jueves, 22 de enero de 2009

Presupuestos, desplazamientos y miserables

La primera vez que un fontanero me hizo la trece catorce estaba yo en la universidad. Pero en la universidad no te enseñan a manejarte en la vida. Por eso el fontanero me miraba con cara de pitorreo justo después de haber dicho que me iba a cobrar un ojo de la cara por los diez agotadores y estresantes minutos de trabajo que empleó en desatascar las tuberías de mi baño. Me dejó todo el suelo lleno de agua maloliente y una cara de tonto que no se me olvidará jamás.

Gracias a aquella traumática experiencia aprendí dos cosas. La primera: cómo se desatascan las tuberías de un baño. Nunca más he tenido que llamar a un fontanero para ese menester. La segunda: que es bueno conocer todo lo que se pueda del arte del chapuceo para escapar de las garras de los estafadores.

Ahora sé cómo hacer muchos trabajos de bricolaje y cómo solucionar muchos problemas domésticos. Eso se aprende rápido cuando vives durante muchos años en precario. También he aprendido a pedir presupuestos antes de emprender cualquier reparación y a preguntar previamente si el presupuesto es gratuito.

Ya no me suelen engañar, pero tengo unos problemas increíbles para encontrar profesionales que trabajen de forma honrada o profesionales que trabajen de forma profesional, porque muchos de ellos demuestran un desprecio pasmoso por el cliente. Al menos en Madrid y en Toledo, que son las ciudades que conozco y que en este aspecto tienen mucho que mejorar.

Todavía recuerdo lo mal que lo pasé cuando llegué a Toledo por el tema de la calefacción. Necesitaba poner una caldera nueva y pedí presupuesto a tres instaladores. Al final no sé si el precio que pagué era razonable. Me la instaló el único que se dignó a pasarse por mi casa, y lo hizo porque casi se lo pedí de rodillas. Algunas veces no te queda más remedio que pasar por el aro. Ahora ya tengo una caldera y un seguro para que me la revisen todos los años. Lo del seguro es una cabronada que pago casi por coacción. El que hace las revisiones de las calderas me dijo que si no la aseguraba y algún día tenía una avería, ellos se encargarían a la hora de extenderme la factura de que me arrepintiera de no haber contratado el seguro. Extorsión doméstica al más puro estilo Al Capone.

Últimamente he tenido en casa un par de reparaciones y reformas que no podía realizar yo mismo y lo he pasado fatal. Presupuestos desmesurados, operarios que se comprometen a ir a tu casa y para localizarlos tienes que emitir una orden de busca y captura, tardes enteras esperando al profesional de turno sin saber a qué hora vendrá...

Una de las anécdotas más divertidas la tuve con la lavadora. Necesitaba cambiar la goma de la puerta de carga. Lo tenía fácil. En la acera de enfrente de mi casa hay una tienda de reparación de electrodomésticos y pensé que la suerte me sonreía. No me costó ningún trabajo acercarme a pedir un presupuesto. Lo mejor del presupuesto fue el importe que tenía que pagar solo en concepto de desplazamiento: 35 euros. Le dije a la chica que me atendió que esa tarifa no deberían aplicármela porque daba la casualidad de que vivía justo enfrente. La chica me miró con condescendencia y me dijo que eso daba lo mismo. Es decir, que el importe era obligatorio. A punto estuve de decirle que en ese caso deberían corregir el concepto del mismo, y donde ponía “desplazamiento” escribir “tasa abusiva por pringado”, “impuesto revolucionario” o algo por el estilo.

No entiendo que haya crisis y tan pocas ganas de trabajar. Los que se dedican a los trabajos domésticos ofrecen muy poco a cambio de mucho dinero. Eso perjudica a su sector. Al final somos muchos los que aprendemos a hacer esas tareas por nuestra cuenta. Supongo que les da igual. Muchos de los que se dedican a las ñapas son unos miserables que mantienen su negocio gracias a los incautos, a las abuelitas, a las personas que no tienen tiempo y a las que son completamente negadas para los trabajos manuales.

Estoy tan cansado de las reparaciones domésticas y del chapuceo que pagaría -siempre que el precio fuera razonable- hasta por que me cambiaran las bombillas cuando se funden. Pero, como casi todos, estoy condenado a seguir aprendiendo bricolaje, a buscarme la vida cada vez que tengo una avería y a volverme loco para encontrar profesionales honrados cuando no me queda más remedio.

1 comentario:

Orion dijo...

Yo también he aprendido a pedir presupuestos antes de contratar a alguien. Y otra cosa que también aprendí es a huir, como de la peste, de los "Pepe Gotera y Otilio" o de los "Benito y compañía". Ya sabes, esos papelitos que dejan en tu buzón, en los que se puede leer:
Si necesita un pintor, fontanero, albañil, carpintero, electricista… Yo soy su hombre. Precios económicos. Mi teléfono es: 657…
Normalmente, no siempre, se trata de un caradura que no tiene ni idea de nada. Cuando ha terminado el chapú, te das cuenta de que tienes que contratar a otra persona para que acabe y enmiende el fiasco.
Ya me gustaría a mí ser manitas... Y mira que lo intento. A lo más que llego es a poner una bombilla. Bueno, en una ocasión instalé unos grifos. Me tiré toda la tarde con la llave inglesa, las tenazas, el teflón para sellar las tuberías y mi mujer echándome el aliento en el cogote mientras me repetía: Quién me mandaría a mí hacerte caso. La próxima vez llamas al fontanero o llamas al fontanero.
Después de muchos intentos fallidos, he llegado a la conclusión de que no sirvo para manitas. Siempre que emprendo alguna chapuza, las manos me sudan y se me seca la boca, como un inexperto jovencito en su primera relación sexual.