martes, 22 de diciembre de 2009

Natividad

Ahora que he llegado a la edad en la que muchos compañeros y compañeras de generación pasan sus ratos de ocio limpiando las cacas de sus retoños o intentando acallar sus berridos en las largas noches insomnes, sigo teniendo las mismas ideas que tenía hace siglos respecto a dejar mi semilla en este mundo.

No tengo ni curiosidad por saber qué podría engendrar un tipo como yo.

En mi adolescencia me juré a mí mismo morir sin descendencia. Un poco más tarde moderé mi discurso. Simplemente porque aprendí a no decir de esta agua no beberé. Madurar es aprender a contradecirse a cada momento. Por eso ya no digo que nunca tendré hijos. Simplemente es algo que no tengo en mi hoja de ruta.

Estoy más cerca de los cuarenta que de los treinta y todavía no he sentido la llamada de la Naturaleza. Entiendo, por el comportamiento de mis congéneres, que tiene que ser un sentimiento muy poderoso que te subyuga hasta el punto de convertirse incluso en la razón de tu existencia, pero yo no lo he sentido. Algo parecido a lo que me pasa con la religión. Para bien o para mal, soy inmune a un montón de sentimientos que rigen el destino de los mortales.

Tampoco he sentido la poderosa llamada de la sangre. Esa obsesión por continuar tu árbol genealógico. O por engendrar a un tipo con la misma boca, los mismos ojos, los mismos gestos y las mismas taras que tú.

Hay gente obsesionada con dejar un clon suyo en el mundo. Muchos incluso le ponen su mismo nombre. Y sinceramente, aunque suene un poco nazi, hay casos que no se entienden. Por poner uno conocido por todos: Andreíta. ¿Por qué querría tener descendencia Jesulín? ¿Por qué además tenía que elegir para el experimento genético a Belén Esteban? ¿De verdad pensaba Jesulín que había alguna necesidad de perpetuar su estirpe? No sé si hay cierta mala hostia por su parte. No quiero pensar que las personas como él lo hacen para fastidiar. Es más lógico pensar que se están dando una segunda oportunidad, tal vez por ver si lo hacen mejor en una nueva reencarnación.

Aunque hay gente que arriesga demasiado. Ciertas mezclas son muy peligrosas. Pensemos por un momento en la mezcla genética Pantoja-Paquirri. A la vista de los resultados no parece que fuera muy buen idea. Y en esto de la genética no hay marcha atrás. Paquirri puede estar tranquilo en su tumba que todo apunta a que él no fue. Ahí están sus otros dos apuestos vástagos. O fue la genética de la Pantoja o la mezcla. Por si acaso, no estaría de más que los especialistas informaran de estos riesgos a otros casos similares. Los toreros y las copleras tienen derecho a conocer los riesgos que corren si deciden tener descendencia entre ellos. Yo lo digo porque hay gente muy temeraria, que ni viéndolas venir. Sin ir más lejos, la infanta Elena y Marichalar. Les salió Froilán. ¿Qué esperaban? Luego se extrañarán si el niño sale con el coeficiente intelectual de su madre o las aficiones de su padre. Froilán es la esperanza republicana. Ya lo vimos pateando a una niña en la boda de su tío Felipe. Cuando sea mayor y se entere de que por una estúpida ley de sucesión discriminatoria, no es él el rey, la va a liar parda. Ya está tardando.

Siempre he preferido destruir a construir. Por eso supongo que no es raro sentirme tan feliz de saber que voy a poner todo de mi parte para ser el último eslabón de mi prosapia. Mi padre era hijo único y yo solo tengo hermanas. Mi apellido morirá conmigo.

Los niños, por otra parte, me gustan. Siempre que no tenga yo la patente, son muy monos y entretenidos. Y si quiero adolescentes para que me amarguen la existencia, todos los años me adjudican ciento y pico nuevecitos. Eso sí, al final del curso se los devuelvo a sus padres. Gracias a mi vocación docente tengo cubiertas las necesidades de mi lado masoquista.

No quiero despedirme sin desvelar la verdadera intención de este post, que no era otra que desearle feliz Navidad a todos los niños y niñas de España, aunque, por supuesto, espero que no sean lectores asiduos de este blog.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La responsabilidad

Desengañémonos, llegar a jefe es una mierda. No envidio la vida de nadie que tenga un cargo directivo, ni en un organismo público ni en una multinacional ni mucho menos en una empresa familiar. Porque llegar a jefe consiste normalmente en asumir responsabilidades. Tiempo, complicaciones y quebraderos de cabeza.

El otro día leía en la prensa que un tanto por ciento muy elevado de los directores de instituto son nombrados a dedo. Es curioso que sea dentro de mi gremio, el profesorado, donde se ve tan clara la falta de vocación directiva de todo un colectivo. Esto demuestra que, a pesar de lo difícil que resulta en ocasiones dar clase, preferimos la pizarra al despacho. Demasiadas tensiones por un sobresueldo ridículo. Por no hablar del poco prestigio social que tiene la figura del director de colegio o instituto. Los padres solo se acuerdan de ellos cuando sienten la necesidad de pegarle cuatro voces a alguien. Por no hablar de los más vehementes, que siempre los buscan cuando tienen que rifarse un par de hostias.

Curiosamente no sucede lo mismo con otros cargos de mucha responsabilidad. Algunos mucho más expuestos y desagradables. Por ejemplo, ser alcalde. Nunca se ha dado el caso de que falten candidatos.

Dándole vueltas a lo difícil que es encontrar directores o directoras para los institutos y lo fácil que es encontrar alcaldes o alcaldesas (cargo complejo y de responsabilidad para el que, sorprendentemente, no se requieren estudios), he empezado a pensar en el tipo de personas que ocupan los puestos directivos en empresas, instituciones y organismos.

Dejaremos aparte a los que terminan en puestos directivos por imposición, que no son pocos. Bastante tienen los pobrecillos.

Veamos, pues, quiénes me quedan:

1. Los que disfrutan dando órdenes y se excitan solo de pensar en el número de personas que tienen a su cargo. Estos suelen ser los mismos que creen en eso de haber llegado a algo en la vida, sobre todo para presumir delante de familiares y amigos.

2. Los que esperan librarse de trabajos que les espantan. Ser el jefe de un almacén te puede de librar de mover cajas y de otra serie de trabajos esforzados. Ser el director de un instituto te libra en gran medida de dar clase a los díscolos adolescentes. Y no digamos ya los inspectores de educación. Los inspectores, en su mayor parte, son alérgicos al polvo de tiza.

3. Los que no tienen otro entretenimiento que estar trabajando. Hay una subespecie más patética dentro de este grupo: los que trabajan sin descanso para no tener tiempo de pensar en la puta mierda de vida que tienen. El trabajo en exceso, paradójicamente, ha evitado muchos divorcios.

4. Los que esperan sacar tajada por lo legal. Hay cargos directivos que están mucho mejor pagados que los de los institutos, evidentemente. Hay gente que sacrifica su existencia por una buena remuneración. Esto es el mercado libre: cada uno vende su vida al precio que considera. No juzguemos a las putas, que aquí todo el mundo se alquila por horas a cambio de algo.

5. Los que esperan sacar tajada por lo ilegal. Estos son los que se aprovechan de ciertos cargos, no necesariamente en la administración, para llevarse sobresueldos en B. Aquí entran muchos políticos, claro. Cuando los ves aguantando tantos insultos, tantas vejaciones, tantas injurias a lo largo de extenuantes campañas electorales de cuatro años, es inevitable pensar que, por alguna parte, se lo tienen que estar llevando muerto.

6. Los que lo hacen por vocación, que alguno tiene que haber, incluso en la política. Debe de haber un tipo de personas que disfrutan dirigiendo y coordinando proyectos por el mero gusto de hacerlos. Quiero pensar que hay ciertas personas que tienen motivaciones nobles y altruistas que les llevan a ocupar los puestos directivos en las empresas, los cargos importantes en política y los trajes con galones en el ejército a cambio de la satisfacción personal y cierta remuneración extra. Soy consciente, sin embargo, de que hay demasiados indicios que ponen en evidencia mi ingenuidad.

Algún tipo me habré dejado. Que alguien lo añada si se le ocurre. Ni que decir tiene que puede haber individuos mixtos, que podrían concentrar en su sola persona las características de varios de estos grupos. No es raro, por ejemplo, el espécimen que disfruta alardeando de galones al mismo tiempo que cultiva su afición por llenarse los bolsillos de billetes B.

La filosofía nació en Grecia porque hubo una clase de ciudadanos que podían disfrutar del ocio. El que no tiene ocio no puede pararse a pensar. La gente que, sin ningún tipo de imposición, elige una vida sin tiempo para leer, estudiar, aprender o pensar, es la gente que normalmente tiene cargos de responsabilidad. Los americanos siempre hacen películas en las que denuncian que este tipo de personas no tienen tiempo para ver el partido de béisbol de su hijo o la representación del cole de su hija, pero lo verdaderamente grave es que son personas que dejaron de preocuparse por el conocimiento.

Tiemblo solo de pensar que un día vienen a buscarme y me nombran director o jefe de estudios. Hasta he tenido pesadillas. Si alguna vez viene el inspector a hacerme una evaluación para considerar mis dotes de mando, creo que optaré por hacerle creer que no estoy en mis cabales. El psiquiátrico siempre sería mejor alternativa que cualquier despacho.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Fiesta

El fascismo tuvo muchas modalidades (germana, italiana, española), pero siempre era lo mismo: la imposición de un pensamiento único. El dogma y la intolerancia.

Yo no veo tan raro que haya gente que eche de menos esa forma de entender el mundo. Al fin y al cabo hay gente muy limitada. La multiplicidad de pensamientos, de opiniones, de perspectivas solo nos puede conducir a una conclusión: el mundo es absurdo. Y si no lo es, al menos los seres humanos estamos incapacitados para comprenderlo. Hay gente que tiene miedo a todo lo que no se sujeta a una norma, a todo lo que no responde a ninguna explicación. Hay personas que tienen miedo de que los axiomas que creen irrefutables no sean nada más que convenciones.

Los que podemos vivir en un mundo arbitrario siempre lucharemos contra toda imposición incuestionable. Nosotros no echamos de menos el fascismo. Ni defendemos los regímenes comunistas, que no son nada más que otra manera de imponer el pensamiento único. Las utopías se acabaron. Después de tantas derrotas y tantos dislates revolucionarios hemos llegado a la conclusión de que al ser humano no lo cambia ni su puta madre. Y lo aceptamos con resignación. Pero al menos que nos dejen expresarnos en libertad. Si la vida es una mierda, que nos quede el gusto de poder cuestionarla.

Hoy el enemigo es el pensamiento de lo políticamente correcto. Es fiero, pero da menos miedo que los gusanos uniformados que provocaron una guerra civil en el 36 y los torturadores con sotana que idiotizaron durante cuarenta años este país.

De alguna manera todos podemos celebrar hoy el 20N. Llevamos 34 años de fiesta.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Qué bien pensado está el mundo: la muerte

Y es que tú imagínate que aquí no la palmara nadie. Sería un caos. No cabríamos. Por no pensar en las pensiones que íbamos a tener que pagar. Sería imposible mantener a tantos jubilados. Peor aún: tendrían que retrasar la edad de jubilación. Hasta el infinito probablemente. Claro, que no habría trabajo para tanta gente. Súmale a los parados que hay ahora toda la demografía de las próximas generaciones. Y añade luego a los enterradores, que se quedarían en el paro. Y a los forenses. Serían oficios desaparecidos, como los de esquilador de burros o vendedor de discos. La muerte, o mejor dicho, la ausencia de la muerte le quitaría emoción a casi todo. ¿Qué sería de las corridas de toros si no existiera la posibilidad de que el torero saliera con los pies por delante? No tendrían gracia. Todos los deportes de riesgo perderían algo. La ruleta rusa no sería más emocionante que el parchís. Eso sí, coyunturalmente tal vez no fuera tan negativo. Habría que construir muchas viviendas y el negocio de la construcción reflotaría. Sería un no parar. Una nueva época dorada para el ladrillo. Los albañiles volverían a ganar dinero a espuertas. Las economías municipales serían de nuevo boyantes gracias a los chanchullos y a las adjudicaciones fraudulentas de terrenos recalificados. Los políticos se llenarían los bolsillos con comisiones ilegales y andarían todo el día de buen humor, y no como ahora, que van con caras largas y se pasan el tiempo tirándose los trastos a la cabeza. Los paletos que no quisieran estudiar siempre podrían soñar con triunfar en la vida haciéndose constructores. Y los notarios serían inmensamente ricos gracias a los innúmeros contratos de compra-venta de viviendas que nunca incluirían la abultada parte en B. La construcción sería incluso la solución para todos los enterradores y toreros y forenses y vendedores de discos que hubieran perdido su empleo. Hasta que lo petáramos todo de casas, mansiones y bloques de protección oficial, claro. Llegaría un momento en que no cabría un alfiler en el planeta ni habría suelo que recalificar. Con el suelo se acabaría el trabajo. Los ayuntamientos subirían los impuestos para compensar el desastre de la construcción y la gente tendría que dar todo lo que tiene por seguir en su casa. Y nadie podría huir al campo. Habría urbanizaciones hasta en la cima de los ochomiles. No habría sitio para los anacoretas y ermitaños. Y todo se iría a tomar por culo el día que la gente no tuviera dinero para pagar las letras y los impuestos. Los cuerpos de seguridad del Estado tendrían que ir a detener a los morosos, aunque no sabrían qué hacer con ellos. No habría terreno para edificar cárceles. Tampoco podrías condenar a nadie a muerte. Ni siquiera existiría el debate de si estás o no a favor de la pena de muerte. Sería como si debatiéramos hoy si estás o no a favor de que llueva para arriba. Aunque todo esto de la justicia pronto dejaría de ser un problema. En cuanto se acabara el dinero para mantener a la guardia civil, la policía, los jueces y demás leguleyos. Entonces llegaría el momento de matarnos a hostias. En sentido figurado, claro. Ni la hostia más grande del mundo podría matarte. Y del caos no se iba a salvar ni dios. Hasta los curas se quedarían en paro y, por supuesto, en la puta calle. Las iglesias habrían sido convenientemente parceladas para sacar un montón de apartamentos. Nadie creería en ningún ente divino. Se acabaría el chollo del cielo y el infierno. A la gente se la sudaría que Dios existiera o dejara de existir. Total, no lo iban a ver nunca. Ya no existiría el Día de Todos los Santos, lo que acabaría con el negocio de los floristas, que hacen en esas fechas la mitad de la recaudación del año. Tampoco habría Halloween, ni debate sobre si debemos aceptarla como fiesta o rechazarla como costumbre foránea y bárbara. Sería un golpe duro para los vendedores de disfraces, que se quedarían casi tan tocados como los floristas. Algunas cosas buenas también habría. Por ejemplo, ya no habría más guerras. O, de haberlas, no tendrían víctimas mortales. ¿Y qué sentido tendría una guerra en la que no puedes matar ni amenazar con hacerlo? No merecería la pena. Eso sí, las consecuencias de este hecho no serían nada positivas para la economía: más gente al paro. Para empezar, los soldados. Y luego todos los que se dedican al negocio de la guerra, empezando por los que fabrican armas y terminando por las empresas que se encargan del abastecimiento y de la recuperación de los países devastados. Se me ocurre otra ventaja: ya no podría haber terroristas suicidas. Tendrían que aterrorizar al personal con otras fórmulas. Yo qué sé, dando collejas a diestro y siniestro, tirándose pedos en los ascensores, escupiendo en los bancos de la plaza o leyendo en público columnas de Juan Manuel de Prada. Lo que me pregunto es contra quién actuarían estos terroristas. A estas alturas no habría clase política ni nada parecido. Nadie querría tener la responsabilidad de poner orden en un mundo tan disparatado. Y lo que sería más arduo: nadie sabría de dónde sacar el dinero suficiente para mantener a todo el funcionariado. Probablemente la mayoría de los políticos se harían terroristas y andarían de acá para allá con sus collejas, sus pedos, sus gargajos y sus textos pedantescos y fascistoides. Daría igual que no hubiera recursos alimenticios o agua. No podrías morirte de ninguna manera. Más acuciante sería el problema de la vestimenta. Porque que no te mueras no significa que tengas que pasar frío. O el problema del combustible. Todo el mundo querría ir en coche. No habría normas ni límite de velocidad ni nada. La DGT no podría decir que las multas eran para reducir el número de muertes en carretera. Se quedaría sin argumentos. Sería un mundo tan terrible que deberíamos estar agradecidos de que exista la muerte. Después de este desbarre tan espeluznante casi que querría morirme en estos momentos, aunque solo fuera por ver que se puede. Este año leí que le habían dado el Nobel de Medicina a tres biólogos norteamericanos que habían descubierto cómo hacer que las células no envejezcan. Yo les habría dado una paliza. Los científicos, que de nunca han mirado consecuencias, terminarán inventando algo para que no nos muramos nunca y la cagaremos. La muerte es una cosa estupenda. Y no digo que es divina porque si hubiera un dios responsable habría que preguntarle si no podía haber inventado una forma menos traumática de finiquitar la existencia. Así que se acabaron las lágrimas en los entierros y las plegarias al cielo para que no se lleve a los nuestros. Nunca entenderé que los cristianos tengan miedo a la muerte si tan seguros están de que les espera el paraíso celestial. ¿No será que casi todos tienen la certeza de que van a ir de cabeza al infierno? Miedo a la muerte debería tener yo, que no creo que haya nada después de este infierno. Me queda el consuelo de saber que no morir sería algo mucho peor.

domingo, 18 de octubre de 2009

Yo quiero que vuelva a gobernar el PP

Por principios no puedo votarles pero estoy deseando que haya elecciones anticipadas y que ganen por goleada.

Así serían ellos los que subirían los impuestos indirectos y yo podría salir a la calle a manifestarme.

Serían ellos los que no serían capaces de sacar a España de la crisis y los sindicatos se movilizarían contra ellos con pancartas y pasacalles a los que yo podría sumarme.

No ampliarían los derechos de las mujeres en temas como el aborto, ni ampliarían las prestaciones sociales para los parados, ni subirían las pensiones. Entonces sí que tendríamos un montón de argumentos para salir a dar voces en contra del gobierno.

Potenciarían la sanidad y la educación privadas, y el sector público estaría tan tocado que podríamos acusarles de estar acabando con los derechos sociales.

Se gastarían un montón de dinero público en hacerse publicidad y podríamos poner el grito en el cielo, que Zapatero se ha gastado una burrada en hacer cartelazos para publicitar el Plan E y aquí nadie ha dicho ni mu.

Seguirían dándole un montón de millones a la Iglesia Católica, pero al menos en las conversaciones de barra de bar podríamos echarles las culpas a los peperos fachas.

Llevarían nuestros soldados a las guerras y nosotros podríamos lucir en nuestras solapas símbolos de la paz y recorrer las calles gritando “No a la guerra”, que es algo que ayuda mucho a combatir el estrés.

Manipularían vilmente los medios de comunicación y nosotros intentaríamos crear foros alternativos en internet, fanzines y revistas con las que lucharíamos denodadamente por la libertad de expresión.

Le besarían el culo al gobierno de los Estados Unidos y nosotros podríamos cagarnos en el poder omnímodo del imperialismo yanqui.

Perseguirían el botellón, acosarían a los fumadores, nunca legalizarían las drogas ni la prostitución, pero eso nos daría argumentos a los apologetas de las libertades individuales para odiar al Estado represor.

Vamos, que estaríamos más o menos como ahora pero los de izquierdas podríamos protestar, hacer manifestaciones y patalear a todas horas. Recuperaríamos nuestro lugar natural, el sitio que históricamente nos corresponde.

Y encima podríamos acusar a los peperos de corruptos y decir en todos los mentideros que los políticos son todos unos ladrones. Hasta ese gusto nos ha quitado Zapatero después de enseñarnos la mierda de patrimonio que tiene.

Aquellos que tengáis menos escrúpulos que yo deberíais votar al PP en las próximas elecciones. Cuando salgan celebrando el triunfo en el balcón de Génova, yo estaré en mi casa maldiciendo, lamentando que los fachas hayan vuelto al poder, pensando que la gente no escarmienta… Aunque ya sabéis que en el fondo os estaré muy agradecido.

jueves, 8 de octubre de 2009

Criterio

Desafortunadamente en cuestiones estéticas y artísticas es muy difícil tener criterio. El problema es que la gente no lo sabe. Muchos, de hecho, piensan que es justo al revés. No hay nada más que ver a todos esos listos que se pasan el día pontificando sobre la capacidad pictórica de no sé qué artista plástico, del talento de tal escritor y de la genialidad de tal o cual músico.

Casi todos los que hoy idolatran, por ejemplo, a Barceló, a Antonio Muñoz Molina o a Bob Dylan lo hacen porque se subieron a un carro que ellos no habían puesto en marcha. Dicho con otras palabras, dijeron que todos esos eran grandes creadores porque otros lo habían dicho antes. Algunas personas sin referencias y sin demasiado criterio tal vez podrían pensar que los cuadros de Barceló no pasan de ser cuatro manchas más o menos bien puestas, que la escritura de Muñoz Molina es pesada y agotadora, y que Bob Dylan en sus primeros discos tenía una voz de embudo que difícilmente le llevaría al estrellato. Otros con más criterio, más duchos en sus respectivas materias, tal vez supieran valorar la pericia que tiene Barceló para trabajar las formas y el color, la pasmosa capacidad narrativa del autor de “El invierno en Lisboa” o la calidad que tiene el de Minnesota como compositor e intérprete, que se puede ser un buen intérprete sin tener una gran voz. Aunque estoy seguro de que tendrían sus dudas si tuvieran que decidir, sin referencias previas, si son o no unos genios. En cine pasaría otro tanto: ponedle a alguien no iniciado “Ciudadano Kane” o “La strada” y preguntadle si le parecen las mejores películas que ha visto en su vida.

Casi todas las obras maestras, sea en el campo que sea, han llegado a serlo gracias a que han contado con el apoyo de grupos de poder que tenían intereses económicos. Curiosamente los grupos de pop alternativo (¿o independiente?) más famosos (Sonic Youth y los Planetas, por poner un ejemplo foráneo y uno autóctono) han publicado sus discos en multinacionales.

En el caso de las obras maestras de la historia del arte, la música y la literatura más que los intereses económicos suelen primar los académicos, que no dejan de ser intereses al fin y al cabo. La historia de la literatura, por ejemplo, está llena de mentiras: hay un montón de autores que han sido encumbrados porque a unos cuantos eruditos les ha dado por llevarlos a los altares. Igual que a otros los condenaron injustamente al olvido. Ni es para tanto Valle-Inclán ni para tan poco Blasco Ibáñez. Ni es para tanto García Lorca ni para tan poco León Felipe. En definitiva, que en lo académico también hay grupos de poder mediático que van imponiendo sus criterios.

Y luego estamos todos los demás que, con el mecanismo del eco o la habilidad del loro, repetimos lo que otros han dicho con la seguridad que da tener el respaldo de un montón de tipos listos.

El criterio además es muy voluble porque depende en gran medida de nuestro bagaje cultural. El paladar artístico se va acostumbrando a nuevos sabores y va apreciando sensaciones que antes ni siquiera sabía que existían. Cuando tenía once o doce años me recuerdo flipándolo mucho con los libros de los Block de Monserrat del Amo (que quería ser la Enid Blyton española) y con los discos de los Modern Talking. Me parecían tan alucinantes como hoy me parecen Chuck Palahniuk y Placebo.

Los años que trabajé en la sección de discos de la Fnac aprendí hasta qué punto estamos mediatizados, manipulados, dirigidos. Yo incluido evidentemente. Recuerdo que a veces descubríamos un disco alucinante y decidíamos apostar por él. Le dábamos buena exposición, poníamos un punto de escucha para que la gente pudiera conocer nuestro descubrimiento y lo recomendábamos en el boletín que entonces tenía la Fnac o en su web. Todos nuestros intentos solían tener unos resultados mediocres cuando no ridículos. Hasta el día en el que el disco de marras aparecía recomendado en, por ejemplo, El País de las Tentaciones. Ese día nos lo quitaban de las manos.

Recuerdo que una vez vino una mujer de unos treinta años a pedirme referencias sobre un disco, en concreto sobre el primer disco de Estrella Morente. Yo le dije que no hacía falta que le contara sus virtudes porque lo teníamos puesto en un punto de escucha y lo iba a poder disfrutar de punta a punta antes de comprarlo (entonces no se podían escuchar los discos a la carta). Parecía una mujer de mundo y con dinero, una niña bien, con estudios superiores probablemente. Me dijo que no era eso lo que quería, que el disco lo acababa de escuchar. Lo que quería saber era si el disco era “bueno”. Yo le respondí que a mí y a la crítica Estrella Morente nos parecía la gran promesa femenina del flamenco actual. Entonces no lo dudó y decidió comprarlo. Probablemente no he olvidado esta anécdota (entre las miles del mismo estilo que viviría en la Fnac) porque es raro encontrar a una persona tan franca y directa como esta chica, tan sin complejos. Casi todos somos un poco como ella, pero no nos atrevemos a reconocerlo, ni siquiera a nosotros mismos.

Siguiendo con la música, en estos últimos años el mercado discográfico ha ido a la quiebra por la piratería. Las compañías tienen miedo y solo apuestan por los grupos consolidados o la música mediocre para las masas. Faltan en la parrilla grupos nuevos para un público más selecto. Sin embargo, basta con navegar un poco por myspace para darnos cuenta de que el talento está ahí. Hay muchos grupos buenos, pero sin una compañía que los respalde, sin nadie que diga que son muy buenos para que vengan otros detrás y se suban al carro. No falta el talento sino la promoción. ¿Cuál es el resultado? Salvo alguna excepción (¿Vetusta Morla?), ninguno sale adelante. La gente necesita que le digan que algo es bueno para estar o no de acuerdo.

Hace poco me contaron también una anécdota muy sorprendente sobre un escritor. La pena es que no recuerdo quién era. El caso es que este escritor, un escritor de prestigio que no tiene problemas para que editen sus libros, decidió mandar uno de sus manuscritos a distintas editoriales con un nombre falso. En todos los casos su manuscrito fue rechazado por no dar la talla. Puede ser una leyenda urbana, pero estoy seguro de que si cogéis cualquier libro reciente de un autor consolidado, pongamos por caso un libro de Saramago o de Javier Marías o de Pérez Reverte, lo pasáis al ordenador y lo mandáis a una editorial, lo más normal es que recibáis una respuesta negativa, cuando no se limiten a pasar olímpicamente.

Los editores, los cazatalentos, los productores y toda la gente que se gana la vida gracias a que tienen criterio para reconocer el talento siempre dicen lo mismo: no saben dónde está el éxito. Disparan al cielo y de vez en cuando cae algún palomo.

Por eso no soporto a todos aquellos a los que se les llena la boca diciendo nombres como Kandinsky, Sinatra, Almodóvar, Andy Warhol, Thomas Mann, Faulkner, Picasso, Stanley Kubrick, Lars Von Trier, Rolling Stones… Si son tan listos, que descubran quiénes de los artistas que hoy emergen ocuparán sus puestos dentro de treinta, cuarenta, cincuenta años. Ese sería el mérito. La pena es que todos estos mitómanos que tanto me enervan son los que suelen decir que todo lo que se hace ahora es una mierda. Tendrán que venir otros detrás a decirles que estaban equivocados.

En el terreno artístico y estético tener un criterio absoluto es imposible. Nuestros juicios siempre serán personales y parciales. Nuestro criterio será más exquisito conforme nuestros conocimientos sean mayores, pero eso no significa que podamos llegar a tener la razón. Por lo tanto tendremos que seguir toda la vida soportando a un montón de bocazas que a cada momento pretenderán sentar cátedra con sus cuatro referencias eruditas y mis post seguirán siendo esos textos argumentales que después de más de diez largos párrafos no arreglan nada y te dejan como estabas al principio.

Nota: Según la R.A.E.: Criterio: 1. m. Norma para conocer la verdad. / 2. Juicio o discernimiento. (Por si alguien quiere saber si lo tiene y tiene dudas de lo que es exactamente).

Este post está dedicado a Alicia, que algunas veces se siente contrariada cuando sus gustos no coinciden con los de los críticos.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el dinero negro

El dinero negro es algo tan bueno para nuestra sociedad que todos deberíamos tener derecho a él. Lo que no se debe permitir es que esté distribuido de una forma tan injusta.

El dinero negro (o dinero B, si sois amigos de los eufemismos) es muy codiciado por todo el mundo. Tiene cierto sabor a dinero extra, dinero para irte de farra, para viajar, para irte de putas, en definitiva, para darte caprichos. Imaginad toda la gente que vive de este flujo subterráneo de billetes. Gran parte de este dinero se convierte en el sueldo de muchos trabajadores. Y los impuestos indirectos hacen que termine siendo beneficioso hasta para la Hacienda Pública.

A la gente que tiene mucho dinero negro se la reconoce porque todo lo paga en metálico. Ese es el mundo de los mafiosos, de los camellos, de los traficantes, de los terroristas, de los constructores, de los hosteleros y de todos los empresarios que defraudan a Hacienda, que vienen a ser la mayoría. Cuando pasamos de la peseta al euro todos estos probos ciudadanos estuvieron más atareados que de costumbre. Tuvieron que convertir todos los fajos de dinero negro en propiedades, beneficios de empresas ficticias o billetes de lotería premiados (si te toca la lotería, pregunta por ahí, que hay gente que te dará más dinero que Loterías y Apuestas del Estado). Si hoy tuviéramos que cambiar de nuevo de moneda, no tendrían menos trajín. El dinero negro en cautividad y en grandes cantidades se reproduce de forma pasmosa.

Mucho mejor el dinero negro que el otro. Dónde va a parar. Eso lo sabe todo el mundo, aunque bien es cierto que conviene tener algo de dinero en nómina por si necesitas ir al banco a pedir financiación. La gente que solo gana dinero B suele tener problemas para conseguir un crédito o una hipoteca. Lo ideal es que haya un equilibrio entre lo que cobramos en nómina y lo que nos llega en sobrecitos. Los bancos también lo saben y muchas veces tienen en cuenta esos ingresos extras para conceder los préstamos. Al fin y al cabo los ciudadanos que cobran parte de su sueldo en B suelen ser más solventes. Para empezar pagan menos impuestos.

Los trabajadores que cobran en B tienen menos problemas económicos y gozan de más ventajas que los otros. Si tienes poco dinero en nómina, te conceden pisos de protección oficial, te dan subvenciones, becas para tus hijos, etc. Estos individuos son los que más contribuyen al progreso de nuestro país comprándose unos cochazos increíbles que mantienen en alza el sector del automóvil, que es el que siempre ha preocupado más a nuestros gobiernos.

El dinero negro no sólo le viene bien a los empresarios, terroristas, proxenetas y traficantes. También a la gente más humilde de nuestra sociedad. Trabajar en B es una de las salidas más airosas que tienen los parados para completar el subsidio de desempleo. Si es exiguo, no tienes nada más que buscarte un currillo para completarlo. En la construcción, el campo o la hostelería es fácil encontrar este tipo de ocupaciones no declaradas. Hay formas más lucrativas y menos onerosas, pero también más arriesgadas: el trapicheo de estupefacientes, la prostitución, el tráfico de armas, la extorsión (en este caso, se recomienda la pertenencia a un grupo terrorista con cierta credibilidad), etc.

De los 600.000 supuestos beneficiarios que se iban a poder acoger a la ayuda de 420 euros que da el gobierno a los parados que han agotado el paro, solo lo han solicitado 28.000. El gobierno, una de dos, o es muy tonto o es muy listo. No se les ha ocurrido otra cosa que exigir la asistencia a un curso de formación para poder cobrar la ayuda. ¿Qué se piensan? ¿Que la gente no tiene nada mejor que hacer que asistir a un curso de mierda? Trabajar en negro es un trabajo como otro cualquiera, que exige la misma dedicación y los mismos horarios que un trabajo con contrato. No sé si ver en esta actitud del gobierno cierta falta de sensibilidad social o una picardía descarada.

Los cálculos indican que la economía sumergida supera ya el 25% del PIB (unos 250.000 millones de euros). Y no deja de crecer. Para que nos hagamos una idea: en nuestro país circulan 80.386 millones de dinero en metálico.55.000 millones solo en billetes de 500. A mí me parece estupendo que cunda el dinero. Lo que me molesta es que gran parte de ese dinero es dinero negro y a mí no me llega ni el eco. En mi vida he visto un billete de 500 ni ahora mismo sé de qué color es.

Este verano la economía sumergida ha crecido un 30%. Eso hace que la Hacienda Pública esté por los suelos. Las multas que ponen a los que se dedican a crear empresas que trabajan de forma ilegal (cuyo importe puede llegar este año a los 300 millones) no son suficientes para compensar tanto fraude fiscal. Por eso es por lo que nos van a subir los impuestos.

Sé que es prácticamente imposible erradicar el dinero B y que probablemente no sería bueno para la economía nacional por todos los beneficios que nos aporta y que acabo de exponer. Por todo ello lo que pido es que los trabajadores tengamos al menos el derecho a decidir qué parte de nuestra nómina podemos cobrar en B. Se nos debería permitir cobrar en B al menos hasta el 50%. Así los que declaramos en nómina el importe exacto de lo que cobramos (que somos los funcionarios, los que trabajan en grandes empresas y poco más) tendríamos derechos a subvenciones, a becas, a que nuestros hijos fueran al colegio que hay al lado de casa, etc. Los que han cobrado gran parte de su nómina en B durante toda la vida se quejan a la hora de jubilarse porque les queda muy poca paga, pero es posible que algunos de nosotros prefiramos el dinero ahora y no reservarlo para una hipotética vejez que lo mismo ni llegamos a disfrutar.

En el futuro la igualdad de todos los ciudadanos se conseguirá con un reparto más justo del dinero negro. Esa y no otra tiene que ser la aspiración de una sociedad que pretenda ser más justa.

martes, 15 de septiembre de 2009

Zombis

“En ocasiones veo muertos.”
El sexto sentido

Me fui de mi pueblo hace casi veinte años. Y no es tanto que me fui como que huí. La adolescencia en mi pueblo tiene que ser la etapa más oscura de mi biografía. Tengo muy pocos recuerdos buenos de aquella época. Si dejamos aparte esos maravillosos momentos en los que soñaba con irme de allí.

Con el tiempo he descubierto que mi pueblo no es tan terrorífico. Lo que sucede es que a mí no me gustan los pueblos como no sea para dar una vuelta en plan turismo rural. No viviría en ninguno.

La relación que mantengo con mi pueblo, de cualquier forma, es de amor-odio. Observad que después de llevar varias líneas todavía no he dicho ni cómo se llama. A veces me cuesta decir hasta su nombre. Miradlo en Google, que sale por ahí. El caso es que voy poco. A ratos echo de menos a algunos amigos, pero a veces me las ingenio para quedar con ellos en Toledo, en Madrid o en donde sea. Sin embargo, tengo que reconocer, en honor a la verdad, que los tres o cuatro días al año que voy a mi pueblo me lo paso bastante bien: Nochebuena, la Feria, algún día de verano... Suelen ser visitas relámpago, de un solo día. Breves pero intensas. El tiempo se me escapa de las manos saludando a unos y a otros mientras hacemos la ronda de bares de rigor. Las bebidas espirituosas también echan una mano, que todo hay que decirlo.

Llevo varios años sin faltar a la Feria. Siempre en el sábado de Feria, aunque este año el sábado era la víspera del inicio de las fiestas y era un pelín más soso. Todos los últimos años me viene sucediendo lo mismo: tengo visiones terroríficas. Y solo suele sucederme en estas fechas (aunque alguna vez también ha pasado cuando he ido a mi pueblo invitado a una boda o cuando me ha tocado asistir a un entierro). Las calles en las que se ponen las atracciones de feria, las casetas de turrones, los chiringuitos de tapas y los puestos de churros, pollos o berenjenas se llenan de zombis, de muertos vivientes. Muertos vivientes de verdad, cadáveres que salen de sus tumbas para subir a las atracciones, atiborrarse de porras y atracarse de pinchos morunos. Es como si de repente me encontrara en el cuento oriental del visir que se encuentra a la Muerte entre el gentío del mercado de Bagdad. Así me encuentro yo con los muertos, disimulados entre la gente que va y viene por las calles en las que se asienta la feria. A ti, que no los conoces, ni siquiera te llamarían la atención. Pero yo sí sé quiénes son. Mis viejos compañeros de los primeros cursos escolares. Algunos chicos y chicas con los que jugaba en la calle cuando todavía me ponían rodilleras en los pantalones. Los padres y las madres de algunos de estos chicos. Los tíos y los primos lejanos de mis padres. Los hijos de estos tíos y primos lejanos de mis padres. Los clientes del bar en el que trabajaba cuando tenía dieciséis años. Los hombres que hablaban con mi padre cuando era pequeño y le acompañaba a trabajar al campo. Las mujeres con las que se paraba mi madre cuando iba con ella a comprar... Ni siquiera sospechaba que muchos de estos muertos seguían vivos en mi memoria.

Sé que son muertos vivientes porque están demacrados, hinchados, adiposos, decrépitos, ojerosos, canosos, calvos, arrugados, terriblemente envejecidos... El tiempo ha ido matándolos lentamente. A algunos me cuesta incluso reconocerlos. Identifico sus facciones a duras penas y tengo que reconstruir sus rostros de antaño en mi imaginación.

Es terrorífico ver de golpe los estragos que provoca el tiempo. Produce una conmoción como la que sentiría Aristóteles si volviera a la vida y viera en qué ha quedado la Acrópolis de Atenas. A algunos los vi por última vez hace diez o quince años. A otros puede que incluso no los haya visto en los últimos veinte o veinticinco años.

La muerte se toma su tiempo. El deterioro que produce no se advierte en el día a día. Por eso no notas apenas cómo mueren los que envejecen a tu lado. Lo hacen al mismo ritmo que tú.

Siempre que en el aturdimiento del paseo de la feria me tropiezo con alguno de estos muertos vivientes suelo escapar en otra dirección. Y si queda muy forzado y no es posible, me hago el distraído o fijo la mirada en la persona con la que hablo en esos momentos. No quiero que sepan que los he reconocido. No quiero hablar con ellos. Afortunadamente ellos suelen hacer lo mismo. Puede que, en su ingenuidad, piensen que el muerto soy yo.

domingo, 30 de agosto de 2009

Escenas memorables: Los lunes al sol

“Los lunes al sol” es una película realista en tono menor que cuenta la vida anodina de unos trabajadores que se quedaron en paro cuando cerraron los astilleros en los que trabajaban. Es una película con mucha carga social y que nos muestra con gran sensibilidad la terrible vida de los parados. En España, al contrario que en Francia o en Gran Bretaña, no se hace apenas cine de denuncia social. Y es una pena. Este tema daría para mucho. Supongo que la realidad del cine actual, que baila al son que marca Hollywood, no está para estas aventuras. Hace poco leía una entrevista en la que Fernando León de Aranoa, director de la película, contaba entre bromas cómo habían promocionado “Los lunes al sol” para exportarla al mercado norteamericano. La presentaron en un tráiler con fondo de música flamenca como si se tratara de una película de gánsters y mafiosos.

Muchas escenas se podrían destacar de esta joya de nuestro cine: el momento en el que Santa compara la realidad de España con la de una Australia idealizada (que viene a ser justo lo contrario por ser las antípodas), la lectura del cuento de la cigarra y la hormiga, el momento en el que Santa descubre las condiciones insalubres en las que vive Amador, etc. Pero yo me voy quedar con la escena de la farola. A lo largo de toda la película se va desgranando la historia del juicio de Santa, que tiene pendiente el pago de una farola que supuestamente rompió durante los enfrentamientos que hubo entre los trabajadores y las fuerzas del orden durante las manifestaciones que tuvieron lugar para evitar el cierre de los astilleros. Estamos hablando de poco dinero: 8.000 pesetas. Santa se niega a pagar no solo por su precaria situación de parado sino también por un profundo sentimiento de orgullo y dignidad. Y como él mismo explica cuando sus amigos le presionan para que pague y se deje de problemas: “No es que sea cara o barata. (…) ¿Cuánto valen 8.000 pesetas? (…) 8.000 pesetas moralmente valen mucho más”. Finalmente, después de agotar todos los recursos posibles para evitar el pago, termina entregando las 8.000 pesetas. De vuelta a casa, en el coche de su abogado, que intenta tranquilizarlo diciéndole que ha hecho lo correcto y que esta experiencia le va a servir para madurar, Santa, que está encarnado magistralmente por Javier Bardem, no dice ni mu. Hasta que le indica al abogado que siga recto -y aquí viene la escena que yo quería destacar- para indicarle minutos más tarde que se detenga. “Es un momento”, se excusa Santa cuando baja del coche. El abogado no sabe qué pasa. Están en mitad de ninguna parte, al lado de los astilleros abandonados. No sabe qué pretende ahora su cliente. Santa coge unas piedras del suelo y anda unos pasos más para acercarse a su objetivo. Solo necesita una pedrada para reventar la farola que unos minutos antes le han hecho pagar.

A mí también me han multado injustamente. Nada importante, como lo de Santa. No os voy a aburrir con los pormenores del caso. Simplemente diré que aparqué en un lugar en el que según un policía municipal no podía aparcar aunque la señalización indicara lo contrario. Antes de mover el coche hablé con otro policía y me dio la razón, aunque se negó a quitarme la multa y ha mentido en el informe que le han solicitado tras recurrir por segunda vez la denuncia. Yo pensaba –ingenuo de mí- que los dos recursos que he puesto servirían para que me la quitaran porque era un caso muy claro. Podría llevarlo a los tribunales, pero mis únicos testigos son dos policías que me trataron como a una escoria, que han mentido en su informe y que no van a desautorizar a un compañero. El riesgo de que mientan en el juicio (que es lo que, de ordinario, se hace en los juicios) es demasiado grande. Me iba a costar más el remedio que la enfermedad. Así que terminaré pagando la multa, que no es para tanto. Para ser exactos, 90 euros. Pero no me quito de la cabeza la imagen de Santa en el momento angustioso en el que tiene que doblegarse a los mecanismos de la justicia y apoquinar los 1.600 duros.

Tampoco se me va de las mientes la imagen de la farola reventando de una certera pedrada.

sábado, 1 de agosto de 2009

Cuentos con moraleja: El chiste del dentista

Hoy toca un chiste de toda la vida. Muchos lo conoceréis:

“Un hombre fue al dentista. Si queréis podemos decir que era un hombre que sentía verdadero pavor por estos esforzados profesionales de la tortura. Tuvo que ir porque padecía unos dolores terribles y no vio otra solución.

En el momento en el que el hombre se sentó en la silla de dentista, que tiene también algo de potro de torturas, y se le acercó el doctor empuñando sus instrumentos en actitud sádica, lo cogió fuerte de los huevos y le dijo:

-No nos haremos daño, ¿verdad, doctor?”

Este breve relato humorístico sirve muy bien para reflejar la actual coyuntura económica y laboral. Por una parte están el gobierno y los sindicatos (juntos pero no revueltos) y por otro, la patronal y el PP (que, como siempre, dice que no, pero es que sí). El problema es saber qué bando se corresponde con el dentista y qué bando con el paciente.

No sigáis leyendo.

Pensadlo vosotros solos.

Es posible que no haya una sola respuesta.

También puede que después de este ejercicio tengáis mucho más claro por quién tenéis que votar en las próximas elecciones.

La respuesta no es sencilla porque tan válida puede ser una posibilidad como la otra.

Estas son las dos opciones:

O pensar que el dentista es el gobierno. Y en ese caso sería la patronal la que le amenaza para coaccionarlo.

O pensar que el gobierno es el paciente. Los empresarios son muy poderosos. Ellos son los que tienen el control de la economía, pero un gobierno siempre les puede hacer daño si hace que la legislación no les favorezca.

Elige tu opción y ya te habrás posicionado.

Si piensas que el gobierno debería poner en su sitio a los empresarios, recordarles que el gobierno no puede controlarlos totalmente, pero sí allanarles o entorpecerles el camino, decirles que deberían atenerse a razones porque lo que quiere el gobierno no es perjudicarles, sino tomar medidas a su favor para que recuperen la confianza y sigan invirtiendo antes de que se derrumbe el castillo de naipes de nuestra economía, debes votar a la izquierda. Eres un soñador y ahí están los tuyos. Eres un tipo ingenuo y te mereces lo mejor. Es enternecedor ver que hay gente que todavía piensa que los tiburones de de la patronal pueden ser amaestrados. A lo mejor es falta de vista. Cuando ocultan sus aletas y no enseñan los dientes pueden confundirse fácilmente con delfines.

Evidentemente, si piensas que los empresarios deberían joder a ZP, porque al fin y al cabo ellos son los que tienen la pasta, los que pueden cortar el grifo, los que pueden despedir a los trabajadores y provocar una crisis de tres pares de cojones para culpabilizar al gobierno por su ineptitud, la siguiente vez que votes no olvides que los tuyos están a la derecha. Si eres empresario, puede que seas un tío listo. Si eres un currito, no me vengas llorando cuando recorten las prestaciones por desempleo o se extinga tu contrato y te den una indemnización de mierda. Puede que en un mundo controlado por los empresarios, con despidos baratos y pocas cargas fiscales, hubiera más trabajo. Pero ¿qué tipo de trabajo? ¿En qué condiciones? ¿Con qué derechos para los trabajadores?

¿Que qué pienso yo? Que ZP ha caído en otra trampa. Los empresarios se han reunido con él para conseguir que todos los titulares se hagan eco del fracaso del gobierno para llegar a un acuerdo. Y Zapatero ha picado sin darse cuenta de que el pez grande siempre se come al chico. A los empresarios les da igual el revuelo mediático. Su imagen pública no puede empeorar más. Y ellos no tienen que renovar su cargo cada cuatro años por votación popular.

En septiembre quieren retomar las negociaciones. Lo que quiere decir que en septiembre continuarán con su campaña de acoso y derribo al gobierno. La gente del lado oscuro también se toma vacaciones en verano.

miércoles, 15 de julio de 2009

¡Me cago en el misterio!

Este año es el veinte aniversario del estreno de mi película favorita: “Amanece, que no es poco”, de José Luis Cuerda. No voy a utilizar este espacio para hacer una crítica de la película (si queréis la hago brevemente: magistral) y mucho menos para contarla. Tampoco voy a escribir aquí una retahíla de frases célebres del film, que son muchas. Los fanáticos de la película siempre andamos repitiéndolas para desconcierto de los que no la han visto. En fin, que lo que voy a hacer es hablar de mi relación con esta película a lo largo de casi veinte años.

No tuve la suerte de ver la película en la gran pantalla. La estrenaron un año antes de que me fuera a vivir a Madrid y al cine de mi pueblo llegaban entonces muy pocas películas que valieran la pena. Sin embargo, no tardé mucho en tropezarme con ella. Tuvieron que estrenarla pronto en televisión. Calculo que tuvo que ser en el año 90. Recuerdo perfectamente que era viernes o sábado porque estaba por ahí con mis colegas y de repente decidí que me aburría y me fui a casa. Puse la tele y apareció “Amanece, que no es poco”. Me recuerdo mirando la televisión sin dar crédito. Aquella película era la ficción más rara que había visto en mi vida. Cuando llegué a mi casa me alegré de que no hubiera nadie viendo la tele porque quería estar solo, pero luego eché de menos que no hubiera alguien a mi lado para compartir aquel momento mágico. Y para que diera fe de que no estaba alucinando yo solo.

Al día siguiente no tenía otro tema de conversación que la película. Le hablaba a todo el mundo de ella, aunque casi nadie la había visto. Era difícil entonces conseguir películas raras en un pueblo perdido de La Mancha. Los videoclubs dejaban mucho que desear. El milagro llegó poco tiempo después: un amigo mío la tenía grabada en vídeo. Yo me moría de ganas de verla de nuevo. Fue inevitable crear una suerte de cineclub porque yo no dejaba de darle el coñazo a todos mis amigos. La vimos varias veces. Cada vez que encontrábamos a alguno que no conocía la película nos íbamos con él a verla otra vez. Fuimos muchos los que entonces nos hicimos seguidores acérrimos de “Amanece, que no es poco”. Todavía hoy si me entero de que algún amigo no la ha visto, le hago un pase privado o se la presto. Desde hace años la tengo en DVD, original y firmada por el director. El año pasado mi mujer consiguió, después de dar varios codazos en una rueda de prensa, que el mismo Cuerda nos la dedicara. No soy mitómano, pero esto es distinto.

A lo largo de estos años fui dándome cuenta de que aquella fascinación que nosotros habíamos sentido no era un caso aislado. Por todas partes he ido encontrando fans de la película. Siempre es la misma historia: le preguntas a alguien si ha visto “Amanece, que no es poco”, el otro sonríe o directamente se echa a reír y enseguida estamos los dos soltando chorradas de la película y meándonos de risa. Ahora han abierto una página de Facebook de la película y toda la comunidad de fans hemos podido por fin tener un punto de encuentro. Somos legión. Aunque es verdad que también hay mucha gente que no entiende la película y que dice que es una chorrada. Es lo que pasa con muchas obras maestras: las amas o las detestas. No hay término medio.

Por esos avatares de la vida tuve que retrasar mucho el viaje a los escenarios de la película, pero era un viaje que tenía planeado desde principios de los 90. Hace cuatro o cinco años por fin mi novia y yo cogimos el coche y nos fuimos a recorrer los pueblos donde se rodó, que se nombran en los agradecimientos, al final de la película. Son Ayna, Liétor y Molinicos, tres pueblos de Albacete que están en la Sierra del Segura. No pensábamos que íbamos a encontrar unos pueblos tan bonitos en un marco tan maravilloso y a tan pocos kilómetros de Albacete. Desde el año pasado ya hay una ruta turística inspirada en la película que la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, con gran acierto, decidió promocionar. Es un viaje ideal para pasar un fin de semana.

José Luis Cuerda, como es obvio, también se convirtió desde entonces en uno de mis directores preferidos. Nadie como él para recrear el mundo rural. Algunas de sus películas son menores, pero cuando acierta es único. Quiero destacar especialmente algunos títulos: “El bosque animado”, “La marrana” y “La lengua de las mariposas”. Cuerda siempre ha tenido muy mala suerte en los premios. “La lengua de las mariposas” mereció llevarse todos los goyas, pero coincidió con el año en el que la Academia de Cine quiso reconciliarse con Almodóvar y fueron para “Todo sobre mi madre”, una película que, desde mi punto de vista, no pasa de ser entretenida y resultona. “La lengua de las mariposas” es una obra de arte con mayúsculas. También hizo Cuerda otra película en la línea de “Amanece, que no es poco”. Me refiero a “Así en el cielo como en la tierra”, una historia que merece la pena ver aunque no tenga el mismo nivel ni haya dejado la misma huella. Al menos sirvió para que le dieran a Luis Ciges el goya que tendrían que haberle dado por “Amanece…”. Y para terminar, una rareza. Solo los verdaderos fanáticos sabemos que hay un precedente de la película. No me refiero a sus influencias, que claramente son las obras corales de Fellini y de Berlanga, sino a una película que hizo Cuerda en el año 1983 para Televisión Española. Se titula “Total”. No sé si es un largometraje corto o un cortometraje largo, supongo que tiene un metraje adecuado para un telefilme de la época. “Total” parece un borrador de “Amanece…”: ambientación rural, situaciones insólitas, conversaciones disparatadas, un mundo que se rige por reglas distintas al nuestro… Muy recomendable, ahora que probablemente la podéis bajar fácilmente con el emule u otros programas similares.

No sé las veces que he visto “Amanece, que no es poco”, pero creo que debo andar cerca del que tenga el record. La cuestión es que cada cierto tiempo me apetece retomarla. Y, lo que es más curioso, me he dado cuenta de que muchas veces me la he puesto entera o en parte cuando me encontraba un poco depre. Me pasa también con algunas canciones a las que recurro especialmente cuando estoy bajo de moral. Eso me hace pensar que para mí la película tiene un significado profundo que va más allá de la hilaridad que puedan provocarme sus gags de forma individual. Para mí, que no creo absolutamente en nada y que nunca he sabido por qué estamos en este universo, “Amanece, que no es poco” viene a decirme que este mundo es como es sólo por azar, que bien podría haber sido de otra manera. El resultado solo depende de cómo se hayan mezclado los colores en la paleta del pintor. Ver la película supongo que me ayuda a relativizar bastante el absurdo de la existencia. Sobre todo cuando pienso que no hay pintor y que ha sido el azar más veleidoso el que ha decidido la mezcla. Los hay que piensan que hay pintor y que éste ha hecho la mezcla a conciencia, pero a mí no me gusta presumirle mala fe a nadie, y menos sin conocerlo. La frase que resume todo esto está justo al final y, a pesar de su grandeza, no es de las que más solemos recordar los acérrimos de la película. La dice Saza, que es el cabo de la Guardia Civil, justo cuando desesperado se lía a tiros con un sol que amanece por donde no debe: “¡Me cago en el misterio!”.

martes, 7 de julio de 2009

Odio al Real Madrid

Hace un par días iba en el coche con la radio sintonizada en un programa de deportes para enterarme de cómo terminaba el partido de Roddick y Federer cuando escuché a un comentarista afirmar que eran tan impresionantes los fichajes del Real Madrid que habían conseguido eclipsar el triplete del Barça. Tal ejercicio de cinismo me dejó estupefacto. Todos los titulares de deportes que se consiguen por victorias son merecidos. El resto son producto de la manipulación mediática y de unos intereses que no siempre están claros. Quizá los lectores, oyentes o telespectadores menos avisados piensen que el Real Madrid aparece tanto en los medios porque es muy importante, pero cualquier persona con un poco de mundo sabe cómo funcionan los engranajes capitalistas. Los medios dependen de empresas y estas empresas utilizan estos medios para sus fines económicos y políticos. Las ramificaciones económicas y políticas del Real Madrid tienen que ser apabullantes. En los diarios nacionales, siempre enfrentados por sus filiaciones políticas, ni siquiera tiene oposición. A veces da la sensación de que todos los medios trabajan para el gabinete de prensa del Real Madrid.

Mi odio al Real Madrid no viene de lejos. De hecho, de pequeño era del Real Madrid. Luego he estado casi toda mi vida en la indiferencia futbolística más absoluta. Esta fobia al madridismo es algo nuevo, que quizá lleva incubándose tres o cuatro años, pero no más. Tiene que estar ya en un avanzado proceso de gestación porque este año me he dado cuenta de que me alegro cada vez que pierde. Como a mí personalmente el Real Madrid no me ha hecho ningún mal (salvo no dejarme dormir en las largas noches de celebración de sus títulos durante los muchos años que viví en Madrid), tengo que pensar que la razón de mi aversión tiene que ser el asco que me produce ver cómo controlan todos los medios de comunicación, cómo pisotean a la competencia aunque no hayan ganado ningún título. El Real Madrid siempre es el titular, gane o pierda. Es una marca, un club que se dedica a vender camisetas y derechos de imagen de sus jugadores. Ahora ha vuelto Florentino de presidente, ese gran vendedor de merchandising. La mierda del fondo que la han vuelto a remover. Probablemente si los socios del Real Madrid pudieran ver lo que su sacrosanto club esconde en las alcantarillas girarían la cabeza asqueados. En el Real Madrid todos los presidentes tienen cara de mafiosos. Y todos los Valdanos y Mijatovics que trabajan para el club acaban teniéndola. Con la excepción de Butragueño, que nunca perdió su cara de idiota.

No soy de ningún equipo, pero ya me puedo definir, al menos, como antimadridista. No está mal a mi edad haber llegado a tomar una postura en este aspecto. De cualquier forma, en otras cuestiones que me he tomado más en serio, como la política o la religión, no he llegado mucho más lejos. Políticamente me defino así: odio al PP. Religiosamente: odio al Vaticano.

Mis colegas madridistas no tienen por qué preocuparse. Que odie al Real Madrid no significa que odie a sus seguidores. Mis amigos peperos o católicos, o ambas cosas al mismo tiempo, pueden dar fe de que no tengo ningún problema en tomarme una copa con ellos. Eso sí, si el año que viene el Cristiano Ronaldo este de los cojones y Kaká (vaya mierda de nombre) se comen los mocos en la Liga y en la Champions que se preparen para una buena ración de pitorreo.

miércoles, 24 de junio de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el fanatismo deportivo

¿De qué va esto de vivir? Yo cada día lo tengo más claro: de estar entretenido con lo que sea. Lo importante es que la vida pase sin tener tiempo de pensar demasiado. Una vez alcanzada esta cima de la filosofía de barra de bar, no queda sino hacer un ranking de las cosas que más entretienen, y aunque es verdad que los hijos, procurarse satisfacción sexual y aparcar en las grandes ciudades son actividades que absorben gran parte de nuestro tiempo, no hay como los deportes para pasar la vida entretenido y sin tener que esforzarte demasiado. Y evidentemente no hablo de su práctica. Practicar deporte es muy cansado y, si no eres un profesional, no puedes dedicarle mucho tiempo. Aparte de los riesgos que entraña: flatos, esguinces, golpes… De lo que estoy hablando es de la afición a los deportes como espectador, de ese fanatismo en ocasiones patológico que hace que la gente viva obsesionada con un deportista o con un equipo. Lo mismo da si el hincha acude a las pistas, los circuitos y los estadios para ver las competiciones en directo que si se queda en el sofá de su casa o en la barra del bar de su barrio siguiendo los encuentros por la televisión.

Por no dispersarme demasiado me centraré en el fútbol, que es el deporte que más pasiones levanta por estos pagos. Pero evidentemente los mismos beneficios aporta el fútbol a nuestra sociedad que, por ejemplo, el béisbol o el baloncesto a la norteamericana. Lo mismo da un deporte que otro a la hora de entretenerse. El hecho de que en Estados Unidos el baloncesto o el béisbol ocupen el lugar que aquí ocupa el fútbol, o que en Inglaterra el golf sea un deporte popular y masificado, demuestra que no hay unos deportes mejores que otros, sino que es cuestión de educación y costumbre, una cuestión cultural.

El deporte contribuye a la paz mundial
A veces he llegado a escuchar o leer –no me preguntéis ahora mismo dónde- que los deportes servían de válvula de escape de nuestra sociedad. Parece ser que los seres humanos (al menos ciertos seres humanos) tenemos que desfogar de alguna manera si no queremos terminar matándonos los unos a los otros. Mejor si es en altercados esporádicos y controlados que en enfrentamientos de más hondo calado. Los gastos de los cuerpos de seguridad y de los servicios sanitarios que tienen que acudir a las concentraciones deportivas, el coste de los destrozos del mobiliario urbano y el derroche que suponen los servicios de limpieza que son necesarios para devolver el lustre a una ciudad después de una celebración, no son nada comparado con el precio que tendría una revuelta ciudadana, una revolución o una guerra. En toda sociedad hay gente violenta que necesita comportarse de forma antisocial durante un rato para poder retomar la rutina diaria, los horarios, los jefes y los curros de mierda con resignación estoica. Esa gente está mucho mejor dando rienda suelta a sus sentimientos más abyectos en un partido de fútbol (ora pegando voces en las gradas, ora pegando hostias a la salida) que dentro de alguna secta satánica, de un grupo neonazi, del Opus Dei o de la kale borroka.

El deporte como agente socializador

El deporte además cumple una función social muy importante. Hace que te sientas parte de un colectivo que comparte tu misma pasión. Incluso puede servir para ensalzar el sentimiento patriótico de una nación tan desgajada como la nuestra. Es increíble que once tíos en calzoncillos persiguiendo una bola de cuero consigan más que cualquier político, que cualquier sátrapa o que cualquier ideología o religión.

El deporte como medio para triunfar en la vida

La mayoría de nuestras vidas son tan inanes e intrascendentes que necesitamos sentirnos identificados con algún ídolo para experimentar ciertos sentimientos de éxito y euforia. Lo único malo que tienen los ídolos es que, como casi todas las mascotas, suelen tener una vida muy efímera. Me refiero, es obvio, a su vida deportiva. Los ídolos solo garantizan la felicidad a corto plazo. El interés por el ciclismo desapareció el día que se retiró Induráin y solo regresó y en mucho menor grado cuando llegó Contador. Los coches solo interesaron al público cuando apareció Fernando Alonso. Las motos nos interesaron mucho antes porque teníamos a Ángel Nieto y las hemos retomado ahora porque tenemos a Pedrosa, a Lorenzo y a Bautista. Y el tenis masculino resulta mucho más interesante desde que está Nadal, mientras que, por el contrario, el tenis femenino perdió todo su encanto cuando se retiraron Arantxa y Conchita. Por eso es mucho mejor canalizar todas tus ilusiones a los colores de un club, de un equipo del deporte que sea, y si es de fútbol mejor. Un equipo es para toda la vida. Unos colores. Una afición. Una historia. Por eso mismo son más adictivos. Se perpetúan en el tiempo y crean toda una red de relaciones sociales tan fuertes en ocasiones como las agrupaciones políticas o los colectivos religiosos.

El fútbol hace el mundo más democrático
El fútbol sirve para tener de qué hablar con cualquiera: con tus colegas, con tus vecinos, con tus compañeros de trabajo, con los gilipollas que se pasan las horas escribiendo chorradas en los foros de Internet… Incluso es interclasista. El mismo interés puede tener en el fútbol una persona de buena posición social que un currito. Da igual que seas general o cadete, arquitecto o peón, médico o paciente. El deporte hace que el mundo sea más democrático y que las opiniones de unos y de otros valgan lo mismo. ¿De qué van a hablar si no las personas que no saben nada de política ni de economía ni de cultura ni del cambio climático ni de hostias en vinagre? Los deportes son el salvavidas de los hombres poco ilustrados. Todos ellos saben que el Marca siempre les proporcionará un tema de conversación que dé sentido a sus vidas. El fútbol es lo más socorrido. De fútbol puede opinar cualquiera. Porque, seamos serios, en el fútbol todo es relativo, cuestionable y discutible.

Nuestro equipo es el reflejo de nuestra personalidad
Alguien estará pensando que hay personas que son hinchas de equipos que ganan trofeos en muy contadas ocasiones, como, por ejemplo, los del Atleti. Estoy seguro que estos individuos responden a un perfil psicológico parecido. Probablemente son personas un poco masoquistas o de esas que no dejan de ponerle pegas al mundo, personas críticas, comprometidas y un poco pesimistas. La diferencia entre el mundo y un equipo de tres al cuarto es que en este último sí podemos buscar responsables del fracaso: el entrenador, los jugadores, los árbitros… Y eso reconforta. Probablemente también son personas pacientes, de las que saben esperar a que llegue su momento de gloria, ese día en que su equipo consigue un gran trofeo y provoca la catarsis colectiva. Esos triunfos saben mejor que los del gigante merengue. Es la victoria de David sobre Goliat, el triunfo de Pulgarcito y de todos los seres desvalidos que salen victoriosos en los cuentos tradicionales.

También se podría hacer un patrón psicológico de los seguidores de los equipos grandes. Seguro que son personas más acomodaticias y sencillas, el tipo de persona a la que le gusta conseguir las cosas fácilmente y sin esforzarse. De cualquier forma, no creo que sean mejores unos seguidores que otros. Lo que me parece estupendo es que el fútbol ofrezca alternativas distintas para todos los tipos de personas.

Hay más tipologías humanas dentro del fútbol. De una forma o de otra influye en todo el mundo. No me olvido de los que solo se interesan por la selección nacional o de los que, como yo, no tienen ninguna predilección y siempre están haciendo rabiar a unos y a otros cuando pierden sus respectivos equipos. Hace poco, un buen amigo, que tampoco es seguidor de ningún equipo de fútbol, me decía que somos unos desgraciados porque no podemos formar parte de esos sentimientos tribales y colectivos que experimentan domingo a domingo muchos de nuestros amigos y conocidos. Y parte de razón tiene. Los dos hablamos mucho de tenis y somos seguidores de Nadal. Ahora que está de baja nos hemos quedado sin entretenimiento. Los deportes de equipo, sin embargo, siempre tienen repuestos. Y todas las semanas tienen partido.

Corolario

El fútbol es un deporte tan importante que incluso a mí -que no soy de ningún equipo ni se me pone dura con la selección- me interesa. No le dedico mucho tiempo pero procuro enterarme, normalmente por el telediario, de lo que se está cociendo. El fútbol es el termómetro que indica el estado de ánimo de una sociedad. O mucho mejor, es el termostato que regula su funcionamiento. Estoy seguro de que este año de crisis ha sido mucho menos duro para los seguidores del Barça gracias al triplete. Me gusta que la gente esté contenta. Cuando gana el Barça, me acuerdo de mis amigos del Barça y me alegro por ellos. Y cuando gana el Madrid, el Atleti o cualquier otro, me pasa lo mismo. Cuando los de la Roja se convirtieron en campeones de Europa salí a la calle a celebrarlo. Sobre todo porque quería ver a todo el mundo por una vez feliz, aunque fuera sólo por un rato. La felicidad, como algunas enfermedades, es algo contagioso. Lástima que sea un virus transitorio y efímero.

lunes, 8 de junio de 2009

Mi culo es más listo que mi cabeza

Mi abuelo murió con poco más de cincuenta años. Fumaba mucho y reventó. Mi padre -su hijo- siguió sus pasos. Incluso batió su marca, pues murió con un año menos que mi abuelo. No hace falta decir que la causa de la muerte fue la misma. A mi abuelo no lo conocí, pero doy fe de que mi padre se fumaba cuatro o cinco paquetes de Celtas Cortos sin boquilla cada día. Mi padre no aprendió mucho del suyo ni yo del mío. Nuestra rama familiar debe tender a la autodestrucción porque yo –a pesar de ser consciente del historial clínico de mi familia y de que la forense que le hizo la autopsia a mi padre intentó persuadirme de que no se me ocurriera fumar nunca- terminé fumando. Aunque solo fue algo pasajero.

Dejé de fumar porque mi cuerpo no lo resistía. Si todo hubiera quedado en la amenaza de una muerte atroz a edad temprana, seguro que seguiría fumando. Y la posibilidad de un cáncer en un plazo “sine die” me hubiera dejado totalmente indiferente. ¿Es que acaso mi cerebro no podía procesar correctamente esa información y sacar conclusiones? Sí, por supuesto, como el de la mayoría de los fumadores. Pero no es suficiente. Por todo esto entiendo y respeto a los fumadores. Yo soy un fumador en potencia. Fue mi cuerpo el que me obligó a dejar el tabaco. Se ve que en mi familia los organismos están perfeccionándose de generación en generación para poder luchar contra nuestras perniciosas mentes. ¿Cómo impidió mi cuerpo que siguiera haciéndole daño? Haciéndome daño él a mí. Muchas veces la mejor defensa es un buen ataque. Me castigaba con terribles ardores en el pecho que en ocasiones llegaban a provocarme fiebre. Recuerdo que a mi padre su organismo también lo castigaba con toses terribles y flemas constantes, pero no fueron suficientes para frenarle. Pudo ser una cuestión de orgullo. Mi padre siempre antepuso las virtudes del intelecto a las más pedestres del cuerpo. Alguna vez todavía me atrevo a echarme un cigarro cuando voy cargado de copas, pero sé que al día siguiente tendré que pagar las consecuencias.

Me ha gustado siempre comer: comer mucho, comer de forma desordenada, comer a deshora y hacer mezclas explosivas. Me estoy quitando. Desde hace tiempo ni como mucho ni me puedo dar grandes atracones. Me pongo malo. Si cometo algún exceso alimenticio, mi cuerpo también me castiga. Puedo tener digestiones infinitas. En el mejor de los casos, porque lo más normal es que termine, a altas horas de la noche, vomitando o con diarrea. Paliar los efectos de los atracones con Almax hace tiempo que no me da resultado. Tantas veces lo he pasado mal en el escusado que ahora tengo mucho cuidado de según qué excesos. El único remedio que me funciona es el autocontrol. En estos últimos años he engordado. No como poco, pero sí bastante menos que hace diez años. Supongo que en este caso mi cuerpo también me protege de mí mismo. No quiero ni pensar las dimensiones que estaría alcanzando si siguiera comiendo al ritmo que lo hacía en mis años mozos.

Con las drogas y el alcohol me viene pasando lo mismo. Últimamente no soporto las resacas. Aunque sean tranquilas, abúlicas y televisivas. Me fastidia tirarme todo el día frente a la televisión porque el cuerpo no me da para más. No me compensa. Y evidentemente mucho menos si conllevan otras fastidiosas alteraciones de mi organismo: agotamiento, insomnio, somnolencia, náuseas, estreñimiento, diarrea… Los desajustes intestinales son los que más me afectan. Y mi cuerpo lo sabe. Cuando no puedo dejar de ir a cagar o me tiro sin cagar tres días por un estreñimiento contumaz, es cuando más escarmiento. Un ser vivo tiene que tener armas para su autodefensa, como las púas del erizo o los dientes del lobo. El dolor puede ser el arma que utiliza nuestro cuerpo para salvaguardarse. Las personas que pierden la sensibilidad al dolor pueden cortarse un brazo sin darse cuenta o salir ardiendo a lo bonzo como si tal cosa. El dolor protege nuestro cuerpo de los ataques externos. A mí mi culo, que castiga mis excesos con diarreas o estreñimientos, me está salvando de mi cabeza. Porque si yo me sometiera a todos los excesos que se me pasan por la mente probablemente ya habría reventado.

Por eso creo que los que juzgan a las personas que no pueden controlar sus adicciones y les dicen que no tienen cabeza, se equivocan. Lo que no tienen es un organismo que haya desarrollado recursos de autodefensa. Creo que conservo la misma mentalidad kamikaze de la que puede presumir mi árbol genealógico, pero mi cuerpo ha desarrollado mecanismos de supervivencia.

Me estoy convirtiendo en el tipo de persona que siempre desprecié y no puedo hacer nada para evitarlo. Vivo coaccionado por mi cuerpo. Le tengo miedo. Sé que vigila cada uno de mis movimientos. Y cada vez tengo menos aguante para soportar los castigos que me inflige tras cometer excesos. Estaréis pensado que lo que pasa es que estoy mayor. Yo, sin embargo, pienso que lo que sucede es que en todos estos años mi cuerpo ha aprendido a defenderse. La mecánica del cuerpo controla cada uno de los procesos químicos que regulan mi organismo. La mecánica del cuerpo. Al final la mecánica se está imponiendo a los desajustes que provocan los cortocircuitos que se producen en mi cerebro.

Mi cuerpo gana la batalla de momento. Aunque es cierto que mi cabeza no deja buscar argucias y subterfugios para burlar su estricto control. La típica historia del padre severo y el mocoso desobediente.


APOSTILLA (14-6-2009): Anoche estuve de concierto y me apreté varios cubatas (cargaditos), de vodka para más señas. Hoy, como era de esperar, al despertarme me dolía un poco la cabeza. Pero me lo pasé tan bien durante el concierto trasegando cubatas que, la verdad, compensa. Intestinalmente estoy bien. Lo que significa que bebí con cabeza.

Para terminar os dejo un truco para combatir la resaca. Hoy lo he utilizado por segunda o tercera vez y realmente funciona. Ahora mismo, y son poco más de las 12 del mediodía, estoy como una rosa. Esta mañana me desperté a eso de las 8 con el dolor en las sienes que suele dejar el vodka. Me levanté, comí algo (poco) y luego me bebí un sobrecito de Espidifen 600mg. Después me metí en la cama a echar otro sueño y me he levantado como si anoche no hubiera salido. El Espidifen lo descubrió mi mujer creo que por un dolor de muelas, pero ahora mismo lo único que nos falta por probar es echarlo en las ensaladas. El Consejo General de Colegios de Médicos y los Colegios Oficiales de Farmacéuticos de toda España desaconsejan ostensiblemente la automedicación. Lo digo por que lo sepáis y no me vengáis luego con reclamaciones.

jueves, 21 de mayo de 2009

Padres

Ahora que con este revuelo de la reforma de la ley del aborto se habla tanto sobre la importancia del asesoramiento paterno, quiero aprovechar para cuestionarlo. Porque parece que no nos acordamos de que por padre o por madre podemos tener a cualquier tarado o tarada. Tus padres pueden ser ignorantes, fundamentalistas religiosos, paletos, cafres, cretinos, nazis, torturadores, tiranos, hijos de la gran puta… El hecho de ser padre o madre no te concede una infalibilidad para saber qué está bien y qué está mal en la vida.

Cuando veo a ciertos políticos diciendo que ellos no podrían concebir que sus hijas tomaran la decisión de abortar con dieciséis años, solo veo a tipos que están demasiado acostumbrados a tomar decisiones y a que se les obedezca. Por otra parte, los padres normalmente se niegan a ver a sus hijos adolescentes como personas mayores. Tardan tiempo en aceptar que el niño o la niña de sus ojos ha dejado de existir.

La opinión de los padres es una más. Muy importante si tienes unos buenos padres. Por eso, lo que tienen que hacer los padres es intentar que sus hijos piensen que lo son para que recurran a ellos en caso de necesidad. No solo para el aborto, sino para cualquier duda que puedan tener. Pero un padre y un hijo no tienen por qué tener las mismas ideas y las mismas creencias.

Muchos chicos y chicas de dieciséis años no saben lo que quieren, pero sí lo que no quieren. Pueden ser un poco inconscientes (como algunas personas que ya superaron la barrera de los 18 años), pero no son idiotas.

Yo con 16 años no estaba de acuerdo con mis padres en nada. No tuve la suerte de tener unos padres en sintonía con mi forma de ver el mundo. Con 16 años me puse a trabajar porque quería depender de ellos lo menos posible. Con 16 años. Puede que incluso con 15. Me fui de casa a los 18 porque no pude hacerlo antes. No me arrepiento de nada. Lo que pensaba entonces es lo que sigo pensando ahora.

La decisión de abortar siempre debe ser personal. Y la decisión de lo que es y no es un ser humano también. Fíjate que yo hasta tengo mis dudas de que, por ejemplo, José María Aznar lo sea. La ciencia no tiene nada que hacer en estos casos. Son juicios que entran dentro del campo de la opinión. Pero no merece la pena darle muchas vueltas porque una vez fuera del útero materno el aborto no puede aplicarse con carácter retroactivo.

Los que estamos a favor del aborto no obligamos a abortar a nadie ni imponemos nuestro criterio a los demás. Que los intolerantes hagan lo mismo, que no nos digan qué es lo mejor para nuestras vidas. La libertad consiste en que cada uno joda su propia vida a su manera.

domingo, 17 de mayo de 2009

El maravilloso mundo de los escritores

Ayer participé en un acto literario de los que no me gustan, un encuentro con otros escritores toledanos para poner en común nuestros puntos de vista sobre la literatura. Alguien se preguntará por qué participé y la respuesta es simple. Era un acto de la Feria del Libro de Toledo y me apetecía corresponder a quien había tenido la gentileza de invitarme. Por otra parte, los escritores tenemos que aprovechar cualquier oportunidad para darnos a conocer, que tampoco andamos sobrados.

Como me temía, me tocó compartir mesa con otros cuatro escritores que no compartían en absoluto mi forma de entender la literatura. Es posible que si hubiéramos ido a hablar de la crisis o de la Champion, nos hubiésemos llevado bien, que parecían buena gente, pero no era el caso. Para empezar, dos de ellos pertenecían a un grupo literario y a mí no se me ocurrió otra cosa que utilizar una de mis primeras intervenciones para decir que no creía en ese tipo de asociaciones. Mi visión de la literatura siempre es individualista y onanística, y, lo siento, no puedo entenderla de otra manera. Respeto que la gente haga talleres literarios y esas cosas, pero nunca participaría en ninguno. Además, todo lo que se puede encontrar en esas asociaciones ¬-pasado el momento inicial de sentirte parte de un proyecto literario y tener a una serie de individuos que van a reconocerte como escritor a cambio de que tú les devuelvas el favor- es negativo.

Yo nunca he estado en grupos literarios, como ya he dicho, pero participé en proyectos comunes, sobre todo en la universidad (revistas, fanzines…). Todo va bien en esos proyectos hasta que alguien empieza a despuntar, que es el momento en el que las envidias brotan con la fuerza de las malas hierbas. Y si alguno de los integrantes del grupo consigue algún contacto con algún medio de comunicación, alguna editorial o algún político subvencionista y no lo comparte con todos sus compañeros, será el fin de la concordia creativa. Estos grupos solo funcionan mientras el tráfico de influencias les beneficie a todos, independientemente del valor de sus obras particulares.

Resumiendo, que si el grupo literario de turno funciona como un club de lectura o se limita a ser un taller literario donde se hacen ejercicios de estilo y proyectos de equipo, puede durar eternamente y hacer felices a unas personas que anhelan sentirse escritores por un rato. Sin embargo, como a alguno de ellos le den el Nadal o le subvencionen algún proyecto en el que el resto no participe, dudo mucho que el buen rollo sea perpetuo.

Los miembros de este grupo literario también hablaron mucho de que las instituciones públicas deberían apoyar a los escritores e incluso hacer las veces de mecenas para apoyarlos. Esto sí que me dio miedito. Me imaginé a este tipo de asociaciones publicando libros de amiguetes en editoriales de amiguetes merced al dinero del erario público mientras los escritores que no pertenecíamos a esos colectivos éramos vilmente despreciados en todos los foros donde ellos tuvieran algún infiltrado. Sentí hasta algún escalofrío.

Y si profundizamos en lo que es la creación literaria, tengo que decir que dos escritores juntos suelen ser incompatibles, como escritores, que perfectamente –como seres humanos- pueden ser amigos. El escritor tiene una visión del mundo y del hecho literario que inevitablemente siempre será distinta de la del resto. Esto de la literatura no es ciencia sino opinión, y las opiniones son como los culos, únicos e intransferibles.

Hace un tiempo yo era muy tonto y, aunque no soy gregario, intentaba ser cordial con los escritores que conocía. Me preocupaba por conocer su obra e incluso hacía esfuerzos para juzgarla no como escritor, sino como lector imparcial. Dejé de esforzarme tanto el día que me di cuenta de que casi nunca era correspondido. Por eso ya no me intereso por los libros de los escritores que conozco si no lo hace antes la otra parte contratante. Mis últimas experiencias en este campo han seguido los mismos derroteros. Contaré dos a modo de ilustración.

Hace poco conocí a un tipo que últimamente está teniendo bastante fortuna editorial y entablé con él una animada conversación. Mostré, eso sí, mucho más interés yo por su obra que él por la mía. Al final quedó en avisarme de la publicación de uno de sus libros, un libro juvenil que dijo que, como profesor, me interesaría. Recibí el aviso por mailing (uno más en una larga lista de posibles clientes) y por ser simpático le contesté en otro de mis vanos intentos por hacer colegas en este mundo de “primas donnas” (además compartimos algunos conocidos y me gusta llevarme bien con los amigos de mis amigos). Todavía estoy esperando que me conteste, aunque sea simplemente con un saludo. Supongo que para él no soy más que la posibilidad de vender un libro, o muchos, si decido poner su novela como lectura obligatoria a mis alumnos. Por mi parte se va a comer los mocos.

La segunda anécdota es de hace solo unos días. Volví a coincidir por segunda vez con un escritor que me cae bien, aunque tenemos una visión de la literatura totalmente distinta, y, charlando largo y tendido (tomamos juntos varias cañas) sobre la dificultad de publicar poesía, me contó que había publicado un libro con una editorial que a mí me llama la atención. De hecho, hace poco quise contactar con ellos, pero no encontré la manera trasteando en su web. Por eso me atreví a pedirle que me pasara el contacto, una dirección de correo electrónico simplemente para comunicarme con ellos. Ni se me ocurrió pedirle que me echara una mano, que prácticamente somos dos desconocidos. Han pasado varios días y sigo esperando. Y sé que no se le ha olvidado porque le insistí cuando nos despedíamos.

Ya recomendé en otra ocasión “Poetas en la noche” de José María Fonollosa, que explica de forma magistral los odios, envidias y rencores subterráneos que se profesan los miembros de un grupo de poetas que se supone que son amigos y que comparten la maravillosa experiencia de la escritura. Hoy quiero recomendar “La información” de Martin Amis, una novela donde dos amigos novelistas se enzarzan en un duelo personal porque uno de ellos se convierte en un “best seller” mientras el otro intenta sobrevivir en la tercera división del mundo literario.

Yo soy escéptico porque el mundo me ha hecho así. En fin…

APOSTILLA (18 de mayo): Finalmente, el colega que me prometió mandarme el contacto de una editorial lo ha hecho. ¿Mala memoria? ¿Ha leído este “post” y le han entrado remordimientos? Sea como fuere, me alegro. Porque, como ya he dicho, me cae muy bien. Como en todos los negocios, en este también hay gente legal. Le corresponderé leyéndole.

jueves, 7 de mayo de 2009

Qué bien pensado está el mundo: la televisión


Exordio

Para inventos, la televisión. Eso sí que es una maravilla de la ciencia. Y sin embargo, desde su creación ha tenido que soportar el desprecio de muchos intelectuales y de gran parte de la sociedad, que no dudó en rebautizarla como la caja tonta. Pero de lo desagradecido que es el ser humano hablaremos otro día, que si no, esto sería el cuento de nunca acabar. Hoy quiero defender este entrañable aparato que tanto ha aportado a la historia de la humanidad y que tantas veces ha sido injustamente vilipendiado. Siento que, en esta ocasión, el artículo sea tan extenso, pero no he podido resumir más las innúmeras virtudes de este prodigio de la tecnología.

La tele entretiene

La televisión es un aparato tan sorprendente que, en muchas ocasiones, el contenido de sus emisiones es totalmente irrelevante. Su función fundamental -más adelante hablaré de otras secundarias- es la de entretener a todo el mundo. Y esa es su mayor virtud: la de ser un electrodoméstico totalmente democrático, ya que requiere pocas neuronas para su decodificación. De ahí que sea también un aparato muy útil para descansar. Si no te sientes con fuerzas para nada, lo mejor que puedes hacer es abandonarte delante de la pantalla del televisor y dejarte llevar por la inercia de los rayos catódicos. Hay programas de calidad, no lo discuto, pero normalmente se trata de conseguir la cuota de audiencia más amplia, y para eso es preciso igualar al espectador a la baja, todo lo democrático que queramos, pero con programas que un analfabeto pueda disfrutar lo mismo que un hombre ilustrado. De cualquier forma, como decía antes, no es tan importante el contenido como el continente. Porque está demostrado que cuando uno quiere ver la tele, se traga cualquier cosa. También nos sirven como ejemplo la fascinación que la televisión provoca en los niños, incluso en esos tan pequeños que todavía no hablan ni comprenden. A mi gato, por ejemplo, no le pasa. Para él la tele es como si no existiera. Lo que demuestra la singular inteligencia de los felinos respecto de las crías de homo sapiens.

Como decía antes, creo que el cometido principal de la televisión es entretener. Es normal, por lo tanto, que haya absorbido todas las manifestaciones del espectáculo, y, por supuesto, que haya intentado acabar con la competencia. La televisión necesita espectadores y para tener muchos espectadores hay que evitar que se vayan al cine, al teatro, a un concierto o al circo. Seamos claros desde el principio: la televisión vive de la publicidad y el precio de la publicidad asciende cuando el número de destinatarios es mayor. Pero dejo para más adelante el tema de la publicidad. Ahora quiero hablar de los espectáculos que han desaparecido gracias a la televisión.

La primera aportación que la televisión hace, en este sentido, a la civilización es la desaparición del circo. Los pocos que quedan sobreviven a duras penas y los niños hace tiempo que dejaron de perder el culo por un entretenimiento tan pedestre. Tantos circos se llevaron a la pantalla y tantos espectáculos circenses se incluyeron en los programas de variedades que, finalmente, terminaron aburriendo al público. Los animales que eran explotados vilmente en estos espectáculos y los abnegados padres que tenían que llevar a los niños al circo cada vez que plantaban una carpa en las afueras de su pueblo estarán eternamente agradecidos a la televisión.

El teatro también ha caído en el olvido en parte gracias a la televisión, y en este caso son los actores los que deberían estar agradecidos. En la televisión ganan mucho más dinero y además no tienen por qué repetir constantemente el mismo libreto. Supongo que trabajar todos los días con un nuevo texto tiene que ser un trabajo más llevadero. Los actores que siempre hablan maravillas del teatro probablemente lo hacen porque queda más culto. La realidad es que no se lo piensan dos veces cuando los llaman para hacer una serie de televisión.

Los actores de hoy en día también pueden trabajar en el cine. Pero lo bueno del cine es que puedes verlo en casa. Así te ahorras tener que soportar a los maleducados que indefectiblemente llegan tarde y van a dar por culo justo a la fila donde te has sentado tú, y a los cretinos que se pasan toda la película hablando o ronchando palomitas.

La televisión también ha acabado con los espectáculos de feria, esos espectáculos cutres donde se exhibía a la mujer barbuda o al hombre de dos cabezas. Ahora los frikis trabajan en la pequeña pantalla, ya sea como artistas, ya como tertulianos. No hay nada más que ver a la Susan Boyle, el monstruo de la voz prodigiosa que tanto fascina al público palurdo de Inglaterra. Su mérito no es que cante bien, sino que lo haga siendo un adefesio.

Y no me olvido de los deportes. La televisión ha llevado los deportes a nuestros hogares. En nuestro lado del mundo el gran protagonista es el fútbol, que es la forma que nuestras evolucionadas sociedades tienen de canalizar la violencia para evitar otro tipo de enfrentamientos más salvajes. Si los romanos hubieran podido retransmitir el circo (ahora me refiero a ese en el que cebaban a los leones a base de cristianos), lo mismo habían salvado su gran imperio. Europa se siente más unida por la Champion que por la Unión Europea.

La tele informa

Otra de las funciones más destacadas de la televisión es la de informar. Sí, no os riáis. Informar informa, otra cosa bien distinta es que no nos digan toda la verdad. A lo mejor es por nuestro bien. Saber toda la verdad probablemente no nos iba a hacer más felices. Pagamos a los políticos y les dejamos lucrarse con el tráfico de influencias y otras regalías para que nos libren de la verdad. Y si mienten para ganar las elecciones, es posible que lo hagan porque han leído a Maquiavelo. Supongo que pensarán que cualquier mentira está justificada si con ella un partido político con un proyecto sólido llega al gobierno y salva el país.

Los poderosos, antes de la era de la televisión, tenían mucho miedo a la democracia. Ellos eran pocos y los pobres del mundo muchos. Entonces hubieran perdido todas las elecciones limpias que se hubieran propuesto con sufragio universal. Solo tuvieron que comprender dos cosas para terminar aceptando la democracia. La primera, que las masas se calmarían si les concedían ciertas comodidades burguesas. La segunda y más importante, que con el control de los medios de comunicación se podía manipular la opinión de las masas, y que no había medio más efectivo que la televisión. Ya se sabe que la mayor mentira puede llegar a tener visos de verdad si es repetida hasta la saciedad. Los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza, han convencido a algunas personas de que disfrutan de una situación acomodada de clase media cuando viven en la más absoluta miseria. Por poner un ejemplo: una persona con un patrimonio valorado en 100.000 euros y unas deudas que asciendan a los 200.000 euros puede pensar, merced a una hipoteca que paga mensualmente, que no es pobre. Una simple resta bastaría para sacarle de su error. La verdad es que si cambiamos la palabra “banco” por “señor feudal” y la palabra “trabajador” por “vasallo”, no estamos ni más ni menos que recreando el sistema feudal, donde el pueblo llano tenía que pagar al señor una parte de su cosecha para que le dejara vivir en sus tierras.

Los telediarios también han servido para desdramatizar los problemas. Marshall McLuhan dijo que el medio es el mensaje y tenía toda la razón. Es normal que todo lo que sale en un aparato dedicado al entretenimiento termine convirtiéndose en algo trivial. Al final terminamos viendo la actualidad política como si fuera un culebrón. O los desastres del mundo y los horrores de la guerra con la misma indiferencia que si viéramos una película de Hollywood.

La tele educa

Algunos iluminados de los 60 pensaron, erróneamente por supuesto, que la televisión podía servir para enseñar. Esa era la motivación, por ejemplo, de los creadores de Barrio Sésamo. Pero el tiempo no les ha dado la razón y han sido otros programas los que han terminado ocupando los espacios en principio reservados para programas educativos infantiles. Los niños ven mucho más instructivos los programas como “El diario de Patricia”, que muestran el mundo tal como es, con sus miserias y sus abyecciones.

También hay documentales, pero cada vez menos. Hace tiempo que empezaron a desaparecer aquellos documentales con una voz en off cansina y monocorde que lo mismo daba cuenta de las maravillas de la naturaleza como de los horrores de la historia de la humanidad. Su puesto han venido a ocuparlo esos programas de reportajes supuestamente serios, al estilo de “Callejeros”, que resultan tan superficiales como una visita turística.

Las cadenas que se nutren de fondos públicos mantienen algunos programas educativos o culturales, pero no dejan de ser algo anecdótico. Desde luego no hay pujas millonarias entre las cadenas privadas por fichar a Eduard Punset o a Sánchez Dragó.

La tele nos hace iguales

Y no me canso de añadir aportaciones de la televisión a la democracia. ¿Qué me decís de la democratización del éxito, la fama y el dinero? Al principio la tele era muy elitista. Las estrellas de la televisión tenían que ser famosas por alguna habilidad que previamente hubieran demostrado: cantar, hacer música, actuar en películas, tener tropecientas carreras… Gracias al Gran Hermano y a otros programas similares ha terminado esa insidiosa discriminación. Ahora cualquier persona puede ser famosa o popular, y su opinión, democráticamente, vale tanto como la de cualquier eminencia. ¿O es que los analfabetos, los chulos, las putas, los inútiles y los parásitos no tienen derecho al éxito en un mundo en que se supone que todos somos iguales?

Menos mal que hace tiempo cayeron en descrédito los programas para eruditos, que siempre dejaban en evidencia a los pobres ignorantes. Afortunadamente las cadenas acabaron con programas tan discriminatorios como “El tiempo es oro”. Algunos más suaves, como “Cifras y letras”, se mantienen en la parrilla. Supongo que los cerebritos frikis también tienen derecho a tener su pequeño espacio en la pequeña pantalla. Mucho más accesibles para todo el mundo son los programas concursos de ahora. Un modelo de concurso televisivo actual puede ser el exitoso programa “Allá tú”, donde la única habilidad que se requiere es la de ser capaz de abrir una caja.

La tele da prestigio

Todo lo que sale por la tele adquiere cierto prestigio. Los grupos de música, los escritores, los directores de cine y cualquier creador saben que esto es así, y que no empezarán a ser tomados en serio hasta que salgan por la pequeña pantalla. Eso ya lo sabía McLuhan. Eso también lo saben los publicistas. Por eso, para mejorar la opinión que los consumidores tienen sobre un producto, no es necesario que éste sea bueno, no es necesario mejorarlo, no es necesario ir de feria en feria haciendo exhibiciones para demostrar su efectividad. Lo único que hace falta es sacarlo por la tele. La contribución de este aparato a la consolidación del sistema capitalista merecería un artículo aparte.

La tele salva matrimonios

Y todavía no he hablado de los usos terapéuticos y domésticos del aparato. La televisión contribuye a la armonía familiar. ¡Cuántas discusiones habrán ahorrado estos aparatos! Hay estudios que dicen que las parejas discuten más en vacaciones porque tienen tiempo para hablar. Antes, sin televisión, las personas estaban condenadas a tener que hablar bastante cada día. Muchos hombres, para evitar enfrentamientos conyugales, tenían que irse al bar durante horas por el bien de su familia. Ahora, gracias a la televisión, ya no es necesario. La televisión te permite entretenerte escuchando un montón de estupideces sin necesidad de tener que ir a escucharlas al bar.

La tele ayuda a los padres

¿Y qué sería de los niños sin la televisión? ¿Y de los padres? Para los padres de hoy este aparato viene a ser el equivalente a una niñera. Y resulta mil veces más económico. La televisión, después de los abuelos, es el mejor sitio para dejar a los niños aparcados un rato. Los rayos catódicos los subyugan, los controlan, los anulan, y eso no hay Mary Poppins que lo iguale. Los viajes con niños son mucho más tranquilos desde que se inventaron los DVD portátiles. En este aspecto, solo los videojuegos y los somníferos pueden competir con la televisión.

Corolario

Yo no veo la tele todo lo que me gustaría. Entre otras cosas porque todavía me empeño en leer, en escribir, en pensar, en charlar, en salir… En definitiva, en vivir. Pero es probable que si algún día me canso de todo eso, termine sentado frente al televisor, hipnotizado e insensible, totalmente indiferente al mundo que me rodea.

lunes, 20 de abril de 2009

Mundos perdidos: Fnac Discos

Cuando tuvimos que escribir un resumen de mi biografía en la solapa de mi última novela, me di cuenta de que el oficio más importante que he tenido en mi vida (si dejamos aparte el de profesor) prácticamente ha desaparecido. Trabajé en la Fnac de Madrid durante siete años, de los cuales pasé aproximadamente seis en la sección de Discos. Aunque el día que me fui de allí no sentí lástima porque había quemado aquella etapa y necesitaba nuevos aires, no negaba entonces ni niego ahora que para mí fueron unos años enriquecedores. Eso sí, en la solapa del libro escribí que tenía un buen currículum en un oficio que estaba “tan desfasado como el de afilador o el de tundidor de colchones”. “Disquero”, el nombre de este oficio, ni siquiera está recogido como tal en el DRAE.

La Fnac es refugio de muchos estudiantes y artistas que necesitan un medio de vida mientras encuentran algo mejor. Por eso es ideal para conocer gente interesante, personas con inquietudes, que editan revistas, que montan exposiciones, que hacen cortos, que tienen un grupo, que cantan, que tocan el clavicordio, que escriben, que tienen un programa de radio, que viven en la luna o que sueñan con tener alas y salir volando. Suele ser, además, gente muy joven, lo que hace que todo ese movimiento cultureta vaya aderezado de un montón de salidas nocturnas y de fiestas desquiciadas.

Para mí la Fnac vino a salvarme en un momento en el que estaba bastante tocado. Acababa de terminar la carrera y no encontraba trabajo. Después de haber estudiado durante toda mi vida compatibilizando trabajo y estudios no tenía fuerzas ni ganas para empezar a preparar las oposiciones de profesor de Secundaria, en las que ya pensaba entonces como una posibilidad futura. Fue un tiempo en el que quise dar prioridad a mis pasiones y la Fnac me ayudó a estabilizarme durante unos años. Resuelto el problema de la subsistencia en Madrid, podía dedicar mi tiempo libre a hacer música y a escribir.

Gracias a un currículum mixtificado y a una serie de entrevistas bien actuadas, me reclutaron en la Fnac. Por un momento estuve a punto de recalar en la sección de Libros, pero un hueco a tiempo en Discos, mi condición de bajista de un grupo y mi somero conocimiento de la historia del rock me condujeron a esa sección.

Allí me encontré con una serie de personas que me marcaron para siempre. Con algunos sigo manteniendo la amistad, a otros les sigo a distancia y de otros simplemente guardo un buen recuerdo. Fueron personas que me aportaron mucho en un momento crucial de mi vida (no digo nombres porque son muchos y no quiero cometer el error de olvidarme de alguno). Me aportaron mucho personal y musicalmente. Cuando llegué, yo era, desde luego, de los que menos sabían de aquella tropa. En la sección de Discos de la Fnac había (y sigue habiendo) verdaderas enciclopedias musicales, cuya erudición era mucho más epatante antes de la Era Wikipedia. Había un anuncio de la Fnac en la que aparecía un cliente que intentaba que los dependientes adivinaran el título de una canción de la que solo sabía la melodía. No era una exageración. En muchas ocasiones adivinábamos las canciones aunque nos las tararearan de mala manera. Nuestro nivel de efectividad no era del 100 % pero estaba cerca. Porque si uno de nosotros no era capaz de identificar la canción sabía a qué compañero dirigirse. Cada uno de nosotros éramos más o menos eruditos dependiendo del estilo musical. Y en todas las secciones había alguien ducho en la materia. Era alucinante trabajar con gente tan profesional. También es cierto que eran (o éramos) individuos un poco frikis, sobre todo en este país que siempre ha sido, es y será musicalmente paleto.

Éramos la penúltima generación de un oficio relativamente nuevo y que tenía los días contados. Yo recuerdo una profesionalidad a veces extrema, una forma de trabajar meticulosa que rozaba el virtuosismo: exhaustividad en el repaso de catálogos, discografías inmortales e inmensas (Dylan, Bowie, Beatles...) colocadas por orden cronológico, rarezas rastreadas en sellos independientes que no tenía ninguna otra tienda... Por catálogo éramos la mejor tienda de discos de España. Probablemente también por profesionalidad. Dudo que otra tienda de discos tuviera una plantilla tan completa como la que la Fnac Discos tenía entonces.

Si la industria discográfica no se hubiera sumergido en su propia mierda, tocada de muerte por los avances tecnológicos y por la negligencia de una clase política que siempre se preocupará más por los sectores del ladrillo y del automóvil que por los que atañen a la cultura, mis compañeros de entonces probablemente habrían llegado muy lejos en la industria musical. Algunos dejaron la Fnac para irse a trabajar a multinacionales y terminaron en la calle cuando se redujeron las plantillas. Otros se quedaron en la Fnac y vieron cómo poco a poco iban siendo acorralados en una sección que, como la habitación de Fermat, cada vez se hace más pequeña. Muy pocos siguen trabajando en los puestos de responsabilidad de algunas empresas discográficas, que tampoco dejan de encoger.

Internet podía haber sido una salida para muchos de mis compañeros, pero el poco respeto que hay en España por la cultura hace que a los apartados culturales de los distintos portales no se les dé mucha importancia. En las secciones culturales de las webs y de muchos medios de comunicación no es raro que trabajen los becarios. Si exceptuamos a algunos periodistas de los diarios importantes, a Diego Antonio Manrique y a alguna otra vieja gloria de Radio 3, apenas hay profesionales que puedan vivir del conocimiento de la música popular. De las revistas musicales ni hablamos, que están hechas en una proporción muy alta por colaboraciones desinteresadas.

Yo salté del barco afortunadamente a tiempo, pero fue por suerte. Necesitaba volver a mis estudios y quería dedicarme a la docencia. Simplemente coincidió con el hundimiento del Titánic musical.

Pensé en escribir alguna vez una novela al estilo de “Alta fidelidad” de Nick Hornby, pero no sé si lo haré. Probablemente me saldría una historia muy nostálgica que solo disfrutarían los amantes de los discos, los frikis melómanos que siguen existiendo y que ahora compran vinilos en la Fnac y en las pocas tiendas especializadas que resisten. Casi se va a quedar lo de las tiendas de discos para los escritores de novela histórica, que alguna vez tendrán que recordarle al mundo que hubo un tiempo en que la gente apilaba discos y cedés, unos extraños dispositivos de almacenamiento de audio con un agujero en medio.

Esta tarde he querido acordarme de mis antiguos compañeros de Discos para mandarles un abrazo, tanto a aquellos que hoy todavía siguen siendo mis amigos como a los que perdí el rastro y hace siglos que no veo.