sábado, 23 de noviembre de 2013

Cuando se despertó

Cuando se despertó, la misma mierda seguía allí. Lo supo nada más encender la televisión. Se puso a ver el telediario y se asustó al comprender que toda su vida había sido un sueño, que la realidad era bien distinta y que había estado esperando pacientemente a que se despertara. Para empezar, mandaban los de siempre. Si no eran los mismos, eran sus hijos o sus nietos o sus clones, sus sosias, sus avatares. La misma mierda represora y fascistoide que había soñado que era algo de otros tiempos. Los policías no iban de gris, pero multaban y golpeaban a todos los que intentaban expresar su rechazo a las medidas de un gobierno corrupto, mafioso, endogámico e ineficaz. No tenía nada para desayunar y salió a la calle. Se sorprendió al ver a los muchachos jugando con trompos. Les preguntó si otra vez estaban de moda los trompos y no le comprendieron. Le dijeron que ellos jugaban a la peonza. Él les explicó que era lo mismo. Ellos se encogieron de hombros y el hombre continuó su camino. En un escaparate se quedó mirando a un maniquí de mujer y casi da un respingo al ver que se volvían a llevar las hombreras. Entró a un bar y pidió un café con leche y unas porras. En el lado derecho de la barra había dos hombres discutiendo sobre los últimos fichajes del Real Madrid. Eso le tranquilizó. En toda la mañana era lo único que se correspondía con el sueño que había tenido, una constante, algo que permanecía intacto. De pronto llegaron dos hombres y una mujer y se pusieron a su derecha. Se sorprendió al oírles contar maravillas sobre el papa. No quiso seguir escuchando aquella conversación, así que cogió su desayuno y se fue a una mesa. En la mesa vecina un jubilado le contaba a otro que su nieto, que era ingeniero, había tenido que emigrar a Alemania. Para tomarse su desayuno tranquilamente, el hombre intentó evadirse con la ayuda de la televisión. Lo primero que vio en la pantalla fue un anuncio en el que un niño se ponía histéricamente feliz al abrir un regalo y descubrir que era un palo, un miserable palo. El hombre se recordó a sí mismo, en su niñez, en un tiempo que creía remoto, jugando con palos a falta de mejores juguetes. En su memoria se mezclaron los recuerdos entrañables con cierto regusto amargo de precariedad y miseria. El siguiente anuncio fue aun peor. Era un anuncio navideño y en él aparecían una Monserrat Caballé que parecía recién fugada de un psiquiátrico y un Raphael seco como una mojama que más que vestido parecía amortajado. El hombre no pudo evitar pensar en Raphael con diez, con veinte, con treinta, con cien años menos cantando el ropopompom. Cuando acabó la tanda de anuncios, regresó la actualidad: manifestaciones de estudiantes, desahucios, paro… Y eso que el programa era un magazín matinal para entretener a las marujas. No le quedó más remedio que darse prisa en dar cuenta del desayuno. Después se dirigió al baño. Necesitaba lavarse la cara porque no estaba seguro de haber despertado del todo. Podría ser que todo aquello no fuera nada más que una pesadilla. Por un instante, justo antes de mirarse en el espejo, tuvo la ilusión de descubrir en su reflejo al joven que era treinta y cinco o cuarenta años antes. De haber sido así no le hubiera importado. Hubiera aceptado el trato: aquel mundo de mierda a cambio de su juventud. Pero no. En el espejo solo apareció un hombre maduro, un poco hinchado, con enormes bolsas debajo de los ojos, una papada que ni la barba conseguía disimular y una alopecia galopante. No, no había vuelto atrás en el tiempo, como no fuera en el Delorean de Michael J. Fox. Si era así, no recordaba dónde lo había aparcado. Aunque daba igual. Ahora que todos los ingenieros se habían ido de España, a ver quién cojones iba a ser capaz de arreglar un puñetero condensador de fluzo.

jueves, 7 de noviembre de 2013

La fórmula de la felicidad

El principio del orden es apartar la mierda

Dejar ese trabajo que amarga tu existencia
Tachar del calendario los días que no quieres
Eliminar del mapa los sitios que aborreces
Borrar de tus archivos a los amigos que dejaron de serlo
Pasar a los que te jodieron de la agenda del móvil a la lista negra
Despreciar las creencias y las ideologías que tanto apestan
Descartar esos planes que no elegiste tú

El principio del orden es apartar la mierda

Después de la limpieza valora lo que tienes
y da un paso adelante




viernes, 1 de noviembre de 2013

Cuentos con moraleja: Las patatas del cementerio

Este es uno de esos cuentos que hace solo tres o cuatro años nos hubiera parecido totalmente desfasado, de esos tiempos pretéritos que uno pensaba que jamás volverían. Se lo escuché a mi padre muchas veces cuando era pequeño y ahora me parece oportuno recuperarlo. Supongo que es un chiste de la posguerra, aunque no sé si estará inspirado en algún relato anterior. Nunca lo he visto escrito. Lo recreo a mi antojo y basándome en el modelo que conserva mi memoria:

En los años del hambre, un pobre enterrador decidió sembrar unas patatas en la tierra libre que aún quedaba dentro de las tapias del cementerio. Cuando llegó el tiempo de sacar patatas, unos ladrones aprovecharon la oscuridad de la noche y el apartamiento del cementerio para entrar dentro impunemente y robárselas al pobre sepulturero.
    El hombre se llevó un gran disgusto, pero al año siguiente volvió intentarlo. Eran tiempos de mucha miseria y la nueva plantación clandestina del enterrador no pasó inadvertida a los amigos de lo ajeno. Por eso no fue raro que otra vez saltaran a escondidas las tapias del recinto y volvieran a esquilmarle la cosecha.
   Un año más tarde se dio otra oportunidad, aunque esta vez decidió tomar medidas. Cuando se acercaba la fecha de la recolección, el enterrador decidió quedarse por las noches en el cementerio para pillar in fraganti a los ladrones. Una de las noches escuchó ruidos y vio que varias sombras saltaban las tapias y se dirigían al patatal. Eran muchos y tuvo miedo de enfrentarse a ellos. Así que ideó una treta. Cogió una sábana blanca, se la echó por encima y se ocultó detrás de una de las lápidas. Cuando los ladrones empezaron a cavar, el enterrador salió de su escondite, comenzó a agitar la sábana y dijo con voz cavernosa y trémula:
    –Soooooy un ááááánima del oooootro muuuuuundo.
   –Eso seguro –dijo uno de los ladrones, que ni se inmutaron ni dejaron de cavar–, porque si fueras de este, estarías robando patatas como nosotros.


Me da a mí que el único disfraz de Halloween que ahora mismo puede asustar a los españoles es el disfraz del hambre. Y el que lo lleva puesto ya no le tiene miedo a nada.