Hace
unos días enseñaba a mis alumnos de 2º de ESO a leer la prensa digital. No solo
veíamos las diferentes secciones que ofrecen los periódicos, sino también las distintas perspectivas que adoptan ante la realidad económica, política y
social dependiendo de la ideología y los intereses que hay detrás de cada uno
de ellos. Los animaba a que contrastaran diferentes medios para que conocieran distintos enfoques de la realidad y pudieran extraer sus propias conclusiones.
Como
los titulares del día se centraban en la abdicación del rey y en sus inminentes
consecuencias, también les ayudaba a resolver las innumerables dudas que tenían
sobre monarquías, repúblicas, sucesiones y Borbones, (¿para qué sirve un rey?, ¿cómo
es una república?, ¿por qué tiene que reinar el hijo del rey y no las hijas?,
¿será algún día reina Leonor?, ¿y por qué el príncipe no se casó con una
princesa?, ¿cuánto cuesta mantener a todos esos?, ¿es cierto que el rey mató a
su hermano?). En un momento dado, uno de mis alumnos, un muchacho estudioso,
razonable y normalmente respetuoso, interrumpió la clase totalmente
soliviantado y soltó algo así: “Pues ese dirá lo que quiera (se refería al
príncipe Felipe), que es rey o lo que a él le dé la gana, pero no es mi rey. No
lo es ni lo será. ¿Por qué alguien tiene que ser el rey? Yo no acepto que nadie
sea el rey. Nadie es más que yo y no me da la gana. Nadie tiene por qué ser más
que nadie.” Supongo que sonreí, sobre todo porque me recordó una escena genial
de Los caballeros de la mesa cuadrada
de los Monty Python.
En
la escena a la que me refiero, el rey Arturo se acerca a preguntarle a un pobre
hombre por el dueño de un castillo cercano y una serie de malentendidos les
llevan a terminar discutiendo. “Me opongo a que automáticamente me trate como a
un inferior”, le espeta entonces el campesino. “Porque yo soy rey”, dice
Arturo, que va dando saltitos simulando que cabalga mientras su escudero va
tras él golpeando unos cocos que imitan el sonido de unos cascos de caballo. El
pobre hombre se echa a reír, pero enseguida reacciona y le empieza a echar en
cara lo que habrá tenido que hacer para llegar a ser rey: “… explotando a los
trabajadores, aferrándose a un dogmatismo imperialista que perpetúa las
diferencias económicas y sociales de nuestra sociedad. Si alguna vez queremos
progresar…” En ese momento les interrumpe una desharrapada que anda buscando
basura y que se sorprende cuando Arturo se presenta como “rey de los bretones”.
La mujer se muestra extrañada porque no tenía ni idea de que ellos fueran
bretones, ni mucho menos de que tuvieran rey. “Creí que éramos una colectividad
autónoma”, dice. “Pues te equivocas”, le explica su compañero, “vivimos en una
dictadura, una autocracia que se autoperpetúa y en la que las clases
trabajadoras…” El hombre continuará soltando sus soflamas pseudoanarquistas
hasta que Arturo, que quiere saber quién es el dueño del castillo, pierde los
nervios y le ordena que se calle. La mujer le suelta que quién se piensa que
es. “Soy vuestro rey”, afirma Arturo con convencimiento. “Pues yo no le voté”,
repone la mujer. “A los reyes no se les vota”, explica Arturo. “Entonces ¿cómo
llegó a ser rey?”, le pregunta la mujer, que no se rinde. Arturo, solemne, les
cuenta la historia de la Dama del Lago y la espada Excalibur. El pobre se indigna
aun más: “Oiga”, le dice, “que a una mujer le dé por repartir espadas mojadas
no es base para un sistema de gobierno. El supremo poder ejecutivo deriva de la
voluntad de las masas, no de una absurda ceremonia acuática”. Arturo le vuelve a decir que se calle, pero él continúa: “No pretenderá ostentar el supremo poder ejecutivo
porque una furcia natatoria le tiró una espada”. Arturo, desesperado, va hacia
él y lo zarandea para que se calle de una vez. Conseguirá todo lo contrario: “¡Ya
está! La violencia inherente al sistema”, añadirá el pobre hombre, que gritará
pidiendo ayuda porque según él lo están reprimiendo. Esto terminará por
desesperar a Arturo que finalmente se largará de allí sin haber averiguado
quién es el dueño del castillo.
Aunque
en clase intenté mostrarme razonable y quise tranquilizar al alumno diciéndole
que, de alguna forma, nuestra monarquía era parlamentaria y permitía un sistema
de gobierno democrático (como docente hago esfuerzos denodados por mostrarme
todo lo imparcial que puedo para que mis alumnos piensen por sí mismos), mis
sentimientos no eran muy distintos de los suyos. Ahora pienso que igual que me
acordé de la película de los Monty Python podría haberme acordado del cuento de
“El traje nuevo del emperador”. Como a este alumno mío, me indigna vivir en un
Estado que perpetúa un sistema de gobierno que atenta contra los rudimentos más
básicos del pensamiento democrático. Me indigna mantener en la jefatura de
Estado a una dinastía que repuso un dictador porque provocó una guerra y la
ganó. Me indigna que las élites del poder (banqueros, grandes empresarios y políticos)
respalden la monarquía parlamentaria porque a ellos ya les va bien con lo que
tenemos y sería arriesgado para sus intereses alterar el “statu quo”.
Por eso y porque no nos van a dar la oportunidad democrática de decidir qué sistema de gobierno queremos los españoles, yo digo que no reconozco la legitimidad, ni moral ni histórica, de la corona española, y mucho menos la titularidad de los Borbones, y que es un Estado represor -con sus policías, sus guardias civiles y sus soldados, sus políticos apesebrados, su administración kafkiana y una agencia tributaria que me quita el dinero contra mi voluntad para mantener un sistema que yo no he votado- el que me impone por la fuerza esta monarquía parlamentaria por la que nadie me ha preguntado.
Por eso y porque no nos van a dar la oportunidad democrática de decidir qué sistema de gobierno queremos los españoles, yo digo que no reconozco la legitimidad, ni moral ni histórica, de la corona española, y mucho menos la titularidad de los Borbones, y que es un Estado represor -con sus policías, sus guardias civiles y sus soldados, sus políticos apesebrados, su administración kafkiana y una agencia tributaria que me quita el dinero contra mi voluntad para mantener un sistema que yo no he votado- el que me impone por la fuerza esta monarquía parlamentaria por la que nadie me ha preguntado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario