Un
año más voy a participar en el Festival Voix Vives de Toledo y os quería
invitar a esta gran fiesta de la poesía. En esta ocasión seré el presentador de
algunas escenas. Pero no tenéis que venir por mí, sino por la calidad de los
poetas, músicos y artistas que durante tres días se darán cita en Toledo. He
puesto el programa en mi web para que lo podáis descargar fácilmente:
miércoles, 30 de agosto de 2017
sábado, 10 de junio de 2017
Losers
Hace unos días estaba leyendo Soy
yo, Édichka, de Eduard Limónov, y en algunos pasajes del libro no pude
evitar pensar en los terroristas yihadistas. Supongo que a la mayoría de
vosotros os pasará como a mí: me cuesta entender ese fenómeno. Sobre todo cuando
se trata de yihadistas con nacionalidad europea y con familias integradas en
nuestra sociedad. No me cuesta tanto entender que haya yihadistas en Irak o en
Afganistán. En las zonas de conflicto el ser humano es capaz de cometer las
mayores atrocidades.
Soy yo, Édichka nada tiene
que ver con el yihadismo. Limónov lo escribió a finales de los 70 y en él narra
sus desventuras como emigrante en Nueva York. Se puede leer como una novela, pero,
por lo que se sabe, es en gran medida un libro autobiográfico. Limónov, un
poeta maldito ruso con un conocimiento del inglés bastante deficiente, malvive
a duras penas, como un paria, en la Gran Manzana gracias a trabajos precarios y a
una prestación social que le permite no morirse de hambre. El personaje, que
además se llama igual que el autor, siente un rencor profundo contra el mundo. Odia
Rusia porque allí no le publican sus poemas a pesar de ser un poeta con cierto
reconocimiento. Y Estados Unidos, donde viaja con grandes expectativas, acaba convirtiéndose en una enorme decepción,
un lugar en el que no es capaz de encajar y en el que todo le va a peor: su
carrera literaria, sus opciones laborales y su vida amorosa. Elena, su mujer, su
gran amor, uno de los ejes principales de la trama, lo abandona para irse con
otros hombres con más dinero que él. Si a eso le sumamos su equívoca y
desconcertante orientación sexual, que le lleva a tener varias relaciones
homosexuales con hombres negros (en Francia esta novela se tituló El poeta ruso prefiere a los negros grandes),
tenemos una bomba de relojería, un desclasado, un resentido, un marginado que
haría cualquier cosa para cambiar su vida. En varios momentos del libro
fantasea con la posibilidad de unirse a algún grupo terrorista. En las últimas
páginas podemos leer:
“A lo mejor me uno a un grupo de extremistas armados, igual de
renegados que yo, y muero durante el secuestro de un avión o expropiando un
banco. A lo mejor no lo hago y me voy a algún sitio, con los palestinos, si
sobreviven, o con el coronel Gadafi a Libia o a algún otro sitio a poner la
vida de Édichka al servicio de alguna gente, de algún pueblo.
Soy un tipo que está dispuesto a todo. Intentaré
darles algo. Mi hazaña. Mi muerte absurda.”
Al leer a Limónov pensé que ese sentimiento está ahí, dentro de
nosotros, el deseo de acabar con todo y con todos cuando tu vida es una mierda,
cuando te sientes inferior, humillado, pisoteado. Alguna vez he escuchado a
algún amigo decir que si se suicidara, antes se llevaría a unos pocos por
delante. Morir matando, convirtiendo tu muerte en una venganza. Pero no suele
pasar. Las personas hundidas y desahuciadas acaban en el psiquiátrico o colgadas
de una viga, sin daños a terceros. Normalmente. En los crímenes por violencia
de género suele darse la excepción. Limónov, por cierto, también se plantea en
repetidas ocasiones asesinar a Elena, su exmujer.
He leído mucho en los últimos años sobre los yihadistas europeos. Son
inadaptados, resentidos, perdedores. Losers.
Así llamaba Donald Trump a los terroristas del Manchester Arena hace unos días. Debe
de ser la única vez que he estado de acuerdo con este tipo. Pero no podemos
ignorar que son el síntoma de una enfermedad, de las dificultades de
integración de los hijos o nietos de emigrantes de países islámicos que
llegaron a Francia o a Inglaterra y se conformaron con encontrar su espacio en
los puestos más bajos de la sociedad. Quién sabe si en España, dentro de unos años, se dará un fenómeno similar con los hijos o nietos de los
inmigrantes musulmanes que han llegado a España en los últimos años.
El islam, que es inocuo para los creyentes que no están en esa situación, viene a ser para estos individuos desahuciados el relato necesario para dar sentido a sus delirios, el macabro abracadabra que activa su mecanismo destructor. A unas personas con esa predisposición para vengarse del mundo no debe de ser muy difícil convencerles de que todos sus problemas se los ha causado Occidente. En el islam se rompen las fronteras nacionales porque todos se sienten identificados con la umma, la comunidad de creyentes musulmanes de todo el planeta, que ahora además cuenta con Internet para sentirse unida. Esa es la “patria” a la que les hacen creer que pertenecen. El Corán, interpretado literalmente, acaba siendo la mecha que prende la carga explosiva. En el Corán se habla de la Yihad como la obligación de todo musulmán de luchar contra los infieles y apóstatas, esto es, contra todos los que no somos musulmanes. Y ya sabemos el peligro que tiene interpretar literalmente los libros que se consideran sagrados.
Dice Limónov en su libro: “Ese tipo de tristeza, ya sabéis, que hace que uno agarre una ametralladora y empiece a disparar a la multitud.” Quizá los yihadistas solo sean eso: un puñado de tipos tristes que buscan en el terror una salida a la desesperada. Y ni siquiera necesitan una ametralladora. Les basta con un cuchillo, un coche, un camión. El reto de los países occidentales es descubrir la manera de desactivar su tristeza.
El islam, que es inocuo para los creyentes que no están en esa situación, viene a ser para estos individuos desahuciados el relato necesario para dar sentido a sus delirios, el macabro abracadabra que activa su mecanismo destructor. A unas personas con esa predisposición para vengarse del mundo no debe de ser muy difícil convencerles de que todos sus problemas se los ha causado Occidente. En el islam se rompen las fronteras nacionales porque todos se sienten identificados con la umma, la comunidad de creyentes musulmanes de todo el planeta, que ahora además cuenta con Internet para sentirse unida. Esa es la “patria” a la que les hacen creer que pertenecen. El Corán, interpretado literalmente, acaba siendo la mecha que prende la carga explosiva. En el Corán se habla de la Yihad como la obligación de todo musulmán de luchar contra los infieles y apóstatas, esto es, contra todos los que no somos musulmanes. Y ya sabemos el peligro que tiene interpretar literalmente los libros que se consideran sagrados.
Dice Limónov en su libro: “Ese tipo de tristeza, ya sabéis, que hace que uno agarre una ametralladora y empiece a disparar a la multitud.” Quizá los yihadistas solo sean eso: un puñado de tipos tristes que buscan en el terror una salida a la desesperada. Y ni siquiera necesitan una ametralladora. Les basta con un cuchillo, un coche, un camión. El reto de los países occidentales es descubrir la manera de desactivar su tristeza.
martes, 16 de mayo de 2017
Presentación de 'El falso llano', de Óscar Aguado, en Toledo
Este jueves también acompañaré a Óscar Aguado en la presentación que hará en Toledo de El falso llano.
lunes, 8 de mayo de 2017
Presentación en Madrid de 'El falso llano', de Óscar Aguado
Este jueves estaré en el Aleatorio de Madrid presentando El falso llano con Carlos Ávila y Óscar Aguado, su autor. Óscar Aguado me concedió el honor de escribir el prólogo de
su poemario y será todo un placer acompañarle en esta presentación. El
Aleatorio está en Malasaña, en la calle Ruiz, número 7. El acto será a las 21
horas.
sábado, 1 de abril de 2017
En la picota
A
mí me da miedo la Audiencia Nacional, lo que pueda hacer con ciertas leyes que
a unos jueces les permiten decidir, de forma subjetiva y parcial, y con un
sesgo ideológico marcado, qué es o no “enaltecimiento del terrorismo”. Pero más
miedo que la Audiencia Nacional me dan todas esas personas que aplauden y jalean
que condenen a alguien por un puñado de chistes de humor negro.
He
leído comentarios en Internet de gente que se alegra de la condena de Cassandra
Vera porque sus chistes no les parecen graciosos, porque el humor negro no les
gusta, porque la consideran moralmente despreciable por ciertos tuits en los
que deseaba la muerte a alguien. También he visto a algunos que se referían a ella en
masculino para burlarse de su condición de trans o a otros que directamente la insultaban. Esta chica no solo ha sido
condenada a un año de prisión y siete de inhabilitación, sino también a la
humillación en la picota de la opinión pública.
En
otros tiempos, las ejecuciones, los tormentos y las humillaciones públicas se
llevaban a cabo en mitad de las plazas –con picotas de verdad, sambenitos y
autos de fe– para disfrute de gran parte de la plebe, que insultaba, escupía y
arrojaba inmundicias a los condenados para participar de la fiesta de la
justicia. Hoy estas humillaciones públicas tienen lugar en las redes sociales y
los medios de comunicación. Basta con echar un rápido vistazo a los comentarios
de las noticias en los periódicos digitales para saber de lo que estoy
hablando. El único avance significativo de estos tiempos es que en Internet no se
puede escupir ni arrojar inmundicias, como no sea metafóricamente.
En
el caso de Cassandra Vera han dado mucho que hablar unos tuits que se le
atribuyen en los que se burlaba del accidente de moto que tuvo Cristina
Cifuentes en 2013. Si son suyos, no deberíamos olvidar que se trata de bromas
–de dudoso gusto, por supuesto– de una chica que, por entonces, ni siquiera
tenía dieciocho años. Seguro que muy pocos de nosotros soportaríamos un
escrutinio meticuloso de todo lo que hemos dicho y opinado a lo largo de
nuestras vidas, y mucho menos si pudiéramos rescatar los disparates que
probablemente dijimos en nuestra adolescencia, ese periodo de la vida sin
grises ni tonos intermedios. Si tuviéramos que condenar a todas aquellas
personas que en algún momento han deseado la muerte de alguien o que se han
reído de alguna desgracia ajena, en España casi no quedaría nadie fuera de las
cárceles. Para empezar habría que meter en ellas a algunos de los que hoy están
celebrando la condena de Cassandra Vera, que es lo mismo que celebrar que en
España haya desaparecido la libertad de expresión.
No
sé cuántos miles o millones de personas jalean hoy las sentencias represoras de
la Audiencia Nacional, pero tengo la sensación de que no es una parte
desdeñable de nuestra sociedad. Y eso es lo que me aterra. En democracia, los
políticos solo se atreven a legislar despropósitos como la bien llamada Ley Mordaza
cuando saben que cuentan con un gran respaldo de su electorado. Y nuestra
sociedad parece estar olvidando que la defensa de la libertad
de expresión debe ser firme y sin fisuras, sin peros, sin disensiones. Incluso
para defender la libertad de expresarse de gente como los de Hazte Oír. Otra
cosa muy distinta es que piense que esas asociaciones deberían perder todo tipo de
subvenciones públicas o exenciones fiscales por difundir mensajes de odio y
rechazo hacia ciertos colectivos. Tampoco me parecería bien, obviamente, que
ningún organismo público patrocinara el Twitter de Cassandra Vera.
Si
en las redes sociales hay personas que te desagradan porque no te gusta el
humor negro, porque te parece que sus chistes no tienen ni puta gracia o porque
piensas que son repugnantes, no hace falta que las metas en la cárcel
para que desaparezcan de tu vida. Es tan fácil como hacer clic y dejar de
seguirlas. La libertad para expresarse siempre debe ir acompañada de la libertad
para taparse los oídos o dejar de leer. Y esa de momento nadie nos la ha
arrebatado.
miércoles, 8 de marzo de 2017
Cuentos con moraleja: Los esclavos y la libertad
Un hombre que era dueño de
varios esclavos los mandó llamar y les dijo:
–He decidido concederos la libertad.
Los esclavos encajaron mal
la noticia y el hombre no entendió sus caras de disgusto. Uno de los esclavos
habló en nombre de todos:
–Es que así no puede ser. La libertad la
tenemos que conseguir nosotros. Si tú nos obligas a ser libres, ya no somos
libres de elegirla.
–Bien, de acuerdo, lo entiendo. Decidme entonces
si queréis que os dé la libertad o no. Pedídmela vosotros y os la concederé.
El enfado de los esclavos
fue en aumento:
–¡Pero
no nos puedes dar órdenes!
–¡Así nunca podremos ser libres!
–¡Somos
nosotros los que debemos decidir cuándo y de qué manera!
Ni los esclavos ni su amo fueron capaces de
solucionar aquel malentendido y el conflicto terminó en una guerra larguísima,
una guerra en la que los contendientes llegaron a olvidar la razón por la seguían luchando.
Siempre
que pienso en los problemas que nuestra sociedad tiene para llegar a la
emancipación femenina o a la liberación total de la mujer, me acuerdo de esta
historia, y hoy me ha parecido un buen día para contarla. Para un hombre, opinar sobre este tema es terreno resbaladizo y
peligroso. Esa es la razón por la que no suelo atreverme. No quiero parecer
como esos hombres que se declaran abiertamente feministas y de forma condescendiente
y paternalista les conceden a las mujeres, al menos de boquilla, el derecho a ser
iguales. La condescendencia y el paternalismo implican siempre un podio más
elevado, y no me parece un buen punto de partida para llegar a la igualdad que
uno de los bandos se sitúe en un plano superior.
Por
eso estoy convencido de que deben ser las mujeres, de que debéis ser vosotras
las que tenéis que poneros a la altura de los hombres, a nuestra altura, y
ocupar el espacio que os corresponde sin necesidad de esperar a que os demos
ningún tipo de autorización. Nosotros no podemos concederos lo que solo vosotras, por
vosotras mismas, podéis conseguir.
Después
de al menos cien años de lucha, es bastante desolador ver que en los países
occidentales –de los otros mejor no hablamos– las mujeres aún no se han
liberado de las obligaciones que la sociedad heteropatriarcal les ha impuesto.
Vivimos en un mundo en el que un puñado de feministas gritan mucho en las
barricadas mientras son legión las que, en mayor o menor medida, se siguen
resignando a cargar con esas imposiciones. Quizá todo se acabe el día en el que
todas, o al menos la mayoría, lo tengan claro. Ese día poco importará lo que
pensemos los hombres.
Y
aquí lo dejo, que seguro que a estas alturas, como el amo de los esclavos, ya he metido la pata
en algún punto y hay por ahí alguna feminista que se está cabreando mientras
lee estas líneas. Hoy, para variar, no es mi intención meterme en ningún lío, y
menos con las feministas, que de alguna forma me imponen mucho respeto. Tenía
este cuento en la cabeza y no he podido evitar contarlo.
miércoles, 22 de febrero de 2017
miércoles, 15 de febrero de 2017
Poetas del Tajo Muerto en La Esquina del Zorro
Este viernes, a las 20 horas, participaré en el ciclo Poétikas junto a otros poetas toledanos. Este ciclo de poesía está coordinado por Gsús Bonilla y tiene lugar en La Esquina del Zorro, una de las librerías de Madrid que más se preocupa por la poesía. Está en la calle del Olivar, 34, metro Nueva Numancia.
lunes, 13 de febrero de 2017
Asedio
Durante
años no les abrí mi corazón
No
dejé entrar a nadie y resistí el asedio
Ni
siquiera los amigos traspasaron mis muros
Aunque
me llamaran insensible tantas veces
Cedí
por fin un día
Y
aún no sé por qué
Les
dejé entrar
Saquearon
mi casa
Me
desnudaron
Y
me apalearon
Exhibieron
mis vergüenzas
Violaron
mis secretos
Lo
arrasaron todo y se fueron
jueves, 9 de febrero de 2017
Trainspotting
En
1996, cuando se estrenó Trainspotting,
los yonquis de la vida real no eran nuestros personajes favoritos. En aquellos
años se estaban convirtiendo en una especie en vías de extinción, aunque aún te los tropezabas de vez en cuando por las calles de Madrid. Si estaban de buenas,
podías tranquilizarlos fácilmente con alguna excusa o dándoles veinte durillos.
Si el mono era galopante y te amenazaban con una jeringa sidosa, los encuentros
no solían ser tan agradables. Pero el caballo empezaba a estar pasado de moda y
se imponían otras drogas, como las anfetas, los equis, los tripis y la cocaína,
que era ya entonces la reina de la fiesta.
Por
ese desajuste entre la realidad y la ficción, resulta muy curioso que Trainspotting, que cuenta las aventuras
y desventuras de un puñado de yonquis con aficiones despreciables, se
convirtiera en un fenómeno generacional. Porque atrapó no solo al público que
consumía drogas y transitaba por el lado más salvaje de la vida, sino a un
amplio abanico de espectadores entre los que estaban muchos que no se habían
fumado un porro en su vida.
Para
mí la clave del éxito de Trainspotting
se encuentra en las primeras frases de la película, en voz en off y al ritmo del “Lust for life” de
Iggy Pop: "Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una
familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches,
equipos de compact disc y abrelatas
eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar
hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa
deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una
amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los
domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que
embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida
basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo
miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has
engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué
iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa.
¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”
Esta es la idea sobre la que se construye toda la película. En la vida solo hay
dos opciones: aceptar las reglas del juego de los mayores (buscar trabajo,
conseguir dinero, ligar, tener una familia…) o negarte a pasar por el aro. La
heroína, en ese caso, viene a ser, metafóricamente, la manera de decir no a
todo eso. De una forma tajante, demencial y suicida. De una forma poética.
La
novela de Irvine Welsh es excepcional, pero creo que no pasa de ser el retrato
de una parte de la juventud de Edimburgo en los años ochenta. Supongo que los
escoceses, o acaso los británicos, que vivieron aquellos años también se verán
muy identificados en el libro. Pero Danny Boyle con su película hizo que la
historia trascendiera y fuera más allá de una época y un lugar. Y sin
traicionar en ningún momento el espíritu del libro, su realismo crudo y su
humor grueso, en ocasiones brutal y escatológico. O el interés por la música,
que en la película se plasmó en una banda sonora memorable. También se
respetaron muchos temas secundarios que pueden aún hoy captar el interés de los
jóvenes: las amistades peligrosas, la importancia de la lealtad, las
dificultades para conseguir relaciones sexuales…
Muchos de los que éramos
jóvenes hace veinte años estamos esperando con gran expectación la segunda
parte de la película, y no solo por nostalgia. Los protagonistas de la película
vuelven con veinte años más, los mismos que han pasado para nosotros, y
queremos saber qué fue de ellos. Queremos saber lo que eligieron Renton, Sick
Boy y Spud, y en qué clase de basura se ha convertido Begbie. Porque necesitamos
ver si han envejecido peor que nosotros. Porque de alguna forma queremos compararnos con
ellos. Porque puede que muchos de nosotros aún no estemos seguros de haber elegido la
opción correcta.
miércoles, 1 de febrero de 2017
lunes, 30 de enero de 2017
Bichos raros
La vida es divertida
porque somos extraños
Hacemos cosas raras,
algunas sorprendentes
Hablamos para nada,
viajamos por viajar
aprendemos idiomas y
hacemos cursos tontos
(alfarería, cábala,
lírica medieval
tarot o quiromancia,
religiones de Oriente o bailes de salón)
inventamos historias,
vestimos a la moda
creamos oenegés,
invadimos países
nos hacemos adictos a los
chats
a las drogas, al sexo, a
la consola
gastamos más en porno que
en comer
llevamos en el culo
tatuajes
leemos libros raros para
hacernos los listos
mejoramos el mundo
consumiendo más drogas
nos acicalamos por una
hipotética y remota
posibilidad bastante
improbable de follar
cultivamos la tierra y
rezamos al cielo
estudiamos carreras y
levantamos inmensos edificios
enterramos nuestra vida
bajo una hipoteca
y, en general, somos los
bichos más sorprendentes
de este documental que
algunos llaman vida
Y eso sin ser muy
rebuscado, que luego están los raros
los que tocan el arpa,
los que escalan montañas
los que van a la ópera,
los que van al espacio
los que arden a lo bonzo
por una causa justa
los que pagan por ver
torturar animales
los que se hacen ascetas
los que van a la tele a
contar sus miserias
los que se hacen
políticos por tener ideales
los que se hacen los
cínicos para ser hijoputas
los que amputan su pene o
bailan la jota
los que adoran estatuas y
se hacen peregrinos
y los que no salen nunca
de su mente o su pueblo
de sus ideologías nunca
bien digeridas
o de su mal ventilada
habitación
Yo también soy extraño,
pero no demasiado
Leo, escribo y estudio
estoy con mis amigos
hago el amor
bebo y tomo drogas a
veces
amo
si me dejan, opino
trabajo para pagar lo que
rompo o necesito
descreo en todo lo divino
e intento conocer la
parte del planeta
que puede costearme mi
saldo actual
El Universo, mientras, se expande inútilmente
viernes, 13 de enero de 2017
Leyes para niños malos
Estos días, por aquello de celebrar que
llevamos seis años sin que se pueda fumar en los bares, me ha llamado la
atención escuchar a muchos fumadores decir que estaban contentísimos porque
desde que no les dejan fumar en los bares fuman menos, se respira mejor en los
locales de ocio y la ropa no huele a perro muerto. No me ha pillado de
sorpresa. En estos seis años ya lo he escuchado en más de una ocasión, aunque
no deja de indignarme.
Yo no soy fumador y también prefiero, como es
obvio, que no se fume en los bares. Pero me pareció y me sigue pareciendo una
mala prohibición. Estaba a favor de que se prohibiera el tabaco en aquellos
sitios en los que los no fumadores deben estar obligatoriamente: un autobús,
una estación de metro, una oficina o incluso un bar en algún lugar en el que no
hubiera otras alternativas, pongamos el bar de una estación de autobuses. Sin
embargo, me parece un atropello a la libertad que te prohíban poner un lugar de
ocio para fumadores, o acotar una zona dentro de tu bar donde puedan estar los
fumadores, como contemplaba la ley que anteriormente regulaba estos asuntos.
Tampoco me pareció nunca mal que hubiera smoking
rooms en los lugares de trabajo.
No entiendo que los fumadores no hayan luchado
por sus espacios para fumar. Como no entiendo que, si tanto les gustaban los
espacios sin humo, no petaran las zonas sin humos de los bares antes de la
prohibición o los bares en los que no se permitía fumar, que ya existían y
estaban casi vacíos. Eso es lo que me hubiera parecido genial, que los bares
sin humos, en sana competencia, les hubieran quitado la clientela a los bares
de fumadores.
A la vista está que me equivocaba.
Nuestra sociedad demanda un Estado paternalista que le diga lo que puede o no
puede hacer. Y esto, como decía antes, me indigna porque me demuestra lo
equivocado que he estado siempre en muchos temas. Como el de la legalización de
las drogas, por ejemplo. Siempre me he
posicionado a favor de la legalización de las drogas. De todas y con todas sus
consecuencias. Y no solo para acabar con las mafias, que también, sino para
respetar que cada uno haga con su vida lo que le parezca. En mi sociedad ideal
los adultos tendrían a su alcance toda la información necesaria para conocer
las bondades y perjuicios de estos productos y asumirían la responsabilidad en
caso de optar por su consumo. Información, formación, madurez, libertad y
aceptación de las consecuencias.
Pero las leyes, como los gobiernos, se hacen
a la medida de las sociedades. Y en nuestra sociedad infantilizada, cuando uno
muere por un cáncer de pulmón tiende a culpar a la tabacalera o al Estado
hipócrita que pone multas mientras permite la venta del producto para embolsarse
los impuestos. No han sido pocos los fumadores que han demandado a las
tabacaleras y que han conseguido que un juez les dé la razón.
Exigimos castigos de parvulario y
prohibiciones de papá Estado. Por eso tenemos medidas como el carnet por puntos
o multas por no ponernos el cinturón de seguridad. Aunque nos fastidie que a
veces nos toque pagar, en el fondo agradecemos que nos sancionen cuando somos
niños malos, igual que esos fumadores agradecen a los políticos que les hagan
salirse a la puerta del bar a pasar frío para poder echarse un pitillo.
A mí, sin embargo, me sobran leyes por todas
partes, pero no sé si mucha gente es capaz de entenderme.
lunes, 2 de enero de 2017
Camino de perfección
Estoy
buscando un camino para ser aun mejor conmigo mismo
Aunque
lo que me beneficie haga daño a la gente
Así
es la vida en los ecosistemas
Y
no creas que hablo de algo raro
Si
fuéramos los dos subidos en un coche y yo lo condujera
En
caso de accidente giraría el volante para evitar el golpe
Si
no lo hiciera a tiempo, te mataría a ti para salvar mi vida
Tan
solo por instinto, que no te quiero mal
Así
son estas cosas
Todo
lo malo que he vivido a alguien habrá beneficiado
Por esto es –y no por vanidad ni por creerme más que nadie– por lo que estoy
Por esto es –y no por vanidad ni por creerme más que nadie– por lo que estoy
/buscando un camino para ser
aun mejor conmigo mismo
De Intimátum
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