lunes, 22 de julio de 2013

Cuentos con moraleja: La chica que no hablaba

Un clásico de los chistes de bares:

Un hombre llega a un bar, se pide una copa y advierte que en el otro extremo de la barra hay una chica muy atractiva. Sola. Le sorprende que una mujer tan despampanante no haya venido acompañada y piensa que está de suerte. Se acerca a ella y le dice:
       -Hola, ¿vienes mucho por aquí?
       La chica inclina un poco la cabeza y el hombre cree entender que sí o que de vez en cuando.
       -¿Quieres tomar algo?
       Ella no dice nada, pero con un leve gesto le da a entender que sí.
       -¿Qué quieres tomar?
       Ella se encoge de hombros.
       -Yo estoy tomando un gin tonic. ¿Te pido uno?
    Ella asiente y el hombre empieza a tener una seria sospecha. Pide al camarero dos copas y, tras pensarlo unos minutos, se decide a hacerle una pregunta. Al fin y al cabo, si la respuesta es afirmativa, no le va a importar porque la tía está buenísima.
       -Perdona, no te lo tomes a mal, pero ¿eres muda?
       Ella niega con la cabeza y él se siente desconcertado.
       -¿Te estoy molestando? –pregunta ya un poco enfadado.
       Ella vuelve a mover la cabeza a un lado y a otro para decir que no.
       -¿Y por qué no dices nada? –suelta ahora sí visiblemente cabreado-. Eh, ¡¿por qué no dices nada?!
       Es entonces cuando la chica abre la boca por fin y con voz grave, cavernosa y cazallera de camionero le responde:
       -¿Pa qué? ¿Pa cagarla?



Probablemente eso es lo mismo que piensa Mariano Rajoy cuando le dicen que tiene la obligación de ir al Congreso a dar cuenta de los presuntos chanchullos del PP y las implicaciones de su partido con la trama Gürtel y el caso Bárcenas. Porque eso que hacen en las ruedas de prensa la Cospedal o Carlos Floriano es muy fácil. Pero Rajoy sabe que en el Congreso no le va a valer con repetir que todo es mentira como si fuera un muñeco al que se le ha roto el mecanismo. En el Congreso sabe que la caga seguro y, aunque es consciente de que su situación actual –con la amenaza de una moción de censura cual espada de Damocles- es mala, no cree que vaya a ser mucho mejor si abre la boca.

miércoles, 17 de julio de 2013

La canción de Juan Perro

Cuando tenía catorce o quince años me apasionaba la música pop. Como no tenía dinero para comprar discos, tenía que conformarme con lo que unos y otros me grababan en cintas TDK, y TDK cuando mi economía estaba boyante, que a veces me tenía que apañar con las marcas cutres que vendían en el mercadillo. La piratería no es algo nuevo y la alimenta siempre la necesidad.

A mi hermana mayor le cogía lo que tenía, sobre todo cantautores y grupos poperos como Mecano o los Pecos. Un día un amigo suyo le grabó una cinta de un grupo que se llamaba Radio Futura y me la pasó. Me dijo que eran los que cantaban lo de la escuela de calor y creo que me sonaba de algo. En aquella casete el compilador, que era un tipo meticuloso, había grabado los mejores temas del grupo respetando el orden cronológico de edición de los álbumes: “Música moderna”, “La ley del desierto / La ley del mar” y “De un país en llamas”. Y entre medias de los dos primeros discos no se había olvidado de meter “La estatua del jardín botánico”, que se había publicado como single.

En la primera escucha me quedé un poco descolocado porque el conjunto era desconcertante. Como poco parecía el trabajo de dos grupos distintos. Al principio había algunas canciones muy poperas y divertidas (“Enamorado de la moda juvenil”, “Divina”…) y luego, desde el momento en el que empezaba a sonar la batería de “La estatua del jardín botánico”, los temas se iban volviendo más oscuros. Después de “La escuela de calor” me daba la sensación de que el grupo se había echado a perder, o al menos de que se había vuelto un poco raro.

Durante un par de meses me puse la casete a todas horas, aunque la quitaba cuando se terminaba “Escuela de calor”. Llegó un momento en que estaba tan harto de escuchar todo el rato las mismas canciones que la dejé correr. Y empecé a fijarme con mayor atención en los temas que venían a continuación: “La ley”, “Oscuro affaire”, “Semilla negra”, “No tocarte”, “El tonto Simón”, “Han caído los dos”… Me pregunté entonces cómo no me había dado cuenta en las primeras escuchas de lo buenas que eran aquellas canciones, mucho mejores sin duda que las del primer trabajo del grupo, que tanto me habían deslumbrado en un principio. En la evolución de Radio Futura me llamaban mucho la atención los ritmos, los arreglos sorprendentes de algunos temas –especialmente en el álbum “De un país en llamas”–, la voz de Santiago Auserón y, claro, las letras, esas letras, muchas veces extrañas y misteriosas, que podías escuchar una y otra vez sin terminar de entender bien y sin dejar de descubrir nuevos significados en cada nueva escucha.

Ahora sé que fue entonces cuando mis gustos musicales empezaron a madurar y a crecer.

Recuerdo que con quince años mis amigos se dividían musicalmente en tres grupos: los que escuchaban tecno pastelero y los insufribles refritos del Max Mix, los que lo flipaban con el “Tubular bells” de Mike Oldfield y los jevis, que nunca lograron convencerme a pesar de lo sugerentes que resultaban sus barrocas y monstruosas portadas, y especialmente las tías buenas que pululaban por todos sus vídeos. Yo, que picoteaba de todo un poco y no me quedaba en ningún sitio, por ubicarme en alguna parte empecé a decir que mi grupo favorito era Radio Futura. Por eso, cuando se publicó “La canción de Juan Perro” –hace ahora 25 años–, yo ya era un fan convencido y militante, que le grababa cintas a todo el que decía que no conocía al grupo o a los que lo acababan de descubrir y no tenían sus primeros discos.

Tardé todavía un tiempo en comprarme los originales. De hecho, las primeras canciones de “La canción de Juan Perro” las conseguí grabando programas de radio. La primera fue, curiosamente, la enigmática “Lluvia del porvenir”, que ni siquiera fue single. Luego creo que vino “37 grados”. Unos meses más tarde empecé a trabajar y fui encargando poco a poco todos los originales a Discoplay. Su revista era el único contacto con el mundo discográfico que se podía tener en un pueblo como el mío. Con las casetes originales aprendí los nombres de los miembros del grupo: Santiago Auserón, al que ya había visto alguna vez en “La bola de cristal”, Luis Auserón, que tocaba el bajo –creo que fue entonces cuando aprendí lo que era un bajo sin sospechar que años más tarde aprendería a tocarlo–, y Enrique Sierra, que era el punk, el excéntrico, el raro, y por lo tanto uno de los que más molaban.

Hacerme fan de Radio Futura fue una suerte. Siguiendo su estela encontré multitud de caminos que me ayudaron a descubrir nuevos territorios musicales, como el punk, el rhythm and blues, el reggae, la rumba, la música latina, el soul, el funk… Muchos de los grupos que me marcaron en aquella época los conocí directa o indirectamente gracias a ellos: The Clash, The Doors, Bob Marley, Marc Bolan, David Bowie…

Para celebrar el 25 aniversario de “La canción de Juan Perro” se ha reeditado el álbum con gran cantidad de material extra, y es una suerte, sobre todo por las grabaciones inéditas que han visto la luz. A mí me produce un poco de nostalgia, no solo por acordarme de mi ingenua adolescencia, sino también porque me doy cuenta de que hubo un tiempo en el que la industria discográfica española apostó por grupos difíciles y valientes, que llegaron a un público amplio ofreciendo propuestas arriesgadas. Hoy se hace prácticamente imposible que algo así vuelva a suceder. Por una parte, tras el derrumbe de la industria discográfica, solo se han mantenido en pie las propuestas más simples y convencionales que aspiran a agradar al público menos exigente. Por otra, tenemos un gobierno totalmente incapaz de valorar la cultura y que –en gran medida por rencor y despecho hacia los artistas que son críticos con su partido– ha torpedeado la industria cultural con impuestos demoledores al mismo tiempo que ha aumentado las subvenciones a los toros para que los jóvenes no se sigan alejando de los ruedos.

Pasa con la música lo mismo que con los programas de televisión. Se dice que se publica música facilona y frívola porque es lo que la gente quiere, pero la realidad es que la gente consume esa música porque es la que única que ofrecen los grandes medios de comunicación. Radio Futura demostró que el rock en español podía ser una apuesta de futuro y que no había que menospreciar al público ofreciéndole únicamente pienso cultural del más barato.


lunes, 15 de julio de 2013

Sueño el peso de las nubes

Mi admirado colega Hipólito García "Bolo" me ha invitado a acompañarle en la octava entrega de Sueño el peso de las nubes. Allí estaré, en el corazón de Lavapiés.



miércoles, 10 de julio de 2013

Deus ex machina

Si en algo estamos de acuerdo la mayoría de los españoles ahora mismo, es en que tendríamos que hacer algo para luchar contra un sistema económico cruel e injusto y un gobierno corrupto e ineficaz. Pero te pones a pensar en qué podríamos hacer y te da una pereza enorme. Imagínate qué follón en estos momentos un levantamiento popular, que además es una de esas cosas que sabes cuándo empiezan, pero nunca cuándo acaban. Y, la verdad, es que ahora me viene fatal, que me piro una semana a la playa. Yo no tengo pasta, pero me voy al pueblo de los abuelos, y he quedado con los colegas para hacer una fiesta el fin de semana. Yo sí me voy fuera unos días, a París, que siempre ha sido mi sueño y no lo voy a fastidiar por una revueltilla que luego va a ser para nada. A mí no me jodas ahora con manifestaciones y hostias, si eso ya el mes que viene, que ahora son las fiestas de mi pueblo y van a traer vaquillas para hacer un encierro. Pues yo me voy a echar una siesta de tres horas. Etcétera.

Por no hablar del jaleo que conlleva una revuelta popular: movilización ciudadana, manifestaciones, huelgas, enfrentamientos con las fuerzas de orden público, barricadas, cargas policiales, palos, botellazos, pelotas de goma, detenciones… Y nos llevaríamos un montón de hostias seguro, que los antidisturbios se ponen a repartir y se quedan solos. Y eso si no acabábamos en la cárcel por una de esas leyes que los políticos se sacan de la manga cuando quieren jodernos vivos. Y si la cosa se pusiera muy fea, lo mismo hasta salía el ejército a restablecer el orden y ya la terminábamos de cagar. Quita quita. ¡Qué follón!

Y así andamos la mayoría, viendo los toros desde la barrera y esperando que pase algo mientras nos refugiamos del insufrible calor al amor del aire acondicionado, nos damos unos chapuzones en la piscina, firmamos alguna petición en change.org, nos cagamos en los políticos en las redes sociales y salimos por la noche a tomarnos unos tintos de verano a alguna terraza. Y los que no gozan de todas estas comodidades bastante tienen con sobrevivir con curros de mierda y sueldos de esclavo no emancipado. O con ir a los comedores sociales o a los contenedores de basura por darse el capricho sibarita de hacer la digestión.

Lo que no sé es qué esperamos. Supongo que algo mágico y prodigioso, una suerte de deus ex machina que venga a solucionarnos la papeleta sin que tengamos que esforzarnos demasiado. No nos damos cuenta de que ese es el recurso de los malos guionistas, que, cuando no saben resolver las historias, tienen que inventar algo inverosímil para forzar el happy end que la cruda realidad siempre nos niega.