sábado, 21 de diciembre de 2013

Patio de colegio

Si no trabajara con adolescentes, tal vez no recordaría la intensidad que tenía todo aquello. En los años de la adolescencia todo se magnifica. Las experiencias están nuevas, a estrenar, y cada mirada, cada comentario, cada desaire, cada insulto, cada beso, cada roce puede dar lugar al momento más maravilloso de una vida o al drama más terrible. En el mundo de los adolescentes todo está sobredimensionado por el deslumbramiento de la novedad. Yo no sé las innumerables aventuras y desventuras que pueden vivir mis alumnos de doce o trece años durante un curso. Los años de la primera adolescencia, de la pubertad, deben de ser los más intensos. Esa es al menos la percepción que yo tengo.

Observar y analizar los comportamientos de estos niños que se hacen mayores es como ver la vida a través de una lupa. Un primer amor vivido como la pasión más grande jamás soñada. O cualquier mal gesto interpretado como la mayor traición de la historia. Desde la atalaya de la edad y con las grandes dosis de cinismo que nos han hecho falta para llegar hasta aquí, esta magnificación de la vida nos puede parecer algo entre conmovedor y ridículo. Perdonable, al fin y al cabo, porque los que tenemos memoria recordamos que también estuvimos allí y no hicimos algo muy distinto de lo que hacen ellos.

Las que sí me parecen ridículas son esas personas adultas que se creen muy maduras y se comportan como los adolescentes más niñatos. Los comportamientos de los adultos que forman el personal de cualquier empresa no distan mucho de los que tienen los adolescentes en un patio de colegio. Los claustros de profesores no son una excepción. Son muchos los profesores o profesoras que  remedan los comportamientos de esos mismos adolescentes a los que miran con condescendencia. En los claustros de profesores están los profesores que no se hablan, los que hacen grupitos, los que esperan el momento de la venganza, los líderes que dejan a este y a aquel fuera de la convocatoria, los marginados… Y hay conjuras, chismes, rivalidades ridículas, puñaladas traperas, historias de amor inconfesables, rolletes que acabaron mal, traiciones por despecho, venganzas y enfados tan nimios y patéticos como el que protagonizan esas dos adolescentes que terminan en dirección después de pelearse porque una le ha dicho a la otra “ya no te junto” por vaya usted a saber qué tontería.

Lo que no saben los alumnos cuando nos ponemos serios delante de ellos y adoptamos la pose de personas rectas y cuerdas y maduras es que casi todo es fachada, fingimiento, disimulo. Que son las patas de gallo, la barriga o la pérdida de tersura de la piel lo que nos hace parecer más serios.

Si los jóvenes pudieran escuchar las conversaciones que sus padres tienen con sus amigos, si leyeran los chismes y estupideces que cuentan en el Whatsapp, tal vez se darían cuenta de que en muchos aspectos los adultos siguen siendo tan patéticos como los adolescentes. O si los pudieran observar en una noche de escapada, haciendo el imbécil en una cena de empresa o pasándose de la raya en una despedida de soltero o de soltera. Porque ser padre, o profesor, o vendedor de seguros, o periodista, o alcalde, no deja de ser representar un rol, ponerse una careta.

Lo que no saben los jóvenes es que los adultos fingimos una madurez que no siempre tenemos. Lo que no saben muchos adultos es que son tan ridículos como los adolescentes. En lo festivo no deja de ser gratificante, pero no puedo evitar sentir bochorno cuando veo que ciertas personas adultas que se imaginan muy serias y respetables siguen jugando a las confabulaciones, al “ya no te junto”, al “esta te la guardo” y a crear grupitos selectos con aquellos que mejor les bailan el agua.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Cuentos con moraleja: el chiste del cubano

Cómo me reía hace unos años contándoles este chiste a mis amiguetes procastristas:

Dos hombres que no se conocían coincidieron en los asientos contiguos de un avión y en mitad del vuelo se pusieron a charlar. En un momento dado, uno le preguntó al otro:
–¿Y usted de dónde es?
–De Cuba –respondió.
–Ah, de Cuba. ¿Y qué tal les va ahora por allí?
–No nos podemos quejar.
–Ah, pues me alegro de que os vaya mejor que antes.
–No, no me ha entendido. Lo que le digo es que en Cuba no nos podemos quejar.


Esta semana volví a toparme con el chiste en internet y el protagonista ya no era cubano, sino español. Y no me hizo tanta gracia.

Con las leyes que tenemos, ahora mismo están pidiendo cuatro años de cárcel para cinco profesores que en septiembre de 2011 se manifestaron de forma espontánea en Guadalajara. Y han sido muchos los ciudadanos que han recibido multas de 600 u 800 euros por participar en concentraciones improvisadas, una cantidad muy alta para un trabajador en apuros o un parado, que suelen ser los que acuden a este tipo de convocatorias.

La “ley mordaza” quiere imponer sanciones de hasta 30.000 euros por perturbación grave en oficios religiosos para poder multar a los que abuchean a la Cospedal cada vez que va al Corpus; o por concentrarse ante el Congreso aunque esté vacío; o por escalar un edificio público como acción protesta, que deben de ser muy peligrosos esos individuos de Greenpeace. Y las hay mayores, de hasta 600.000 euros por convocar una manifestación o por acudir a ella el día de reflexión previo a las elecciones; o incluso por celebrar un espectáculo público o una actividad recreativa que ha sido prohibida por las autoridades. Y esta es la versión light de la ley, que el proyecto inicial era más salvaje.

Vuelven los chistes de españoles, y en esos chistes siempre somos los más graciosos, pero también los más tontos.