Estos días, por aquello de celebrar que
llevamos seis años sin que se pueda fumar en los bares, me ha llamado la
atención escuchar a muchos fumadores decir que estaban contentísimos porque
desde que no les dejan fumar en los bares fuman menos, se respira mejor en los
locales de ocio y la ropa no huele a perro muerto. No me ha pillado de
sorpresa. En estos seis años ya lo he escuchado en más de una ocasión, aunque
no deja de indignarme.
Yo no soy fumador y también prefiero, como es
obvio, que no se fume en los bares. Pero me pareció y me sigue pareciendo una
mala prohibición. Estaba a favor de que se prohibiera el tabaco en aquellos
sitios en los que los no fumadores deben estar obligatoriamente: un autobús,
una estación de metro, una oficina o incluso un bar en algún lugar en el que no
hubiera otras alternativas, pongamos el bar de una estación de autobuses. Sin
embargo, me parece un atropello a la libertad que te prohíban poner un lugar de
ocio para fumadores, o acotar una zona dentro de tu bar donde puedan estar los
fumadores, como contemplaba la ley que anteriormente regulaba estos asuntos.
Tampoco me pareció nunca mal que hubiera smoking
rooms en los lugares de trabajo.
No entiendo que los fumadores no hayan luchado
por sus espacios para fumar. Como no entiendo que, si tanto les gustaban los
espacios sin humo, no petaran las zonas sin humos de los bares antes de la
prohibición o los bares en los que no se permitía fumar, que ya existían y
estaban casi vacíos. Eso es lo que me hubiera parecido genial, que los bares
sin humos, en sana competencia, les hubieran quitado la clientela a los bares
de fumadores.
A la vista está que me equivocaba.
Nuestra sociedad demanda un Estado paternalista que le diga lo que puede o no
puede hacer. Y esto, como decía antes, me indigna porque me demuestra lo
equivocado que he estado siempre en muchos temas. Como el de la legalización de
las drogas, por ejemplo. Siempre me he
posicionado a favor de la legalización de las drogas. De todas y con todas sus
consecuencias. Y no solo para acabar con las mafias, que también, sino para
respetar que cada uno haga con su vida lo que le parezca. En mi sociedad ideal
los adultos tendrían a su alcance toda la información necesaria para conocer
las bondades y perjuicios de estos productos y asumirían la responsabilidad en
caso de optar por su consumo. Información, formación, madurez, libertad y
aceptación de las consecuencias.
Pero las leyes, como los gobiernos, se hacen
a la medida de las sociedades. Y en nuestra sociedad infantilizada, cuando uno
muere por un cáncer de pulmón tiende a culpar a la tabacalera o al Estado
hipócrita que pone multas mientras permite la venta del producto para embolsarse
los impuestos. No han sido pocos los fumadores que han demandado a las
tabacaleras y que han conseguido que un juez les dé la razón.
Exigimos castigos de parvulario y
prohibiciones de papá Estado. Por eso tenemos medidas como el carnet por puntos
o multas por no ponernos el cinturón de seguridad. Aunque nos fastidie que a
veces nos toque pagar, en el fondo agradecemos que nos sancionen cuando somos
niños malos, igual que esos fumadores agradecen a los políticos que les hagan
salirse a la puerta del bar a pasar frío para poder echarse un pitillo.
A mí, sin embargo, me sobran leyes por todas
partes, pero no sé si mucha gente es capaz de entenderme.
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