Hoy
me viene a la memoria una historia oriental, probablemente de la India, que recoge
Jean-Claude Carrière en El círculo de los
mentirosos. Como tengo por costumbre en mis Cuentos con moraleja, no copio, sino que recreo mi propia versión
con lo que recuerdo:
Un rey recorría su país y
llegó a un pueblo que estaba habitado únicamente por ciegos. El rey viajaba a
lomos de un elefante y pronto la noticia corrió de boca en boca. En aquel
pueblo nunca habían oído hablar de ese animal y les entró la curiosidad por
saber cómo era.
Tres ciegos del consejo de sabios del
pueblo se acercaron a saludar al rey, que los recibió amablemente, y, tras
charlar un rato con él y ofrecerle su hospitalidad, le pidieron que les dejara
acercarse al elefante. El rey no tuvo ningún problema en concederles lo que
querían.
Cuando los tres ciegos regresaron de ver al
rey, hubo una asamblea a la que acudieron todos los vecinos del pueblo. Querían
saber qué les había dicho el rey y, sobre todo, cómo era ese animal fabuloso en
el que viajaba.
El primer ciego, que le había tocado una
pata al elefante, contó que era como una columna muy consistente.
El segundo ciego dijo que se engañaba, que
se trataba de un extraño tapiz ancho, delgado y rugoso que se movía. Este era
el que había tocado la oreja del elefante.
El tercero había palpado la trompa y se extrañó
mucho de las descripciones de sus compañeros. El animal era como una extraña manguera
que no dejaba de agitarse y que tenía una fuerza increíble.
Los ciegos pensaron que sus tres consejeros
les estaban tomando el pelo y se enfrentaron a ellos. Pero ninguno de los tres
quiso dar su brazo a torcer, se caldearon los ánimos y acabaron intentando
resolver la discusión a porrazos y bastonazos.
Después de la trifulca, el consejo decidió que
lo mejor sería que otra comisión de sabios fuera a reconocer a ese extraño
animal para saber cuál de los tres consejeros decía la verdad. Pero cuando
fueron a ver al monarca, este ya había partido.
En aquel pueblo nunca nadie supo cómo era
un elefante. Ni siquiera los tres ciegos que en una ocasión habían tenido el
privilegio de acercarse a uno.
Sin duda, para saber cómo era el elefante, lo mejor que podrían haber hecho los ciegos era relacionar y poner en común las diferentes descripciones del animal. Quizá no habrían sido capaces de describirlo perfectamente, pero al menos hubieran tenido una idea más aproximada que la que ofrecían las descripciones individualizadas de cada una de sus partes.
La
realidad no deja de ser como un enorme elefante del que solo conocemos
porciones insignificantes. En una situación normal, para conocer nuestra realidad
económica, social y política, solo habría que esforzarse un poco y escuchar las
diferentes versiones que nos ofrecieran los distintos medios de comunicación. Es
posible que no consiguiéramos una imagen de la realidad del todo acertada, pero
sería mucho mejor que la que tenemos ahora. Vivimos en un país en el que los
intereses políticos y empresariales controlan a la mayoría de los ciegos más poderosos, que
repiten al unísono, con mayor o menor convencimiento, la misma versión del
elefante. Y los que aún se atreven a llevarles la contraria son tan pocos que
es fácil caer en la tentación de pensar que esconden oscuras intenciones.
1 comentario:
Muy buena ''observación''... .
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