jueves, 22 de diciembre de 2016

Spam

El mundo de las etimologías es tan fascinante como desconcertante. Hace unos días descubrí que la palabra spam se le ocurrió a alguien a principios de los años 90 estableciendo una analogía entre los correos basura que inundaban los buzones de los e-mails y un sketch de los Monty Python del año 1970. En aquel sketch los protagonistas preguntaban a la camarera de un bar qué podían pedir para comer y ella les recitaba una carta en la que todos los platos tenían, entro otros ingredientes, y en mayor o menor medida, “spam”. En Inglaterra llamaban así a un tipo de carne de cerdo que se vendía enlatada. La palabra “spam” se formó de la contracción de las palabras “Spiced Ham”, jamón especiado, que era lo que se podía leer en las latas. El que aplicó por primera vez el término al correo basura advirtió que en cada remesa de nuevos mensajes era inevitable toparse con toda esa publicidad no deseada de la misma manera que era imposible evitar el “spam” en cada uno de los platos del sketch de los Monty Python. Así de disparatado y casual puede ser esto de los neologismos: un rótulo en una lata, una abreviatura de ese rótulo, una asociación metafórica entre algo molesto y el jamón de un sketch de la televisión, y ya tenemos un término nuevo para referirnos a una nueva realidad.

Siempre me han llamado la atención todas las etimologías sorprendentes y cogidas por los pelos. Otra de mis favoritas es la de “bigote”, que, aunque no está totalmente demostrada, aparece en todos los diccionarios etimológicos como probable. El origen sería la expresión alemana “bei Gott”, o “bî God”, que significa “por Dios”, y que probablemente decían constantemente los germanos en la Edad Media. Alguna vez leí que los castellanos de la Edad Media, que nunca llevaron bigote, empezaron a llamar así a ciertos mercenarios extranjeros que participaron en la conquista del reino de Granada a finales del siglo XV, unos hombres extraños que debían de lucir unos mostachos considerables. Los etimólogos dicen que estos hombres bigotudos fueron probablemente normandos. Los normandos hablaban una lengua romance, pero pudieron aprender esta expresión de su trato con los ingleses. Sea como fuera, el caso es que la expresión “bei Gott” o “bî God” sirvió para motejar a unos hombres con mostacho, y fue el mismo mostacho, por metonimia, el que acabó apropiándose del término. De esa forma, la palabra de origen griego “mostacho”, que es el que suele prevalecer en el resto de lenguas romances, fue sustituida en la nuestra por un insólito neologismo del siglo XV.

El azar que determina en una lengua que un significado se relacione caprichosamente con un significante lo explican los semiólogos diciendo que los signos lingüísticos son convencionales y arbitrarios. Que sean convencionales significa que todos los hablantes aceptamos la relación entre significante y significado por más absurda que esta sea, y eso es una suerte, porque de no ser así estaríamos abocados a la incomunicación. Pero que la relación entre los significados y los significantes sea arbitraria, casual, inmotivada, inexplicable, y en ocasiones desconcertante o demencial, es lo que da mucho que pensar, y más cuando nuestro pensamiento se desarrolla gracias a los mismos significantes lingüísticos que nos llevan a considerar que este código de sonidos y garabatos con que nos comunicamos es algo totalmente disparatado.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Nightclubbing (paseo por la ciudad perdida)

He recorrido el centro mirando escaparates
y me he quedado un rato viendo las novedades
de discos, libros, juegos y películas
He cogido todo lo que he querido y no he pagado

Luego he leído la prensa en titulares
y he estado charlando con extraños
No hemos dicho nada constructivo
pero quita el estrés insultar a los famosos
o maquinar conjuras mundiales
Los planes de las noches de parranda
nunca aguantan la luz de la mañana

A la hora de siempre me he largado
en busca de emociones más salvajes

En mi ruta me encuentro
con locos y embusteros
falsos predicadores
ludópatas, obsesos
prostitutas, salidas
cerdos acomplejados
tahúres, traficantes
proxenetas, zoofílicos
esclavos, desquiciadas
chaperos y ladrones

Este es el territorio de los parias
Aquí vale lo mismo un genio que un cretino
Aquí no hay apellidos ni prosapia
Sólo un password o una clave de acceso restringido
Me fijo en los tarados y observo cómo crucifican
a algún hombre juicioso perdido en estos pagos

Busco a los terroristas y escucho sus monsergas
Siempre me divirtieron esos iluminados
crueles, que se piensan que una revelación
mesiánica y torcida les da derecho a todo

Yo también participo en las injurias
Digo mil necedades y me despacho a gusto
con todos esos tristes que intentan rebatirme

Después toca satisfacer los bajos apetitos

Voy hacia las callejas y busco en los lugares
más perdidos de la ciudad perdida
Al fin encuentro un club de mala muerte
donde aguardan esos desconocidos
que a mí me desconocen cada noche

Somos seres vacíos que buscan el contacto
de otros seres vacíos para sentir la vida
Por eso visitamos los antros depravados
los clubs de mala fama, los guetos pervertidos

Somos seres sin cuerpo, sólo almas que se buscan
No puede haber amores más platónicos
ni seres más etéreos ni más puros

La ciudad perdida tiene llenos los muros
de graffitis que demuestran que existimos
Las palabras e ideas son de todos
−aquí no hay copyrights, derechos ni patentes−
y antes de cerrar sesión puedo escribir
Soy un electroduende y nadie me comprende


domingo, 4 de diciembre de 2016

Diálogo de besugos

Y fue entonces cuando la política se volvió un diálogo de besugos. A escala planetaria. Todo era siempre así en aquellos días. Desde la Gran Recesión nada era local, ni siquiera el terrorismo, que los yihadistas habían extendido por todo el planeta como si se tratara de una franquicia del mal. Antes de aquel colapso bursátil, el mundo era como una bomba con la mecha puesta en las entidades financieras de Estados Unidos. La burbuja inmobiliaria explotó, los recortes no tardaron en llegar y la gente ocupó las calles de medio mundo. Y en todas partes pasaba lo mismo: se culpaba a los políticos locales, que en el mejor de los casos no pasaban de esbirros o lacayos del sistema. Puede que ahí empezaran a darse cuenta los políticos de la grave miopía que padecían los ciudadanos. Las deficiencias de la ciudadanía siempre han servido de orientación a los jefes de prensa de los políticos. Y saltaba a la vista que aparte de la miopía, la ciudadanía padecía una grave sordera y, aun en los casos en los que se enteraba de algo, tenía dificultades para comprender bien los mensajes. Todo eso, sin duda, fue lo que animó a unos y a otros a establecer un diálogo inconexo y absurdo, inútil pero entretenido, que es lo que se pretende en el mundo del show business. Los ciudadanos, ya convertidos en meros espectadores, valoraron mucho aquel galimatías disparatado y ridículo que servía de guion a los telediarios.

Así, mientras unos hablaban de derechos humanos, de justicia social, de rescate ciudadano y de otras utopías, los otros empezaron a hablar de banderas, de patrias y naciones, de fronteras y purgas selectivas. El público jaleaba a unos y a otros dependiendo de cómo le fuera en la feria o de qué ecos o retazos de frases le llegaran a través de los medios de comunicación, que contribuían al caos saturando a los espectadores con un caudal informativo imposible de asimilar. Unos proponían patear el culo a las grandes fortunas y a las poderosas multinacionales. Otros hablaban de poner muros enormes en sus naciones para joder vivos a los que se quedaran fuera. Pero ni unos ni otros sabían cómo se le ponía el cascabel al gato ni puñetera falta que les hacía. Unos y otros llamaban a sus rivales populistas sin que nadie tuviera muy claro lo que significaba. Lo importante era ganar aquel debate de besugos, y en los debates lo importante no es tener la razón, sino parecer que la tienes. Y más si se trata de un debate de besugos, en el que lo de menos es el peso de los argumentos. En los diálogos de besugos lo importante es hacer disfrutar a los espectadores. Y eso, normalmente, lo consigue el más idiota de los interlocutores. Así que no os será difícil imaginar cómo terminó todo aquello.

domingo, 30 de octubre de 2016

Ego sum

Acaso no soy quien pensáis
Ni quien veis ni quien queréis ni quien esperáis
Ni el que dice que no es quien es
Acaso no soy más que el reptil que continuamente cambia de piel y se renueva
        /por fuera, pero no por dentro
O soy, por el contrario, un dios que se ha encarnado en ser humano (por esos
        /caprichos tontos de la mitología)
O soy tu hermano o tu asesino o soy lo que me digas o justo lo contrario
Lo mismo no soy más que un montón de células y de átomos
O un colador de ideas que caen en ningún sitio
Acaso no soy nada
O soy el absoluto
Lo más sublime o lo más abyecto
De cualquier forma, no creo ser peor que tú


lunes, 24 de octubre de 2016

Dos relatos de 'Segundas personas'

En mi web podéis descargaros dos de los doce relatos que integran Segundas personas:



El libro está publicado en la colección Nueva Biblioteca de la editorial Lengua de Trapo y podéis conseguirlo en vuestras librerías favoritas.





jueves, 13 de octubre de 2016

'Segundas personas' en la Casa del Libro de Madrid

Mañana estaré en el Club de Lectura de la Casa del Libro de Madrid para hablar de Segundas personas. Me acompañará Fernando Varela, el editor de Lengua de Trapo.

Intentaré responder a todas las preguntas que me planteen los lectores y contaré algunas curiosidades sobre la gestación, larga y compleja, del libro.

Espero que os animéis a venir.

14 de octubre, viernes
19 horas
En la Casa del Libro de la calle Maestro Victoria, nº 3
Metro Sol
Madrid






martes, 20 de septiembre de 2016

El nombre exacto

Para poder evitar desde el principio
los malos entendidos y las dobles lecturas

para dar forma al humo de mis sesos

para saber contar que el mundo está en peligro
        y que su mecanismo se pudre sin remedio
        desde que el hombre es hombre y vive en su corteza

para reconocer a quien me quiere mal
al que me va a hacer daño

para diferenciar al hijoputa del tonto o el tarado

para saber definir la condición de algo
saber si huele mal, si sabe raro
si no se entiende o está áspero

para poder explicarle a Dios que los sustantivos
siempre deberían referirse a algo

inteligencia, dame de las cosas
el nombre exacto



jueves, 15 de septiembre de 2016

El miedo

Aquella tarde, como cada día, llegué a la iglesia media hora antes de la misa. Me sorprendió que la puerta estuviera aún cerrada. El cura solía venir siempre a esa hora. Llegábamos un poco antes porque había que comprobar que todo estuviera a punto. El cura se encargaba del altar y yo cambiaba las lamparitas de cera que encendían los devotos a cambio de unas pesetas. Así, mientras yo deambulaba por la iglesia con la caja de las velas, él se afanaba en comprobar que las vinajeras tuvieran agua y vino, que el cáliz se encontrara en el sagrario provisto de las hostias necesarias y que el nuevo testamento estuviera a punto para la lectura del día. Luego entrábamos en la sacristía y se ataviaba con la vestimenta litúrgica, que estaba compuesta de varias prendas de las que nunca llegué a aprender el nombre, y que cambiaban de color –blanco, verde, morado, rojo…- en algunas fechas señaladas del calendario eclesiástico.

Las misas de entresemana no las celebrábamos en la iglesia principal, sino en la ermita del Santo Cristo de Santa Ana, el patrón de mi pueblo. Está en una plazoleta en la que poco podía hacer para entretenerme, así que me senté a esperar. Cuando empecé a preocuparme por la tardanza del cura, apareció su padre. A veces era él quien venía a abrir y no me extrañó demasiado. Probablemente algún contratiempo tenía entretenido al cura en alguna parte.

Entré en la iglesia detrás del padre del cura y, como con él no tenía confianza y era tímido con los desconocidos, me senté a esperar en uno de los bancos laterales que estaban junto al altar.

La tarde iba llegando a su fin y solo una luz apagada que entraba por las ventanas iluminaba de forma tenue el templo. Me llamó la atención que el hombre -que primero entró en la sacristía y luego subió al campanario para regresar de nuevo a la sacristía- no encendiera las luces. No sé si en aquel rato estuve observándolo o me puse a rezar algo para entretenerme, que en aquel momento, pocos meses después de haber hecho la comunión, mi devoción era profunda y sincera. Sí recuerdo el momento en que lo vi salir de la sacristía y dirigirse con paso decidido hacia la puerta principal. Las palabras no encontraron el camino o fue mi timidez la que me ahogó el grito que pudiera alertarle de mi presencia. Todo fue muy rápido. Alcanzó la puerta del vestíbulo y un instante más tardé escuché el portazo inequívoco que vino a certificar que la puerta de la calle se había cerrado. Y allí me quedé, convertido en estatua de sal, al fondo de una de las naves laterales, sentado en un banco entre las tinieblas.

Debía de ser otoño. Los días cada vez eran más cortos. La luz cenital que entraba a través de las vidrieras apenas iluminaba las formas y los objetos. Sin apenas atreverme a respirar por miedo a despertar a las sombras, valoré incrédulo la situación en la que me encontraba. La ermita del Cristo de Santa Ana está llena de tallas de santos, cristos y vírgenes que desfilan en procesión en cada Semana Santa con el castizo nombre de “procesión de los santos en rilera”. Y solo pude pensar en aquella historia terrorífica que me habían contado en infinidad de ocasiones. Los “santos en rilera” por las noches se bajaban de sus poyetes y peanas y recorrían el templo en una siniestra procesión que se prolongaba hasta el amanecer. Así lo atestiguaban las mujeres de la limpieza que los habían encontrado de aquella manera algunas mañanas que habían llegado demasiado pronto al tajo.

No sé cuánto tiempo pude aguantar quieto y silente en aquel banco. Empecé a escuchar pasos, golpes lejanos, como de objetos que caían al suelo, y además voces, voces susurrantes que articulaban palabras incomprensibles. Llegó un momento en el que el miedo dejó de atenazarme y se convirtió en resorte, en estímulo. Eché a correr y mis pasos resonaron en las baldosas con mil ecos que a mí se me antojaron los pasos de todas aquellas figuras que un momento antes me escrutaban desde sus nichos.

Alcancé la puerta de salida con la sensación de que manos vaporosas intentaban atraparme y voces sibilantes me hablaban al oído. Pero aún me quedaba por superar la prueba más espeluznante. Me sumergí a ciegas en el vestíbulo, un cubículo de paredes de madera donde reinaba la más absoluta oscuridad. Una angustia como nunca había sentido antes se apoderó de mí. Me abalancé hacia donde pensé que estaba la salida y empecé a tentalear la enorme puerta en busca de algún mecanismo que me permitiera abrirla. Rogué a Dios con todas mis fuerzas que solo hubiera que quitar un pestillo y que al padre del cura no se le hubiera ocurrido echar la llave.

Me creeréis si os digo que fui el ser más dichoso del mundo cuando encontré el tirador que accionaba el pestillo y se abrió la puerta. Y aunque nada ni nadie me perseguía, y ya no había manos vaporosas ni voces susurrantes, sentí un gran alivio al poner el pie en la plazoleta y cerrar la puerta tras de mí.

No os aburriré demorándome en el desenlace de la historia. Al cura no le había pasado nada. Ni siquiera se había retrasado. Es solo que yo me equivoqué al mirar la hora y había llegado una hora antes. Me di cuenta cuando iba camino de la casa del cura para preguntar por qué no había misa aquel día. Así que no le comenté nada del incidente -más que nada porque me daba un poco de vergüenza- y volví a la iglesia a la hora correcta para ayudar en misa como cada día.

Fui un agnóstico precoz. Me recuerdo con once o doce años muy nervioso el día que decidí contarle a mi mejor amigo de entonces, que era muy devoto, que todo aquello del viejo barbado con el triángulo, el hijo crucificado y la paloma me parecía un absoluto disparate. Creo que también fui yo el que unos años antes le había dicho que lo de los Reyes Magos era pura filfa, que uno ha sido siempre un poco aguafiestas.

Cuestionarme la divinidad me llevó a recelar de todo lo sobrenatural. Después de interesarme durante algunos años por los fenómenos paranormales, llegué a la conclusión de que no había espíritus ni fantasmas ni apariciones marianas ni ninguna chorrada que pudiera cuestionar las leyes de la física.

Me convertí en un ateo virulento y vitriólico. Y en gran medida fue por rencor. No entendía que los mayores me hubieran llenado la cabeza de todas aquellas fantasías idiotas que me habían impedido ver la realidad como de verdad era. De no haber creído en todo aquello, no habría tenido ningún miedo el día que me quedé encerrado en la iglesia. Nada hay más inofensivo que una sombra o una talla de madera.

Unos años después me dio por ir a pasear a los cementerios con algunos amigos y amigas. Supongo que por transgredir y dármelas de excéntrico. Porque los muertos y los espíritus no me daban ningún miedo. Solo temí en algunas ocasiones que algún gilipollas pudiera darnos un susto o hacernos algo malo por estar en un lugar apartado, o que algún perro rabioso se cruzara en nuestro camino. Solo los vivos y otros animales peligrosos me dan miedo desde entonces.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Festival de Poesía Voix Vives de Toledo 2016

Este año volveré a participar el Festival de Poesía Voix Vives de Toledo. En esta ocasión será como presentador. No escribo este post para que vengáis a verme, que mi papel esta vez es secundario, sino para que os animéis a asistir al festival. Durante los días 2, 3 y 4 de septiembre, desde por la mañana hasta bien entrada la noche, habrá innumerables actuaciones que llevarán la poesía a todos los rincones de Toledo.

A través de este enlace podéis ver la programación completa:



sábado, 27 de agosto de 2016

'Segundas personas' en Burguillos de Toledo

En el Ayuntamiento de Burguillos de Toledo tienen la buena costumbre de dedicar a la cultura un espacio dentro de sus fiestas. Por lo visto, todos los años incluyen en el programa la presentación de un libro de algún escritor foráneo. Y este año he tenido la suerte de que me inviten a mí para hablar de Segundas personas. Me acompañará en esta misión Carlos Ávila, poeta, cantautor y, sobre todo, amigo. Esperamos estar a la altura de las expectativas.

Domingo, 28 de agosto
20 horas
Patio del Ayuntamiento de Burguillos de Toledo
Plaza de la Constitución, 2


viernes, 19 de agosto de 2016

Marco Polo

Nada me sabe igual cuando estás a mi lado
Todo sabe mejor, diferente y exótico
como extrañas especias de algún país lejano

Me refiero, por poner un ejemplo
a tomar unas tapas contigo en un bar asturiano
O a comprar un helado en Palazzo, en mitad de Madrid
y bajar paseando al Retiro cuando llega el buen tiempo
O a las veces que la publicidad nos ha llevado al cine
para ver algún bodrio
O a los besos que saben a whisky y tabaco

Todo duele mucho menos si tú estás a mi lado
No me afectan, por ejemplo, las masacres del telediario
Ni los números rojos en la cuenta corriente
Ni el cáncer que seguro incubo en mis entrañas
Ni una invasión de zombis o marcianos
Ni el imprevisto anuncio del fin de nuestros días
en un juicio final que tú y yo perderemos

Puede ser egoísta, pero si estoy contigo
todo importa un carajo

El tiempo que perdimos, que no estuvimos juntos
fue un tiempo cariado, de brújulas torcidas
Todo me era ajeno y nadie me veía ni yo veía a nadie
Era todo muy raro, desabrido, lejano
Y el paso de las horas era amargo
como una medicina de la niñez perdida
El sabor a podrido de leche fermentada
persiste en mi memoria
Como si me asfixiara el tufo
de un cadáver comido por gusanos
Aún recuerdo el asco



miércoles, 3 de agosto de 2016

Omega

Todavía recuerdo el momento en el que supe de la existencia de Omega. Fue en Pacífico, muy cerca del Puente de Vallecas, el barrio de Madrid en el que vivía entonces. Me topé con el cartel que anunciaba el lanzamiento del disco en unas vallas donde habitualmente pegaban carteles de conciertos. Me acuerdo aún de la extrañeza que me produjo. En el cartel aparecía la portada del disco y era algo así como un cartel de circo. Sin imágenes. Todo letras con distintas tipografías y tamaños. En grande y con letras negras: MORENTE & LAGARTIJA NICK. A continuación, en rojo, con letras también grandes: OMEGA. Después un reguero de nombres de músicos flamencos de los que me sonaban tres o cuatro: Vicente Amigo, Cañizares, M.A. Cortés, Montoyita, El  Paquete, J.A. Salazar, Isidro Muñoz y Tomatito. Y al final esta leyenda: Cantando a FEDERICO GARCÍA LORCA Y LEONARD COHEN.

Me quedé totalmente desconcertado. Sobre todo por encontrar en aquel elenco de actores el nombre de Morente junto al de Lagartija Nick, uno de mis grupos favoritos en aquellos tiempos (lo sigue siendo). ¿Qué hacía Lagartija Nick con un cantaor flamenco? Lo de Lorca lo podía entender por aquello de que fueran, como él, de Granada, pero también me descolocaba la aparición del nombre de Leonard Cohen (conocía ya entonces “Take this waltz”, la versión que hizo del vals lorquiano, pero no caí en aquel momento). ¿Lagartija Nick? ¿Enrique Morente? No me entraba en la cabeza.

No fui corriendo a comprar el disco porque mi economía de entonces era muy precaria, mucho, con números tan rojos como el título del álbum, pero pronto supe –supongo que por alguna revista especializada– que en ese disco Morente y Lagartija Nick habían puesto música al Poeta en Nueva York de Lorca y a algunos temas de Leonard Cohen, que siempre ha estado fascinado por la obra del poeta granadino. Pocos meses después empecé a trabajar en la Fnac, mi economía mejoró un poco y en algún momento decidí comprar el disco. No recuerdo haberlo tenido grabado antes de tener el original.

No es mi intención dármelas de nada, pero la verdad es que a mí el disco no me pareció tan extraño como a muchos melómanos de entonces. Quizá porque fui consciente desde el primer momento de los ingredientes que se daban cita en aquella grabación. Para empezar, el Poeta en Nueva York, un libro surrealista, angustioso y oscuro que escribió Lorca en uno de los peores momentos de su vida. Por eso el primer tema, “Omega”, una especie de réquiem de más de diez minutos, me pareció increíble en una primera escucha, y sublime a la tercera o la cuarta. Igual me parecieron el resto de temas donde se fusionaban la intensidad ruidosa de los Lagartija Nick con la voz dolorida y dramática de Morente: “Manhattan”, “Niña ahogada en el pozo”, “Vuelta de paseo”, “Ciudad sin sueño”… Al revés que a los puristas flamencos, a mí las canciones que me parecieron más fuera de lugar fueron aquellas en las que no estaban los Lagartija Nick: “El pastor bobo”, “La aurora de Nueva York”, “Sacerdotes”… Con el tiempo aprendí a valorar el álbum como un conjunto heterogéneo en el que la sabia mano de Enrique Morente había sabido combinar el potencial creativo de todos aquellos músicos increíbles.

Creo que para mí no supuso un choque tan fuerte como para otros de mi generación porque –aunque yo entonces andaba muy fascinado por toda la música indie, el rock alternativo, el grunge y el noise– también escuchaba algo de flamenco, sobre todo Camarón, al que había llegado después de varios años enganchado al flamenco pop de Kiko Veneno, Pata Negra, Ray Heredia o Ketama. Es curioso que, sin embargo, el rock flamenco de Triana o Medina Azahara siempre me dejó indiferente. Conocer a Camarón y a los nuevos flamencos, como decía, me sirvió para acercarme al disco sin prejuicios. Lo vi claro desde el principio: Omega venía a ser una continuación de La leyenda del tiempo de Camarón. En ese disco, y con esa canción, Camarón ya se había atrevido a cantar un poema surrealista de Lorca con instrumentos propios del rock.

Después de veinte años, y no pocas polémicas, Omega se ha convertido en un clásico del rock y del flamenco –más de este último, les pese a los puristas que le pese– y en octubre aparecerá un documental sobre la gestación del disco, que ya se ha contado en libro: Omega, de Bruno Galindo (Ed. Lengua de Trapo).

La grabación del disco fue una odisea, un proceso largo en el que se descartaron muchas demos. Se sabe que existen varios temas que se grabaron y no entraron en el álbum, y algunas versiones diferentes de los temas que sí se incluyeron. Me parece sorprendente que aún no se haya hecho una edición especial con todo ese material inédito. Sería este un buen momento para que todos esos descartes vieran la luz.


jueves, 28 de julio de 2016

That's all Folks!

Calculo que más o menos han sido cinco años. Eso es lo que nos ha durado nuestro interés obsesivo y desmedido por la política. No está mal. No es una marca despreciable. Las modas suelen durar menos.

Tuvo que ser a principios de 2011 cuando a todos nos dio por ahí, o un poco antes, que fue a finales de 2010 cuando se publicó Indignaos, de Stéphane Hessel, y encontramos el adjetivo que definía nuestro estado de ánimo de entonces. Los indignados de España salimos a tomar las calles, las avenidas y las plazas, y todo aquello desembocó en el ilusionante 15-M. Aunque yo no acampé en Sol, reconozco que me emocioné cuando estuve allí. De una forma o de otra –ocupando plazas, rodeando el Congreso, invadiendo calles, impidiendo desahucios, llenando las redes sociales de indignados mensajes políticos…– hemos pasado cuatro o cinco años bastante moviditos. Pero ya se acabó. Yo diría que justo después de las elecciones del 20-D. Se notó mucho en las redes sociales. El flujo de mensajes de contenido político descendió de forma considerable. Nadie habla de esto, pero seguro que ha sido uno de los factores que han hecho que la izquierda haya perdido tantos votos en las segundas elecciones. Y de las calles, avenidas y plazas mejor ni hablamos. Hace tiempo que nos cansamos de patearlas y ocuparlas. Hubo momentos en que era tremendamente agotador. Y confuso. Era todo tan confuso que tuvieron que organizar las mareas por colores para que nos aclaráramos.

¿Y qué nos ha quedado de todo aquello? Vivencias. Emociones. Recuerdos. Yo estuve allí. Cierta tranquilidad de conciencia por haberlo intentado. Poemas. Canciones. Puede que haya alguna novela buena, aunque aún no ha llegado a mis manos. También cambiamos el bipartidismo por un rompecabezas de partidos y colores imposible de resolver. Y es que la realidad de la política española actual, a pesar del cambio indiscutible, tiene más de resaca que de borrachera, y que te dé un bajón en la resaca entra dentro de lo normal.

La política sigue presente en las redes sociales, claro, pero de forma más comedida, displicente, desganada. Algunos no hablan de otra cosa, pero ya eran así antes del 15-M. Otros, de vez en cuando, seguimos haciendo algún comentario. Por inercia y sin ninguna ilusión. Entre otras cosas porque con los comentarios políticos se cosechan muchos menos me gusta que en otros tiempos. Y eso desanima, claro. Y que todo es lo mismo y uno ya está como de vuelta de escuchar las mismas noticias: las corruptelas del PP, los desatinos de Podemos, las noticias de Venezuela, las incoherencias de Ciudadanos, las bravuconadas de los independentistas… Todo se repite y nada se resuelve en un bucle infinito.

Por no hablar de la política internacional. Ahí estamos perdidos. Sobre todo los progres. Porque la derecha siempre simplifica y tiene las cosas más claras: no a la inmigración, no a los refugiados, no al islam, no, no y no. Gente práctica que no se complica, que lo de tener razón está sobrevalorado. Los progres, sin embargo, estamos aturdidos y desconcertados. En la guerra de Siria no sabemos qué bando es peor (bendita guerra de Irak, en la que estaba clarísimo quiénes eran los malos). Y pensamos que no habría que estar en esa guerra porque somos pacifistas, pero también entendemos que Francia se defienda de alguna manera de los ataques terroristas, cada vez más numerosos, cada vez más inquietantes, cada vez más difíciles de entender. Los refugiados nos preocupan y nos ofende que digan que son todos yihadistas, pero no podemos negar que algunos lo sean. Con los católicos fundamentalistas teníamos clara nuestra postura, pero no es tan fácil con el islam. Porque dices algo contra ellos y alguien acaba alineándote en las filas de Marine Le Pen, y eso nunca. Por eso puede que a veces pequemos de ingenuidad y de buenismo. Y de lo de Turquía ni hablamos. No podemos decir nada de un país que ni conocemos ni entendemos. Creo que en los próximos meses nos meteremos con Donald Trump, que es una de las pocas cosas en la que todos lo tenemos claro.

Pensando en todo esto, el otro día me acordé de este poema de Nicanor Parra:

NO CREO EN LA VÍA PACÍFICA
no creo en la vía violenta
me gustaría creer
en algo –pero no creo
creer es creer en Dios
lo único que yo hago
es encogerme de hombros
perdónenme la franqueza
no creo ni en la Vía Láctea.

Un poco así creo que nos sentimos muchos. Sin saber qué pensar de lo que pasa fuera y sintiendo que lo que pasa dentro no tiene solución, que cada sociedad tiene el gobierno que se merece y que esto es lo que nos merecemos nosotros.

El caso es que toda esta fiebre colectiva por la política se acabó. Y no porque yo lo diga. Es un hecho. La política vuelve a ocupar su espacio de siempre y la vida sigue su curso. Y puede que eso, al fin y al cabo, no sea tan malo. La vida es lo que sucede mientras perdemos el tiempo hablando de política. O mientras estás leyendo este post, que finalmente, reconócelo, no te ha servido para nada.

That’s all Folks!


lunes, 27 de junio de 2016

Semántica

Tras las elecciones de ayer no son pocos los españoles de izquierdas que se han echado las manos a la cabeza sin poder entender por qué ha ganado el PP las elecciones, y además aumentando ostensiblemente su número de escaños. Después de hacer algunos análisis someros y poco meditados, han llegado básicamente a dos conclusiones: o ha habido pucherazo o España está llena de gilipollas. Obviamente, desde el bando vencedor están convencidos de que se ha impuesto la cordura y el sentido común, y que los otros, los rojos, son poco menos que unos bastardos que quieren arruinar España; al menos lo que ellos entienden por España.

Y ahí puede que esté la clave. En el hecho de que una misma palabra, como España, puede tener diferentes significados connotativos para cada persona. Está clarísimo que las siglas PP no significan lo mismo para todos los españoles. Para algunas personas, normalmente de izquierdas, PP significa corrupción, represión, censura, prevaricación, manipulación mediática, recortes, desahucios, fanatismo religioso, patrioterismo, mangoneo, tráfico de influencias, facherío... Es lógico pensar que no debe de ser eso lo que entienden los millones de personas que han vuelto a votarles. Haciendo un gran esfuerzo para meterme dentro de sus cabezas, me atrevería a decir que lo que ellos entienden es algo así como patria, orden, efectividad, sensatez, recuperación económica, escuela concertada, toros, catolicismo, procesiones, familia, fuera independentistas, fuera inmigrantes…

Supongo que a los de izquierdas los árboles no les dejan ver el bosque y son incapaces de captar en esas siglas el valor de todos esos significados que emocionan a sus adversarios. La gente de derechas, por su parte, seguro que ve algunos de los defectos de su partido –como la corrupción, la manipulación o el tráfico de influencias–, pero es fácil que lo entiendan como un peaje que hay que pagar para conseguir todo lo que a ellos de verdad les importa. Y en todo caso, qué leches, si alguien va a robar, mejor que sean los suyos.

No va a ser fácil entendernos los próximos cuatro años. Las palabras son la principal herramienta de la comunicación, pero son ineficaces cuando significan cosas distintas para los interlocutores. Y vamos a tener que hablar. Eso seguro.

martes, 21 de junio de 2016

Distopía

Anoche tuve un sueño: la izquierda ganaba las elecciones. Pero no la izquierda de puño en alto, barricadas, revoluciones y banderas rojas con hoces y martillos. No, ganaba la izquierda light y descafeinada de hoy, la izquierda buenrollista, moralista, pacifista, ecologista, animalista, laicista y socialdemocratista. La izquierda a la que voto y en la que creo. Y no era una victoria por la mínima, no, ni tampoco por mayoría absoluta. Era una victoria sin concesiones, aplastante, por voto unánime. El día de las elecciones era poco menos que un milagro: todo el mundo, de pronto, entendía que el voto de izquierdas era el único camino para salvar a la humanidad y todas las personas censadas acudían en masa a votar, sin disensiones, sin abstenciones, sin votos en blanco ni votos nulos.

Empezaba entonces una nueva era. Se acababan las guerras. Desaparecía el hambre en el mundo. Todas las personas tenían una vivienda acogedora, un utilitario con la ITV pasada y una renta básica garantizada o un trabajo digno. Y la sanidad y la educación eran solo públicas, pero no porque alguien hubiera prohibido lo privado, sino porque nadie quería ir a escuelas concertadas o a hospitales privados y tenían que cerrar. Y el Estado, por fin, se volvía laico. Dios dejaba de meter las narices en todas partes y las personas religiosas mantenían sus creencias en el ámbito personal y eran tolerantes con los que no pensaban como ellos. El papa dimitía, renunciaba, abdicaba o le que sea que hacen los papas cuando dejan su puesto, y nadie le sucedía. El poder civil se desligaba para siempre de los preceptos religiosos. Las constituciones se limitaban a copiar la Declaración de los Derechos Humanos y desaparecían las discriminaciones por sexo, raza, religión, nivel económico o color del pelo. Y ya no había corrupción ni Troika ni FMI ni dictaduras encubiertas ni poderes oscuros en las cloacas del sistema financiero. Y había libertad de expresión sin cortapisas. Y desaparecían los neonazis, los etarras, los yihadistas y, en general, cualquier tipo de individuo violento que alguien pudiera calificar de terrorista. Y las mujeres por fin eran tratadas como los hombres, sin paternalismo ni condescendencia. Y lo mismo pasaba con los gays o los transexuales. Y la decisión de parir un hijo era solo de las madres. Y dejábamos de maltratar animales en los circos, en las fiestas populares y en las plazas de toros. Y el deporte ser volvía algo limpio, sin trampas ni absurdas rivalidades por camisetas o patrias. Y no había refugiados porque no había fronteras. Ningún ser humano era ilegal en ninguna parte del mundo. Y desaparecían las banderas y los himnos excluyentes. Por fin llegaba la alianza de civilizaciones y la armonía universal. Un arcoíris inmenso festoneaba todo el planeta mientras todos los seres humanos se unían en una cadena de amor y solidaridad que daba la vuelta al mundo.

Y ese era el principio de todos nuestros problemas.

Desde ese día apenas teníamos de qué hablar. Sin nada que criticar o defender no sabíamos bien cómo entretenernos en nuestro tiempo de ocio. No había políticos corruptos a los que llamar hijos de puta ni políticos incapaces de los que reírnos. Ni siquiera el fútbol nos emocionaba. Todo el mundo quería que ganara el mejor y sentía pena por el equipo perdedor. Los guionistas de la televisión no sabían dónde encontrar basura con la que rellenar sus programas. Se acababa Callejeros y Comando actualidad y Sálvame Deluxe. Los periódicos, una crónica insulsa de buenas acciones, perdían todo su interés. Y los escritores y los cineastas no hallaban ningún conflicto personal o humano que pudiera inspirarles. Los cantautores y los raperos dejaban de cantar por no saber de qué quejarse. Y los cantantes de reggaeton se quedaban mudos después de ir al colegio y empezar a pensar como personas normales.

Puede que en ese mundo maravilloso fuera yo el único que se sintiera un poco mal. Me sentía vacío, incapaz de escribir unas líneas, como Norther Winslow, aquel poeta de Big Fish que se quedaba sin inspiración cuando llegaba a Espectro, el pueblo perdido en el que todos eran felices. El mundo era como ese cielo cristiano, edulcorado y bucólico que siempre nos ha parecido un aburrimiento, aparte de un camelo. Y yo me sentía desubicado, desconcertado, angustiado, aunque incapaz de escribir lo que pensaba porque sabía que nadie me entendería.

En ese momento, como siempre pasa en las pesadillas y en los relatos malos, me desperté. Y sentí un gran alivio al comprobar que el mundo no había cambiado, que seguía lleno de capullos, malvados, abusones, corruptos, hijos de puta, meapilas, imbéciles, egoístas y canallas, de derechas y de izquierdas, ateos y creyentes, demócratas y fascistas. El mundo, en definitiva, seguía siendo un lugar habitable. Y era tranquilizador y reconfortante comprobar que a los que votamos a la izquierda light y descafeinada de ahora nunca se nos iban a acabar los enemigos con los que continuar nuestra lucha.

miércoles, 1 de junio de 2016

'Segundas personas' en la Feria del Libro de Madrid

Este sábado, día 4 de junio, estaré firmando ejemplares de Segundas personas en la Feria del Libro de Madrid. Entre unas cosas y otras, esto es un no parar. Ni tiempo tengo para echar unas líneas por aquí. A ver si puede ser pronto.

De momento, si queréis verme y saludarme y todo eso, os espero este sábado en el Retiro, en la caseta de Lengua de Trapo (nº 178), de las 12.00 a las 14.30 horas. Me toca turno de mañana.


miércoles, 25 de mayo de 2016

Kick me

Me han echado ya de tantos sitios a patadas
–Una vez, dos veces, cientos, miles... he perdido la cuenta–
Que ya no sé dónde sentar mi culo pateado

Tantas veces me han echado que ya no quiero entrar en ningún sitio
Mala suerte sería que algún imbécil se empeñara en empujarme y meterme a la
        fuerza

martes, 17 de mayo de 2016

'Segundas personas' en la librería Taiga de Toledo


Esta semana llega a las librerías Segundas personas (Premio Bubok 2016) y para celebrarlo nos vamos a reunir este jueves en la librería Taiga. Me acompañará Fernando Varela, el editor de Lengua de Trapo.

Leeremos, charlaremos, tomaremos algo... Ya sabéis, un encuentro literario entre amigos. Me gustaría que todos los que habéis leído el libro participarais en la charla opinando y compartiendo vuestras impresiones. Por mi parte, tengo pensado desvelar secretos y curiosidades sobre la creación de algunos de los relatos y responder a las preguntas que me hagáis.

Os espero el jueves.

Librería Taiga. Calle de Gregorio Ramírez, 2, Toledo.
Jueves, 19 de mayo.
19.30 horas.