Estos días se me vino a la cabeza el cuento
del medio tonto, que aparecía mucho en los libros de texto de mi infancia.
Aunque estaba casi seguro de que se trataba de un cuento popular, lo he buscado en Internet para asegurarme
y, de paso, para refrescar la memoria. El relato aparece en varias páginas en
versión de un tal José Antonio Sánchez Pérez, que ya publicaba recopilaciones
de cuentos tradicionales en los años 40 del siglo pasado. Aparte de su nombre
en varias antologías de cuentos, no encuentro información sobre este autor, así
que entiendo que su labor se limitaba a recoger y a dar forma escrita a los
cuentos de tradición oral.
Esta es mi propia versión:
Un
muchacho fue a confesarse y el cura le preguntó de qué pecados se acusaba:
-Padre, me acuso de ser medio tonto.
-Pero, hijo mío, eso no es un pecado, sino más bien una media desgracia, y no tienes por qué atormentarte por algo así. Uno solo se tiene que confesar de los malos pensamientos o las malas acciones.
-Padre, me acuso de ser medio tonto.
-Pero, hijo mío, eso no es un pecado, sino más bien una media desgracia, y no tienes por qué atormentarte por algo así. Uno solo se tiene que confesar de los malos pensamientos o las malas acciones.
-Pues a eso iba, padre. El caso es que,
como soy medio tonto, cuando llega el tiempo de la siega y estamos en las eras
trillando, sin que nadie me vea cojo trigo del montón de mi vecino y lo echo en
el de mi padre.
-¿Y por qué no coges trigo del montón de tu padre y lo devuelves al de tu vecino?
-Porque entonces ya no sería medio tonto,
sino tonto del todo.
Recuerdo que con siete u ocho años este
cuento nos hacía muchísima gracia por ese gran momento en el que el muchacho
dice que se acusa de ser medio tonto.
Creo que ahí se acaba lo gracioso de la historia. Al ser un cuento poco
educativo –aunque no lo tenían que considerar así los que insistían en meterlo
en infinidad de libros de texto- y tener un protagonista que saca partido de su
astucia podría emparentarse con la tradición de los cuentos orientales que los
árabes tomaron de los persas y trajeron a occidente, pero está muy lejos de las
genialidades del Calila e Dimna o Las mil y una noches. Más bien parece un
remedo de esos cuentos adaptado a la moral hipócrita del catolicismo, que
siempre ha estado del lado de los de a Dios rogando y con el mazo dando.
Este cuento debió de hacer reír a varias
generaciones de escolares en los tiempos de la dictadura franquista y la
Transición y no dudo que tuvo que dejar su impronta. Nuestros políticos, que se
educaron en aquellos tiempos, tienen un comportamiento que recuerda mucho al
del protagonista de la historia. Con suerte, podremos conseguir que reconozcan
que cobran sobresueldos, que tienen dietas desmesuradas e injustificadas, que
sus planes de pensiones y sus jubilaciones son desorbitados, que se benefician
de su posición para conseguir puestos de trabajo extraordinarios cuando dejan la política, que
practican el nepotismo, que deberían existir las listas abiertas, que hay que
modificar la ley electoral, que habría que eliminar el Senado y las
diputaciones, que la democracia debería ser más participativa y, en definitiva,
que deberían renunciar a todas sus prebendas y regenerar el sistema democrático,
pero es disparatado pensar que van a renunciar a sus privilegios de casta o a legislar
en su contra sin que nadie les obligue. Porque, aunque muchas veces nos parecen gilipollas, debe de ser
que son solo medio tontos, que no es lo mismo que ser tontos del todo.
Si queréis comprobar que este cuento no es ni
educativo ni divertido, cambiad al muchacho por un político y el montón de
trigo del vecino por los impuestos de los ciudadanos. Veréis como no os hace ni
puta gracia.
2 comentarios:
Ya te digo. A mi, la parte literaria, me gustado muchísimo. No lo conocía. De la otra parte, como dices tan bien al final, te secundo.
He llegado aquí gracias a Juani, y me quedo. Me encantará seguirte.
Bienvenida, Olga. Será un placer tenerte por aquí.
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