domingo, 11 de abril de 2010

Cuentos con moraleja: el chiste del que pintaba carreteras

El protagonista de este chiste puede ser cualquiera que sea un poco bruto. Se podría contar, por ejemplo, con uno de Bilbao. Aunque yo, por ser manchego, siempre lo cuento en su versión de chiste de Tomelloso:

Hace muchos años, antes de que la mecanización acabara con muchos oficios, pintaban las carreteras a mano. Era un trabajo arduo y lento para el que se buscaban los mejores pintores de brocha gorda de España. Un día contrataron a un tomellosero y, como a todos los nuevos, le dijeron que durante una semana estaría de prueba. El primer día se pintó él solito 100 kilómetros. Los encargados no podían dar crédito y esperaron expectantes a ver qué hacía en los días siguientes. Quizá tal proeza solo había sido el alarde del principiante que quiere hacer méritos. Era muy difícil que mantuviera el listón tan alto durante toda la semana. Se equivocaron. El martes, el miércoles, el jueves y el viernes volvió a repetir el mismo resultado. Ya no tuvieron dudas, se reunieron con él y le ofrecieron un contrato fijo y muy bien remunerado con el fin de que no se fuera a trabajar a otro sitio. La segunda semana bajó un poco el rendimiento: su media por día fue de unos 70 kilómetros, lo que no dejaba de ser una barbaridad. Sus jefes pensaron que, como era lógico, se había relajado un poco después de haber conseguido el contrato fijo. Aunque, de cualquier manera, seguía teniendo una marca imbatible y era el pintor más rentable que habían visto en su vida. En la tercera semana su mejor resultado no pasó de los 50 kilómetros por día. En la cuarta semana no llegó a los 30. En la quinta semana ni siquiera a los 20. Los encargados, muy ofendidos, lo llamaron para hablar con él y cantarle las cuarenta. ¿Se pensaba que era funcionario? ¿Se creía que les podía tomar el pelo después del contrato tan ventajoso y bien remunerado que le habían ofrecido? ¿Podían hacer algo para que volviera a ser el mismo? ¿Había alguna justificación consistente para esa progresiva y drástica bajada de su rendimiento? ¿¡¡Por qué cojones había sido capaz de pintar 100 kilómetros los primeros días y ya no llegaba ni a los 10!!?
-No te jode –respondió el tomellosero-, a ver si se piensan ustedes que el bote de pintura me pilla igual de cerca que el primer día.


A veces pienso que mi vida se parece mucho a la del tomellosero. Demasiado lastre que me obliga a estar constantemente volviendo hacia atrás. Mi vida ya no corre de forma tan vertiginosa como cuando era más joven. Entonces andaba liviano y ligero y todo era nuevo para mí. Ahora me cuesta mucho más trabajo avanzar. No puedo apenas escuchar discos actuales porque dedico mucho tiempo a todos los que he ido coleccionando a lo largo de estos años. Ya no leo tantos libros nuevos porque de vez en cuando me apetece releer alguno de los libros que atesoro. Tampoco tengo inquietud por conocer nuevos campos de estudio ni por aprender nuevas lenguas. Bastante tengo con tener que repasar constantemente lo que estudié hace mucho tiempo en la universidad o en el instituto (historia, arte, filosofía…) y con el inglés, ese idioma del demonio que por más que me esfuerzo no consigo comprender ni articular en cuanto me suben el nivel. Demasiado tiempo recorriendo las sendas que he pateado una y otra vez. Si mi vida no está completamente detenida, al menos sí está ralentizada. En el terreno personal las cosas no son mucho mejores. A veces conozco a personas interesantes y me veo obligado a descartarlas como posibles amistades porque el poco tiempo libre del que dispongo tengo que dedicarlo a reencontrarme con los viejos amigos, esos que un día compartieron un momento crucial de tu vida y se separaron de ti por culpa de la inexorable diáspora vital.

A veces se me pasa por la cabeza la posibilidad de dejarlo todo atrás y no volver a buscar el bote de pintura medio seca que tanto cuesta alcanzar. Para seguir hacia adelante sin volver la cabeza, en busca de un bote nuevo que esté más a mano. Es entonces cuando pienso en quemar todos los libros de mi biblioteca. En enterrar mis álbumes de fotos. En machacar todos mis CD’s y borrar todos los mp3 pirateados. En formatear mi ordenador para que vuelva a estar como el día que lo compré. Con los amigos y con la gente que me quiere y a la que quiero no sería tan drástico. Les ofrecería venirse conmigo. Y no dejaría atrás a nadie que estuviera dispuesto a andar al mismo paso que yo.

1 comentario:

Birubao dijo...

Ahora entiendo a la gente de mi generación. Un saludo.