miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cuentos con moraleja: El cuento de los dos sastres


Vuelvo a entresacar una historia de esa estupenda recopilación de relatos que hizo Jean-Claude Carrière y tituló El círculo de los mentirosos. Aunque ya sabéis que acomodo la historia a mis palabras y la recreo a mi antojo y arbitrio:

     Dos sastres judíos trabajaban de sol a sol en un pequeño y humilde taller de un barrio suburbial de Londres. Llevaban allí desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, aunque habían pasado ya más de dos décadas, todavía recordaban los tiempos en los que habían llevado una vida más próspera y sus negocios contaban con la clientela más selecta de Berlín.
    Ahora, sin embargo, se pasaban el día midiendo, cortando y cosiendo sin descanso y apenas les llegaba para malcomer. Llevaban tantos años trabajando juntos en soledad que poco les quedaba por contarse, pero el aburrimiento llegaba a veces a ser tan insoportable que se esforzaban por hablar de cualquier cosa. Puede que por esa razón aquel día uno de los sastres decidiera comenzar la conversación con una pregunta para la que ya conocía la respuesta de antemano:
    -¿Vas a ir de vacaciones a algún sitio este año?
    El otro tardó unos segundos en contestar, pero finalmente dijo:
    -No, qué va. Ya me fui de vacaciones el año pasado.
   El sastre que había hecho la pregunta se quedó pensando. No recordaba que su compañero se hubiera ido de vacaciones a ninguna parte. Ni el año pasado ni nunca desde que vivían en Londres. Ni siquiera que hubiera librado ningún día.
    -¿El año pasado? –preguntó escéptico.
    -Sí, el año pasado. Estuve quince días en el extranjero.
    -¿Y dónde fuiste?
    -A la India. ¿No te acuerdas? El príncipe de la India me invitó a ir con él a cazar el tigre de Bengala y acepté. Me sorprende que no lo recuerdes.
    -La verdad es que no –repuso intrigado el sastre, que dejó de trabajar para poder seguir la conversación con mayor atención-. ¿Y cómo fue? A ver si contándomelo me viene a la memoria.
    -Pues fue increíble –se lanzó el otro, que también dejó de coser para poder concentrarse en el relato de sus aventuras-. Me invitó a su palacio de Darjeeling y me ofreció todos los manjares y placeres de los que goza la realeza en la India. Al día siguiente nos levantamos temprano para ir a cazar el tigre de Bengala. Nuestros ojeadores cabalgaban a lomos de espléndidos caballos, pero para el príncipe y para mí habían reservado dos majestuosos elefantes con los que nos adentramos en la montaña. Cuando estábamos en la zona más solitaria de la cordillera, apareció un tigre tan grande que incluso los ojeadores más veteranos se sorprendieron. Los caballos se dieron a la fuga y mi elefante se asustó tanto que se encabritó y fui a dar con mis huesos en el suelo. De nada me sirvió que el príncipe me hubiera dejado su mejor escopeta. Se me escapó de las manos y no me dio tiempo a recuperarla. Antes de poder incorporarme, la bestia se abalanzó sobre mí y me devoró.
    -¿Te devoró, dices? –preguntó el otro sastre totalmente estupefacto.
  -Completamente. Tanto es así que los sirvientes del príncipe no pudieron recuperar ni un pedacito de mi cuerpo.
    El sastre que escuchaba la historia perdió de repente la compostura y le gritó:
    -¡Pero qué estupideces me estás contando! ¿Te piensas que soy idiota o qué? Ni te fuiste de vacaciones, ni has ido al extranjero desde hace por lo menos veinte años, ni en tu vida has conocido a un príncipe. ¡Ni mucho menos te pudo devorar un tigre de Bengala! ¡O es que no ves que estás vivo!
    El sastre que acababa de contar la delirante historia de sus vacaciones en la India no se alteró por los gritos de su compañero. Retomó la costura, empezó a coser y dijo:
    -¿A esto le llamas tú vida?

En vez de una moraleja, lo que se me ocurre en esta ocasión es una versión alternativa y actualizada de la historia. Podemos imaginar a dos amigos que han ido juntos a la cola del paro y esperan su turno. Uno de ellos le está contando al otro todas las penurias que está pasando para llegar a fin de mes, los pocos días que le quedan para que se le acabe el subsidio de desempleo, el miedo que tiene a no encontrar trabajo antes de que lo desahucien, la incertidumbre que siente sobre el futuro de sus hijos, la posibilidad de que tengan que ir a pedir ayuda a un banco de alimentos, la impotencia por no poder hacer más de lo que está haciendo… De pronto el otro le corta y le suelta:
    -Bueno, bueno, no será para tanto. Todo es relativo. Entiendo que estás en una situación desesperada, pero mucho peor fue lo del otro día y yo no me estoy quejando.
    -¿Lo del otro día? –pregunta extrañado y un poco molesto por la interrupción el que se estaba lamentando.
    -Sí, lo del 21 de diciembre. Cuando se acabó el mundo.
    -No sé qué me estás contando.
    -Sí, joder, que no quisimos creernos la profecía de los mayas y así nos pasó. Que no tomamos ninguna medida y cuando el asteroide se precipitó sobre la Tierra, una gran convulsión mucho mayor que cualquier terremoto que hubiéramos podido imaginar acabó con todos nosotros. La Tierra se empezó a resquebrajar por todas partes y los volcanes entraron en erupción. El que no se despeñó por alguna de las grietas murió abrasado por las llamas o por los ríos de lava que arrasaban la corteza terrestre. Y los que no acabaron despeñados o abrasados fueron engullidos por los terribles tsunamis que asolaron todas las zonas costeras.
    -¿Pero qué dices, colega? ¿El fin del mundo? ¡Pero si no pasó nada! Fue cosa de risa. Para hacer bromas y chistes nada más.
   -¿Chistes? Sí, menudo chiste. ¿A ti te parece un chiste lo que te acabo de contar? Créeme. El fin del mundo llegó el 21 de diciembre de 2012 y no quedó ni un bicho viviente sobre la faz de la Tierra.
    -Tú lo flipas, colega. ¿Es que no ves que el mundo está igual que antes y que la vida sigue?
    -¿Y tú le llamas vida a esta mierda de existencia que nos espera?

martes, 4 de diciembre de 2012

Mentideros


No me parece raro que cada vez haya más gente que se aleje del flujo fétido y podrido de la información y deje de ver el telediario y solo sintonice Kiss FM y nunca lea la prensa y abandone para siempre los mentideros virtuales. Hace tiempo que Facebook y Twitter arrastran en su corriente más mierda de la que muchas personas pueden soportar. Son demasiados gigas de infamia y de miseria, moral o económica, que no sé cuál es más dramática.

Los mentideros virtuales han dejado de ser ese locus amoenus donde tus amiguetes te contaban algún chascarrillo, o te enseñaban las fotos de su último viaje, o te mandaban una invitación para un concierto al que finalmente no ibas, o donde construías una granja, o echabas una partida al Bubble Island, o veías el último vídeo de algún grupo de moda, o rebotabas una foto de gatitos o perritos para que todo el mundo le diera al botón de Me gusta. Puede que todo eso siga ahí, pero trufado de un montón de noticias y mensajes que de forma constante e imparable van erosionando tu optimismo hasta llevarte a la indignación o, mucho peor, a la depresión: el desmantelamiento de la sanidad pública, la precariedad lacerante de la escuela pública, las amnistías fiscales para que los corruptos y los defraudadores blanqueen su dinero, los desahucios, los rescates a la banca responsable de los mismos, las hilarantes e innumerables promesas incumplidas de un Gobierno ineficaz que no deja de cruzar una a una todas las líneas rojas que prometió no rebasar, la desvergüenza de un partido socialista que dilapidó en cuestión de meses el poco crédito que la izquierda podía conservar a estas alturas, las gilipolleces de los nacionalistas periféricos y de los españolistas salvapatrias, el uso torticero e interesado de los medios de comunicación públicos para engañar a la población, las incontables manifestaciones de ciudadanos crispados que por una u otra razón tienen que salir a la calle cada día, las cargas policiales injustificadas, la impunidad de los agentes del orden que se extralimitan en sus funciones y pasan de servir y proteger a machacar y torturar, los execrables indultos para los pocos policías que son condenados por estos hechos, o los que adjudica el Gobierno para librar de la cárcel a esos empresarios amiguetes a los que todo su dinero y los mejores abogados no les valieron para burlar el celo del poder judicial, las desmesuradas tasas judiciales que dejarán indefensas a las clases medias y bajas, que también padecerán las restricciones en las leyes del aborto porque no tendrán dinero para irse a Londres como han hecho siempre las familias como Dios manda, la desvergüenza de un monarca que, indolente, se va a cazar elefantes mientras España naufraga en un mar de mierda, la ignominia de un sistema judicial incapaz de condenar a los miembros de la familia real implicados en casos de corrupción por el mero hecho de pertenecer a ella, la inmoralidad de una clase política que gasta nuestro dinero en pagarse jubilaciones inmerecidas y dietas desorbitadas y que luego tiene los santos cojones de llamar golpistas a los ciudadanos indignados que rodean el Congreso de forma pacífica, o de soltar que los jóvenes que se van de España para buscar trabajo en el extranjero lo hacen por su espíritu aventurero, o de decir que lo que tienen que hacer los españoles es ir a echar la papeleta en la urna cada cuatro años y luego estarse calladitos, o que gritan en el Congreso que se jodan los parados.

¿Necesitáis que siga con la retahíla? Porque hay más. Todavía no he hablado de Díaz Ferrán, el expresidente de la patronal que exigía a los trabajadores trabajar más y cobrar menos mientras él se dedicaba presuntamente a arruinar empresas y a lavar dinero negro, ni de los lavamanos de los políticos en escándalos palmarios como el del Madrid Arena, ni de las mentiras y salvajadas que escupen por la boca los fachas a sueldo del TDT Party. Y todo esto lo digo así un poco de memoria, que si hiciera un trabajo previo de documentación me saldría una saga de esas gordas con varios tomos de tapas duras.

Por todo esto es por lo que decía al principio que es normal que la gente recurra al ostracismo para huir de una realidad que les aterra. Más raro me parece a mí que algunos podamos soportarlo. Supongo que todo es tan grotesco y desmesurado que llega un momento en que ya te empieza a hacer gracia, siempre que lo que veas no sea a la policía viniendo a desahuciarte o a tu jefe intentando explicarte en qué consiste la nueva reforma laboral. El otro día veía un vídeo en El intermedio que recopilaba todas las promesas incumplidas de Rajoy y sus secuaces y no pude evitar que me diera la risa. Y es que parecía una parodia pensada por algún humorista para caricaturizar a la clase política. Lo terrible es que no lo era y que son nuestros gobernantes los que rellenan las horas de los programas de humor, que ya solo tienen que hacer el esfuerzo de poner una cámara y darle al rec.

Y los otros, los que apoyan al Gobierno, ¿cómo es posible que soporten todo esto? Me refiero a los que les votaron, les votan y les votarán. Supongo que lo de la derecha facha y eclesiástica es una cuestión de estupidez o simple miopía. Lo de los liberales neocón me temo que debe de ser ese cinismo que bien pueden cultivar los que nunca han tenido ni tendrán problemas para pagar las facturas.

¿Y en los otros mentideros, los que son cara a cara, de tú a tú, qué se dice? Porque ahí siguen, sin necesidad de muros ni de followers, en las barras de los bares y en los corrillos de fumadores a las puertas de los establecimientos públicos. Pues más o menos lo mismo, aunque quizá con un lenguaje más soez. Porque es verdad que los tacos y los insultos tienen mejor acomodo en la palabra hablada y que escritos suenan más gruesos y ofensivos. Por eso con la misma información, en esos foros, se llega un poco más lejos y se piensan soluciones más drásticas: habría que coger una escopeta y liarse a tiros, no entiendo que no salga la gente a la calle y arrase con todo, si habría que liarse la manta a la cabeza y ponerse a atracar bancos o montar un grupo terrorista y llevarse a unos pocos hijos de puta por delante… Y estas cosas no se escriben porque, como decía antes, lo que se escribe siempre suena más recio que en voz alta. Todavía no han dado con el emoticono para indicar que lo que dices lo dices en broma aunque lo pienses en serio.

Hasta ahora he escuchado decir estas salvajadas a probos ciudadanos, a tipos que, como yo, nunca han matado una mosca ni parece que vayan a matarla, a gente que busca en las palabras un alivio momentáneo a tanta frustración. Pero algunos emprendedores habrá por ahí con más arrestos o con mucho menos que perder que puedan llegar a conclusiones parecidas y que, como el bandido Fendetestas -que se hizo bandido porque se dio cuenta de que había un bosque sin ladrón y lo interpretó como si hubiera una vacante que ocupar-, decidan hacer suya la vacante del terror que nunca podrán ocupar los anonymous con su terrorismo virtual de pacotilla.

Puede que nada de todo esto ocurra y que el psicólogo Steven Pinker tenga razón cuando dice que formamos parte de la sociedad más pacífica de la historia, pero si sucede, yo al menos tendré muy claro quiénes son los malos y quiénes fueron los que empezaron.