lunes, 20 de abril de 2009

Mundos perdidos: Fnac Discos

Cuando tuvimos que escribir un resumen de mi biografía en la solapa de mi última novela, me di cuenta de que el oficio más importante que he tenido en mi vida (si dejamos aparte el de profesor) prácticamente ha desaparecido. Trabajé en la Fnac de Madrid durante siete años, de los cuales pasé aproximadamente seis en la sección de Discos. Aunque el día que me fui de allí no sentí lástima porque había quemado aquella etapa y necesitaba nuevos aires, no negaba entonces ni niego ahora que para mí fueron unos años enriquecedores. Eso sí, en la solapa del libro escribí que tenía un buen currículum en un oficio que estaba “tan desfasado como el de afilador o el de tundidor de colchones”. “Disquero”, el nombre de este oficio, ni siquiera está recogido como tal en el DRAE.

La Fnac es refugio de muchos estudiantes y artistas que necesitan un medio de vida mientras encuentran algo mejor. Por eso es ideal para conocer gente interesante, personas con inquietudes, que editan revistas, que montan exposiciones, que hacen cortos, que tienen un grupo, que cantan, que tocan el clavicordio, que escriben, que tienen un programa de radio, que viven en la luna o que sueñan con tener alas y salir volando. Suele ser, además, gente muy joven, lo que hace que todo ese movimiento cultureta vaya aderezado de un montón de salidas nocturnas y de fiestas desquiciadas.

Para mí la Fnac vino a salvarme en un momento en el que estaba bastante tocado. Acababa de terminar la carrera y no encontraba trabajo. Después de haber estudiado durante toda mi vida compatibilizando trabajo y estudios no tenía fuerzas ni ganas para empezar a preparar las oposiciones de profesor de Secundaria, en las que ya pensaba entonces como una posibilidad futura. Fue un tiempo en el que quise dar prioridad a mis pasiones y la Fnac me ayudó a estabilizarme durante unos años. Resuelto el problema de la subsistencia en Madrid, podía dedicar mi tiempo libre a hacer música y a escribir.

Gracias a un currículum mixtificado y a una serie de entrevistas bien actuadas, me reclutaron en la Fnac. Por un momento estuve a punto de recalar en la sección de Libros, pero un hueco a tiempo en Discos, mi condición de bajista de un grupo y mi somero conocimiento de la historia del rock me condujeron a esa sección.

Allí me encontré con una serie de personas que me marcaron para siempre. Con algunos sigo manteniendo la amistad, a otros les sigo a distancia y de otros simplemente guardo un buen recuerdo. Fueron personas que me aportaron mucho en un momento crucial de mi vida (no digo nombres porque son muchos y no quiero cometer el error de olvidarme de alguno). Me aportaron mucho personal y musicalmente. Cuando llegué, yo era, desde luego, de los que menos sabían de aquella tropa. En la sección de Discos de la Fnac había (y sigue habiendo) verdaderas enciclopedias musicales, cuya erudición era mucho más epatante antes de la Era Wikipedia. Había un anuncio de la Fnac en la que aparecía un cliente que intentaba que los dependientes adivinaran el título de una canción de la que solo sabía la melodía. No era una exageración. En muchas ocasiones adivinábamos las canciones aunque nos las tararearan de mala manera. Nuestro nivel de efectividad no era del 100 % pero estaba cerca. Porque si uno de nosotros no era capaz de identificar la canción sabía a qué compañero dirigirse. Cada uno de nosotros éramos más o menos eruditos dependiendo del estilo musical. Y en todas las secciones había alguien ducho en la materia. Era alucinante trabajar con gente tan profesional. También es cierto que eran (o éramos) individuos un poco frikis, sobre todo en este país que siempre ha sido, es y será musicalmente paleto.

Éramos la penúltima generación de un oficio relativamente nuevo y que tenía los días contados. Yo recuerdo una profesionalidad a veces extrema, una forma de trabajar meticulosa que rozaba el virtuosismo: exhaustividad en el repaso de catálogos, discografías inmortales e inmensas (Dylan, Bowie, Beatles...) colocadas por orden cronológico, rarezas rastreadas en sellos independientes que no tenía ninguna otra tienda... Por catálogo éramos la mejor tienda de discos de España. Probablemente también por profesionalidad. Dudo que otra tienda de discos tuviera una plantilla tan completa como la que la Fnac Discos tenía entonces.

Si la industria discográfica no se hubiera sumergido en su propia mierda, tocada de muerte por los avances tecnológicos y por la negligencia de una clase política que siempre se preocupará más por los sectores del ladrillo y del automóvil que por los que atañen a la cultura, mis compañeros de entonces probablemente habrían llegado muy lejos en la industria musical. Algunos dejaron la Fnac para irse a trabajar a multinacionales y terminaron en la calle cuando se redujeron las plantillas. Otros se quedaron en la Fnac y vieron cómo poco a poco iban siendo acorralados en una sección que, como la habitación de Fermat, cada vez se hace más pequeña. Muy pocos siguen trabajando en los puestos de responsabilidad de algunas empresas discográficas, que tampoco dejan de encoger.

Internet podía haber sido una salida para muchos de mis compañeros, pero el poco respeto que hay en España por la cultura hace que a los apartados culturales de los distintos portales no se les dé mucha importancia. En las secciones culturales de las webs y de muchos medios de comunicación no es raro que trabajen los becarios. Si exceptuamos a algunos periodistas de los diarios importantes, a Diego Antonio Manrique y a alguna otra vieja gloria de Radio 3, apenas hay profesionales que puedan vivir del conocimiento de la música popular. De las revistas musicales ni hablamos, que están hechas en una proporción muy alta por colaboraciones desinteresadas.

Yo salté del barco afortunadamente a tiempo, pero fue por suerte. Necesitaba volver a mis estudios y quería dedicarme a la docencia. Simplemente coincidió con el hundimiento del Titánic musical.

Pensé en escribir alguna vez una novela al estilo de “Alta fidelidad” de Nick Hornby, pero no sé si lo haré. Probablemente me saldría una historia muy nostálgica que solo disfrutarían los amantes de los discos, los frikis melómanos que siguen existiendo y que ahora compran vinilos en la Fnac y en las pocas tiendas especializadas que resisten. Casi se va a quedar lo de las tiendas de discos para los escritores de novela histórica, que alguna vez tendrán que recordarle al mundo que hubo un tiempo en que la gente apilaba discos y cedés, unos extraños dispositivos de almacenamiento de audio con un agujero en medio.

Esta tarde he querido acordarme de mis antiguos compañeros de Discos para mandarles un abrazo, tanto a aquellos que hoy todavía siguen siendo mis amigos como a los que perdí el rastro y hace siglos que no veo.

martes, 7 de abril de 2009

Fiestas para el siglo XXI

Cada vez soporto menos la Semana Santa. Trato de ser empático con el fervor religioso de los creyentes, pero no hay manera. De forma racional lo soy, pero con esfuerzo. No puedo evitar sentir por dentro cierta vergüenza ajena cuando miro el telediario y aparecen esas cofradías -celosas de su cristo, su santo o su virgen- diciendo burradas sobre el supuesto poder milagroso de una talla de madera. ¿Para qué engañarme a mí mismo? Los veo ridículos y no puedo evitarlo. Podría evitar decirlo y no escribir esto, pero hace tiempo que decidí que iba a escribir lo que me diera la gana sobre lo que me diera la gana. Es la única forma que se me ocurre de sentirme libre.

Una fiesta que, según los últimos estudios realizados, cada vez cuenta con menos creyentes quizá debería secularizarse. Por lo menos para la gran mayoría. Los católicos podrían seguir conservando sus tradiciones de forma sectaria. Eso yo no lo discuto. El caso es que para todos los que no somos creyentes es muy triste celebrar una fiesta tan trágica en un momento tan bonito del año.

Me he criado como católico, he asistido a procesiones sintiéndome religioso cuando era niño, y de mayor, con interés antropológico o cultural, cuando no meramente turístico. La visión etnocéntrica del ser humano hace que veamos con normalidad todo lo que nos rodea, por absurdo que sea, pero tengo que estar perdiéndola. Objetivamente ahora lo único que veo es una fiesta particularmente gore y siniestra en la que se celebra que apresaron a un señor (pongamos que fuera, como dicen algunos, un profeta), lo torturaron y lo acabaron crucificando, condena que era habitual entre los romanos. Luego resucitó, pero eso ya casi es lo de menos porque se acaba la Semana Santa y hay que volver al tajo.

La Semana Santa se pergeñó, como casi todas las fiestas religiosas actuales, partiendo de las fiestas que había antes de la expansión del cristianismo. De ahí la vocación politeísta de nuestro catolicismo, que en cada localidad tiene un santo o una virgen que casi eclipsan la importancia del mismo Dios. Antes de los cristianos, por estas mismas fechas, se celebraban fiestas para dar gracias por la llegada de la primavera. Por eso estaban dedicadas especialmente a la fertilidad y, claro está, a la sexualidad desatada. A lo mejor, inconscientemente, están reivindicando eso los cofrades que se han puesto un lacito blanco.

La mayoría de las fiestas no se crean ni se destruyen, simplemente se transforman. De hecho, nuestra Semana Santa es una mezcla del sustrato precristiano y los embelecos del evangelio judío. Ese es el camino. Nosotros también podemos partir de lo que tenemos, sobre todo respetando aquellas partes rituales que tanto gustan a la gente, y crear algo más acorde con nuestra época. Las procesiones, por ejemplo, gustan mucho a la gente. Sin embargo, no pasa lo mismo con las misas.

Para empezar, yo volvería a los orígenes para justificar la festividad. La fecha lo mismo me da: el día del equinoccio, el día de la luna llena tras el equinoccio, una semana después de la luna llena... Por mí podemos dejarlo como está si todo el mundo está de acuerdo. El caso es celebrar que llega la primavera, los almendros florecen y la libido se dispara.

¿Que a la gente le gusta lo de la pasión y muerte? Pues lo mantenemos. Por ejemplo, se puede inventar una historia en la que se cuente cómo agoniza el dios Invierno hasta que muere. Aunque habría que conseguir que esa muerte no fuera tan trágica y dramática como la Jesucristo. ¿Por qué no sería dramática esa muerte? Porque provocaría el nacimiento de la diosa Primavera, que hace que la naturaleza se renueve y los seres humanos quieran multiplicarse. Esto es solo un esbozo de por dónde pueden ir los tiros. Habría que desarrollar un poco más la trama para hacerla más interesante. A la hora de elegir influencias mitológicas en estos tiempos que corren yo tiraría más por Tolkien que por Ovidio. Y evidentemente queda descartada la mitología bíblica.

Las procesiones se deben mantener, aunque hay que hacerlas más alegres. Para tener algún referente, podríamos contratar a los organizadores de la Marcha del Orgullo Gay. Sobre todo al principio, que la gente estará muy desconcertada y no sabrá qué hacer con los capirotes de nazareno.

Y para que a los sevillanos no les dé un patatús cada vez que caen cuatro gotas, podríamos inventar una superstición que hiciera de la lluvia un buen augurio. Bastaría con decir que si llueve en mitad de la procesión, significa que va a ser un año de buenas cosechas y mucha felicidad. Aunque habría que añadir que si no llueve, no significa que el año vaya a ser malo. Que ya me veo yo a todos los andaluces rasgándose las vestiduras porque luce un sol de justicia. Por cierto, los andaluces no notarían mucha diferencia entre una fiesta y otra porque permitiríamos que siguieran existiendo cofradías y podrían rivalizar y odiarse durante todo el año mientras preparan la carroza más bonita de todo el desfile, o procesión, el nombre del pasacalles puede discutirse más adelante.

Esto no es nada más que el punto de partida para secularizar una fiesta que a todos nos gusta. En un mundo tan descreído éste es el camino que hay que seguir. Cada vez hay más gente que se casa por lo civil con el mismo boato que lo haría por la iglesia. Algunos padres han llegado a pedir comuniones por lo civil, con mucha razón, aunque así a bote pronto parezca una tontería. En muchas culturas se celebra el día que los niños dejan de serlo para pasar al mundo de los adultos. Aquí hay otra tarea pendiente: sustituir la comunión y la confirmación por ritos más acordes con nuestra sociedad.

Y por último, es lógico que este nuevo periodo festivo tenga un nuevo nombre. Entre otras cosas porque es posible que los católicos quieran seguir celebrando su fiesta y no les va a hacer ninguna gracia que les robemos el título. Yo la llamaría simplemente Semana de la Primavera o, mejor, Semana del Amor. ¿A que suena mucho mejor?