlados que en enfrentamientos de más hondo calado. Los gastos de los cuerpos de seguridad y de los servicios sanitarios que tienen que acudir a las concentraciones deportivas, el coste de los destrozos del mobiliario urbano y el derroche que suponen los servicios de limpieza que son necesarios para devolver el lustre a una ciudad después de una celebración, no son nada comparado con el precio que tendría una revuelta ciudadana, una revolución o una guerra. En toda sociedad hay gente violenta que necesita comportarse de forma antisocial durante un rato para poder retomar la rutina diaria, los horarios, los jefes y los curros de mierda con resignación estoica. Esa gente está mucho mejor dando rienda suelta a sus sentimientos más abyectos en un partido de fútbol (ora pegando voces en las gradas, ora pegando hostias a la salida) que dentro de alguna secta satánica, de un grupo neonazi, del Opus Dei o de la kale borroka.

El deporte como agente socializador

El deporte además cumple una función social muy importante. Hace que te sientas parte de un colectivo que comparte tu misma pasión. Incluso puede servir para ensalzar el sentimiento patriótico de una nación tan desgajada como la nuestra. Es increíble que once tíos en calzoncillos persiguiendo una bola de cuero consigan más que cualquier político, que cualquier sátrapa o que cualquier ideología o religión.

El deporte como medio para triunfar en la vida

La mayoría de nuestras vidas son tan inanes e intrascendentes que necesitamos sentirnos identificados con algún ídolo para experimentar ciertos sentimientos de éxito y euforia. Lo único malo que tienen los ídolos es que, como casi todas las mascotas, suelen tener una vida muy efímera. Me refiero, es obvio, a su vida deportiva. Los ídolos solo garantizan la felicidad a corto plazo. El interés por el ciclismo desapareció el día que se retiró Induráin y solo regresó y en mucho menor grado cuando llegó Contador. Los coches solo interesaron al público cuando apareció Fernando Alonso. Las motos nos interesaron mucho antes porque teníamos a Ángel Nieto y las hemos retomado ahora porque tenemos a Pedrosa, a Lorenzo y a Bautista. Y el tenis masculino resulta mucho más interesante desde que está Nadal, mientras que, por el contrario, el tenis femenino perdió todo su encanto cuando se retiraron Arantxa y Conchita. Por eso es mucho mejor canalizar todas tus ilusiones a los colores de un club, de un equipo del deporte que sea, y si es de fútbol mejor. Un equipo es para toda la vida. Unos colores. Una afición. Una historia. Por eso mismo son más adictivos. Se perpetúan en el tiempo y crean toda una red de relaciones sociales tan fuertes en ocasiones como las agrupaciones políticas o los colectivos religiosos.

El fútbol hace el mundo más democrático
El fútbol sirve para tener de qué hablar con cualquiera: con tus colegas, con tus vecinos, con tus compañeros de trabajo, con los gilipollas que se pasan las horas escribiendo chorradas en los foros de Internet… Incluso es interclasista. El mismo interés puede tener en el fútbol una persona de buena posición social que un currito. Da igual que seas general o cadete, arquitecto o peón, médico o paciente. El deporte hace que el mundo sea más democrático y que las opiniones de unos y de otros valgan lo mismo. ¿De qué van a hablar si no las personas que no saben nada de política ni de economía ni de cultura ni del cambio climático ni de hostias en vinagre? Los deportes son el salvavidas de los hombres poco ilustrados. Todos ellos saben que el Marca siempre les proporcionará un tema de conversación que dé sentido a sus vidas. El fútbol es lo más socorrido. De fútbol puede opinar cualquiera. Porque, seamos serios, en el fútbol todo es relativo, cuestionable y discutible.

Nuestro equipo es el reflejo de nuestra personalidad
Alguien estará pensando que hay personas que son hinchas de equipos que ganan trofeos en muy contadas ocasiones, como, por ejemplo, los del Atleti. Estoy seguro que estos individuos responden a un perfil psicológico parecido. Probablemente son personas un poco masoquistas o de esas que no dejan de ponerle pegas al mundo, personas críticas, comprometidas y un poco pesimistas. La diferencia entre el mundo y un equipo de tres al cuarto es que en este último sí podemos buscar responsables del fracaso: el entrenador, los jugadores, los árbitros… Y eso reconforta. Probablemente también son personas pacientes, de las que saben esperar a que llegue su momento de gloria, ese día en que su equipo consigue un gran trofeo y provoca la catarsis colectiva. Esos triunfos saben mejor que los del gigante merengue. Es la victoria de David sobre Goliat, el triunfo de Pulgarcito y de todos los seres desvalidos que salen victoriosos en los cuentos tradicionales.

También se podría hacer un patrón psicológico de los seguidores de los equipos grandes. Seguro que son personas más acomodaticias y sencillas, el tipo de persona a la que le gusta conseguir las cosas fácilmente y sin esforzarse. De cualquier forma, no creo que sean mejores unos seguidores que otros. Lo que me parece estupendo es que el fútbol ofrezca alternativas distintas para todos los tipos de personas.

Hay más tipologías humanas dentro del fútbol. De una forma o de otra influye en todo el mundo. No me olvido de los que solo se interesan por la selección nacional o de los que, como yo, no tienen ninguna predilección y siempre están haciendo rabiar a unos y a otros cuando pierden sus respectivos equipos. Hace poco, un buen amigo, que tampoco es seguidor de ningún equipo de fútbol, me decía que somos unos desgraciados porque no podemos formar parte de esos sentimientos tribales y colectivos que experimentan domingo a domingo muchos de nuestros amigos y conocidos. Y parte de razón tiene. Los dos hablamos mucho de tenis y somos seguidores de Nadal. Ahora que está de baja nos hemos quedado sin entretenimiento. Los deportes de equipo, sin embargo, siempre tienen repuestos. Y todas las semanas tienen partido.

Corolario

El fútbol es un deporte tan importante que incluso a mí -que no soy de ningún equipo ni se me pone dura con la selección- me interesa. No le dedico mucho tiempo pero procuro enterarme, normalmente por el telediario, de lo que se está cociendo. El fútbol es el termómetro que indica el estado de ánimo de una sociedad. O mucho mejor, es el termostato que regula su funcionamiento. Estoy seguro de que este año de crisis ha sido mucho menos duro para los seguidores del Barça gracias al triplete. Me gusta que la gente esté contenta. Cuando gana el Barça, me acuerdo de mis amigos del Barça y me alegro por ellos. Y cuando gana el Madrid, el Atleti o cualquier otro, me pasa lo mismo. Cuando los de la Roja se convirtieron en campeones de Europa salí a la calle a celebrarlo. Sobre todo porque quería ver a todo el mundo por una vez feliz, aunque fuera sólo por un rato. La felicidad, como algunas enfermedades, es algo contagioso. Lástima que sea un virus transitorio y efímero.

jueves, 7 de mayo de 2009

Qué bien pensado está el mundo: la televisión


Exordio

Para inventos, la televisión. Eso sí que es una maravilla de la ciencia. Y sin embargo, desde su creación ha tenido que soportar el desprecio de muchos intelectuales y de gran parte de la sociedad, que no dudó en rebautizarla como la caja tonta. Pero de lo desagradecido que es el ser humano hablaremos otro día, que si no, esto sería el cuento de nunca acabar. Hoy quiero defender este entrañable aparato que tanto ha aportado a la historia de la humanidad y que tantas veces ha sido injustamente vilipendiado. Siento que, en esta ocasión, el artículo sea tan extenso, pero no he podido resumir más las innúmeras virtudes de este prodigio de la tecnología.

La tele entretiene

La televisión es un aparato tan sorprendente que, en muchas ocasiones, el contenido de sus emisiones es totalmente irrelevante. Su función fundamental -más adelante hablaré de otras secundarias- es la de entretener a todo el mundo. Y esa es su mayor virtud: la de ser un electrodoméstico totalmente democrático, ya que requiere pocas neuronas para su decodificación. De ahí que sea también un aparato muy útil para descansar. Si no te sientes con fuerzas para nada, lo mejor que puedes hacer es abandonarte delante de la pantalla del televisor y dejarte llevar por la inercia de los rayos catódicos. Hay programas de calidad, no lo discuto, pero normalmente se trata de conseguir la cuota de audiencia más amplia, y para eso es preciso igualar al espectador a la baja, todo lo democrático que queramos, pero con programas que un analfabeto pueda disfrutar lo mismo que un hombre ilustrado. De cualquier forma, como decía antes, no es tan importante el contenido como el continente. Porque está demostrado que cuando uno quiere ver la tele, se traga cualquier cosa. También nos sirven como ejemplo la fascinación que la televisión provoca en los niños, incluso en esos tan pequeños que todavía no hablan ni comprenden. A mi gato, por ejemplo, no le pasa. Para él la tele es como si no existiera. Lo que demuestra la singular inteligencia de los felinos respecto de las crías de homo sapiens.

Como decía antes, creo que el cometido principal de la televisión es entretener. Es normal, por lo tanto, que haya absorbido todas las manifestaciones del espectáculo, y, por supuesto, que haya intentado acabar con la competencia. La televisión necesita espectadores y para tener muchos espectadores hay que evitar que se vayan al cine, al teatro, a un concierto o al circo. Seamos claros desde el principio: la televisión vive de la publicidad y el precio de la publicidad asciende cuando el número de destinatarios es mayor. Pero dejo para más adelante el tema de la publicidad. Ahora quiero hablar de los espectáculos que han desaparecido gracias a la televisión.

La primera aportación que la televisión hace, en este sentido, a la civilización es la desaparición del circo. Los pocos que quedan sobreviven a duras penas y los niños hace tiempo que dejaron de perder el culo por un entretenimiento tan pedestre. Tantos circos se llevaron a la pantalla y tantos espectáculos circenses se incluyeron en los programas de variedades que, finalmente, terminaron aburriendo al público. Los animales que eran explotados vilmente en estos espectáculos y los abnegados padres que tenían que llevar a los niños al circo cada vez que plantaban una carpa en las afueras de su pueblo estarán eternamente agradecidos a la televisión.

El teatro también ha caído en el olvido en parte gracias a la televisión, y en este caso son los actores los que deberían estar agradecidos. En la televisión ganan mucho más dinero y además no tienen por qué repetir constantemente el mismo libreto. Supongo que trabajar todos los días con un nuevo texto tiene que ser un trabajo más llevadero. Los actores que siempre hablan maravillas del teatro probablemente lo hacen porque queda más culto. La realidad es que no se lo piensan dos veces cuando los llaman para hacer una serie de televisión.

Los actores de hoy en día también pueden trabajar en el cine. Pero lo bueno del cine es que puedes verlo en casa. Así te ahorras tener que soportar a los maleducados que indefectiblemente llegan tarde y van a dar por culo justo a la fila donde te has sentado tú, y a los cretinos que se pasan toda la película hablando o ronchando palomitas.

La televisión también ha acabado con los espectáculos de feria, esos espectáculos cutres donde se exhibía a la mujer barbuda o al hombre de dos cabezas. Ahora los frikis trabajan en la pequeña pantalla, ya sea como artistas, ya como tertulianos. No hay nada más que ver a la Susan Boyle, el monstruo de la voz prodigiosa que tanto fascina al público palurdo de Inglaterra. Su mérito no es que cante bien, sino que lo haga siendo un adefesio.

Y no me olvido de los deportes. La televisión ha llevado los deportes a nuestros hogares. En nuestro lado del mundo el gran protagonista es el fútbol, que es la forma que nuestras evolucionadas sociedades tienen de canalizar la violencia para evitar otro tipo de enfrentamientos más salvajes. Si los romanos hubieran podido retransmitir el circo (ahora me refiero a ese en el que cebaban a los leones a base de cristianos), lo mismo habían salvado su gran imperio. Europa se siente más unida por la Champion que por la Unión Europea.

La tele informa

Otra de las funciones más destacadas de la televisión es la de informar. Sí, no os riáis. Informar informa, otra cosa bien distinta es que no nos digan toda la verdad. A lo mejor es por nuestro bien. Saber toda la verdad probablemente no nos iba a hacer más felices. Pagamos a los políticos y les dejamos lucrarse con el tráfico de influencias y otras regalías para que nos libren de la verdad. Y si mienten para ganar las elecciones, es posible que lo hagan porque han leído a Maquiavelo. Supongo que pensarán que cualquier mentira está justificada si con ella un partido político con un proyecto sólido llega al gobierno y salva el país.

Los poderosos, antes de la era de la televisión, tenían mucho miedo a la democracia. Ellos eran pocos y los pobres del mundo muchos. Entonces hubieran perdido todas las elecciones limpias que se hubieran propuesto con sufragio universal. Solo tuvieron que comprender dos cosas para terminar aceptando la democracia. La primera, que las masas se calmarían si les concedían ciertas comodidades burguesas. La segunda y más importante, que con el control de los medios de comunicación se podía manipular la opinión de las masas, y que no había medio más efectivo que la televisión. Ya se sabe que la mayor mentira puede llegar a tener visos de verdad si es repetida hasta la saciedad. Los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza, han convencido a algunas personas de que disfrutan de una situación acomodada de clase media cuando viven en la más absoluta miseria. Por poner un ejemplo: una persona con un patrimonio valorado en 100.000 euros y unas deudas que asciendan a los 200.000 euros puede pensar, merced a una hipoteca que paga mensualmente, que no es pobre. Una simple resta bastaría para sacarle de su error. La verdad es que si cambiamos la palabra “banco” por “señor feudal” y la palabra “trabajador” por “vasallo”, no estamos ni más ni menos que recreando el sistema feudal, donde el pueblo llano tenía que pagar al señor una parte de su cosecha para que le dejara vivir en sus tierras.

Los telediarios también han servido para desdramatizar los problemas. Marshall McLuhan dijo que el medio es el mensaje y tenía toda la razón. Es normal que todo lo que sale en un aparato dedicado al entretenimiento termine convirtiéndose en algo trivial. Al final terminamos viendo la actualidad política como si fuera un culebrón. O los desastres del mundo y los horrores de la guerra con la misma indiferencia que si viéramos una película de Hollywood.

La tele educa

Algunos iluminados de los 60 pensaron, erróneamente por supuesto, que la televisión podía servir para enseñar. Esa era la motivación, por ejemplo, de los creadores de Barrio Sésamo. Pero el tiempo no les ha dado la razón y han sido otros programas los que han terminado ocupando los espacios en principio reservados para programas educativos infantiles. Los niños ven mucho más instructivos los programas como “El diario de Patricia”, que muestran el mundo tal como es, con sus miserias y sus abyecciones.

También hay documentales, pero cada vez menos. Hace tiempo que empezaron a desaparecer aquellos documentales con una voz en off cansina y monocorde que lo mismo daba cuenta de las maravillas de la naturaleza como de los horrores de la historia de la humanidad. Su puesto han venido a ocuparlo esos programas de reportajes supuestamente serios, al estilo de “Callejeros”, que resultan tan superficiales como una visita turística.

Las cadenas que se nutren de fondos públicos mantienen algunos programas educativos o culturales, pero no dejan de ser algo anecdótico. Desde luego no hay pujas millonarias entre las cadenas privadas por fichar a Eduard Punset o a Sánchez Dragó.

La tele nos hace iguales

Y no me canso de añadir aportaciones de la televisión a la democracia. ¿Qué me decís de la democratización del éxito, la fama y el dinero? Al principio la tele era muy elitista. Las estrellas de la televisión tenían que ser famosas por alguna habilidad que previamente hubieran demostrado: cantar, hacer música, actuar en películas, tener tropecientas carreras… Gracias al Gran Hermano y a otros programas similares ha terminado esa insidiosa discriminación. Ahora cualquier persona puede ser famosa o popular, y su opinión, democráticamente, vale tanto como la de cualquier eminencia. ¿O es que los analfabetos, los chulos, las putas, los inútiles y los parásitos no tienen derecho al éxito en un mundo en que se supone que todos somos iguales?

Menos mal que hace tiempo cayeron en descrédito los programas para eruditos, que siempre dejaban en evidencia a los pobres ignorantes. Afortunadamente las cadenas acabaron con programas tan discriminatorios como “El tiempo es oro”. Algunos más suaves, como “Cifras y letras”, se mantienen en la parrilla. Supongo que los cerebritos frikis también tienen derecho a tener su pequeño espacio en la pequeña pantalla. Mucho más accesibles para todo el mundo son los programas concursos de ahora. Un modelo de concurso televisivo actual puede ser el exitoso programa “Allá tú”, donde la única habilidad que se requiere es la de ser capaz de abrir una caja.

La tele da prestigio

Todo lo que sale por la tele adquiere cierto prestigio. Los grupos de música, los escritores, los directores de cine y cualquier creador saben que esto es así, y que no empezarán a ser tomados en serio hasta que salgan por la pequeña pantalla. Eso ya lo sabía McLuhan. Eso también lo saben los publicistas. Por eso, para mejorar la opinión que los consumidores tienen sobre un producto, no es necesario que éste sea bueno, no es necesario mejorarlo, no es necesario ir de feria en feria haciendo exhibiciones para demostrar su efectividad. Lo único que hace falta es sacarlo por la tele. La contribución de este aparato a la consolidación del sistema capitalista merecería un artículo aparte.

La tele salva matrimonios

Y todavía no he hablado de los usos terapéuticos y domésticos del aparato. La televisión contribuye a la armonía familiar. ¡Cuántas discusiones habrán ahorrado estos aparatos! Hay estudios que dicen que las parejas discuten más en vacaciones porque tienen tiempo para hablar. Antes, sin televisión, las personas estaban condenadas a tener que hablar bastante cada día. Muchos hombres, para evitar enfrentamientos conyugales, tenían que irse al bar durante horas por el bien de su familia. Ahora, gracias a la televisión, ya no es necesario. La televisión te permite entretenerte escuchando un montón de estupideces sin necesidad de tener que ir a escucharlas al bar.

La tele ayuda a los padres

¿Y qué sería de los niños sin la televisión? ¿Y de los padres? Para los padres de hoy este aparato viene a ser el equivalente a una niñera. Y resulta mil veces más económico. La televisión, después de los abuelos, es el mejor sitio para dejar a los niños aparcados un rato. Los rayos catódicos los subyugan, los controlan, los anulan, y eso no hay Mary Poppins que lo iguale. Los viajes con niños son mucho más tranquilos desde que se inventaron los DVD portátiles. En este aspecto, solo los videojuegos y los somníferos pueden competir con la televisión.

Corolario

Yo no veo la tele todo lo que me gustaría. Entre otras cosas porque todavía me empeño en leer, en escribir, en pensar, en charlar, en salir… En definitiva, en vivir. Pero es probable que si algún día me canso de todo eso, termine sentado frente al televisor, hipnotizado e insensible, totalmente indiferente al mundo que me rodea.