Un clásico de los chistes de bares:
Un hombre llega a un bar, se pide una
copa y advierte que en el otro extremo de la barra hay una chica muy atractiva.
Sola. Le sorprende que una mujer tan despampanante no haya venido acompañada y piensa
que está de suerte. Se acerca a ella y le dice:
-Hola,
¿vienes mucho por aquí?
La
chica inclina un poco la cabeza y el hombre cree entender que sí o que de vez
en cuando.
-¿Quieres
tomar algo?
Ella
no dice nada, pero con un leve gesto le da a entender que sí.
-¿Qué
quieres tomar?
Ella
se encoge de hombros.
-Yo
estoy tomando un gin tonic.
¿Te pido uno?
Ella
asiente y el hombre empieza a tener una seria sospecha. Pide al camarero dos
copas y, tras pensarlo unos minutos, se decide a hacerle una pregunta. Al fin y
al cabo, si la respuesta es afirmativa, no le va a importar porque la tía está
buenísima.
-Perdona,
no te lo tomes a mal, pero ¿eres muda?
Ella
niega con la cabeza y él se siente desconcertado.
-¿Te
estoy molestando? –pregunta ya un poco enfadado.
Ella vuelve a mover la cabeza a un lado y a otro para decir que no.
-¿Y
por qué no dices nada? –suelta ahora sí visiblemente cabreado-. Eh, ¡¿por qué no
dices nada?!
Es
entonces cuando la chica abre la boca por fin y con voz grave, cavernosa y
cazallera de camionero le responde:
-¿Pa
qué? ¿Pa cagarla?
Probablemente eso es lo mismo que piensa
Mariano Rajoy cuando le dicen que tiene la obligación de ir al Congreso a dar
cuenta de los presuntos chanchullos del PP y las implicaciones de su partido
con la trama Gürtel y el caso Bárcenas. Porque eso que hacen en las ruedas de
prensa la Cospedal o Carlos Floriano es muy fácil. Pero Rajoy sabe que en el
Congreso no le va a valer con repetir que todo es mentira como si fuera un
muñeco al que se le ha roto el mecanismo. En el Congreso sabe que la caga
seguro y, aunque es consciente de que su situación actual –con la amenaza de
una moción de censura cual espada de Damocles- es mala, no cree que vaya a ser
mucho mejor si abre la boca.
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