La democracia es agotadora. A esa conclusión
llegué el martes mientras me pateaba los alrededores del Congreso (muy
alrededores, que al menos yo no lo pude ver ni de lejos). Y es que esto de ser
democrático requiere mucha dedicación y esfuerzo: ve a votar, participa en asambleas,
sal a manifestarte cuando estés en desacuerdo, haz huelga para protestar, infórmate,
firma este manifiesto en contra de esto y de aquello… Supongo que para el que
tenga vocación sindical o política esto tiene que ser como un abono para un
parque de atracciones. Para el resto de los mortales es difícil de llevar.
Sobre todo si trabajas y tienes que hacer la compra y limpiar la
casa y llevar el gato al veterinario y llamar al fontanero y pasar la revisión
de la ITV. Y no me quiero ni imaginar el trajín que tiene que suponer para los
que además tienen hijos. A mí me supone un gran sacrificio solo por tener que
renunciar a mi amado y sagrado tiempo
libre.
Durante el curso pasado me fastidiaba mucho
que los alumnos se tomaran los días de huelga como días festivos. Para mí eran
un suplicio porque estaba de manifestaciones desde por la mañana hasta por la
noche. Llegaba a casa como si viniera de correr una maratón.
Por eso algunas veces uno necesita un
descanso. Y más en estos tiempos en los que las convocatorias de protesta se
agolpan en el calendario como si fuera el camarote de los hermanos Marx. A
veces te sientes tan cansado y echas tanto de menos tu rutina que te planteas
seriamente dejarlo durante una buena temporada. Es entonces cuando llega,
pongamos, la Cospedal y viene a decir que todos los que están de acuerdo con
las convocatoria del 25S son unos golpistas. O cuando abre la boca Gallardón y
dice que lo único que tiene que hacer un ciudadano de bien es echar la papeleta
cada cuatro años y estarse calladito, aunque el Gobierno de turno esté
incumpliendo una por una todas sus promesas electorales o esté dinamitando los
servicios públicos o consintiendo que los bancos desahucien a miles de
españoles que no encuentran trabajo. O cuando
Rajoy va a Estados Unidos a fumarse un puro y a decir que los buenos españoles son los que
no se manifiestan. O cuando el ministro del Interior se atreve a decir que nos
merecemos los palos porque estábamos en una manifestación ilegal. Esos y no
otros son los estímulos que te empujan a salir de la apatía y el abatimiento,
que te devuelven a las calles para luchar un día más por la democracia.
El martes por la noche regresaba a Toledo
después de haber estado unas horas rodeando el Congreso y a punto estuve de dar
la vuelta después de escuchar en la radio cómo un diputado del PP insinuaba que
los que habíamos estado en esa convocatoria éramos poco menos que delincuentes,
golpistas o terroristas.
Si a ese tipo de declaraciones sumamos la
desproporcionada violencia con la que la policía actuó esa noche y la defensa a
pies juntillas de su actuación por destacados miembros del Gobierno, ahí
tenemos el estímulo suficiente para que miles de personas sacaran fuerzas de
flaqueza y fueran otra vez al día siguiente a manifestarse a las (lejanas)
puertas del Congreso.
Y es que el PP ha contribuido al
afianzamiento de la democracia en nuestro país como ningún otro partido.
Acordaos cómo consiguió movilizar a todo el electorado en 2004 para que ganara
las elecciones Zapatero. Porque fueron ellos, intentando engañarnos para que
pensáramos que había sido la ETA la que había puesto las bombas en los trenes,
los que consiguieron que los indecisos renunciaran al asueto dominical y se
acercaran a las urnas a depositar el voto como buenos demócratas. Todavía me acuerdo de cómo los chorros de
sudor de Ángel Acebes, entonces ministro del Interior, le delataban cuando, pocas
horas antes de las elecciones, intentaba convencernos contra toda lógica de que
aquello no tenía nada que ver con el terrorismo yihadista, la foto de las
Azores y la guerra de Irak.
Tampoco en las elecciones de 2008 nos
permitieron relajarnos un poco, que mucha gente se hubiera quedado en su casa
tan a gusto o tomando unas cañas en el bar antes que ir a votar. Pero no, ellos
no lo consintieron. Se pasaron toda la primera legislatura de Zapatero
crispando a los ciudadanos y consiguieron que hasta los votantes más remisos
fueran a las urnas a concederle una nueva victoria.
Solo el PP es capaz de sacudirnos la apatía
que nos insuflan los tediosos partidos de izquierdas. Solo el PP nos recuerda cada día lo importante que es la democracia y lo mucho que merece la pena luchar
por ella.
1 comentario:
mmmm... tienes toda la razón, como siempre... aunque creo que hay un punto de ironía al final que no consigo captar... xDD
Te sigo leyendo... ;p
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