Llevo
una temporada pasando de puntillas por los temas políticos, no sé si por
agotamiento, aburrimiento o desesperanza. Pero se acercan las elecciones
europeas y de alguna forma necesito expresar el sentimiento de desconcierto e
indecisión que me bloquea. Para conseguir este propósito voy a echar mano de
uno de mis cuentos con moraleja, que tan esclarecedores me han parecido en
otras ocasiones. Si estáis tan perdidos como yo, supongo que os servirá de
algo.
El
cuento que recreo, de memoria y a mi gusto, es harto conocido:
Un padre y un hijo iban con
un burro de camino al mercado. Al salir de su pueblo, se cruzaron con dos
agricultores y uno de ellos le dijo al otro: “Mira qué dos tontos. Llevan un
burro y van los dos andando.”
El padre, que no lo había
pensado hasta ese momento, reflexionó unos instantes y llegó a la conclusión de
que el muchacho podía subirse en el burro para que al menos uno de los dos
fuera más descansado.
Cuando llegaron al primer
pueblo del camino, pasaron delante de unos viejos que tomaban el sol en la
calle y el hombre los oyó murmurar: “Qué poca vergüenza tiene ese muchacho, que
permite que su padre vaya andando mientras él va subido en el burro.”
El hombre pensó que tenían
algo de razón y le propuso a su hijo que intercambiaran posiciones. Y así él
subió a lomos del burro mientras el chaval cogía los ramales del pollino y
encabezaba la marcha. Al rato se cruzaron con unas mujeres a las que oyó decir:
“Míralo, menudo padre, que permite que su hijo vaya andando mientras él va
subido en el burro”.
El padre decidió entonces
que los dos debían montarse en el burro y así lo hicieron, pero un hombre que
venía del mercado les espetó: “¿Pero es que no veis que lleváis al pobre animal
con la lengua fuera? ¡Qué crueldad!”
El padre entonces se apeó
del burro y mandó a su hijo que buscara una vara larga. Luego ataron las patas
del burro y las engancharon a la vara, que cargaron sobre sus hombros. Al
llegar al pueblo donde estaba el mercado, todos los lugareños empezaron a
reírse de ellos al ver cómo cargaban con el burro. Justo en el momento que cruzaban
un puente, el pobre animal se puso nervioso y empezó a dar coces. El padre y el
hijo no pudieron controlarlo, lo soltaron y lo dejaron caer en las profundas
aguas del río.
La
moraleja de esta historia es que nunca se puede dar satisfacción a todo el
mundo, o que por querer hacerlo terminarás echándolo todo a perder. Para mí
también quiere decir que hay cuestiones que uno tiene que resolver por sí
mismo, cuestiones que dependen del criterio personal y en las que no te servirán
de nada las desconcertantes encuestas de opinión.
Me
pasa ahora mismo con el voto del desencanto o la indignación, que no sé cómo
ejercerlo. Mi primera opción sería no ir a votar, o votar nulo, que viene a ser
más o menos lo mismo. Y no solo porque tengamos una democracia cancerígena y
corrupta, sino también porque tenemos un sistema electoral amañado cuyo único
fin es perpetuar en el poder a los dos partidos mayoritarios. Muchos me dicen
que estoy equivocado porque, según ellos, no participando en las elecciones estaré,
de alguna forma, legitimando a los que gobiernan y siendo cómplice de sus
abusos.
Tampoco
es una opción el voto en blanco, que aumenta el porcentaje de votos que hay que
sacar para obtener un escaño. Si votara en blanco, seguro que vendría alguien a
recordarme que de ese voto solo se benefician los dos partidos
mayoritarios.
He
pensado incluso en la posibilidad de votar al PSOE, aunque solo sea por el
hecho de fastidiar al PP, que al fin y al cabo sería algo que, sin valer para
nada, me produciría cierta satisfacción. Pero ya me imagino a todos los
indignados reprochándome, probablemente con mucha razón, que así solo sigo
alimentando al monstruoso PPSOE. Por cierto, en Europa, PP y PSOE suelen votar
lo mismo en un elevadísimo porcentaje de ocasiones.
A
ratos me inclino también por votar a algún grupo minoritario, que habría sido
mi primera opción si de verdad alguno me resultara convincente. Pero como no es
así, al pensar en esta opción, lo único que me imagino son los miles de votos
que entrarán en las urnas como en un inmenso desagüe para perderse en las cloacas
de nuestro sistema electoral. No faltará quien pueda decirme que he tirado mi
voto para nada y que votar a los partidos minoritarios nunca será una opción. De
hecho, ya están amenazando el PP y el PSOE con un gobierno de concentración en
el caso de que una constelación de partidos minoritarios ocupara un porcentaje
elevado de escaños en futuras elecciones autonómicas y nacionales.
Resumiendo,
que los que no sabemos qué votar a estas alturas lo tenemos jodido para
encontrar una solución genial antes del domingo. Eso sí, para que no nos pase
lo mismo que a los protagonistas del cuento, lo mejor que podemos hacer es
dejar de escuchar a unos y a otros y elegir aquello que, en conciencia, nos
haga sentir menos mal, y más como una terapia que porque pensemos que vaya a solucionar
algo.
Para terminar os dejo esta reflexión: no deja de ser curioso que, al establecer el símil entre la historia que os he contado y mis preocupaciones electorales, la democracia tenga que ser el burro.
Para terminar os dejo esta reflexión: no deja de ser curioso que, al establecer el símil entre la historia que os he contado y mis preocupaciones electorales, la democracia tenga que ser el burro.
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