sábado, 25 de abril de 2015

Pulso

Hace más o menos un año que se publicó Segundas personas y hoy me apetece volver a hablar de este libro. Al ser un libro de relatos, cada lector suele elegir su preferido. Afortunadamente, los lectores con los que he hablado no se ponen de acuerdo. Y eso me alegra porque significa que hay más de uno que merece la pena.

Hoy quería compartir con vosotros uno de los relatos, "Pulso", porque han sido varios los que me han comentado lo mucho que les ha impresionado. Eso debe de significar algo. Entrad en mi web y podréis descargaros este relato de forma gratuita:

sábado, 11 de abril de 2015

La izquierda

Algunos nos quieren hacer creer que la izquierda y la derecha han dejado de tener sentido en la política del siglo XXI. A saber por qué ese empeño de unos y otros. La izquierda y la derecha siguen ahí. Puede que con otros nombres, disfrazados con otros ropajes y posiblemente despojados de la autenticidad que tuvieron en tiempos más heroicos, pero ahí están. A la izquierda se la reconoce desde lejos.

La izquierda se desorganiza en asambleas. Se supone que las asambleas sirven para escuchar la voz de la ciudadanía. Sin embargo, en la práctica, se parecen más a peleas de pandilleros, guerras civiles de pacotilla por una cuota de poder o por cinco miserables minutos de protagonismo. Las guerras civiles de los militantes de izquierdas, que piensan todos más o menos igual, aunque con ciertos matices que ellos creen insoslayables, acaban atomizando la izquierda en galaxias de partidos minúsculos que se arrogan los valores verdaderos e inmarcesibles de la izquierda al tiempo que se niegan a reconocer su condición de grupúsculos inoperantes y narcisistas. Si alguno de estos partidos de pronto despunta, el resto de partidos de su misma órbita lo machaca sin piedad. En la izquierda no se perdona el éxito de los partidos afines, y cualquier concesión al entendimiento general de los que alcanzan una cuota de poder se interpreta como una traición imperdonable. Es probable que muchos de los políticos que alcanzan el poder dentro de estas formaciones no sean realmente de izquierdas. La verdadera gente de izquierdas es autocrítica y nunca pasa de las discusiones bizantinas e inútiles de las asambleas. Y los que llegan a alcanzar cierto poder terminan en la picota por cualquier gesto que pueda malinterpretarse. El mínimo que se exige a un político de izquierdas para que sea incuestionable es la santidad. También puede que los verdaderos políticos de izquierdas nunca lleguen a lo más alto porque acaban abatidos sin piedad en el fragor de las batallas de sus guerras intestinas o ejecutados en alguno de los ajustes de cuentas cainitas de las bases de sus propios partidos. Y si llega alguno, debe de estar tan sumamente asqueado y exhausto después de tanta refriega fratricida que no sería raro que se sintiera sin fuerzas para enfrentarse a sus verdaderos adversarios. Por eso no debería extrañarnos que muchos políticos de izquierdas lleguen a su madurez convertidos en unos auténticos cínicos, ni que desconfíen de esas bases ineficaces y onanistas que en lugar de hacer aportaciones prácticas se dedican a despellejarlos en cuanto tienen ocasión.

En los próximos comicios, supongo que volveré a votar a alguno de los innumerables partidos que fraccionan y debilitan a la izquierda, pero eso no significa que no pueda pensar de vez en cuando que quizá nos mereceríamos, especialmente nosotros, los de izquierdas, la peor de las dictaduras fascistas.