Llevo unos días en proceso de desintoxicación mediática. Suelo estar atento a la actualidad. Leo la prensa digital, sigo varios blogs, algunos días hojeo el periódico de papel y veo el telediario. Sin embargo, desde hace un par de semanas me provoca rechazo tanta información. Veo sin mucho interés el telediario, a ratos desconectando, a veces sin llegar hasta el final. Y solo leo alguno de los links que ponen mis amigos del Facebook. Pocos.
Hace unos días comentaba por e-mail algunas generalidades sobre política con un amigo y, después de un par de correos de ida y vuelta, me decía que la política y otro montón de cosas no le preocupaban demasiado, y que la frase que más repetía en los últimos tiempos era "me la pela". Me explicaba que de tanto estudiar la antigua Roma se estaba volviendo un escéptico con ciertas dosis de nihilismo. Es lo que tiene estudiar humanidades, que puedes viajar en el tiempo a precio de saldo y vivir cualquier época casi con la misma intensidad que la actual. Yo lo entendí perfectamente. En los últimos días había estado estudiando la historia y la literatura españolas de finales del siglo XIX y principios del XX, y le había puesto más interés a ese mundo que a la turbia realidad que nos rodea, y que en cierto sentido también me la pela.
Yo sé que a la vuelta de unos días volveré a caer en las redes de la actualidad. Me interesa saber lo que pasa. Los que escribimos además necesitamos todo ese caudal informativo para elaborar nuestros mundos. Si no, ¿por qué me tenía que importar que a una mujer de Pamplona la haya matado su marido? O que en Estados Unidos quieran que haya algo parecido a la Seguridad Social. O que en Cuba sigan diciendo la obsoleta chorrada de “patria o muerte”. O que hayan echado al dictador de Egipto si ni siquiera me apetece ir a ver sus pirámides. Se puede vivir sin todo eso. En un mundo particular y personal mucho menos proceloso.
Hace unos días hojeaba mis fotos de 2010. Viéndolas me he dado cuenta de que 2010 ha sido un año buenísimo. Para empezar tengo que reconocer que mi vida familiar, la relación con mi pareja, está mejor que nunca. 2010 además fue muy importante para ella porque tomó una decisión laboral muy valiente con la que consiguió que los últimos meses del año fueran estupendos. Además viajamos a Portugal, a Cádiz, a las playas de Murcia, a Barcelona, a la Costa Brava y a Francia. Las fotos también me han recordado un montón de fiestas con amigos, cumpleaños, fiestas de disfraces o reuniones familiares entrañables y divertidas. Y que publiqué un libro. Y que ganamos el Mundial y disfrutamos de unos momentos maravillosos de felicidad pueril.
Y si 2010 fue así, porque las pruebas lo atestiguan, ¿por qué tengo esta sensación de agotamiento, frustración y decepción? Sí, me bajaron el sueldo algo así como un once por ciento. ¿Y qué? No puedo estar de mal rollo solo por eso. De momento puedo pagar mis facturas.
Estos estados de ánimo negativos solo pueden deberse a la tremenda sugestión que provoca leer tantas veces la palabra crisis, a los miedos que te transmite escuchar constantemente noticias sobre la inestabilidad del mercado bursátil, la falta de liquidez de los bancos, los problemas de los políticos para cuadrar sus cuentas o la astronómica cifra de parados que hay en España. Pero ¿qué coño puedo yo hacer por todo eso? Y digo más: ¿qué cojones hago yo preocupándome por cuestiones que no son de mi competencia? Que yo sepa ya hay un montón de banqueros, empresarios, sindicalistas y políticos que están ahí para preocuparse por esos problemas (ya sería la leche si además los resolvieran) a cambio de recibir un montón de pasta, en A y en B, por encima de la mesa y por debajo.
Estos estados de ánimo negativos solo pueden deberse a la tremenda sugestión que provoca leer tantas veces la palabra crisis, a los miedos que te transmite escuchar constantemente noticias sobre la inestabilidad del mercado bursátil, la falta de liquidez de los bancos, los problemas de los políticos para cuadrar sus cuentas o la astronómica cifra de parados que hay en España. Pero ¿qué coño puedo yo hacer por todo eso? Y digo más: ¿qué cojones hago yo preocupándome por cuestiones que no son de mi competencia? Que yo sepa ya hay un montón de banqueros, empresarios, sindicalistas y políticos que están ahí para preocuparse por esos problemas (ya sería la leche si además los resolvieran) a cambio de recibir un montón de pasta, en A y en B, por encima de la mesa y por debajo.
No voy a poder evitar volver a interesarme por la actualidad. Pero desde ahora voy a intentar seguir el ejemplo de mi amigo y decir más “me la pela”. Voy practicando: me la pela quién gane las elecciones, me la pela que los integristas se hagan más fuertes en el mundo árabe, me la pela que los bancos cierren, me la pela lo que pase en Cuba, me la pela Hugo Chávez, no os podéis ni imaginar cuánto me la pela José María Aznar, me la pelan los independentistas, me la pela que la Bolsa se vaya a hacer puñetas, me la pela quién gane los Oscar, me la pela para quién amañen el Planeta, me la pela que en educación cada vez haya menos recursos (sí, eso me afecta de lleno, pero particularmente tampoco puedo hacer nada para solucionarlo, excepto padecerlo), me la pela que suba el petróleo, me la pela quién gane la liga, me la pela si renuevan o no al entrenador del Barça, me la pela el cambio climático (sí, bueno, reciclaré para engañarme a mí mismo), me la pelan las leyes represoras aplaudidas por el pueblo, me la pela lo que nos cuesta mantener a la Iglesia Católica, me la pelan todas y cada una de las mierdas que suelta por la boca el santo Papa de Roma, me la pela Silvio Berlusconi, me la pela quién deja la casa en Gran Hermano, me la pela quién trabaja en Telecinco, me la pela el despilfarro que supone el Palacio de la Zarzuela…
Todo lo que tengo que hacer yo es intentar ser un buen profesional en mi trabajo, llevar bien la gestión económica de mi casa para que los gastos no superen nunca a los ingresos, y preocuparme de los que me quieren y de los que quiero, que normalmente son los mismos. El grado de felicidad es inversamente proporcional al número de preocupaciones.
Con un poco de retraso, pero aquí está mi propósito de año nuevo.
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