Hace
mucho tiempo que no aparece en esta sección una fábula del viejo Esopo. Hoy me
apetece recuperar una que seguro que casi todos conocéis:
Un día discutieron el viento
y el sol porque no se ponían de acuerdo en quién de los dos era más poderoso.
El viento, que era muy orgulloso y siempre andaba presumiendo de su fuerza, se
atrevió a proponerle al sol una prueba para salir de dudas. La prueba
consistiría en arrebatarle a un caminante que pasaba el abrigo que llevaba
puesto.
Como el hombre llevaba el abrigo
desabrochado, casi lo pierde con las primeras embestidas del viento, que empezó
a soplar con todas sus fuerzas. Pero el caminante lo agarró con las manos y a
duras penas consiguió abrochar los botones. El viento no se rindió y siguió
soplando con mayor empeño. No le sirvió de nada. El hombre se refugió detrás de
una roca y esperó a que acabara aquella ventisca.
Cuando el viento se dio por vencido, el sol
empezó a lucir, primero con moderación, pero lo suficiente para que el hombre
abandonara su refugio y desabrochara los botones de su abrigo. Luego el sol fue
aumentando la intensidad de sus rayos hasta que consiguió que el caminante no
solo se quitara el abrigo, sino también todas sus ropas. Acabó dándose un baño
en un río que encontró en su camino.
Las chicas y mujeres musulmanas que cubren sus cabezas con el hiyab siempre me traen a la memoria esta
fábula. Cada vez que las veo, no puedo evitar pensar por qué se condenan a
llevar una prenda que esconde parte de su belleza. A algunas las obligan sus
familias, pero otras lo hacen por decisión propia. Eso es lo que me preocupa y
desconcierta.
Sé
que la fuerza no serviría para quitarles el velo islámico, que seguro que sujetan
con decisión cuando sopla el viento. No serviría ni con las que llevan el velo islámico ni mucho menos con las pobres que han decidido enterrarse en vida bajo
un burka. Por eso siempre termino preguntándome qué tipo de sol nos haría falta
para que fueran ellas mismas las que quisieran descubrirse y dejar que sus
hermosos cabellos de azabache cayeran libres sobre sus hombros.