Para mí Zapatero no perdió toda su dignidad el día que se dio cuenta de que no iba poder llevar a cabo su programa político. La perdió al día siguiente: cuando no presentó su dimisión. Algunos le habrían llamado cobarde. Otros habríamos admirado su coherencia.
Ese mismo criterio me sirve para juzgar a toda la clase política. No recuerdo ninguna dimisión por desacuerdo con el devenir del sistema capitalista. Todos se agarran a su escaño, a su pequeña parcela de poder y se pasan cuatro años defendiéndola. Porque a eso dedican casi todo su tiempo, a la guerra mediática que les permitirá mantener su privilegiado puesto de trabajo.
Por eso no nos parece bien que los políticos vayan a la calle a manifestarse con los indignados del 15M. Estoy seguro de que serían bienvenidos si previamente presentaran su dimisión y se limpiaran el culo con el carné de su partido. Entonces empezaríamos a darles cierta credibilidad.
Algunos políticos alegarán que la reforma del sistema debe hacerse desde dentro, pero la realidad no les da la razón porque estar dentro no les ha servido de mucho. Bien saben ellos que la mayoría de sus compañeros de hemiciclo se negarán a aprobar medidas que les perjudiquen a ellos. Solo me creería la reforma desde dentro si los políticos que se reconocieran como indignados trasladaran las acciones de la revuelta ciudadana a los órganos gubernamentales. Me encantaría verlos acampando en mitad del Congreso de los Diputados, y en mitad de las cortes, asambleas o parlamentos de las diferentes comunidades autónomas. Podrían quedarse encerrados durante varios días, negarse a participar en las votaciones de sus respectivas cámaras y hacer asambleas alternativas cuando hubieran terminado las sesiones.
Solo así me podrían convencer los de IU o los verdes o los secuaces de Rosa Díez de que de verdad simpatizan con los indignados.
A los otros, a los del PP y a los del PSOE, les esperan muchas noches de insomnio. En Sol se podía leer en una pancarta: “Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir”. Esa tiene que ser la consigna.
Una transición tensa y el susto de un golpe de estado fallido les concedieron treinta años de sumisión ciudadana. Ha sido tiempo suficiente para poder demostrarnos que son demócratas de verdad. Unos porque nunca lo fueron y la historia les daba la oportunidad de redimirse. Y otros porque por fin podían haber llevado a la práctica todo el idealismo que desperdiciaron soñando con el mayo francés y corriendo delante de los grises.
Una transición tensa y el susto de un golpe de estado fallido les concedieron treinta años de sumisión ciudadana. Ha sido tiempo suficiente para poder demostrarnos que son demócratas de verdad. Unos porque nunca lo fueron y la historia les daba la oportunidad de redimirse. Y otros porque por fin podían haber llevado a la práctica todo el idealismo que desperdiciaron soñando con el mayo francés y corriendo delante de los grises.
Se acabó el contrato de prácticas.
Que los patéticos tertulianos de la televisión dejen de decir que hace falta un representante del Movimiento 15M para trasladar sus propuestas a los representantes políticos. Lo que se dice en la calle está bastante claro. Y los que cobran por gobernar son los que tienen que encontrar las soluciones.
Las asambleas son una corriente de aire fresco porque por fin podemos decir en algún sitio dónde nos aprieta el zapato. Pero que no esperen de un movimiento asambleario soluciones magistrales. De ahí solo saldrán ideas vagas y utópicas que servirán de terapia a los que agitan las manos levantadas. O grupúsculos radicales que intentarán hacerse con las riendas del movimiento y contribuirán al desorden. No son las asambleas ciudadanas sino los políticos los que tienen que poner remedio a los problemas. Son ellos los que voluntariamente se han presentado a unas elecciones y nos han dicho que pueden hacerlo.
Las asambleas son una corriente de aire fresco porque por fin podemos decir en algún sitio dónde nos aprieta el zapato. Pero que no esperen de un movimiento asambleario soluciones magistrales. De ahí solo saldrán ideas vagas y utópicas que servirán de terapia a los que agitan las manos levantadas. O grupúsculos radicales que intentarán hacerse con las riendas del movimiento y contribuirán al desorden. No son las asambleas ciudadanas sino los políticos los que tienen que poner remedio a los problemas. Son ellos los que voluntariamente se han presentado a unas elecciones y nos han dicho que pueden hacerlo.
Si siguen mirando hacia otro lado, esperando a que se nos pase el berrinche y volvamos a ser dóciles y serviles, hay mucha gente dispuesta a no dejar de fastidiar. Y no van a ser todo acampadas happyflowers. Se buscarán distintas formas de hacer daño. Y es lógico que en ocasiones no sean pacíficas. Los violentos aprovechan cualquier desorden para infiltrarse. Los ultraindignados encontrarán en las escaramuzas la oportunidad para exorcizar sus frustraciones.
Muchos no apoyaremos las manifestaciones violentas, pero en el fondo pensaremos que son inevitables.
Muchos no apoyaremos las manifestaciones violentas, pero en el fondo pensaremos que son inevitables.
Mientras los políticos no sean parte de la solución, esto no va a parar. Porque no nos gusta lo que todos ellos representan. Ya no nos sirve la excusa de que los mecanismos del capitalismo no les permiten actuar. Que dejen sus escaños a los especuladores y a los gerifaltes de la banca si son los que mandan de verdad. Contra ellos estaríamos incluso más motivados.
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