martes, 29 de diciembre de 2015

Un entretenimiento lelo y pueril

Tenemos cientos de películas y series pirateadas, y por poco dinero muchas más en plataformas como Wuaki o Netflix; en Internet, las cadenas de televisión también ofrecen infinidad de programas totalmente gratuitos en streaming; con la música pasa otro tanto de lo mismo, hay tantos discos accesibles en sitios como Spotify o Youtube que desde hace tiempo da hasta pereza piratear; en nuestros hogares se apilan las diferentes consolas de videojuegos que hemos ido acumulando con el paso de los años; y en muchas ocasiones ya no sabemos dónde meter tantos libros, muchos sin leer, como esas toneladas de libros que se marchitan en los anaqueles de las bibliotecas esperando que alguien venga a adoptarlos, o como esos cinco mil e-books que te pasó un amigo y se mueren de aburrimiento en tu ordenador; y no me olvido de la prensa, todos esos periódicos y todas esas revistas que antes costaban el esfuerzo de bajar al kiosco y aflojar la pasta y que ahora encuentras en tu móvil con un leve toque en la pantalla por el módico precio de una conexión wifi o 3G.

Nadie puede negar que el mundo del entretenimiento ha experimentado en los últimos años una revolución sin precedentes. Aquellos tiempos en los que unos cuantos libros (pocos), la prensa de papel y las dos cadenas de la televisión (la primera y la segunda) eran los únicos recursos para entretener las horas de ocio se han convertido ya en un capítulo de Cuéntame.

Aún me recuerdo en décadas pasadas manteniendo aquella discusión (entonces bizantina) en la que intentábamos dirimir si los programas de la tele eran malos porque los espectadores los preferían así o si la gente los veía solo porque no había otras alternativas. Los optimistas, con su irreductible fe en el ser humano, se aferraban entonces a la segunda opción. Los pesimistas y escépticos como yo éramos más de la primera. Hoy, lamentablemente, la realidad nos da la razón. Y si no, que alguien me explique por qué siguen siendo millones de personas las que mantienen en los primeros puestos de los rankings de televisión programas tan patéticos como Sálvame, Gran Hermano, Tu cara me suena o el programa de Bertín Osborne. Por no hablar de esos absurdos concursos de cocina en los que el espectador juzga a los cocineros sin probar bocado.

“El medio es el mensaje”, dijo Marshall McLuhan, y a lo mejor eso lo explica todo. Puede que la televisión solo sea un medio lelo y pueril, más adecuado para emitir payasadas como el Sálvame Deluxe que para los documentales de la 2. Aunque no deja de ser desalentador que haya tantos millones de personas que lo elijan entre tantos posibles entretenimientos.

Perdonad que mi misantropía no pueda irse de vacaciones ni en Navidad, pero es que sin querer estuve un rato viendo la tele.