sábado, 15 de febrero de 2014

De esas veces

De esas veces, ya sabéis, que se te junta todo. Porque tienes la casa patas arriba, la compra sin hacer y dos bombillas que cambiar. Y tienes además que llamar al técnico para que te arregle la bomba de calor, que murió hace un par de días. La visita al banco la llevas retrasando un par de semanas y deberías ir cuanto antes si no quieres que se te pase la fecha. Un colega tuyo espera que le llames porque le prometiste que le ibas a ayudar a no sé qué una de estas tardes. Pero tienes un montón de curro atrasado, que parece que cría y se multiplica: temas que preparar, libros que leer, exámenes que corregir… Para colmo, tu madre te llama y te dice que tienes que pasarte a verla porque le tienes que cambiar unos enchufes y colocar no sé qué mueble. Cuelgas el teléfono y el gato te dice miau. Te recuerda que hace al menos diez días que deberías haberlo llevado a que lo vacunaran.

Me suele pasar entonces una cosa curiosa: me bloqueo, me descoloco, me siento desconcertado y no sé por dónde empezar. Y me dejo caer en el sofá, dando gracias al cielo por no tener hijos. Enciendo la televisión y me pongo a zapear haciendo un tour absurdo por la ruta de la TDT, tan rápido que no llego a enterarme bien de lo que dan en ninguna cadena, hasta que encuentro la mayor basura, la que menos exija pensar, a ser posible algún deporte, y me dejo llevar por la imparable y sinuosa corriente del tiempo.

Supongo que ahora estoy en una de esas veces, aunque no por el curro atrasado ni por las tareas domésticas ni por los compromisos ineludibles. Me pasa con toda esta mierda que me rodea, un país inundado de mierda hasta los bordes en el que hay tanto que hacer, tantos frentes abiertos, tantas ignominias que combatir que desde hace más de un año me siento bloqueado, descolocado, desconcertado, sin saber por dónde empezar.

Mis momentos de bloqueo por asuntos domésticos pueden durar uno o dos días, pero siempre terminan de manera abrupta, intempestiva, cuando comprendo que me voy a meter en un lío, que las tareas me siguen esperando y que va a ser peor si no hago nada. Es entonces cuando arrojo el mando de la televisión donde no pueda encontrarlo, me incorporo decidido, con energías renovadas, y de forma ordenada y planificada resuelvo todos y cada uno de los problemas que me habían tumbado.

Por esto es por lo que pienso que en cualquier momento saldré de mi letargo y haré algo.

Pero no me engaño demasiado. A veces me confieso que no me siento bloqueado, descolocado, desconcertado, sino noqueado.

sábado, 8 de febrero de 2014

La suerte de ser intelectual

La palabra intelectual tiene ciertas connotaciones elitistas que no comparto. El diccionario, en principio, tampoco. Así se define en el DRAE: “Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras”. Mi idea del intelectual no es elitista ni mucho menos pedante. Para mí un intelectual es aquel que invierte o pierde una parte importante de su tiempo en el estudio, la lectura, la escritura, el arte o el conocimiento, en mi caso, decididamente humanístico. Nadie ha descrito esta idea tan bien como José Luis Cuerda en Amanece, que no es poco, cuando Varela, un joven labrador, le dice a su amigo Morencos, que es labrador a la par que intelectual, lo siguiente: “Yo es que he pensado que a mí también me gustaría ser intelectual, como no tengo nada que perder. Mira tú, labras como todo el mundo, con la misma fuerza y sin torcerte, sigues siendo una persona sencilla, llevas dos o tres inviernos que ni un mal constipado, y si, además, se puede hacer lo que haces con la mujer del médico… Leer novelas sin estropearlas, decir glande, víscera, paradigmático… Pues no sé, chico, no sé, pero yo no le veo más que ventajas a esto de ser intelectual.”

A lo mejor alguien piensa que lo de los labradores intelectuales es una humorada de Cuerda, pero, como él mismo ha contado en varias ocasiones, muchas de las escenas que nos parecen disparatadas en algunas de sus películas están tomadas directamente del natural. Mi padre, sin ir más lejos, era un labrador intelectual como Morencos. Volvía del trabajo y, si no estaba en el bar rellenando crucigramas, andaba por mi casa con un libro entre las manos. Y en las temporadas que le daba por descuidar la labranza, se pasaba las noches insomnes leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, a la manera del famoso hidalgo manchego. Por suerte, lo de ser labrador no consiguió contagiármelo, pero sí su pasión por la lectura.

Y es ahora, en estos terribles tiempos de crisis, cuando más estoy dándome cuenta de la suerte que tengo de haberme hecho intelectual. En los malos tiempos puedes comprar pocos libros, es cierto, pero el intelectual no es el que compra libros, sino el que los lee, y las bibliotecas e Internet están abarrotados de libros, tantos que ni en varias vidas podrías dar cuenta de ellos. Y con el cine y la música, que suelen ser nuestras aficiones complementarias, pasa otro tanto de lo mismo. Por eso los tiempos de crisis no son tan duros para nosotros. Qué pena me dan todos esos que eligieron como hobbies los coches caros, las motos de gran cilindrada, los viajes sibaritas o los deportes costosos. Mientras ellos no saben qué hacer si no tienen un euro en el bolsillo, nosotros, los intelectuales, estamos tan felices en nuestro rincón, viendo una serie americana en streaming, escuchando un disco nuevo en Spotify o devorando un libro de bolsillo ictérico y descuadernado.