El
cuerpo es un lastre. No digo que para todo el mundo, pero sí para los que no
damos pie con bola en ningún deporte y no tenemos ni un ápice de voluntad para
hacer dietas u otros sacrificios saludables.
Tengo
la misma relación con mi cuerpo que la que tenía Koji Kabuto con Mazinger Z.
Como Koji, voy subido en la cabeza de la máquina y desde ahí intento manejarla
con la pericia de la que soy capaz, que no es mucha. Las similitudes entre mi
cuerpo y Mazinger están más cogidas por los pelos, como no sea por la torpeza de
mis movimientos robóticos y ortopédicos.
No
es que yo rechace el cuerpo ni mucho menos, que nada tengo que ver con los
ascetas, los místicos, los hare krishna y toda esa gente. Los placeres del
cuerpo, por ejemplo, me resultan muy apetecibles, y no me importa confesar mis
frecuentes recaídas en los pecados de la gula y la lujuria. Lo que me fastidia
es el esfuerzo y el tiempo que conlleva su mantenimiento. Como me puede gustar
ir en coche y, sin embargo, disgustar profundamente tener que limpiarlo o ir a
pasar la ITV.
Mi
cuerpo además me castiga si no le hago caso. Ahora estoy con un problema de
motricidad en los brazos, una especie de adormecimiento que tiene que ver con
los nervios. Es la falta de ejercicio y las muchas horas que le dedico al
ordenador y a aficiones tan sedentarias como la lectura. De siempre he tenido
problemas de espalda, que es donde está el origen de esta nueva dolencia. Mi
médica me quería mandar al especialista, pero le he pedido unos días porque
creo que sé lo que necesito. De hecho, ya estoy mejorando. Solo he tenido que
ponerme a hacer ejercicio cada día. Un suplicio. Hacer deporte en solitario me
aburre soberanamente. Y no, no me hace sentir nada bien. Envida cochina es lo
que me provoca toda esa gente que dice que se siente mejor después de hacer
deporte. A mí me da flato y agujetas y, si me descuido, esguinces.
Ojalá
hubiera valido para hacer deportes en equipo o en grupo, que es la forma más
entretenida de mantenerse en forma. Pero desde mi más tierna infancia me han
rechazado una y otra vez hasta quitarme las ganas de volver a intentarlo. Todavía
me acuerdo de los momentos previos a los partidos de fútbol en los que
participaba cuando era pequeño. Los líderes de cada equipo se peleaban por mi
culpa, que no por mí. Nadie quería tenerme en sus filas y todo el mundo le
hacía ofertas a los contrincantes para convencerlos de que me fuera con ellos.
Algunas veces llegaron a ofrecer hasta dos o tres jugadores más si yo iba en el
lote. Y una vez hubo unos que ofrecieron al otro equipo jugar sin portero si yo
no iba con ellos. Y eso, aunque tengas un sentido del humor a prueba de bombas,
traumatiza lo suyo.
De
mayor he vuelto a hacer algunos intentos de jugar en grupo. Los resultados no
han sido tan humillantes, pero sí igual de decepcionantes. En los últimos
tiempos lo he intentado con el pádel y he llegado a jugar de forma intermitente
con mucha gente. A todos les digo que me llamen si necesitan una pareja.
Quitando a mi primo Javi –que se merecería estar en los altares por ser la
única persona que siempre se acuerda de mí en estos lances– nunca me ha llamado
nadie. Y lo comprendo. Soy consciente de que en los deportes los hay malos, los
hay peores y luego voy yo.
También
es verdad que hacer deporte requiere cierta regularidad y a mí siempre se me
ocurren infinidad de cosas interesantes antes que irme a correr, a nadar o a
montar en bici. Y si hace frío porque hace frío, y si hace calor porque hace
calor. Como en estos momentos, que probablemente estoy escribiendo esto para no
salir a correr o para al menos retrasarlo en la medida de lo posible.
Tendré
que salir si no quiero terminar totalmente agarrotado. El cuerpo es un tirano
cruel y no perdona. Pero no quería hacerlo antes de darme el gustazo de ponerlo
a parir.
Y es que el cuerpo, como es harto evidente, está muy mal pensado. Otro día os hablaré de las resacas, los michelines, las legañas, la cera de las orejas, el tufo a sobaco, los pedos, las diarreas y todo ese montón de detalles escatológicos que siempre me han hecho dudar de que el ser humano sea el ser más perfecto de eso que algunos han dado en llamar la creación.
Y es que el cuerpo, como es harto evidente, está muy mal pensado. Otro día os hablaré de las resacas, los michelines, las legañas, la cera de las orejas, el tufo a sobaco, los pedos, las diarreas y todo ese montón de detalles escatológicos que siempre me han hecho dudar de que el ser humano sea el ser más perfecto de eso que algunos han dado en llamar la creación.
3 comentarios:
Muy buen sentido del humor y como siempre genial tu escrito. En el pueblo había un medico forense al cual yo veía siempre en el casino cada vez que iba a ver a mi abuelo Felix. Era mayor y su peso andaría por los 130 kilos. Siempre llevaba en la boca un puro encendido de unos 20 centímetros. Sus compañeros de partida le recriminaban, te estas matando, vaya un ejemplo de medico. Y el llevándose una mano al cocote respondía,hasta aquí estoy de hacer autopsias a jóvenes atletas. Murio rondando los 90.
Me hace bastante gracia tu escrito. Si estuviéramos cerca te invitaría a hacer deporte y sería divertido pues sentido del humor es suficiente también para cuidar el cuerpo. No olvides que aunque muy imperfecto eres muy valioso de "cuerpo entero". Así que no pienses mal de tu cuerpo, disfrútalo en todo. Te estoy imaginando como un flaquito engarrotado tratando de hacer deporte en la playa totalmente asustado y con una ropa que parece pijama.
Gracias de todas formas, Zulma, por querer venir conmigo a hacer deporte. El niño al que no querían para jugar al fútbol sí era flaquito. El adulto que esto escribe hace mucho que lamentablemente dejó de serlo.
Un abrazo.
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