domingo, 3 de abril de 2016

Entretenimientos patrióticos

Hace tiempo un buen amigo al que el fútbol le resbala tanto como a mí me dijo que era una pena que no nos gustara este deporte. Y me hizo ver que los forofos del fútbol eran afortunados porque tenían un montón de entretenimientos a su disposición, especialmente los fines de semana: partidos de fútbol, tertulias radiofónicas, programas de televisión, la mitad de los telediarios, periódicos deportivos, quinielas, apuestas… Hasta ese momento no me había parado a pensar en la cantidad de pasatiempos que orbitaban alrededor del fútbol. Además, el fútbol servía para integrarse socialmente, para participar del entusiasmo o del cabreo colectivo en campos de fútbol o bares, y para tener de qué hablar con un montón de gente con la que nunca sabes qué decir: compañeros de trabajo, vecinos, parroquianos de tu mismo bar… También para tener algo que decir en las redes sociales. Pensaba este amigo mío que debía de ser muy divertido ser fanático de un equipo para compadrear con los afines y picar a los rivales. Por eso a veces intentaba ser madridista. Y a su manera lo era, pero sin pasión, sin entusiasmo, sin convicción. Bien sabía él que no era un madridista de verdad. Porque veía a su padre, que se subía por las paredes viendo los partidos, que le daba gritos a la tele, que se deprimía si perdía una vez más la liga, y comprendía que su indiferencia ante la derrota poco tenía que ver con un sentimiento futbolero auténtico. Y desde luego no era por culpa de su padre, que desde niño se preocupó por que viviera la pasión merengue y no dejó de hacer todo lo que un padre preocupado de la educación de su hijo hace en esos casos: le compró una equipación de futbolista madridista, lo llevó a ver partidos al campo de fútbol, consiguió que asistiera a algún entrenamiento y en una ocasión llegó a hacerle una foto con el mítico Juanito. Pero ni por esas.

A veces a mí me pasa como a mi amigo y tengo la sensación de estar perdiéndome algo en este país tan lleno de entretenimientos que a mí me dejan indiferente, o que directamente me la pelan. Y no solo pienso en el fútbol, en el ciclismo, en las motos o en todos esos deportes que apasionan a los españoles. Estoy pensando, por ejemplo, en la gente que vive las procesiones de Semana Santa con una pasión que no se corresponde en absoluto con su falta de devoción. O en los que corren a Benidorm a pelearse por un metro cuadrado de arena en cuanto hay un puente o llegan las ansiadas vacaciones. O en esos que todos los inviernos pierden el culo por ir a una estación de esquí. O en los que viven con un entusiasmo tan patriótico como descerebrado la tortura taurina o las fiestas patronales en las que se maltratan animales. O en los que se dan de hostias por comprar las entradas para el próximo concierto de Pablo Alborán. O en los que hacen cola en la taquilla del cine para ver el estreno de la nueva entrega de Torrente o de los ocho apellidos vascos, catalanes o extremeños. O en los que se saben de memoria los nombres y apellidos de todos esos seres raros que protagonizan los programas de Telecinco. O en todos los que se pasan todo el año esperando esas fiestas a las que nunca he ido y a las que pienso que jamás iré: la Fallas, los Sanfermines, el Rocío... O en esa gente extraña que asiste al desfile de las fuerzas armadas en el Día de la Hispanidad, quizá para recordar que fue mediante el fuego y la violencia como se extendió la hispanidad por el mundo.

A veces me pregunto si mi amor por la siesta es razón suficiente para sentirme plenamente español. Porque la verdad es que me siento ajeno a casi todo lo que emociona a la mayoría de los españoles. Siempre aparezco en la barra pequeña del gráfico de las estadísticas. En las encuestas marco normalmente la opción de “Otros”. Casi nada de lo que me interesa sale en el telediario. No conozco a los artistas que aparecen en las listas de éxitos de Spotify ni a ninguno de los que recibieron un Grammy el año pasado. Y soy más de salir los jueves que los días festivos, y de viajar a las ciudades cuando los que viven en ellas las desalojan para ir a las playas.

Pero al contrario que a mi amigo, a mí no me importa. Me gusta vivir en un país que siempre miro con los ojos del recién llegado, en ocasiones incluso con la ingenua mirada del extraterrestre. Confieso que experimento cierto placer viviendo a contrapelo, caminando siempre en la dirección que se supone incorrecta, como Richard Ashcroft en el vídeo de “Better sweet simphony”, aunque yo siempre esquivo a los que vienen de frente y les dejo pasar, puede que para que no sean ellos los que me arrollen a mí. Y entretenimientos no me faltan. De hecho, mi principal entretenimiento yo diría que es España.


5 comentarios:

Miguel Ángel dijo...

Ya somo dos, yo me siento igual. Mi única afición 100% española es la siesta.

Amilcar Barça dijo...

Ahora no me siento un bicho raro. Ya semos al menos tres.

Félix Chacón dijo...

Gracias a Internet los frikis nos sentimos menos solos :-)

Paloma! dijo...

Somos cuatro, aunque yo soy de Argentina.

Orion dijo...

Pues casi somos dos almas gemelas. Y digo casi porque coincido contigo en todo menos en la siesta: me pone de mala leche y me produce acidez de estómago ;)