Las
nuevas tecnologías han venido a demostrar que consumimos pienso barato porque de
alguna forma nos gusta y no porque sea lo único que nos echan en el pesebre
televisivo.
El
otro día escuchaba a un humorista quejarse de que los espectadores veían sus
monólogos más en Youtube que cuando se emitían por la televisión. Entiendo su
preocupación porque el único criterio que tiene la televisión para mantener un
programa en antena es la audiencia. Y son verdaderamente crueles cuando deciden
que un programa tiene que desaparecer. Crueles y maleducados, diría yo, porque en
el caso de las series me parece una falta de respeto para el espectador
interrumpir de forma abrupta su emisión porque no alcanzaba el share esperado. Sin embargo, es
comprensible que haya gente que prefiera ver un programa de televisión en el
día y a la hora que le venga bien y no cuando dispongan los programadores de la
televisión.
Ya
no estamos en los tiempos en los que la tiranía de unas cuantas cadenas de
televisión controlaban el entretenimiento nacional. Actualmente, son las mismas
cadenas de televisión las que ofrecen sus programas en sus webs, de
forma gratuita, aunque trufados debidamente de cortes publicitarios. Por estos
mismos recursos que nos ponen a disposición las cadenas de televisión y por la
posibilidad de descargarte infinidad de películas y series mediante programas P2P
es por lo que no entiendo que la gente siga viendo la televisión en directo,
quitando algunos programas que puedan requerir cierta inmediatez, como los
telediarios o los eventos deportivos.
Como
tampoco entiendo –y esto lo entiendo menos– que la gente vea programas
mediocres pudiendo elegir otros mejores. A lo mejor estáis pensando que son las
personas mayores, las que no se ha integrado en el uso de las nuevas
tecnologías, las que mantienen la audiencia de los programas de televisión para
oligofrénicos, pero, sin quitarles su parte de mérito, no creo que sean los
únicos responsables. Twitter, que es una red social más o menos joven, lo desmiente.
Son muchos los tuiteros que se dedican a comentar programas lamentables como Sálvame, Mujeres y hombres y viceversa o los realities más inmundos. O lo que es más sorprendente: cuando en la
televisión emiten alguna película famosa, infinidad de tuiteros la comentan o
expresan su alegría porque por fin van a poder verla. No tiene sentido esa
fascinación por lo que emiten en un mundo en el que uno puede ver, legal o
ilegalmente, cuando quiera y como quiera, la película que le dé la gana.
También me llama la atención que la gente siga en la televisión las series más
abominables y no haya visto otras como The
Wire o Los Soprano porque no las
emiten en un horario razonable y en las cadenas famosas. Me sorprende, en
definitiva, que la televisión tradicional siga existiendo y que sigan siendo
tan poderosas ciertas cadenas de televisión.
La
televisión actual debería ser como la carta de un restaurante en la que uno
elige lo que quiere comer a la hora que le viene bien. Y si esto no es así, solo
puede haber dos explicaciones: o de verdad nos gusta el pienso barato o,
simplemente, la función de la caja tonta es la de ofrecernos entretenimiento de
la forma más fácil y cómoda sin que importe demasiado la calidad del mismo. Tan
sencillo como darle a un botón y dejar la mente en blanco. Un pesebre lleno de
pienso barato sin el mínimo esfuerzo antes que tener que mover el culo para
salir a buscar prados más jugosos.
No seré yo quien critique la televisión si es verdad que cumple una función social tan encomiable.
No seré yo quien critique la televisión si es verdad que cumple una función social tan encomiable.