miércoles, 24 de junio de 2009

Qué bien pensado está el mundo: el fanatismo deportivo

¿De qué va esto de vivir? Yo cada día lo tengo más claro: de estar entretenido con lo que sea. Lo importante es que la vida pase sin tener tiempo de pensar demasiado. Una vez alcanzada esta cima de la filosofía de barra de bar, no queda sino hacer un ranking de las cosas que más entretienen, y aunque es verdad que los hijos, procurarse satisfacción sexual y aparcar en las grandes ciudades son actividades que absorben gran parte de nuestro tiempo, no hay como los deportes para pasar la vida entretenido y sin tener que esforzarte demasiado. Y evidentemente no hablo de su práctica. Practicar deporte es muy cansado y, si no eres un profesional, no puedes dedicarle mucho tiempo. Aparte de los riesgos que entraña: flatos, esguinces, golpes… De lo que estoy hablando es de la afición a los deportes como espectador, de ese fanatismo en ocasiones patológico que hace que la gente viva obsesionada con un deportista o con un equipo. Lo mismo da si el hincha acude a las pistas, los circuitos y los estadios para ver las competiciones en directo que si se queda en el sofá de su casa o en la barra del bar de su barrio siguiendo los encuentros por la televisión.

Por no dispersarme demasiado me centraré en el fútbol, que es el deporte que más pasiones levanta por estos pagos. Pero evidentemente los mismos beneficios aporta el fútbol a nuestra sociedad que, por ejemplo, el béisbol o el baloncesto a la norteamericana. Lo mismo da un deporte que otro a la hora de entretenerse. El hecho de que en Estados Unidos el baloncesto o el béisbol ocupen el lugar que aquí ocupa el fútbol, o que en Inglaterra el golf sea un deporte popular y masificado, demuestra que no hay unos deportes mejores que otros, sino que es cuestión de educación y costumbre, una cuestión cultural.

El deporte contribuye a la paz mundial
A veces he llegado a escuchar o leer –no me preguntéis ahora mismo dónde- que los deportes servían de válvula de escape de nuestra sociedad. Parece ser que los seres humanos (al menos ciertos seres humanos) tenemos que desfogar de alguna manera si no queremos terminar matándonos los unos a los otros. Mejor si es en altercados esporádicos y controlados que en enfrentamientos de más hondo calado. Los gastos de los cuerpos de seguridad y de los servicios sanitarios que tienen que acudir a las concentraciones deportivas, el coste de los destrozos del mobiliario urbano y el derroche que suponen los servicios de limpieza que son necesarios para devolver el lustre a una ciudad después de una celebración, no son nada comparado con el precio que tendría una revuelta ciudadana, una revolución o una guerra. En toda sociedad hay gente violenta que necesita comportarse de forma antisocial durante un rato para poder retomar la rutina diaria, los horarios, los jefes y los curros de mierda con resignación estoica. Esa gente está mucho mejor dando rienda suelta a sus sentimientos más abyectos en un partido de fútbol (ora pegando voces en las gradas, ora pegando hostias a la salida) que dentro de alguna secta satánica, de un grupo neonazi, del Opus Dei o de la kale borroka.

El deporte como agente socializador

El deporte además cumple una función social muy importante. Hace que te sientas parte de un colectivo que comparte tu misma pasión. Incluso puede servir para ensalzar el sentimiento patriótico de una nación tan desgajada como la nuestra. Es increíble que once tíos en calzoncillos persiguiendo una bola de cuero consigan más que cualquier político, que cualquier sátrapa o que cualquier ideología o religión.

El deporte como medio para triunfar en la vida

La mayoría de nuestras vidas son tan inanes e intrascendentes que necesitamos sentirnos identificados con algún ídolo para experimentar ciertos sentimientos de éxito y euforia. Lo único malo que tienen los ídolos es que, como casi todas las mascotas, suelen tener una vida muy efímera. Me refiero, es obvio, a su vida deportiva. Los ídolos solo garantizan la felicidad a corto plazo. El interés por el ciclismo desapareció el día que se retiró Induráin y solo regresó y en mucho menor grado cuando llegó Contador. Los coches solo interesaron al público cuando apareció Fernando Alonso. Las motos nos interesaron mucho antes porque teníamos a Ángel Nieto y las hemos retomado ahora porque tenemos a Pedrosa, a Lorenzo y a Bautista. Y el tenis masculino resulta mucho más interesante desde que está Nadal, mientras que, por el contrario, el tenis femenino perdió todo su encanto cuando se retiraron Arantxa y Conchita. Por eso es mucho mejor canalizar todas tus ilusiones a los colores de un club, de un equipo del deporte que sea, y si es de fútbol mejor. Un equipo es para toda la vida. Unos colores. Una afición. Una historia. Por eso mismo son más adictivos. Se perpetúan en el tiempo y crean toda una red de relaciones sociales tan fuertes en ocasiones como las agrupaciones políticas o los colectivos religiosos.

El fútbol hace el mundo más democrático
El fútbol sirve para tener de qué hablar con cualquiera: con tus colegas, con tus vecinos, con tus compañeros de trabajo, con los gilipollas que se pasan las horas escribiendo chorradas en los foros de Internet… Incluso es interclasista. El mismo interés puede tener en el fútbol una persona de buena posición social que un currito. Da igual que seas general o cadete, arquitecto o peón, médico o paciente. El deporte hace que el mundo sea más democrático y que las opiniones de unos y de otros valgan lo mismo. ¿De qué van a hablar si no las personas que no saben nada de política ni de economía ni de cultura ni del cambio climático ni de hostias en vinagre? Los deportes son el salvavidas de los hombres poco ilustrados. Todos ellos saben que el Marca siempre les proporcionará un tema de conversación que dé sentido a sus vidas. El fútbol es lo más socorrido. De fútbol puede opinar cualquiera. Porque, seamos serios, en el fútbol todo es relativo, cuestionable y discutible.

Nuestro equipo es el reflejo de nuestra personalidad
Alguien estará pensando que hay personas que son hinchas de equipos que ganan trofeos en muy contadas ocasiones, como, por ejemplo, los del Atleti. Estoy seguro que estos individuos responden a un perfil psicológico parecido. Probablemente son personas un poco masoquistas o de esas que no dejan de ponerle pegas al mundo, personas críticas, comprometidas y un poco pesimistas. La diferencia entre el mundo y un equipo de tres al cuarto es que en este último sí podemos buscar responsables del fracaso: el entrenador, los jugadores, los árbitros… Y eso reconforta. Probablemente también son personas pacientes, de las que saben esperar a que llegue su momento de gloria, ese día en que su equipo consigue un gran trofeo y provoca la catarsis colectiva. Esos triunfos saben mejor que los del gigante merengue. Es la victoria de David sobre Goliat, el triunfo de Pulgarcito y de todos los seres desvalidos que salen victoriosos en los cuentos tradicionales.

También se podría hacer un patrón psicológico de los seguidores de los equipos grandes. Seguro que son personas más acomodaticias y sencillas, el tipo de persona a la que le gusta conseguir las cosas fácilmente y sin esforzarse. De cualquier forma, no creo que sean mejores unos seguidores que otros. Lo que me parece estupendo es que el fútbol ofrezca alternativas distintas para todos los tipos de personas.

Hay más tipologías humanas dentro del fútbol. De una forma o de otra influye en todo el mundo. No me olvido de los que solo se interesan por la selección nacional o de los que, como yo, no tienen ninguna predilección y siempre están haciendo rabiar a unos y a otros cuando pierden sus respectivos equipos. Hace poco, un buen amigo, que tampoco es seguidor de ningún equipo de fútbol, me decía que somos unos desgraciados porque no podemos formar parte de esos sentimientos tribales y colectivos que experimentan domingo a domingo muchos de nuestros amigos y conocidos. Y parte de razón tiene. Los dos hablamos mucho de tenis y somos seguidores de Nadal. Ahora que está de baja nos hemos quedado sin entretenimiento. Los deportes de equipo, sin embargo, siempre tienen repuestos. Y todas las semanas tienen partido.

Corolario

El fútbol es un deporte tan importante que incluso a mí -que no soy de ningún equipo ni se me pone dura con la selección- me interesa. No le dedico mucho tiempo pero procuro enterarme, normalmente por el telediario, de lo que se está cociendo. El fútbol es el termómetro que indica el estado de ánimo de una sociedad. O mucho mejor, es el termostato que regula su funcionamiento. Estoy seguro de que este año de crisis ha sido mucho menos duro para los seguidores del Barça gracias al triplete. Me gusta que la gente esté contenta. Cuando gana el Barça, me acuerdo de mis amigos del Barça y me alegro por ellos. Y cuando gana el Madrid, el Atleti o cualquier otro, me pasa lo mismo. Cuando los de la Roja se convirtieron en campeones de Europa salí a la calle a celebrarlo. Sobre todo porque quería ver a todo el mundo por una vez feliz, aunque fuera sólo por un rato. La felicidad, como algunas enfermedades, es algo contagioso. Lástima que sea un virus transitorio y efímero.

lunes, 8 de junio de 2009

Mi culo es más listo que mi cabeza

Mi abuelo murió con poco más de cincuenta años. Fumaba mucho y reventó. Mi padre -su hijo- siguió sus pasos. Incluso batió su marca, pues murió con un año menos que mi abuelo. No hace falta decir que la causa de la muerte fue la misma. A mi abuelo no lo conocí, pero doy fe de que mi padre se fumaba cuatro o cinco paquetes de Celtas Cortos sin boquilla cada día. Mi padre no aprendió mucho del suyo ni yo del mío. Nuestra rama familiar debe tender a la autodestrucción porque yo –a pesar de ser consciente del historial clínico de mi familia y de que la forense que le hizo la autopsia a mi padre intentó persuadirme de que no se me ocurriera fumar nunca- terminé fumando. Aunque solo fue algo pasajero.

Dejé de fumar porque mi cuerpo no lo resistía. Si todo hubiera quedado en la amenaza de una muerte atroz a edad temprana, seguro que seguiría fumando. Y la posibilidad de un cáncer en un plazo “sine die” me hubiera dejado totalmente indiferente. ¿Es que acaso mi cerebro no podía procesar correctamente esa información y sacar conclusiones? Sí, por supuesto, como el de la mayoría de los fumadores. Pero no es suficiente. Por todo esto entiendo y respeto a los fumadores. Yo soy un fumador en potencia. Fue mi cuerpo el que me obligó a dejar el tabaco. Se ve que en mi familia los organismos están perfeccionándose de generación en generación para poder luchar contra nuestras perniciosas mentes. ¿Cómo impidió mi cuerpo que siguiera haciéndole daño? Haciéndome daño él a mí. Muchas veces la mejor defensa es un buen ataque. Me castigaba con terribles ardores en el pecho que en ocasiones llegaban a provocarme fiebre. Recuerdo que a mi padre su organismo también lo castigaba con toses terribles y flemas constantes, pero no fueron suficientes para frenarle. Pudo ser una cuestión de orgullo. Mi padre siempre antepuso las virtudes del intelecto a las más pedestres del cuerpo. Alguna vez todavía me atrevo a echarme un cigarro cuando voy cargado de copas, pero sé que al día siguiente tendré que pagar las consecuencias.

Me ha gustado siempre comer: comer mucho, comer de forma desordenada, comer a deshora y hacer mezclas explosivas. Me estoy quitando. Desde hace tiempo ni como mucho ni me puedo dar grandes atracones. Me pongo malo. Si cometo algún exceso alimenticio, mi cuerpo también me castiga. Puedo tener digestiones infinitas. En el mejor de los casos, porque lo más normal es que termine, a altas horas de la noche, vomitando o con diarrea. Paliar los efectos de los atracones con Almax hace tiempo que no me da resultado. Tantas veces lo he pasado mal en el escusado que ahora tengo mucho cuidado de según qué excesos. El único remedio que me funciona es el autocontrol. En estos últimos años he engordado. No como poco, pero sí bastante menos que hace diez años. Supongo que en este caso mi cuerpo también me protege de mí mismo. No quiero ni pensar las dimensiones que estaría alcanzando si siguiera comiendo al ritmo que lo hacía en mis años mozos.

Con las drogas y el alcohol me viene pasando lo mismo. Últimamente no soporto las resacas. Aunque sean tranquilas, abúlicas y televisivas. Me fastidia tirarme todo el día frente a la televisión porque el cuerpo no me da para más. No me compensa. Y evidentemente mucho menos si conllevan otras fastidiosas alteraciones de mi organismo: agotamiento, insomnio, somnolencia, náuseas, estreñimiento, diarrea… Los desajustes intestinales son los que más me afectan. Y mi cuerpo lo sabe. Cuando no puedo dejar de ir a cagar o me tiro sin cagar tres días por un estreñimiento contumaz, es cuando más escarmiento. Un ser vivo tiene que tener armas para su autodefensa, como las púas del erizo o los dientes del lobo. El dolor puede ser el arma que utiliza nuestro cuerpo para salvaguardarse. Las personas que pierden la sensibilidad al dolor pueden cortarse un brazo sin darse cuenta o salir ardiendo a lo bonzo como si tal cosa. El dolor protege nuestro cuerpo de los ataques externos. A mí mi culo, que castiga mis excesos con diarreas o estreñimientos, me está salvando de mi cabeza. Porque si yo me sometiera a todos los excesos que se me pasan por la mente probablemente ya habría reventado.

Por eso creo que los que juzgan a las personas que no pueden controlar sus adicciones y les dicen que no tienen cabeza, se equivocan. Lo que no tienen es un organismo que haya desarrollado recursos de autodefensa. Creo que conservo la misma mentalidad kamikaze de la que puede presumir mi árbol genealógico, pero mi cuerpo ha desarrollado mecanismos de supervivencia.

Me estoy convirtiendo en el tipo de persona que siempre desprecié y no puedo hacer nada para evitarlo. Vivo coaccionado por mi cuerpo. Le tengo miedo. Sé que vigila cada uno de mis movimientos. Y cada vez tengo menos aguante para soportar los castigos que me inflige tras cometer excesos. Estaréis pensado que lo que pasa es que estoy mayor. Yo, sin embargo, pienso que lo que sucede es que en todos estos años mi cuerpo ha aprendido a defenderse. La mecánica del cuerpo controla cada uno de los procesos químicos que regulan mi organismo. La mecánica del cuerpo. Al final la mecánica se está imponiendo a los desajustes que provocan los cortocircuitos que se producen en mi cerebro.

Mi cuerpo gana la batalla de momento. Aunque es cierto que mi cabeza no deja buscar argucias y subterfugios para burlar su estricto control. La típica historia del padre severo y el mocoso desobediente.


APOSTILLA (14-6-2009): Anoche estuve de concierto y me apreté varios cubatas (cargaditos), de vodka para más señas. Hoy, como era de esperar, al despertarme me dolía un poco la cabeza. Pero me lo pasé tan bien durante el concierto trasegando cubatas que, la verdad, compensa. Intestinalmente estoy bien. Lo que significa que bebí con cabeza.

Para terminar os dejo un truco para combatir la resaca. Hoy lo he utilizado por segunda o tercera vez y realmente funciona. Ahora mismo, y son poco más de las 12 del mediodía, estoy como una rosa. Esta mañana me desperté a eso de las 8 con el dolor en las sienes que suele dejar el vodka. Me levanté, comí algo (poco) y luego me bebí un sobrecito de Espidifen 600mg. Después me metí en la cama a echar otro sueño y me he levantado como si anoche no hubiera salido. El Espidifen lo descubrió mi mujer creo que por un dolor de muelas, pero ahora mismo lo único que nos falta por probar es echarlo en las ensaladas. El Consejo General de Colegios de Médicos y los Colegios Oficiales de Farmacéuticos de toda España desaconsejan ostensiblemente la automedicación. Lo digo por que lo sepáis y no me vengáis luego con reclamaciones.