sábado, 8 de febrero de 2014

La suerte de ser intelectual

La palabra intelectual tiene ciertas connotaciones elitistas que no comparto. El diccionario, en principio, tampoco. Así se define en el DRAE: “Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras”. Mi idea del intelectual no es elitista ni mucho menos pedante. Para mí un intelectual es aquel que invierte o pierde una parte importante de su tiempo en el estudio, la lectura, la escritura, el arte o el conocimiento, en mi caso, decididamente humanístico. Nadie ha descrito esta idea tan bien como José Luis Cuerda en Amanece, que no es poco, cuando Varela, un joven labrador, le dice a su amigo Morencos, que es labrador a la par que intelectual, lo siguiente: “Yo es que he pensado que a mí también me gustaría ser intelectual, como no tengo nada que perder. Mira tú, labras como todo el mundo, con la misma fuerza y sin torcerte, sigues siendo una persona sencilla, llevas dos o tres inviernos que ni un mal constipado, y si, además, se puede hacer lo que haces con la mujer del médico… Leer novelas sin estropearlas, decir glande, víscera, paradigmático… Pues no sé, chico, no sé, pero yo no le veo más que ventajas a esto de ser intelectual.”

A lo mejor alguien piensa que lo de los labradores intelectuales es una humorada de Cuerda, pero, como él mismo ha contado en varias ocasiones, muchas de las escenas que nos parecen disparatadas en algunas de sus películas están tomadas directamente del natural. Mi padre, sin ir más lejos, era un labrador intelectual como Morencos. Volvía del trabajo y, si no estaba en el bar rellenando crucigramas, andaba por mi casa con un libro entre las manos. Y en las temporadas que le daba por descuidar la labranza, se pasaba las noches insomnes leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, a la manera del famoso hidalgo manchego. Por suerte, lo de ser labrador no consiguió contagiármelo, pero sí su pasión por la lectura.

Y es ahora, en estos terribles tiempos de crisis, cuando más estoy dándome cuenta de la suerte que tengo de haberme hecho intelectual. En los malos tiempos puedes comprar pocos libros, es cierto, pero el intelectual no es el que compra libros, sino el que los lee, y las bibliotecas e Internet están abarrotados de libros, tantos que ni en varias vidas podrías dar cuenta de ellos. Y con el cine y la música, que suelen ser nuestras aficiones complementarias, pasa otro tanto de lo mismo. Por eso los tiempos de crisis no son tan duros para nosotros. Qué pena me dan todos esos que eligieron como hobbies los coches caros, las motos de gran cilindrada, los viajes sibaritas o los deportes costosos. Mientras ellos no saben qué hacer si no tienen un euro en el bolsillo, nosotros, los intelectuales, estamos tan felices en nuestro rincón, viendo una serie americana en streaming, escuchando un disco nuevo en Spotify o devorando un libro de bolsillo ictérico y descuadernado.

2 comentarios:

Orion dijo...

A veces, alguien que es intelectual cae mal por su propia idiosincrasia. El padre Apeles, no sé si lo recuerdas, me caía como una patada en los mismísimos, pues es el más claro ejemplo de repelente-niño-Vicente. Pero en la mayoría de las ocasiones no cae bien el intelectual por el mero hecho de ser intelectual. Hay a quienes la cultura les molesta y les ofende. Hace tiempo trabajé en una empresa que disponía de microbuses para el personal. A veces usaba este transporte para ir al trabajo, y solía coincidir con una compañera de otro departamento con la que entablé amistad. Un día, de camino al trabajo, íbamos charlando de cine y teatro. Un operario, que estaba sentado detrás de nosotros, le dijo al compañero de al lado: “adió pisha, cohe el disionario”, y empezaron a reírse. Ni que decir tiene que estos dos son unos acomplejados que se rieron, en defensa personal, del vocabulario que empleábamos, pues están incluidos en el colectivo que se ofende cuando, en las ocasiones en que no pueden evitarlo, la cultura les salpica.

Lo que cuentas sobre los labradores intelectuales y Trueba, me ha traído a la memoria algo curioso que me pasó en Madrid. Yo iba caminando por Puerta del Sol y vi un mendigo que leía un libro. Me acerqué para ver de qué libro se trataba. Era una novela de Bolaño, “Los detectives salvajes”. Eché un euro en su sombrero y le dije que qué buena novela estaba leyendo. Resumiendo, al final lo invité a unas cervezas y charlamos de literatura.

Qué buena película “Amanece que no es poco” .
“Me cago en el misterio”. “Coño el negrooo”.

La crisis es menos crisis para los intelectuales y para quienes se apañan con poco. Hay quien no lee, ni escucha música, pero se traga todos los realities que echan en la TDT. ¿Has probado a contarlos? Ni en varias vidas podrías dar cuenta de ellos. Y si tienes Canal Plus ya lo flipas…
Bueno, no sólo de leer y de ver series vive el hombre, eh. También molan las cervecitas, las tapitas, los tintos de verano, los Gintonics... y el cine y el teatro, que cada día están más caros con el tema de las subidas del IVA de los cojo…

¡Lo del libro de bolsillo ictérico y descuadernado me ha dejado noqueado!

¡Saludos!

Félix Chacón dijo...

Ah, yo siempre he sido de bares. Cuando los intelectuales queremos dar una tregua a nuestras ansias de conocimiento y descansar de nuestras aficiones culturetas, también somos de acudir a los establecimientos hosteleros. Y no somos de los que hacemos poco gasto ;-)

Un saludo, Orion.