sábado, 21 de febrero de 2015

Los conversos

En Los nietos del Cid, Andrés Trapiello describe a Ramiro de Maeztu como un tipo violento que pasó de tener ideas anarcosindicalistas radicales en su juventud a ser defensor del fascismo de corte más agresivo en su edad provecta. De todo esto infiere Trapiello que “Maeztu era un hombre violento con veinte años y siguió siéndolo con sesenta”, es decir, que cambió de ideología sin dejar de ser él mismo. Valle-Inclán, que compartió con él generación, dio un giro parecido, aunque en sentido inverso, pasando de ser carlista durante gran parte de su vida a adquirir, ya cincuentón, una supuesta conciencia social que le llevaría a coquetear con las ideas marxistas. Y todo eso sin cambiar de vida ni afeitarse las barbas ni buscar otro sastre, que en ningún momento Valle-Inclán dejó de ser lo que siempre había sido, esto es, un tipo raro y extravagante, un esteta.

Y es que a lo mejor los conversos, aunque cambian de bando y ellos mismos terminan convencidos de que su conversión solo es comparable a la de Saulo de Tarso, no dejan de ser lo que fueron por solo embadurnar su cara de paletadas de maquillaje ideológico. A mí siempre me han parecido tipos de los que te puedes fiar poco, y pienso ahora en gente de nuestros días, como Federico Jiménez Losantos, Gabriel Albiac, Fernando Sánchez Dragó o Jorge Vestrynge, cada uno dando el giro en un sentido u otro, que eso viene a ser lo mismo, aunque es cierto que los que con la edad se radicalizan hacia la izquierda, como Valle-Inclán o Vestrynge, aparecen con menos frecuencia que el cometa Halley.

De cualquier forma, a mí unos y otros me inspiran recelo. El converso es ese tipo que, tras la particular epifanía en la que encuentra el camino de la verdad, se vuelve un intransigente que suele mirar con desprecio o, si hay suerte, con compasión a todos los infelices que no comparten sus ideas. Muchos son tan cargantes como esos exfumadores que se pasan la vida sermoneando a los que se niegan a abandonar el vicio. No es raro que los conversos se dirijan con tono sarcástico y burlón a los que piensan como pensaban ellos cuando eran jóvenes. Ni que intenten humillarlos en público si tienen ocasión. A veces se diría que quieren vengarse de sí mismos, de su yo del pasado, que ahora les parece un idiota inmaduro que les dejó en su expediente una mancha indeleble que deben arrastrar como un estigma vergonzoso. Quizá la mala baba que algunos se gastan solo sea la forma de canalizar el rencor que sienten hacia sí mismos.

Es una pena que no se den cuenta de que su cambio radical de ideología no impide que sigan siendo lo que siempre han sido: tipos que se desviven por imponer su pensamiento a los demás, sin importar demasiado si ese pensamiento es de un signo u otro. Si hubieran aprendido algo de sus errores pasados, deberían haber comprendido que tras el desengaño que uno siente cuando se separa de una ideología, la salida más airosa no es la traición ni el transfuguismo, sino el escepticismo y la renuncia. Pero hace falta algo de humildad para reconocer que si te equivocaste una vez, podría volver a sucederte.

2 comentarios:

Antonio Díez dijo...

Estando de acuerdo en lo esencial te pregunto, ¿qué hay más patético que la gente que se empeña en "no cambiar" y va de jevi calvo con melena, jugador de rol maduro o colega de tu padre de los de "¿echamos-un-partido-chavales"? en definitiva, quienes hacen de una ideología o de una moda una pose eterna de la que es imposible liberarse

Félix Chacón dijo...

Creo, Antonio, que tú te refieres a otro tipo de personas: a esos que se niegan a madurar y acaban cayendo en el ridículo. Supongo que ese tema daría para otro post.