La primavera trompetera ya llegó y la verdad es que me siento maravillosamente bien. Después de un invierno con distintas, sucesivas y fastidiosas afecciones, estaba deseando que subieran las temperaturas y llegara el buen tiempo. Por fortuna, alergias no padezco.
Tampoco me afectan mucho las alteraciones hormonales que desequilibran nuestra libido por estas fechas. Mi vida sentimental y sexual fluye sin sobresaltos y eso me gusta. Me permite tener la mente despejada y puedo centrar toda mi atención en los libros, la música, las películas y las pocas cosas que de verdad merecen la pena.
Afortunadamente tengo trabajo. Sé que lo que he sembrado en el instituto en el que doy clases no va a brotar con fuerza y que la cosecha será pésima, pero me da igual. Contaba con ello. Normalmente voy a trabajar con muchas ganas y pocas esperanzas, casi como si realizara un acto poético.
La primavera también tiene sus cosas. Para empezar, la Semana Santa. Aunque desde que decidí ignorarla tampoco es algo que me atormente. Ni voy a las iglesias ni paso por donde pasan los pasacalles, digo, las procesiones. Las cosas que no ves parece que no existen. Haced la prueba, por ejemplo, con algún incordioso visitante de vuestro muro en Facebook. Eliminadlo y veréis qué a gusto os quedáis. Unos días más tarde, cuando su recuerdo se vaya diluyendo en vuestra memoria, pensaréis que, como poco, se ha ido al exilio.
Me estoy volviendo un poco indolente, pero eso me alivia. No hay por qué sufrir por tonterías. Me alegro, por ejemplo, de no ser del Real Madrid. Llevan unos años padeciendo una angustia poco envidiable. A mí el fútbol solo me hace sufrir por la quiniela, aunque poco, que siempre que la echo lo hago sin ninguna esperanza, casi por colaborar un poco con las arcas del Estado.
Para evitarme sobresaltos y preocupaciones baladíes tampoco voy a votar. No comulgo con ningún partido político, ni se me ha ocurrido nunca afiliarme a ninguno, ni mucho menos presentarme a unas elecciones. Que yo trabaje o no tampoco depende de que gobierne un partido u otro. No me quiero ni imaginar la desazón que tiene que sentir la gente cuyo puesto de trabajo depende de las papeletas que echa otra gente, las más de las veces un poco a lo tonto, en una urna.
No sabemos la suerte que tenemos de vivir en una zona con poca actividad sísmica. Sobre todo ahora que se ha llegado a la conclusión, empírica, de que las centrales nucleares son muy seguras hasta que llega un terremoto. De los japoneses solo envidio esa suerte de indolencia, que supera con creces a la mía, que les permite afrontar los reveses de la existencia con una pachorra admirable.
También tenemos que alegrarnos de no estar siendo invadidos por ninguna coalición de países para defender a ninguno de nuestros dos bandos, que, por suerte, lo del PP y el PSOE no pasa de pelea de gallos en hemiciclo. Es mucho mejor ser invasor y nosotros ahora tenemos la suerte de serlo. Es lo que tiene estar en el bando de los malos y los poderosos. Garantiza cierta estabilidad vital, aunque moralmente pueda resultar incómodo. Es lo que tiene la moral, que al final termina siendo un lastre inútil. Parafraseando a Sánchez Ferlosio: la única moral que se debería consentir es la del Alcoyano.
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