domingo, 29 de junio de 2014

Bukkake (remake del cuento de la lechera)

Para finalizar la gira de presentaciones de Segundas personas, quiero dejaros en mi web un relato más para que os lo descarguéis gratis: “Bukkake (remake del cuento de la lechera)”.  Ya os había dejado “Cielo abierto” y “Signos”, así que, si todavía no os habéis animado a conseguir el libro, ahí tenéis tres relatos para abrir boca.

Hemos leído “Bukkake (remake del cuento de la lechera)” en las tres presentaciones del libro (Toledo, Madrid y Villafranca) y, como era de esperar, ha causado sensación. Me parecía ideal que fuera leído por voces femeninas y he tenido la suerte de poder contar con cuatro lectoras excepcionales: Ana y Nerea en Toledo y Madrid, y Luci y Alicia en Villafranca. No han tenido ningún reparo en leer un relato cargado de contenido sexual y lo han interpretado a la perfección. Un lujo.

Entrad en mi web si queréis descargaros los relatos:



lunes, 23 de junio de 2014

Presentación de "Segundas personas" en Villafranca


Se acerca el día de la presentación de Segundas personas en Villafranca y ya puedo desvelar que mi presentadora y cómplice será Rosa Rodríguez Beteta, que lleva al frente de la biblioteca de mi pueblo casi treinta años, el mismo tiempo que hace que nos conocemos. También contaremos con la colaboración de Lucía Manrique Aranda y Alicia Avilés Pozo, que jugarán un papel muy importante en este encuentro literario.

No es la primera vez que presento un libro en la biblioteca de mi pueblo, pero me hace la misma ilusión que si lo fuera. Su inauguración, allá por el año 1985, está estrechamente ligada a mi afición a emborronar folios. Fue la excusa perfecta para escribir mi primer cuento, al menos el primero del que tengo memoria. Recuerdo que don Juan, mi profesor de Lengua y Literatura de entonces, fue el que nos propuso escribir un relato que hablara de libros para el concurso literario que se había convocado con motivo de la apertura de la nueva biblioteca. El caso es que gané y tuve que asistir a la inauguración, y me hicieron leer el cuento en el salón de actos delante de un montón de gente, y un señor con traje, que supongo que era el consejero de cultura o algo así, me hizo entrega de un diploma y un cerro de libro, y me acuerdo bien de él porque hay por ahí una foto donde quedamos los dos inmortalizados.

Desde el primer momento, en la biblioteca ya estaba Rosa, y puede que por eso vengan a ser para mí más o menos la misma cosa. Me las presentaron juntas y en estos casi treinta años nunca han dejado de ser la una sin la otra. Hace poco cambiaron la biblioteca de edificio y la biblioteca siguió siendo la misma, con otro atrezzo, pero la misma al fin y al cabo, porque Rosa seguía allí, y uno no deja de ser lo que es solo por cambiarse de casa. Una biblioteca no es un edificio, ni siquiera los libros que contiene, sino las personas que le dan vida y alma.

Después de todo este tiempo lo que más me admira de Rosa es que siga luchando por la biblioteca con el mismo convencimiento que el primer día y sin haberse dejado vencer en ningún momento por las adversidades, que no han sido pocas. Luchar por la cultura en un pueblo de la Mancha manchega no deja de ser algo quijotesco, en el sentido admirable y romántico del término.

Los recortes acechan a las bibliotecas y ya hay por ahí una marea amarilla que viene a completar el arco iris de las movilizaciones ciudadanas. La poca importancia que nuestros gobernantes dan a la cultura provocará el cierre de algunas bibliotecas y el despido de muchos bibliotecarios y bibliotecarias. ¿Cómo se calcula la rentabilidad de una biblioteca? ¿Depende de los habitantes de una localidad o un barrio? ¿De la cantidad de préstamos mensuales? ¿De los niños que acuden a su ludoteca? ¿Del número de miembros de sus clubs de lectura? Medir la importancia de la educación y la cultura con números es como pesar los libros para saber cuál es el más recomendable. La biblioteca hizo de pueblos como el mío un lugar mejor, pero ninguna estadística de las que manejan los políticos puede reflejar cuánto nos hizo crecer por dentro cuando abrieron sus puertas.

lunes, 16 de junio de 2014

Crónica de la coronación de su majestad Felipe VI

(Curioso e insólito ejercicio literario de analepsis y prolepsis, simultáneas.)

Voto a Dios que me espanta esta grandeza…
Miguel de Cervantes

Pues sepan vuestras mercedes que estuve en el reino de España los días pasados, y fue justo en esos días que tuvo lugar la proclamación y coronación del nuevo rey, el que llaman ya Felipe VI en todos los rincones del orbe. Hallábame de paso en tierras españolas y tuve la fortuna de vivir de cerca unos acontecimientos de los que quiero dejar constancia por escrito pues podría ser que alguien halle en ellos algo que le agrade.

Para los que no tengan conocimiento de los últimos sucesos acaecidos en España, diré que el rey Juan Carlos I, rey otrora muy querido por sus súbditos y al que deseo que Dios dé salud durante muchos años, abdicó en su hijo Felipe, heredero legítimo desde su nacimiento, porque, aun siendo el tercero en la cuenta de los vástagos reales, fue el primer varón, que así está dispuesto y ordenado en el sagrado libro de la Constitución Española, ese que todos los herejes se empeñan en injuriar y ultrajar como si fuera libro de los de condenar a la hoguera. Estos mismos malnacidos son los que dicen que fueron los escándalos de corrupción y latrocinio de algunos de los parientes del rey los que dieron al traste con el próspero y glorioso reinado del nieto de Alfonso XIII, y eso cuando no lo achacan a las cacerías de elefantes, pasatiempo tan vistoso para un monarca como antipático para el pueblo inculto y soez. Y no podré yo rebatir las injurias por carecer de pruebas que no están a mi alcance, mas a cualquier cristiano bienquisto se le alcanza que fueron los achaques de la edad y el buen juicio del monarca los que le llevaron a abdicar en favor de su hijo, que, Dios mediante, será el rey que la corona española necesita para enfrentarse a las adversidades de los procelosos tiempos presentes, como otrora hiciera su progenitor en la incertidumbre de aquel periodo convulso que hoy los cronistas han dado en llamar transición.

Los actos del día de la proclamación dieron comienzo en el Palacio de la Zarzuela, donde aconteció el encuentro entre el rey cesante y el heredero, y al que acudieron, además de la futura reina, los consejeros áulicos, los chambelanes, los senescales, los secretarios, los palafreneros, los edecanes, los bufones, los seguratas y demás servidumbre de palacio. En el acto, el rey Juan Carlos I hizo entrega a su hijo del fajín de Capitán General de los ejércitos de España. Y fue un momento solemne y damos gracias a Dios de que todo saliera según el protocolo ensayado durante varios días, que el rey anciano no tropezó, como es su costumbre, ni mandó callar a nadie.

Y así fue como, investido de tal dignidad y engalanado con el uniforme del Ejército de Tierra, el heredero salió de palacio en dirección a las Cortes y en compañía de la futura reina consorte y de sus hijas, de todo el cortejo real y de dos millares de guardias y alabarderos a los que las horas extras les iban a venir pintiparadas para las inminentes vacaciones estivales. A la hora prevista y siguiendo rigurosamente el protocolo, el príncipe arribó al Congreso y ascendió por la escalinata que custodian dos leones de bronce con sendas bolas bajo sus zarpas.

Tras el recibimiento en el Salón de Pasos Perdidos, el futuro rey, con gesto serio y porte gallardo, entró en el hemiciclo con una admirable mezcla de prosopopeya y sencillez, que bien pudiera ser la seña de identidad de un monarca que ya apunta estilo propio, aunque los más optimistas lo prevén insulso y aburrido, y se dirigió hacia el espacio reservado para el acto de la proclamación en el Salón de Sesiones.

No estaba su padre entre los presentes, que el anciano monarca había decidido no asistir a la ceremonia, bien por no restarle protagonismo al nuevo rey, bien porque hubiera quedado con alguna de sus amantes aprovechando que el palacio se quedaba vacío, que en este punto los tertulianos no acertaron a ponerse de acuerdo. Mas sí asistieron la egregia reina madre y la infanta Elena, que nada más ver a su hermano empezó a bailar el waka waka. La otra infanta ni estaba ni se la esperaba, que en gran medida era ella responsable de aquella precipitada abdicación. Y no por los escándalos y corruptelas de la que la acusaban los villanos en los mentideros de Internet, sino porque era su cónyuge, el duque Empalmado, el que había hecho envejecer al monarca de manera prematura e ineluctable por los innumerables disgustos que le había dado.

Ante la corona y el cetro, y frente a los diputados, senadores y demás dignidades del reino de España, el nuevo rey prestó juramento de desempañar con denuedo y responsabilidad sus funciones, y de guardar y hacer guardar la Santa Constitución Española, y de respetar los derechos de los súbditos de los diferentes territorios del reino. Luego pronunció una breve alocución el presidente del Congreso para inmediatamente devolverle la palabra al nuevo monarca, que sorprendió a la concurrencia diciendo algunas frases en las lenguas vernáculas del reino, y emocionó a los asistentes y a los televidentes con un discurso cuyo contenido me ahorraré por que no se me acuse de prolijidad.

La ceremonia concluyó con un recorrido en olor de multitudes por las calles de la capital del reino. La carroza real, custodiada por los dos mil albarderos y antidisturbios armados hasta los dientes, se dirigió al paseo del Prado para llegar a la Cibeles y marchar por la calle Alcalá camino del Palacio Real. Los pocos huecos que dejaban los dos mil alabarderos y antidisturbios fueron ocupados por súbditos forofos y entusiastas que agitaban innumerables banderas. Algún tertuliano televisivo dijo, no sin mala baba, que de tantas oriflamas rojigualdas tenía la culpa el mundial de fútbol, y que los españoles habían decidido salir a ondearlas el día de la proclamación por mor del descalabro de la selección, que estaba visto que esta vez no íbamos a llegar ni a cuartos.

Y aunque el que esto escribe no pudo asistir en primera persona a los acontecimientos que aquí refiere, sí es cierto que pude gozar de su retransmisión a través de la pantalla de mi teléfono móvil mientras esperaba un avión para regresar a Alemania, pues, aunque soy natural de un pueblo de la Mancha, llevo ya unos años viviendo en tierras teutonas, donde tuve que marchar en busca de mejor fortuna, que lo que mi patria me ofrecía, por ser hombre versado en el conocimiento de la ciencia y los ingenios técnicos, era pasar hambre o servir jarras de sangría a los anglosajones ebrios que invaden durante la canícula las playas del levante español. Por evitar circunloquios innecesarios concluiré diciendo que es mi profesión la de ingeniero.

Y esto fue en el día diecinueve de junio del año del Señor de MMXIV, a la sazón Día del Corpus Christi, en la villa y corte de Madrid. Dios bendiga a los Borbones. Amén.

Vale.

domingo, 8 de junio de 2014

Escenas memorables: Los caballeros de la mesa cuadrada

Hace unos días enseñaba a mis alumnos de 2º de ESO a leer la prensa digital. No solo veíamos las diferentes secciones que ofrecen los periódicos, sino también las distintas perspectivas que adoptan ante la realidad económica, política y social dependiendo de la ideología y los intereses que hay detrás de cada uno de ellos. Los animaba a que contrastaran diferentes medios para que conocieran distintos enfoques de la realidad y pudieran extraer sus propias conclusiones.

Como los titulares del día se centraban en la abdicación del rey y en sus inminentes consecuencias, también les ayudaba a resolver las innumerables dudas que tenían sobre monarquías, repúblicas, sucesiones y Borbones, (¿para qué sirve un rey?, ¿cómo es una república?, ¿por qué tiene que reinar el hijo del rey y no las hijas?, ¿será algún día reina Leonor?, ¿y por qué el príncipe no se casó con una princesa?, ¿cuánto cuesta mantener a todos esos?, ¿es cierto que el rey mató a su hermano?). En un momento dado, uno de mis alumnos, un muchacho estudioso, razonable y normalmente respetuoso, interrumpió la clase totalmente soliviantado y soltó algo así: “Pues ese dirá lo que quiera (se refería al príncipe Felipe), que es rey o lo que a él le dé la gana, pero no es mi rey. No lo es ni lo será. ¿Por qué alguien tiene que ser el rey? Yo no acepto que nadie sea el rey. Nadie es más que yo y no me da la gana. Nadie tiene por qué ser más que nadie.” Supongo que sonreí, sobre todo porque me recordó una escena genial de Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python.

En la escena a la que me refiero, el rey Arturo se acerca a preguntarle a un pobre hombre por el dueño de un castillo cercano y una serie de malentendidos les llevan a terminar discutiendo. “Me opongo a que automáticamente me trate como a un inferior”, le espeta entonces el campesino. “Porque yo soy rey”, dice Arturo, que va dando saltitos simulando que cabalga mientras su escudero va tras él golpeando unos cocos que imitan el sonido de unos cascos de caballo. El pobre hombre se echa a reír, pero enseguida reacciona y le empieza a echar en cara lo que habrá tenido que hacer para llegar a ser rey: “… explotando a los trabajadores, aferrándose a un dogmatismo imperialista que perpetúa las diferencias económicas y sociales de nuestra sociedad. Si alguna vez queremos progresar…” En ese momento les interrumpe una desharrapada que anda buscando basura y que se sorprende cuando Arturo se presenta como “rey de los bretones”. La mujer se muestra extrañada porque no tenía ni idea de que ellos fueran bretones, ni mucho menos de que tuvieran rey. “Creí que éramos una colectividad autónoma”, dice. “Pues te equivocas”, le explica su compañero, “vivimos en una dictadura, una autocracia que se autoperpetúa y en la que las clases trabajadoras…” El hombre continuará soltando sus soflamas pseudoanarquistas hasta que Arturo, que quiere saber quién es el dueño del castillo, pierde los nervios y le ordena que se calle. La mujer le suelta que quién se piensa que es. “Soy vuestro rey”, afirma Arturo con convencimiento. “Pues yo no le voté”, repone la mujer. “A los reyes no se les vota”, explica Arturo. “Entonces ¿cómo llegó a ser rey?”, le pregunta la mujer, que no se rinde. Arturo, solemne, les cuenta la historia de la Dama del Lago y la espada Excalibur. El pobre se indigna aun más: “Oiga”, le dice, “que a una mujer le dé por repartir espadas mojadas no es base para un sistema de gobierno. El supremo poder ejecutivo deriva de la voluntad de las masas, no de una absurda ceremonia acuática”. Arturo le vuelve a decir que se calle, pero él continúa: “No pretenderá ostentar el supremo poder ejecutivo porque una furcia natatoria le tiró una espada”. Arturo, desesperado, va hacia él y lo zarandea para que se calle de una vez. Conseguirá todo lo contrario: “¡Ya está! La violencia inherente al sistema”, añadirá el pobre hombre, que gritará pidiendo ayuda porque según él lo están reprimiendo. Esto terminará por desesperar a Arturo que finalmente se largará de allí sin haber averiguado quién es el dueño del castillo.

Aunque en clase intenté mostrarme razonable y quise tranquilizar al alumno diciéndole que, de alguna forma, nuestra monarquía era parlamentaria y permitía un sistema de gobierno democrático (como docente hago esfuerzos denodados por mostrarme todo lo imparcial que puedo para que mis alumnos piensen por sí mismos), mis sentimientos no eran muy distintos de los suyos. Ahora pienso que igual que me acordé de la película de los Monty Python podría haberme acordado del cuento de “El traje nuevo del emperador”. Como a este alumno mío, me indigna vivir en un Estado que perpetúa un sistema de gobierno que atenta contra los rudimentos más básicos del pensamiento democrático. Me indigna mantener en la jefatura de Estado a una dinastía que repuso un dictador porque provocó una guerra y la ganó. Me indigna que las élites del poder (banqueros, grandes empresarios y políticos) respalden la monarquía parlamentaria porque a ellos ya les va bien con lo que tenemos y sería arriesgado para sus intereses alterar el “statu quo”.

Por eso y porque no nos van a dar la oportunidad democrática de decidir qué sistema de gobierno queremos los españoles, yo digo que no reconozco la legitimidad, ni moral ni histórica, de la corona española, y mucho menos la titularidad de los Borbones, y que es un Estado represor -con sus policías, sus guardias civiles y sus soldados, sus políticos apesebrados, su administración kafkiana y una agencia tributaria que me quita el dinero contra mi voluntad para mantener un sistema que yo no he votado- el que me impone por la fuerza esta monarquía parlamentaria por la que nadie me ha preguntado.