Esta es una historia medieval persa, aunque os
la cuento en una versión propia y actualizada:
Un hombre de negocios invitó a cenar a
unos amigos a su casa. Era un hombre rico, respetado y tenía fama de ser muy generoso.
Dos años antes había vivido momentos críticos e incluso había estado a punto de
perder toda su fortuna, pero había resistido y, tras unas inversiones acertadas,
se había recuperado y había vuelto a causar la admiración de todos los que le
conocían.
Cuando
los invitados llegaron a su casa y llamaron al timbre, pensaron que algún
imprevisto había sucedido porque nadie salía a abrirles. Finalmente, tras volver
a intentarlo un par de veces más, escucharon un grito: “¡Siempre tengo que
abrir la puerta yo! ¡Como si no tuviera otra cosa que hacer! ¡Joder!” Acto
seguido la puerta se abrió y apareció un criado que les dejó entrar sin
disimular el gesto de fastidio del que han ido a importunar sin previo aviso.
Les indicó de mala manera hacia dónde tenían que dirigirse y se perdió por uno
de los largos corredores de la mansión.
Siguiendo
las parcas indicaciones del criado, llegaron a un salón donde encontraron una
mesa dispuesta para la cena, aunque les llamó la atención la forma caótica y
negligente con la que las copas, los platos y los cubiertos habían sido
colocados. Hubiera parecido más la mesa improvisada de un chiringuito playero
si no fuera porque se advertía la calidad y el valor de cada una de las piezas
de la vajilla.
Unos
minutos más tarde llegó el anfitrión. Lucía una sonrisa cordial y empezó a
saludarlos a todos con grandes muestras de afecto. De pronto apareció el criado
y, sin importarle que su amo estuviera conversando con una señora, le interrumpió para preguntarle a gritos si quería que empezara ya
a servir la cena. El dueño de la casa lo miró con una sonrisa indulgente y le
dijo:
-Cuando
quieras.
El
criado desapareció y el anfitrión invitó a los presentes a tomar asiento.
Al rato volvió el criado con una
enorme sopera que dejó en mitad de la mesa.
-¿No
nos vas a servir tú? –le preguntó amablemente y sin perder la compostura el
hombre de negocios.
El
criado le lanzó una mirada asesina, volvió a coger la sopera y rezongando fue
vaciando cazos de sopa con tampoco miramiento que salpicó a todos los invitados.
Cuando terminó, miró con una sonrisa impertinente a su amo y le preguntó:
-¿Contento?
Luego
se fue a toda prisa en dirección a la cocina y todos se quedaron en silencio sin
saber qué decir. Fue el anfitrión el que acabó con aquel momento de tensión
probando la sopa e invitándoles a todos a que le acompañaran. Les explicó que
había contratado a una nueva cocinera que era excepcional y se deshizo en
elogios de sus habilidades culinarias.
El
resto de la comida no fue mucho mejor. El dueño de la casa, tras comprobar que
no tenían nada para beber, tuvo que levantarse a buscar el vino y escanciarlo
él mismo en las copas. El criado derramó la salsa de un plato de ternera sobre
el escote de una de las invitadas, pisó a otro invitado, se tropezó varias
veces con las sillas de los comensales, rompió dos platos, tiró una bandeja
llena de vasos sucios y terminó mandando a la mierda a su amo cuando este, educadamente,
le recordó que sería una buena idea contar unos terrones de azúcar para poder
tomarse el café que acababa de traer y que se había negado a servir.
Después
de esto, uno de los invitados no pudo contenerse y le preguntó cómo podía tolerar
que su criado se comportara de aquella manera.
-Pues
hoy lo pilláis de buen humor –respondió-. Lo normal es que ni ponga la mesa.
-¿Y
por qué no lo despides? –le preguntó otro.
-Porque
es lo mejor que me ha pasado. Este criado me ha ayudado a ser mejor persona. Me ha enseñado a tener paciencia. Y gracias a esa paciencia he aprendido a soportar las adversidades de la vida.
Supongo que por la misma razón me gusta tener
gatos. Los gatos son animales que consideramos domésticos solo porque podemos
tenerlos viviendo bajo nuestro mismo techo. A partir de ahí todo se rige por las
leyes de la anarquía y por el capricho, casi siempre desconcertante, de los
felinos. Nada que ver con los dóciles y obedientes canes, que cagan a sus horas
y se sientan cuando se lo ordenas. Estoy totalmente convencido de que gracias a
los gatos soy mucho mejor profesor en mis clases de la ESO. Incluso me
atrevería a recomendarlos como entrenamiento para aquellos que quieran ser
buenos padres.
Este post está dedicado a Joselo y a Amy, mis gatos
Este post está dedicado a Joselo y a Amy, mis gatos
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