Una de las series que más me gustaban en los
90, si no la que más, era Búscate la vida,
en inglés Get a life. No sé en qué
puesto la pondría ahora en mi ranking particular de series. Si el criterio
fuera lo que me han hecho reír, seguiría siendo la primera.
El protagonista de la serie era Chris Peterson, un idiota infantiloide con síndrome de Peter Pan que con treinta años sigue viviendo en casa de sus padres y trabaja como repartidor de periódicos, un curro que en Estados Unidos hacen o hacían los chavales de doce o trece años. El humor de la serie, totalmente disparatado y absurdo, se basaba en ver la realidad desde la perspectiva distorsionada del protagonista. Por eso los temas que se trataban en los diferentes capítulos eran muy variados: el amor, las relaciones padre e hijo, los avances tecnológicos, la amistad, la rivalidad, la fama, el matrimonio, la muerte, la prostitución, la vida extraterrestre, los viajes en el tiempo, etcétera. Chris Peterson no llega a ser uno de esos personajes detestables que tanto nos gustan en las series –Homer, House, Eric Cartman, Barney Stinson, David Brent… - porque, aunque es un completo imbécil, nos parece un ser inocente y optimista que solo aspira a vivir intensamente todas las experiencias que la vida le ofrece. Pero eso no significa que estarías encantado de tener a alguien así cerca. Ni mucho menos que ese alguien fuera tu hijo. Chris Peterson es de esos personajes que solo pueden gustar vistos a través de la pantalla de la televisión.
Hace unos días pensaba en los años que llevo trabajando como profesor y tuve una revelación: de pronto comprendí que había una epidemia de Petersons infestando los hogares españoles y sentí una especie de vértigo. Entré en la educación hace unos diez años. Entonces la burbuja inmobiliaria –también conocida hoy como la herencia recibida de Aznar- no paraba de engordar y muchísimos jóvenes dejaban los estudios para irse a trabajar, a la construcción o a empresas relacionas de una forma u otra con ella (muebles, puertas, instalaciones eléctricas…). Echo cuentas ahora y a todos aquellos alumnos a los que no pude convencer de que al menos terminaran la ESO me los imagino con veinticinco, veintiséis, veintisiete años, camino de los 30, en paro, con un currículum irrisorio lleno de faltas de ortografía, sin ninguna motivación, viviendo de la sopa boba en casa de sus padres. Algunos supongo que habrán reaccionado, pero para muchos habrá sido imposible.
El protagonista de la serie era Chris Peterson, un idiota infantiloide con síndrome de Peter Pan que con treinta años sigue viviendo en casa de sus padres y trabaja como repartidor de periódicos, un curro que en Estados Unidos hacen o hacían los chavales de doce o trece años. El humor de la serie, totalmente disparatado y absurdo, se basaba en ver la realidad desde la perspectiva distorsionada del protagonista. Por eso los temas que se trataban en los diferentes capítulos eran muy variados: el amor, las relaciones padre e hijo, los avances tecnológicos, la amistad, la rivalidad, la fama, el matrimonio, la muerte, la prostitución, la vida extraterrestre, los viajes en el tiempo, etcétera. Chris Peterson no llega a ser uno de esos personajes detestables que tanto nos gustan en las series –Homer, House, Eric Cartman, Barney Stinson, David Brent… - porque, aunque es un completo imbécil, nos parece un ser inocente y optimista que solo aspira a vivir intensamente todas las experiencias que la vida le ofrece. Pero eso no significa que estarías encantado de tener a alguien así cerca. Ni mucho menos que ese alguien fuera tu hijo. Chris Peterson es de esos personajes que solo pueden gustar vistos a través de la pantalla de la televisión.
Hace unos días pensaba en los años que llevo trabajando como profesor y tuve una revelación: de pronto comprendí que había una epidemia de Petersons infestando los hogares españoles y sentí una especie de vértigo. Entré en la educación hace unos diez años. Entonces la burbuja inmobiliaria –también conocida hoy como la herencia recibida de Aznar- no paraba de engordar y muchísimos jóvenes dejaban los estudios para irse a trabajar, a la construcción o a empresas relacionas de una forma u otra con ella (muebles, puertas, instalaciones eléctricas…). Echo cuentas ahora y a todos aquellos alumnos a los que no pude convencer de que al menos terminaran la ESO me los imagino con veinticinco, veintiséis, veintisiete años, camino de los 30, en paro, con un currículum irrisorio lleno de faltas de ortografía, sin ninguna motivación, viviendo de la sopa boba en casa de sus padres. Algunos supongo que habrán reaccionado, pero para muchos habrá sido imposible.
Ni siquiera tendrán una ocupación ridícula como la que tenía Chris Peterson, que menos es nada. Porque los padres típicos españoles no son como los de Chris Peterson, que estaban hasta las narices de él y le dejaban que hiciera lo que le diera la gana. Aquí la mayoría de los padres son sobreprotectores y no consentirían que su niño o su niña trabajara en un oficio de mierda. Muchos tampoco le dejarían que se fuera de casa y alquilara una habitación, que es lo que hace Chris Peterson con 31 años, justo al inicio de la segunda y última temporada. Porque como bien dice Peterson: “Soy demasiado mayor para seguir viviendo con mis padres. Treinta tiene un paso, pero ¿treinta y uno? Parecería un imbécil, el mayor imbécil de toda América”. Los padres de Peterson no solo lo permitieron, sino que incluso contrataron a unos albañiles para que tapiaran su habitación la misma noche que se fue de casa. Algo que hoy me parecería mucho más razonable que lo que pasa en España.