sábado, 23 de febrero de 2013

Dimitir


Pues aunque en este país no dimite nadie, yo me paso los días dándole vueltas a la idea de dimitir. Y más que a la idea de dimitir, que la tengo clarísima, a la forma de hacerlo. No estoy hablando de mi trabajo. Soy docente por vocación y, aunque las condiciones son cada vez más lamentables, no se me alcanza otra forma de ganarme la vida en estos momentos. También dimitiría si pudiera, que el que no dimite cuando se están haciendo las cosas mal, aunque no sea el responsable del desastre, si lo acepta, se convierte en cómplice. Pero para presentar ciertas dimisiones lo primero que hace falta es tener dinero o alguna alternativa, y no es mi caso. Como decía antes, no es al cargo de profesor al que quiero renunciar, sino al de ciudadano tonto del culo, que vaya usted a saber cómo terminé asumiéndolo un buen día.

Y es ahí donde empiezan los problemas. Porque como no sé ni dónde ni cuándo ni de qué manera adquirí la condición de ciudadano tonto del culo, no sé ni dónde ni cuándo ni de qué manera tendría que presentar mi solicitud de dimisión. Ni mucho menos a quién.

Sorprendido, a la par que admirado, me dejó hace unos días Benedicto XVI, que fue capaz de presentar su dimisión al mismísimo Dios. Era una gestión difícil, pero él al menos sabía quién lo había nombrado. Y aunque no le habrá contestado, debe de ser que en este caso el silencio administrativo es positivo. Los hay con suerte.

Creo que me voy a acercar a la manifestación que convoca hoy Marea Ciudadana a ver si entre tanta gente con ganas de dimitir a alguien se le ocurre alguna forma de hacerlo.

1 comentario:

Orion dijo...

Es que un Papa es un caso aparte. No puedes comparar...

Dimitir de ciudadano tonto del culo es muy difícil, pero no imposible. Lo malo son los daños colaterales de dicha dimisión. La condición de tonto a la que te refieres (que nos dejamos manipular y nos la meten doblada casi sin darnos cuenta), es intrínseca a la de ciudadano integrado en una sociedad capitalista.
En mi opinión, la única forma de dimitir de tonto, es dejar de formar parte de esta maravillosa sociedad del "bienestar". Tal disgregación implicaría un cambio de vida tan radical que nadie o casi nadie estaría dispuesto a asumir.

El dinero no creo que sea la solución: simplemente pasaríamos de ser tontos pobres a tontos potentados (mucho mejor lo segundo que lo primero, mucho mejor comer jamón de pata negra que mortadela con aceitunas, de eso no cabe ni la menor duda).

Tengo una amiga (sin derecho a roce, más quisiera yo) que hace poco me dijo que si le tocara la lotería, emplearía el dinero en tratamientos de belleza, peluquerías, gimnasios, masajes, saunas, spas, cirugía estética, cosméticos de primeras marcas, cremas adelgazantes, exfoliantes, hidratantes, relajantes, tonificantes... Yo le respondí que mejor que no le tocara la lotería porque si ya es una esclava de su cuerpo, el dinero sólo conseguiría esclavizarla aún más. Añadí que mejor que tocarle la lotería, me dejara tocarla yo a ella. Me dijo que era un borde y me mandó a tomar por saco.
Me lo merezco por pasarme de listo y decir lo que pienso. La próxima vez que me vea en una situación parecida, me morderé la lengua antes de hablar, intentaré no salirme del tiesto y asumir mi condición de tonto, aunque me cueste, como a ti.