lunes, 30 de enero de 2017

Bichos raros

La vida es divertida porque somos extraños

Hacemos cosas raras, algunas sorprendentes
Hablamos para nada, viajamos por viajar
aprendemos idiomas y hacemos cursos tontos
(alfarería, cábala, lírica medieval
tarot o quiromancia, religiones de Oriente o bailes de salón)
inventamos historias, vestimos a la moda
creamos oenegés, invadimos países
nos hacemos adictos a los chats
a las drogas, al sexo, a la consola
gastamos más en porno que en comer
llevamos en el culo tatuajes
leemos libros raros para hacernos los listos
mejoramos el mundo consumiendo más drogas
nos acicalamos por una hipotética y remota
posibilidad bastante improbable de follar
cultivamos la tierra y rezamos al cielo
estudiamos carreras y levantamos inmensos edificios
enterramos nuestra vida bajo una hipoteca
y, en general, somos los bichos más sorprendentes
de este documental que algunos llaman vida

Y eso sin ser muy rebuscado, que luego están los raros
los que tocan el arpa, los que escalan montañas
los que van a la ópera, los que van al espacio
los que arden a lo bonzo por una causa justa
los que pagan por ver torturar animales
los que se hacen ascetas
los que van a la tele a contar sus miserias
los que se hacen políticos por tener ideales
los que se hacen los cínicos para ser hijoputas
los que amputan su pene o bailan la jota
los que adoran estatuas y se hacen peregrinos
y los que no salen nunca de su mente o su pueblo
de sus ideologías nunca bien digeridas
o de su mal ventilada habitación

Yo también soy extraño, pero no demasiado
Leo, escribo y estudio
estoy con mis amigos
hago el amor
bebo y tomo drogas a veces
amo
si me dejan, opino
trabajo para pagar lo que rompo o necesito
descreo en todo lo divino
e intento conocer la parte del planeta
que puede costearme mi saldo actual

El Universo, mientras, se expande inútilmente



viernes, 13 de enero de 2017

Leyes para niños malos

Estos días, por aquello de celebrar que llevamos seis años sin que se pueda fumar en los bares, me ha llamado la atención escuchar a muchos fumadores decir que estaban contentísimos porque desde que no les dejan fumar en los bares fuman menos, se respira mejor en los locales de ocio y la ropa no huele a perro muerto. No me ha pillado de sorpresa. En estos seis años ya lo he escuchado en más de una ocasión, aunque no deja de indignarme.

Yo no soy fumador y también prefiero, como es obvio, que no se fume en los bares. Pero me pareció y me sigue pareciendo una mala prohibición. Estaba a favor de que se prohibiera el tabaco en aquellos sitios en los que los no fumadores deben estar obligatoriamente: un autobús, una estación de metro, una oficina o incluso un bar en algún lugar en el que no hubiera otras alternativas, pongamos el bar de una estación de autobuses. Sin embargo, me parece un atropello a la libertad que te prohíban poner un lugar de ocio para fumadores, o acotar una zona dentro de tu bar donde puedan estar los fumadores, como contemplaba la ley que anteriormente regulaba estos asuntos. Tampoco me pareció nunca mal que hubiera smoking rooms en los lugares de trabajo.

No entiendo que los fumadores no hayan luchado por sus espacios para fumar. Como no entiendo que, si tanto les gustaban los espacios sin humo, no petaran las zonas sin humos de los bares antes de la prohibición o los bares en los que no se permitía fumar, que ya existían y estaban casi vacíos. Eso es lo que me hubiera parecido genial, que los bares sin humos, en sana competencia, les hubieran quitado la clientela a los bares de fumadores.

A la vista está que me equivocaba. Nuestra sociedad demanda un Estado paternalista que le diga lo que puede o no puede hacer. Y esto, como decía antes, me indigna porque me demuestra lo equivocado que he estado siempre en muchos temas. Como el de la legalización de las drogas, por ejemplo.  Siempre me he posicionado a favor de la legalización de las drogas. De todas y con todas sus consecuencias. Y no solo para acabar con las mafias, que también, sino para respetar que cada uno haga con su vida lo que le parezca. En mi sociedad ideal los adultos tendrían a su alcance toda la información necesaria para conocer las bondades y perjuicios de estos productos y asumirían la responsabilidad en caso de optar por su consumo. Información, formación, madurez, libertad y aceptación de las consecuencias.

Pero las leyes, como los gobiernos, se hacen a la medida de las sociedades. Y en nuestra sociedad infantilizada, cuando uno muere por un cáncer de pulmón tiende a culpar a la tabacalera o al Estado hipócrita que pone multas mientras permite la venta del producto para embolsarse los impuestos. No han sido pocos los fumadores que han demandado a las tabacaleras y que han conseguido que un juez les dé la razón.

Exigimos castigos de parvulario y prohibiciones de papá Estado. Por eso tenemos medidas como el carnet por puntos o multas por no ponernos el cinturón de seguridad. Aunque nos fastidie que a veces nos toque pagar, en el fondo agradecemos que nos sancionen cuando somos niños malos, igual que esos fumadores agradecen a los políticos que les hagan salirse a la puerta del bar a pasar frío para poder echarse un pitillo.

A mí, sin embargo, me sobran leyes por todas partes, pero no sé si mucha gente es capaz de entenderme.

lunes, 2 de enero de 2017

Camino de perfección

Estoy buscando un camino para ser aun mejor conmigo mismo

Aunque lo que me beneficie haga daño a la gente
Así es la vida en los ecosistemas

Y no creas que hablo de algo raro
Si fuéramos los dos subidos en un coche y yo lo condujera
En caso de accidente giraría el volante para evitar el golpe
Si no lo hiciera a tiempo, te mataría a ti para salvar mi vida
Tan solo por instinto, que no te quiero mal
Así son estas cosas

Todo lo malo que he vivido a alguien habrá beneficiado

Por esto es –y no por vanidad ni por creerme más que nadie– por lo que estoy
    /buscando un camino para ser aun mejor conmigo mismo