Señor, tú que estás ahí en la nada,
absurdo y tonto
como la policía
municipal, en el limbo de las cosas
inventadas, en la mente de
los que
ahorran en psiquiatras, en el reverso de
la carpeta de los políticos,
en la homilía
de millones de párrocos (que todos son
curas, sean de una u otra
religión, y
tienen su ascua y su sardina), en la
bandera de los fascistas que
necesitan
una justificación, en el escondite de los
cobardes que no tienen
huevos a colgarse
de una viga, en la blasfemia (cuya
práctica reduce el
estrés), en la respuesta
del ignorante licenciado por la
universidad pontificia
de no-sé-dónde,
en el orgullo de ser seres creados a
conciencia (que no somos
partículas
salidas de la nada, así al tuntún, no
vayamos a pensar), en las comidas
bendecidas de tantos infelices, en las
horas absurdas de tantos hombres y
mujeres inanes, en todas partes, que para
algo eres ubicuo, yo te condeno a
vivir
eternamente entre nosotros, sin ser ni
causa ni fin ni esencia ni
hostias, solo
para que sirvas de herramienta a todos
esos seres desgraciados
que se supone
que deberías haber creado.
De Intimátum