martes, 20 de mayo de 2014

Cuentos con moraleja: El padre, el hijo y el burro

Llevo una temporada pasando de puntillas por los temas políticos, no sé si por agotamiento, aburrimiento o desesperanza. Pero se acercan las elecciones europeas y de alguna forma necesito expresar el sentimiento de desconcierto e indecisión que me bloquea. Para conseguir este propósito voy a echar mano de uno de mis cuentos con moraleja, que tan esclarecedores me han parecido en otras ocasiones. Si estáis tan perdidos como yo, supongo que os servirá de algo.

El cuento que recreo, de memoria y a mi gusto, es harto conocido:

Un padre y un hijo iban con un burro de camino al mercado. Al salir de su pueblo, se cruzaron con dos agricultores y uno de ellos le dijo al otro: “Mira qué dos tontos. Llevan un burro y van los dos andando.”

El padre, que no lo había pensado hasta ese momento, reflexionó unos instantes y llegó a la conclusión de que el muchacho podía subirse en el burro para que al menos uno de los dos fuera más descansado.

Cuando llegaron al primer pueblo del camino, pasaron delante de unos viejos que tomaban el sol en la calle y el hombre los oyó murmurar: “Qué poca vergüenza tiene ese muchacho, que permite que su padre vaya andando mientras él va subido en el burro.”

El hombre pensó que tenían algo de razón y le propuso a su hijo que intercambiaran posiciones. Y así él subió a lomos del burro mientras el chaval cogía los ramales del pollino y encabezaba la marcha. Al rato se cruzaron con unas mujeres a las que oyó decir: “Míralo, menudo padre, que permite que su hijo vaya andando mientras él va subido en el burro”.

El padre decidió entonces que los dos debían montarse en el burro y así lo hicieron, pero un hombre que venía del mercado les espetó: “¿Pero es que no veis que lleváis al pobre animal con la lengua fuera? ¡Qué crueldad!”

El padre entonces se apeó del burro y mandó a su hijo que buscara una vara larga. Luego ataron las patas del burro y las engancharon a la vara, que cargaron sobre sus hombros. Al llegar al pueblo donde estaba el mercado, todos los lugareños empezaron a reírse de ellos al ver cómo cargaban con el burro. Justo en el momento que cruzaban un puente, el pobre animal se puso nervioso y empezó a dar coces. El padre y el hijo no pudieron controlarlo, lo soltaron y lo dejaron caer en las profundas aguas del río.


La moraleja de esta historia es que nunca se puede dar satisfacción a todo el mundo, o que por querer hacerlo terminarás echándolo todo a perder. Para mí también quiere decir que hay cuestiones que uno tiene que resolver por sí mismo, cuestiones que dependen del criterio personal y en las que no te servirán de nada las desconcertantes encuestas de opinión.

Me pasa ahora mismo con el voto del desencanto o la indignación, que no sé cómo ejercerlo. Mi primera opción sería no ir a votar, o votar nulo, que viene a ser más o menos lo mismo. Y no solo porque tengamos una democracia cancerígena y corrupta, sino también porque tenemos un sistema electoral amañado cuyo único fin es perpetuar en el poder a los dos partidos mayoritarios. Muchos me dicen que estoy equivocado porque, según ellos, no participando en las elecciones estaré, de alguna forma, legitimando a los que gobiernan y siendo cómplice de sus abusos.

Tampoco es una opción el voto en blanco, que aumenta el porcentaje de votos que hay que sacar para obtener un escaño. Si votara en blanco, seguro que vendría alguien a recordarme que de ese voto solo se benefician los dos partidos mayoritarios.

He pensado incluso en la posibilidad de votar al PSOE, aunque solo sea por el hecho de fastidiar al PP, que al fin y al cabo sería algo que, sin valer para nada, me produciría cierta satisfacción. Pero ya me imagino a todos los indignados reprochándome, probablemente con mucha razón, que así solo sigo alimentando al monstruoso PPSOE. Por cierto, en Europa, PP y PSOE suelen votar lo mismo en un elevadísimo porcentaje de ocasiones.

A ratos me inclino también por votar a algún grupo minoritario, que habría sido mi primera opción si de verdad alguno me resultara convincente. Pero como no es así, al pensar en esta opción, lo único que me imagino son los miles de votos que entrarán en las urnas como en un inmenso desagüe para perderse en las cloacas de nuestro sistema electoral. No faltará quien pueda decirme que he tirado mi voto para nada y que votar a los partidos minoritarios nunca será una opción. De hecho, ya están amenazando el PP y el PSOE con un gobierno de concentración en el caso de que una constelación de partidos minoritarios ocupara un porcentaje elevado de escaños en futuras elecciones autonómicas y nacionales.

Resumiendo, que los que no sabemos qué votar a estas alturas lo tenemos jodido para encontrar una solución genial antes del domingo. Eso sí, para que no nos pase lo mismo que a los protagonistas del cuento, lo mejor que podemos hacer es dejar de escuchar a unos y a otros y elegir aquello que, en conciencia, nos haga sentir menos mal, y más como una terapia que porque pensemos que vaya a solucionar algo.

Para terminar os dejo esta reflexión: no deja de ser curioso que, al establecer el símil entre la historia que os he contado y mis preocupaciones electorales, la democracia tenga que ser el burro.

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