sábado, 18 de enero de 2014

El final de la crisis

Menos mal que al final todo esto de la crisis ha quedado en un susto. Cuatro o cinco años de apretarse el cinturón que se han pasado volando. Es cierto que muchos han perdido sus puestos de trabajo, sus casas, un montón de derechos sociales, gran parte de su nómina o sus ahorros, pero qué es todo eso a cambio de una España renovada que vuelve a ofrecer un sinfín de oportunidades a los inversores extranjeros. Todo lo malo que hemos tenido que soportar ha merecido finalmente la pena y probablemente, a la larga, nos enseñará una lección, no sé cuál, pero eso es lo de menos que alguna habrá.

Y lo bonito que ha sido el final de la crisis. Qué bonito, madre mía, y nos lo queríamos perder. Ni en nuestros mejores sueños nos podíamos haber imaginado algo así. Es cierto que al Gobierno casi se le va de las manos, que fue una torpeza imperdonable encomendarle al ministro De Guindos la misión de anunciar el final de la crisis. Delegar tamaña responsabilidad en un ministro que parece un personaje de Ibáñez con halitosis y olor a sobaquera no era, desde luego, lo mejor que se le podía haber ocurrido al esforzado gabinete de prensa de Rajoy, que cuenta entre sus muchos logros con innovaciones en el campo de las estrategias de comunicación tan epatantes como las ruedas de prensa a través de una pantalla de plasma. Afortunadamente el encuentro con Obama ha venido como agua de mayo para arreglar el desaguisado de De Guindos.

No sé si habrá sido por suerte o fruto de una decisión acertada –que cuando se toman tantas decisiones siempre hay alguna, aunque sea por una simple cuestión estadística, que sale bien–, pero es innegable el golpe de efecto que ha supuesto que Mariano Rajoy haya viajado a Estados Unidos a darle la buena nueva a Obama para que este pudiera felicitarle y bendecir su programa de reformas desde el despacho oval y con el marco incomparable de la Casa Blanca. Qué bonito todo: las fotos, los saludos, las inevitables sonrisas de dos personas que quieren hablar y no comparten la misma lengua. A destacar ese momento histórico en el que Obama y su homologuillo español intercambiaron regalos como muestra de amistad. Nuestro orgulloso presidente le hizo entrega de tres facsímiles de documentos históricos, a saber, una carta de Núñez de Balboa a los Reyes Católicos, una biografía de Colón y un mapa de la época del descubrimiento, y el líder omnímodo mundial, por su parte, le correspondió obsequiándole con una caja enterita y sin abrir de M&M’S, que ya sabéis que son geniales porque se derriten en tu boca y no en tu mano. Que habrá quien piense que hay un poco de desproporción, y puede que en cierta manera la haya, pero no olvidemos que Obama es el Premio Nobel de la Paz que decide los países del mundo que tienen que ser invadidos y Rajoy, el que manda las tropas sin rechistar.

Más allá de la belleza y significación de esta fastuosa reunión bilateral, lo importante es que el final de la crisis ya es oficial. Se ha acabado, es así, mal que les pese a algunos fanáticos de la izquierda radical y a los nostálgicos de la kale borroka, que ya no saben qué inventar para seguir liándola por un quítame allá esas pajas. No otra cosa debe de ser el revuelo que se ha armado por unos aparcamientos y un bulevar en un barrio de tres al cuarto de Burgos, una ciudad que, vista la catedral, comido el cordero asado y comprado el queso de marras, a casi todos nos importa un pimiento.

España va bien y punto. Y al que le pique que se rasque. Ahí están las cifras para restregárselas por los morros a los pesimistas y escépticos. No he mirado hoy la prima de riesgo, pero estaba bajando tanto estos días que seguro que ya nos sale a devolver. Y en la Bolsa el Ibex 35, sea lo que sea eso, sube como la espuma y no hay quien lo pare. A muchos grandes empresarios e inversores también les va fenomenal, lo que demuestra que el que quiere puede, y que a lo mejor tendríamos que aprender de su ejemplo y no estar todo el día que si las cifras del paro, que si los recortes en sanidad, que si los desahucios, que si la masificación en las aulas, que si la subida de la luz, que si la fuga de cerebros, que si la emigración de nuestros jóvenes y demás zarandajas. Qué fácil es quejarse por todo y no hacer nada para ayudar al país, que mucho protestar pero ninguno de esos que se pasan la vida de manifestación en manifestación abre una multinacional o invierte algunos millones de euros en bonos del Tesoro para ayudar a la economía nacional. De desagradecidos y antipatriotas está el mundo lleno.

España va tan bien que, tras esta pasmosa regeneración económica, solo nos falta una regeneración moral de igual calado. La nueva reforma educativa y el consiguiente impulso del estudio de la religión católica, la prohibición del aborto, la inyección económica que resucitará la fiesta de los toros y el escarmiento que habrá que darles una vez más a los vascos y a los catalanes devolverán a nuestra patria al lugar que le corresponde.

Aún no me he decidido a dejar mi semilla en este mundo, pero siento en estos momentos el impulso de hacerlo para, algún día, poder contar a mis hijos lo bonito que fue este momento. La salida de la crisis de principios de siglo quedará en mi memoria como otro de esos grandes acontecimientos que tuve la suerte de vivir, a la altura de otras gestas tan emotivas y épicas como la victoria de la selección española en el mundial de Sudáfrica, la conquista del islote de Perejil o la participación de Rodolfo Chikilicuatre en Eurovisión.

sábado, 4 de enero de 2014

Año nuevo, libro nuevo

Mi propósito para 2014 es publicar un nuevo libro al que desde hace tiempo estoy dando largas. Lleva por título Segundas personas y es una colección de relatos con la que me gustaría dejaros noqueados. Espero que pronto pueda ser una realidad. De momento trabajamos afanosamente en la maquetación…


miércoles, 1 de enero de 2014

Escenas memorables: El club de la lucha

Hace unos días empezaron a venirme a la cabeza escenas de El club de la lucha. De la película y del libro. Y me pareció una buena idea volver a leer el libro y ver de nuevo la película. Tenía la sensación de que El club de la lucha quería decirme algo. No me equivocaba.

La realidad de nuestro presente no es muy diferente de la que aparece en la ficción de Palahniuk. Si cabe, un poco peor. Porque ahora ni siquiera es fácil encontrar trabajo de camarero, taxista, mensajero o mecánico. Vivimos en un momento tan dramático que son varias las generaciones que se sienten estafadas por la realidad. La televisión, internet y los sistemas democráticos nos prometieron un mundo maravilloso donde el capitalismo nos ofrecería todo lo que siempre habíamos soñado. Y lo único que hemos conseguido es un mundo de mierda en el que aprendes a conformarte con un contrato basura, unas vacaciones en Benidorm, un sofá de Ikea y un iPhone de segunda mano.

La generación que tiene más de 50 años ya puede agarrarse con uñas y dientes a sus puestos de trabajo, que si los pierden, probablemente no tendrán ninguno más. En la de los de los treinta avanzados o los primeros cuarenta, que es en la que estoy yo, puede que muchos tengamos trabajo, pero también tenemos unas hipotecas desorbitadas que quisimos llevarnos como recuerdo de los últimos años de la burbuja inmobiliaria. Los que tienen menos de treinta y cinco no tienen mucho pasado, ni mucho futuro y su presente es casi inexistente, pero les queda mucho tiempo para ir acostumbrándose a las nuevas condiciones laborales en régimen de pseudoesclavitud que están preparando nuestros gobiernos con la recetas que les pasan desde Alemania. A muchos jóvenes de hoy me los imagino soñando con ser los próximos inquilinos de la casa de Gran Hermano para así poder colmar todas las aspiraciones de éxito que han ido incubando a lo largo de su vida.

Antes de volver a leer El club de la lucha, le di un repaso a la película, y fue al llegar a los últimos minutos de metraje cuando supe lo que estaba buscando. Por eso, estimados lectores, si estáis leyendo este post y aún no habéis visto la película ni leído el libro, os aviso de que va a haber un spoiler imperdonable.

En la escena final de la película –que no se corresponde con el final del libro–, Tyler Durden, el alter ego perverso y retorcido del protagonista, está a punto de volar los edificios donde tienen su sede las oficinas de las compañías de crédito de Estados Unidos. En la película de David Fincher, Tyler Durden le explica lo siguiente al protagonista, su yo convencional y pusilánime: “Por esas ventanas vamos a ver desplomarse la historia de las finanzas. Un paso más cerca del equilibrio económico”. El protagonista, a punto de ser derrotado por Tyler, está repantingado en una silla de oficina, apaleado, sin pantalones y con la cara llena de golpes. Mira fijamente a Tyler sin saber cómo detenerlo. A su espalda, las paredes de cristal nos dejan ver los rascacielos del área financiera. Tyler tiene una pistola y unos minutos antes se la ha metido en la boca y le ha amenazado con volarle la cabeza. Totalmente desesperado, el protagonista le ruega a Tyler que cancele la operación. Tyler ha preparado todo aquello porque piensa que es lo que él quiere, pero no es así, no es eso lo que quiere y se lo dice. Entonces Tyler se cabrea y le espeta: “¿Qué quieres? ¿Tu mierda de trabajo? ¿Estar en un pisito viendo sitcoms?”

Al final, el protagonista, a la desesperada, conseguirá frenar a Tyler pegándose un tiro en la boca, aunque será demasiado tarde. El caos ya ha puesto en marcha su maquinaria  y, en el momento en el que el protagonista, que sigue milagrosamente vivo después del disparo, le dice a Marla Singer –la desequilibrada con la que Tyler mantiene una extraña relación básicamente sexual– que no se preocupe, que está bien, que confíe en él, que todo va a salir bien, vemos a través de los grandes ventanales cómo explotan y se vienen abajo los edificios de las empresas de crédito de Estados Unidos mientras suena de fondo el Where is my mind? de los Pixies.

Al 2014 solo puedo desearle que tenga un final parecido al de la película. Espero que sea un año en el que muchos de los que se sienten estafados por la realidad no puedan controlar su parte perversa y que el sistema financiero mundial acabe hecho cascotes, literal o metafóricamente, que eso es lo de menos. Y a vosotros, que lo veáis y lo disfrutéis.