domingo, 13 de marzo de 2011

Show business

En la Edad Media tenían serios problemas para diferenciar la realidad de la ficción cuando se enfrentaban a un texto. Los historiadores de la época eran poco remilgados a la hora de seleccionar sus fuentes. Para pergeñar sus crónicas lo mismo les daba constatar la información que pudieran obtener de algún documento oficial que la de cualquier leyenda, mito o romance anónimo. Todo valía porque la palabra de un texto (oral o escrito) era dogma de fe.
Cervantes en El Quijote da cuenta de la confusión de los lectores de su tiempo a este respecto. A Cervantes las novelas de caballerías le parecían perniciosas porque, entre otras razones, muchos de sus seguidores (unos las leían, otros las escuchaban) creían tan reales a Amadís de Gaula o a Palmerín de Inglaterra como al Cid Campeador o a Fernán González. Las fantasiosas novelas de caballerías llegaron a estar prohibidas en el Nuevo Mundo porque los soldados que llegaban a América muchas veces creían descubrir en los frondosos bosques y los caudalosos ríos americanos los escenarios de los dislates de esas ficciones. Suponemos que muchos de los soldados que se inspiraban leyéndolas terminarían teniendo un comportamiento tan temerario que en ocasiones pondrían en peligro el éxito de las expediciones.
El libro era entonces un medio de difusión prestigioso, que solo las personas más ilustradas podían leer y crear. Por fuerza todo lo que esas personas escribieran tenía que ser, para una persona analfabeta o casi analfabeta, dogma de fe. Para ellos el libro era un medio erudito cuyo contenido tenía que ser verídico, aunque la realidad a todas luces lo desmintiera. En este caso el prestigio del medio predominaba por encima del mensaje que transmitía, le concedía un crédito añadido por el mero hecho de haber sido escrito con tinta, que era algo que solo unos pocos hombres doctos podían hacer. Marshall McLuhan dijo aquello de que el medio es el mensaje, constatando un hecho que se repite desde que los seres humanos pueden utilizar la palabra escrita.
La televisión de hoy estaría justo en las antípodas de esa sacralización que tuvo el libro en los siglos pasados. Y otra vez vuelve a funcionar el axioma de McLuhan: la televisión, el medio, prevalece  por encima de cualquier mensaje que pueda transmitirnos. Nosotros asociamos la televisión con el entretenimiento, el relax, la desconexión placentera de la realidad, el disfrute pasivo de la ficción audiovisual… Esto provoca que los telediarios, los reportajes de actualidad y los pretendidos debates serios que se emiten dejen en nosotros más o menos la misma impresión que una película, una serie, un concurso o un programa de cotilleo. Puro entretenimiento.
Los que deciden los contenidos de la televisión, siempre con la presión de conseguir altas cotas de audiencia, seleccionan los contenidos de la realidad con la misma vara de medir que se utiliza para los productos de ficción: si una serie no funciona, se deja de emitir; si una noticia deja de tener gancho, desaparece del telediario. En ambos casos los espectadores se quedan sin saber el final de las historias, y los que toman estas decisiones lo hacen con total desfachatez e impunidad.
Estuvimos muy pendientes de lo que sucedía en Túnez hasta que las revoluciones se contagiaron a Egipto. Cuando Mubarak dejó el Gobierno, Egipto dejó de ser interesante y le pasó el testigo a Gadafi, que ha perdido protagonismo tras los movimientos sísmicos que están devastando Japón. Si no pones de tu parte y no sigues la letra pequeña de los periódicos, la visión del mundo que te ofrecerá la televisión será parcelada, sesgada y simplificada. En toda simplificación se esconde siempre una mentira. En los pequeños detalles suelen estar las claves para entender todas las historias.
Sin embargo, lo preocupante de seguir la actualidad por televisión no es ese proceso de mixtificación y simplificación de los acontecimientos. Lo verdaderamente preocupante es la indiferencia con la que contemplamos los desastres mundiales: las guerras, las catástrofes naturales, las luchas por el poder de los que nos gobiernan, la corrupción de los partidos políticos… Todo es parte del show business. Y lo vemos con la misma indiferencia y falta de indignación con la que vemos el Gran Hermano. El telediario convierte la realidad del planeta en un reality a escala planetaria en el que tú y yo somos también concursantes.
Internet no es ninguna alternativa. Va por los mismos derroteros. Puede ofrecer más información, pero la forma de consumo es parecida. Internet es el lugar donde pasamos buenos ratos con nuestros amigos, donde seguimos todos los temas que nos entretienen (deportes, cine, música…), donde vemos vídeos divertidos o incluso disfrutamos de los programas de la televisión. Podría ser un instrumento de comunicación muy poderoso, pero el uso mayoritario que le damos es frívolo y lúdico.
Habrá quien piense que me equivoco, que ellos sí sufren y se implican y se preocupan por el mundo cuando ven en la televisión las catástrofes naturales, las guerras, los abusos de poder y las injusticias sociales. Lo que yo pienso es que solo unos pocos, muy pocos, de verdad se impresionan por estas imágenes y actúan en consecuencia. Hay gente, muy poca, que deja todo lo que tiene y se va a ayudar a países subdesarrollados o colabora con oenegés o hace algo que cree que puede servir para paliar el dolor del mundo. El resto, la mayoría, simplemente seguimos el documental fragmentado del planeta Tierra que llamamos telediario y no hacemos nada.
Si ahora mismo fuéramos a Japón, a alguna de las zonas devastadas por el terremoto o el tsunami, probablemente sí sentiríamos en toda su magnitud esta catástrofe. Nos conmoveríamos, nos echaríamos las manos a la cabeza y la mayoría nos ofreceríamos para ayudar en lo que hiciera falta. Lo que sentimos viendo esa misma catástrofe por la tele, si es que sentimos algo, está a años luz de lo que experimentaríamos si la cámara de vídeo dejara de ser nuestro intermediario con la realidad. No hace falta decir que si esa catástrofe la sufriéramos en nuestras propias carnes o le tocara  a alguno de nuestros amigos o familiares la impresión sería mucho mayor. Nos parecería indignante que algunas personas de los países ricos nos hicieran donativos de 10 euros cuando se van a gastar 100 en salir de copas una noche de sábado o más de 1.000 en ir a Disneylandia.
Preguntémonos qué parte de nuestro interés en las desgracias ajenas es humanitaria y qué parte simplemente se recrea en el morbo o busca en ellas una forma de pasar el rato.
Recuerdo que una de las frases que más repetimos cuando se estrellaron los aviones en las Torres Gemelas es que las imágenes parecían de una película. Eso me hace pensar que probablemente debería existir un medio de comunicación exclusivo para conocer la realidad sin que esta se convirtiera en espectáculo. Si encontráramos ese medio mucha gente se negaría a conocer la realidad y giraría asqueada la cabeza para evitar que el sufrimiento ajeno le afectara. La evolución del ser humano nos ha llevado a una nueva etapa, la del Homo Lúdicus, que en los estudios de antropología se caracterizará por buscar el hedonismo a toda costa y ser capaz de convertir casi todo lo que toca en entretenimiento. No lo estoy criticando. Tal vez sea otro de los recursos que la naturaleza nos ofrece para garantizar el futuro de nuestra especie.

2 comentarios:

lily TDC dijo...

Buenas noches.

He encontrado tu post y lo he leído. Me gusto mucho.

Me presento, me llamo Lidia García, y te escribo para que me puedas aconsejar en mi situación. Leo y escribo bastante, sin embargo siento que estoy bloqueada. Siento que antes, escribía más y mejor, ya que notaba que podía escribir con soltura todo lo que pensaba y sentía y me quedaba satisfecha después, cuando lo leía. Ahora, no solo me cuesta que me salgan las palabras (aún estando inspirada a veces) si no que cuando lo leo, siento que tal vez no esta muy bien.

Que puedo hacer?

Pues estoy intentando escribir una novela y no hay manera de avanzar, estoy bastante atascada.

Te agradezco de ante mano tu tiempo dedicado. Gracias.

Félix Chacón dijo...

Hola, Lidia:

Supongo que querías escribir este comentario en mi "Curso on line de escritura", que no es un curso ni nada parecido. Yo no me dedico a hacer talleres de escritura ni doy consejos a los escritores jóvenes.

Siento decepcionarte. No sé qué responder a lo que me preguntas. Para esto de escribir no hay fórmulas mágicas. Muchas veces yo tampoco puedo escribir y pienso que quizá ya no lo vuelva a hacer más. Luego se me pasa y vuelvo a las andadas.

Suerte.

Un saludo.