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jueves, 19 de marzo de 2015

En la inauguración del sepulcro de Miguel de Cervantes

(parodia de un conocido soneto con estrambote del autor inmortal)

No dudéis que me asombra la belleza
del sepulcro que guarda en esta villa
el fémur, la tibia y una costilla
del manco de Lepanto sin cabeza.

Millones de turistas con certeza
vendrán a contemplar la maravilla
y en ninguna terraza habrá una silla
libre para tomar tapa y cerveza.

Seguro que los huesos de este muerto
darán más beneficios que el legado
de Sancho, Rocinante y don Quijote.

Y después la alcaldesa dijo: "Es cierto
todo lo que el ministro os ha contado,
y si alguien lo cuestiona, es que es un zote."

Luego dieron un bote,
llevaron al ministro hasta la entrada,
cortaron una cinta, y no hubo nada.

domingo, 11 de mayo de 2014

80.000 libros

Desengañémonos: la gente lee muy poco. Para leer hace falta mucho tiempo y mucha dedicación, y el que más y el que menos tiene muchas cosas importantes que hacer o muchos otros entretenimientos con los que amenizar los ratos de ocio.

Conozco a profesores y profesoras de literatura que apenas leen. Una vez hicieron una carrera, se leyeron unos cuantos libros y aprobaron unas oposiciones. Fin del proceso. Ahora repiten sin cesar aquellas listas de nombres que machacaron una y otra vez en sus lejanos días universitarios. Puede que muchos de ellos fueran lectores voraces en el instituto y que por eso eligieran estudiar una carrera de humanidades. Puede. Veo a muchos alumnos que terminan el Bachillerato y se van a estudiar Filología, Historia o Filosofía sin apenas haber leído en su vida. Me refiero a algo que no sea lo que les mandamos en clase.

También conozco a escritores que leen poco o nada, sobre todo poetas, que muchas veces la atracción por el texto corto no es otra cosa que vagancia. Los escritores no son de aprenderse temarios con nombres de autores y obras, pero sí tienen olfato para pertrecharse de una serie de lecturas estratégicas que les permitan dar el pego: un par de clásicos, dos o tres escritores con su dosis de malditismo, un par de autores raros que no conoce nadie y una serie de poemas o citas más o menos efectistas para sorprender a la audiencia en caso de necesidad. Un dato: he estado en algunos aquelarres de poetas, digo, jam sessions de poesía en las que vendían libros y pocas veces he visto a los asistentes comprar alguno.

Luego están todos esos que dicen que les gusta mucho leer, pero que no tienen tiempo porque están estudiando inglés, se han matriculado en un curso de la UNED, van a jugar al fútbol dos tardes por semana o están yendo a clases de flamenco. En esos casos, siempre pienso que se toman muchas molestias para encontrar excusas que les libren de la lectura.

Os cuento todo esto porque me he dado cuenta de que yo tampoco leo mucho. Le dedico tiempo, sí, pero apenas avanzo. Y yo sí que evito otras distracciones para poder hacerlo. Pero no me vale de nada. Los libros pendientes se acumulan en las estanterías y van desapareciendo lentamente bajo una pátina de polvo, en muchas ocasiones, hasta volverse invisibles.

Anoche una librera me dijo que en España se publican 80.000 títulos al año, y que, con este aluvión de novedades, ningún libro consigue tener ni importancia ni hueco en las librerías. El abaratamiento de los medios de producción y su democratización han provocado una avalancha de títulos y de editoriales alternativas imposible de asumir. Otro dato: en España hay gente que dice que lee mucho porque se lee un libro al mes. Si alguien con ese ritmo de lectura estuviera leyendo durante cincuenta años, solo habría alcanzado la irrisoria cifra de 600 libros. En toda una vida.

Salvo fenómenos editoriales de consumo masivo normalmente efímeros, que van desde El código Da Vinci a las Cincuenta sombras de Grey pasando por Juego de tronos, los escritores, incluso los que tienen cierta fama, pueden aspirar a muy pocos lectores. Están rifados. Los tiempos del escritor profesional están tocando a su fin. Los que escribimos no lo hacemos por dinero. No sé si es por vocación, por inconsciencia o por vanidad, pero por dinero desde luego que no. Supongo que habrá alguno que fantasee con una hipotética e improbable fama póstuma e inmarcesible, y tenga poluciones nocturnas soñando con ella.

Me temo que las editoriales, salvo en casos de autores muy consolidados, ya no dan grandes anticipos por los derechos de edición de ninguna obra. Lo que yo veo en el mundo que me rodea me recuerda mucho más a mis tiempos de músico alternativo en el circuito madrileño de salas de conciertos, allá por la década de los 90 (no creo que ahora sea muy distinto). No recuerdo que hubiera ningún local que nos ofreciera la posibilidad de tocar en una sala llena de público para darnos a conocer. Ni siquiera gratis. El sistema era otro: nos dejaban una sala vacía, los del grupo convocábamos a nuestros amigos, se la llenábamos y así dábamos de comer al dueño del negocio y a un par de camareros. Cobrábamos un porcentaje de la entrada o un tanto por ciento de la barra. En cualquier caso, una mierda. Incluso currándotelo mucho y llenando algún que otro local no nos daba ni para cubrir gastos. Algo así pasa ahora con la multitud de editoriales alternativas que pululan por ahí: hacen pequeñas tiradas, les venden el libro a las amistades del escritor y, con mucho esfuerzo, muchos autores y muchos amigos, consiguen mantenerse en la cuerda floja haciendo arriesgados ejercicios de funambulismo contable.

No sé si os he dicho que acabo de publicar un libro. Tampoco sé si sabéis que tengo la suerte de no vivir de eso.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Homenaje a José María Fonollosa

El 7 de octubre de 1991 murió José María Fonollosa, que solo un año antes había publicado uno de los libros de poesía más importantes del siglo XX: "Ciudad del hombre: New York". Trabajó en este proyecto durante 40 años en el más absoluto anonimato y en el libro que se publicó antes de su muerte solo se incluyó una selección de los poemas que integraban la obra completa. Después de su muerte se publicó otra selección distinta con el título "Ciudad del hombre: Barcelona". Posteriormente salieron a la luz "Destrucción de la mañana", un libro demoledor sobre el fracaso vital escrito en los años 50, y una interesantísima novela en verso llamada "Poetas en la noche".

La ciudad, el sexo, la violencia, la creación, el fracaso, la muerte, la intrascendencia de la existencia y la soledad ontológica del individuo son los temas que obsesionaban a Fonollosa y que aparecen en sus poemas con diferentes voces, a veces enfrentadas, que pueden corresponderse con distintos estados de ánimo del poeta o, lo que es más plausible, con distintos personajes que nos ofrecen una visión certera y demoledora del hombre actual.

Tengo el honor de estar detrás de la organización de este tributo. Mi más sincero agradecimiento a todos los poetas y lectores de Fonollosa que se han entusiasmado con el proyecto y que se han querido sumar a él. En especial a Hipólito García "Bolo", sin cuya colaboración y apoyo no hubiera sido posible.



Después de la muerte de Fonollosa encontraron en su mesa de trabajo este poema:

                             No a la transmigración en otra especie.
                             No a post vida, ni en cielo ni en infierno.
                             No a que me absorba cualquier divinidad.
                            
                             No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
                             reservado a islamitas, con beldades
                             que un libro garantiza siempre vírgenes.

                             Porque esos son los juegos para ingenuos
                             en que mi agnosticismo nunca apuesta.
                             Mi envite es al no ser. A lo seguro.

                             Rechaza otro existir, tras consumida
                             mi ración de este guiso indigerible.
                             Otra vez no. Una vez ya es demasiado.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Curso on line gratuito de escritura creativa: primera y última clase

Bienvenidos al curso
Tranquilos, ni esto es un anuncio ni este curso tiene ningún coste. Todavía no estoy tan necesitado como para tener que estafar a los incautos. Esta clase magistral que aquí, generosamente, ofrezco os será de gran ayuda para que, en caso de que queráis adentraros en el fascinante mundo de la palabra escrita, no caigáis en las redes de los talleres literarios o los cursos de escritura creativa. Si quieres gastarte tu dinero en algo de provecho, ve a un psicoanalista a que te mire lo de querer ser escritor, que ya son ganas.
Los talleres literarios son un engañabobos
Puedo decir con orgullo que nunca me han embaucado en ningún taller literario, ni como profesor ni como alumno. Algún payaso podrá escribir al pie de este post que ya se nota. Desde aquí le mando la más impertinente de mis sonrisas y le ahorro el esfuerzo de escribirlo.
Desde muy joven, incluso cuando creía que esto de ser escritor era algo más idílico, desconfié de los cursos para futuros escritores. No creía entonces que me fuera a servir de mucho que me enseñaran lo que yo mismo podía mirar en los libros.  Tampoco pensaba que me pudieran ofrecer el secreto de la fama, pues, de saberlo, los mismos ponentes lo habrían utilizado en su  provecho en lugar de estar dando un cursillo de mierda.
El talento no se vende
El arte no se puede enseñar. Te pueden transmitir la técnica, pero no el talento, lo que los flamencos llaman “duende”. Técnica y talento son necesarios para que exista un creador. Si habláramos de pintura, la técnica sin talento sería lo que son algunos profesores de Plástica. El talento sin técnica ni formación cultural, el pintor rural que fascina a sus vecinos cometiendo bodegones y paisajes espantosos. El talento además, si quiere ser productivo, tiene que ejercitarse con la ayuda de la técnica. Esto lo decía muy bien Lorca: “si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios –o del demonio-, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema.”
No, no me estoy contradiciendo. La técnica que necesitas saber no te la van a enseñar en ningún taller literario. En una academia o conservatorio de música te pueden enseñar solfeo. Eso en literatura se llama aprender a leer, y es algo que te enseñan en la escuela. En una academia o conservatorio de música también pueden enseñarte a tocar un instrumento. Eso en literatura se llama escribir, y también lo aprendemos gratis en los colegios. Si quieres aprender algo útil para escribir, pásate por una academia en la que te enseñen a darle a los dedos en un teclado de ordenador.
Trabajo duro
Si sabes leer y escribir, ya tienes toda la técnica que un escritor necesita para crear. Ahora te falta conocer el terreno en el que te mueves y ejercitar tus dotes de creador. No necesitas ningún gurú. Lee, lee mucho y escribe. Escribe mucho. Es un camino duro, ¿verdad? Pues vuélvete antes de que te arrepientas. Me temo que no hay atajos.
Hay escritores con más o menos formación, más o menos instintivos, pero no son mejores unos que otros. Lee con atención, analiza los trucos de los demás escritores o imítalos para retarte a ti mismo. Escribe sin descanso y de la forma que sea hasta que descubras cómo escribes tú.
La escritura se parece mucho a la música. Para ambas son muy necesarios el oído y el ritmo, y eso se tiene o no.
Yo me licencié en Filología Hispánica, pero estudiar humanidades no te sirve para escribir mejor. Con suerte aprendes a leer con atención si pones de tu parte. También tienes una visión diacrónica de la historia de la literatura que acaso te puede servir para no hacer el ridículo. Se me cae la cara de vergüenza ajena, por ejemplo, cuando algún aspirante a poeta se pone transgresor e intenta colarte la lectura de una botella de champú como algo rompedor. Siempre pienso que se perdió la clase de Bachillerato en la que enseñan las vanguardias.
La genialidad no respeta la técnica
Tampoco hace falta obsesionarse por la técnica. Hay grandísimos escritores que no han destacado o no destacan por su perfección técnica. Para empezar, Cervantes, que incluso en “El Quijote” dejó imperdonables errores de bulto. A mí me gustan otros muchos escritores cuestionados por su estilo descuidado: Hemingway, Bukowsky, Agota Kristof, Pedro Juan Gutiérrez, Pío Baroja… También prefiero escuchar a Sabina que a Plácido Domingo.
A quiénes van dirigidos los talleres literarios
A todos esos idiotas que dicen que quieren ser escritores y apenas leen. O a todas esas cursis que leen bestsellers y necesitan para entretener las tardes un hobby acorde con su nivel intelectual. La verdad es que la mayoría de los que acuden a estas cosas merecen ser estafados.
¿Qué coño se piensa toda esa gente que es ser escritor? Algunos, sobre todo algunas, a lo mejor solo lo hacen para dárselas de algo delante de sus amigos. Pena me da que realmente se crean escritores solo por haber ido a un cursillo. Sería como si alguien que estudia la carrera de Filosofía se creyera filósofo.
Quién imparte los talleres literarios
La mayoría son escritores de tres al cuarto. No digo yo que no haya algún genio bohemio que no haya encontrado otro medio de vida mejor –aparte de la hostelería-, pero tienen que ser los menos. La mayoría deben de ser tipos muy resentidos con el mundo. De esos a los que nunca les gusta nadie que haya triunfado. De esos que nunca ven la película que ve todo el mundo ni leen ningún libro de moda. De esos que siempre hablan de algún otro desgraciado al que se le reconoció el talento a título póstumo porque, en el fondo, esperan que a ellos les pase lo mismo. De esos que, si pueden, te traumatizarán, socavarán la poca autoestima que te quede (que no debe de ser mucha si te has apuntado a un curso así) y te sumergirán en lo más hondo de su propia frustración para demostrarte que tienen razón. Y para no estar solos. Fracasados y sinvergüenzas son todo lo que encontrarás al frente de estos maravillosos cursos.
Alguien me podrá decir que algunas veces escritores de prestigio se prestan a impartir estos talleres. En ese caso el atractivo es otro: conocer a un escritor famoso y, si es santo de tu devoción, disfrutar de sus anécdotas y poder charlar con él. Con estos cursos tampoco vas a aprender nada, pero te los recomiendo si te sirven para satisfacer tus pasiones más infantiles. Aunque cuidado, que muchos escritores pierden mucho en las distancias cortas.
Yo metería a todos los estafadores que imparten talleres literarios en una habitación y no los sacaría de allí hasta que se pusieran de acuerdo en algo que no fuera poner a caer de un burro a todos los escritores del top de ventas. No serviría para nada –como sus cursos-, pero al menos nos los quitaríamos de encima una buena temporada.
Corolario y título que acredita que has asistido a este curso
Si has leído esto y aun así quieres ser escritor, lo primero de todo pregúntate por qué. A lo mejor lo tuyo puede tener solución antes de que sea demasiado tarde. Cuando lo tengas claro y si tu decisión es firme, ya sabes todo lo que necesitas para intentarlo. Recuerda: leer y escribir, leer y escribir, leer y escribir. Sobre todo leer mucho y estar dispuesto a sacrificar gran parte de tu vida social por la literatura.
A lo mejor conoces a alguien que escribe y que no lleva una vida tan abnegada como yo digo. Créeme: la obra de un escritor de verdad requiere muchas horas, mucha soledad y mucha transpiración. Algún poeta hay por ahí que se sale de la norma, pero ni come con eso ni nadie le hace demasiado caso.
Acabas de terminar mi curso para futuros escritores. No doy título porque entonces perdería dinero. Piensa en mí con agradecimiento por toda la pasta que te has ahorrado en cursos para gilipollas. Y si quieres un título, puedes hacértelo tú mismo en casa. Solo necesitas un ordenador, una impresora y, por supuesto, saber escribir. Me lo envías y te lo sello con la media patata que tengo recortada con mis iniciales para estas gestiones.

domingo, 17 de mayo de 2009

El maravilloso mundo de los escritores

Ayer participé en un acto literario de los que no me gustan, un encuentro con otros escritores toledanos para poner en común nuestros puntos de vista sobre la literatura. Alguien se preguntará por qué participé y la respuesta es simple. Era un acto de la Feria del Libro de Toledo y me apetecía corresponder a quien había tenido la gentileza de invitarme. Por otra parte, los escritores tenemos que aprovechar cualquier oportunidad para darnos a conocer, que tampoco andamos sobrados.

Como me temía, me tocó compartir mesa con otros cuatro escritores que no compartían en absoluto mi forma de entender la literatura. Es posible que si hubiéramos ido a hablar de la crisis o de la Champion, nos hubiésemos llevado bien, que parecían buena gente, pero no era el caso. Para empezar, dos de ellos pertenecían a un grupo literario y a mí no se me ocurrió otra cosa que utilizar una de mis primeras intervenciones para decir que no creía en ese tipo de asociaciones. Mi visión de la literatura siempre es individualista y onanística, y, lo siento, no puedo entenderla de otra manera. Respeto que la gente haga talleres literarios y esas cosas, pero nunca participaría en ninguno. Además, todo lo que se puede encontrar en esas asociaciones ¬-pasado el momento inicial de sentirte parte de un proyecto literario y tener a una serie de individuos que van a reconocerte como escritor a cambio de que tú les devuelvas el favor- es negativo.

Yo nunca he estado en grupos literarios, como ya he dicho, pero participé en proyectos comunes, sobre todo en la universidad (revistas, fanzines…). Todo va bien en esos proyectos hasta que alguien empieza a despuntar, que es el momento en el que las envidias brotan con la fuerza de las malas hierbas. Y si alguno de los integrantes del grupo consigue algún contacto con algún medio de comunicación, alguna editorial o algún político subvencionista y no lo comparte con todos sus compañeros, será el fin de la concordia creativa. Estos grupos solo funcionan mientras el tráfico de influencias les beneficie a todos, independientemente del valor de sus obras particulares.

Resumiendo, que si el grupo literario de turno funciona como un club de lectura o se limita a ser un taller literario donde se hacen ejercicios de estilo y proyectos de equipo, puede durar eternamente y hacer felices a unas personas que anhelan sentirse escritores por un rato. Sin embargo, como a alguno de ellos le den el Nadal o le subvencionen algún proyecto en el que el resto no participe, dudo mucho que el buen rollo sea perpetuo.

Los miembros de este grupo literario también hablaron mucho de que las instituciones públicas deberían apoyar a los escritores e incluso hacer las veces de mecenas para apoyarlos. Esto sí que me dio miedito. Me imaginé a este tipo de asociaciones publicando libros de amiguetes en editoriales de amiguetes merced al dinero del erario público mientras los escritores que no pertenecíamos a esos colectivos éramos vilmente despreciados en todos los foros donde ellos tuvieran algún infiltrado. Sentí hasta algún escalofrío.

Y si profundizamos en lo que es la creación literaria, tengo que decir que dos escritores juntos suelen ser incompatibles, como escritores, que perfectamente –como seres humanos- pueden ser amigos. El escritor tiene una visión del mundo y del hecho literario que inevitablemente siempre será distinta de la del resto. Esto de la literatura no es ciencia sino opinión, y las opiniones son como los culos, únicos e intransferibles.

Hace un tiempo yo era muy tonto y, aunque no soy gregario, intentaba ser cordial con los escritores que conocía. Me preocupaba por conocer su obra e incluso hacía esfuerzos para juzgarla no como escritor, sino como lector imparcial. Dejé de esforzarme tanto el día que me di cuenta de que casi nunca era correspondido. Por eso ya no me intereso por los libros de los escritores que conozco si no lo hace antes la otra parte contratante. Mis últimas experiencias en este campo han seguido los mismos derroteros. Contaré dos a modo de ilustración.

Hace poco conocí a un tipo que últimamente está teniendo bastante fortuna editorial y entablé con él una animada conversación. Mostré, eso sí, mucho más interés yo por su obra que él por la mía. Al final quedó en avisarme de la publicación de uno de sus libros, un libro juvenil que dijo que, como profesor, me interesaría. Recibí el aviso por mailing (uno más en una larga lista de posibles clientes) y por ser simpático le contesté en otro de mis vanos intentos por hacer colegas en este mundo de “primas donnas” (además compartimos algunos conocidos y me gusta llevarme bien con los amigos de mis amigos). Todavía estoy esperando que me conteste, aunque sea simplemente con un saludo. Supongo que para él no soy más que la posibilidad de vender un libro, o muchos, si decido poner su novela como lectura obligatoria a mis alumnos. Por mi parte se va a comer los mocos.

La segunda anécdota es de hace solo unos días. Volví a coincidir por segunda vez con un escritor que me cae bien, aunque tenemos una visión de la literatura totalmente distinta, y, charlando largo y tendido (tomamos juntos varias cañas) sobre la dificultad de publicar poesía, me contó que había publicado un libro con una editorial que a mí me llama la atención. De hecho, hace poco quise contactar con ellos, pero no encontré la manera trasteando en su web. Por eso me atreví a pedirle que me pasara el contacto, una dirección de correo electrónico simplemente para comunicarme con ellos. Ni se me ocurrió pedirle que me echara una mano, que prácticamente somos dos desconocidos. Han pasado varios días y sigo esperando. Y sé que no se le ha olvidado porque le insistí cuando nos despedíamos.

Ya recomendé en otra ocasión “Poetas en la noche” de José María Fonollosa, que explica de forma magistral los odios, envidias y rencores subterráneos que se profesan los miembros de un grupo de poetas que se supone que son amigos y que comparten la maravillosa experiencia de la escritura. Hoy quiero recomendar “La información” de Martin Amis, una novela donde dos amigos novelistas se enzarzan en un duelo personal porque uno de ellos se convierte en un “best seller” mientras el otro intenta sobrevivir en la tercera división del mundo literario.

Yo soy escéptico porque el mundo me ha hecho así. En fin…

APOSTILLA (18 de mayo): Finalmente, el colega que me prometió mandarme el contacto de una editorial lo ha hecho. ¿Mala memoria? ¿Ha leído este “post” y le han entrado remordimientos? Sea como fuere, me alegro. Porque, como ya he dicho, me cae muy bien. Como en todos los negocios, en este también hay gente legal. Le corresponderé leyéndole.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Poetas en la noche

Hace unos días tuve una noche de esas que hace siglos evitaba. Estuve hablando de temas culturetas y estilísticos con otros escritores. Salió casi sin yo querer. Surgió sin que pudiera evitarlo. Y luego me fui a mi casa pensando en un libro de José María Fonollosa: Poetas en la noche.

Ya hace bastante tiempo que lo leí, pero recuerdo que me impresionó mucho. Es una novela en verso, género abandonado desde tiempos inmemoriales (afortunadamente). No sé en qué oscura borrachera se le pudo ocurrir a este genio maldito escribir en endecasílabos blancos la historia de un grupo de poetas que se reúnen por la noche en la Barcelona de los años sesenta. A priori el argumento puede parecer poco atractivo, pero merece la pena hacer el esfuerzo. El libro es una rara avis en la poesía de la segunda mitad del siglo XX. No deberían dejar de leerlo todos aquellos que quieran ser escritores o artistas en general.

Poetas en la noche nos descubre las rivalides, los odios y las envidias que existen entre los miembros de un grupo de jóvenes poetas. Es un libro evidentemente de desengaño. Es posible que eso fuera lo que Fonollosa sacara en claro de las reuniones de escritores antes de convertirse en el outsider de la poesía castellana, en un solitario francotirador.

El libro tiene algunos versos defectuosos porque su autor nunca terminó de corregirlo, pero eso no le resta ningún valor. Yo me sentí muy identificado al comparar ciertas vivencias mías de mis tiempos universitarios con las situaciones de la historia de Fonollosa. Tras mi paso por la universidad, terminé escarmentado de todo tipo de reunión de carácter literario. El escritor es un lobo para el escritor. Dos escritores juntos suelen ser dos mundos enfrentados. Contraste de visiones. Choque de galaxias. Aparte de los inevitables celos que tus compañeros te van a profesar si las cosas te van bien, me refiero a editorialmente. O las putadas que te pueden hacer para ayudar a que te vayan mal. Algunos grupúsculos de amigos creadores funcionan, pero eso sólo pasa cuando existen intereses compartidos (y aquí hay que entender interés según la siguiente acepción del diccionario: conveniencia o beneficio en el orden moral o material) o tráfico de influencias. Muy rara vez puede surgir de una sana amistad sin más.

A lo mejor es incapacidad mía, no sé. Yo nunca he funcionado bien dentro de ninguna agrupación de este tipo. Como ya he dicho, hice en su día varios intentos y siempre salí malparado. Por eso aborrezco discutir sobre posturas estéticas. Sobre todo si hablo con escritores, especialmente si son de mi generación. Si alguna vez comparto ratos de ocio con otros escritores no suelo hablar nada más que de cosas intrascendentes, de nimiedades, de gilipolleces. Para alternar es suficiente.

Me pasa con la cultura lo mismo que con la politica: solo hablo de cultura o política cuando estoy seguro de que mi interlocutor está totalmente de acuerdo de antemano con lo que voy a decir. Me he convertido en el personaje de ese chiste al que le preguntan que por qué es tan viejo y responde que porque nunca le ha llevado a nadie la contraria. Su interlocutor le espeta que no puede ser por eso. Y el hombre viejo y sabio concede: "Pues no será por eso". Eso mismo digo yo con tal de no discutir.

Pero la otra noche coincidí con otros escritores con los que compartía amistades y por intentar ser simpático –eso creo, porque ni siquiera iba borracho- me metí en camisa de once varas. No se me ocurrió otra cosa que ponerme a hablar sobre posturas estéticas. La verdad es que pensaba que lo que decía era de cajón, para hablar por hablar y pasar el rato. Pero de repente me vi envuelto en una controversia de la que tardé un buen rato en salir. Yo creo que me llevaban la contraria porque sí, porque mi cara lo pedía a gritos, porque era ese desconocido que te da por culo y no sabes muy bien por qué. Lo de la atracción y el rechazo que sentimos hacia otras personas suele ser algo irracional. Especialmente si se trata de personas que acaban de conocerse.

En fin, creo que en un momento dado, sin ser capaz de sujetar las riendas de la conversación, llegué a ponerme pedante. También me recuerdo en un momento especialmente borde (le dije a una tipa que si pensaba lo que pensaba era porque no había leído lo suficiente).

No hicimos buenas migas, no. A pesar de que fuera esa mi intención de partida. A pesar de que al final, cuando me di cuenta de que estaba consiguiendo justo lo contrario de lo que buscaba, intenté contemporizar, concedí, dije que estaba de acuerdo con ellos e incluso alabé ciertos textos de la misma tipa a la que un rato antes había acusado de poco leída. Sí, de acuerdo, me bajé los pantalones. Quería que me dejaran beberme mis cañas en paz. Ay si me hubieran pillado hace unos años, cuando era más puñetero. Les hubiera pateado el culo. Metafóricamente hablando, por supuesto.

Pero ahora quiero llegar a viejo y me aburren los enfrentamientos verbales, me cansan nada más empezar porque sé que tanto esfuerzo no lleva a ninguna parte ni merece la pena. Y que si quiero vivir tranquilo es mejor que me aleje de las víboras. Entablar relación con otros escritores solo me serviría para hacer gremio, pero dudo que eso me trajera algo más que rivalidades, odios y envidias.

Todo tiene su lado positivo. Ya he recordado por qué dejé de acercarme a los cenáculos literarios y por qué dejé de hablar de cosas trascendentes con otros escritores. Y además me he dado cuenta de que ha llegado el momento de releer "Poetas en la noche". Para no olvidar la lección.