sábado, 30 de junio de 2012

Cuando tomemos las calles

Es posible que piensen que vamos a rendirnos y que han conseguido intimidarnos. Se equivocan. Los españoles no tenemos miedo y somos voluntariosos, tercos, incansables. Puede que seamos un poco lentos, pero es un defecto que compensamos con nuestra tenacidad. Piensan que no vamos a poder acabar con ellos porque siempre ha sido así. Y se creen más fuertes por sus recientes victorias. No comprenden que las victorias pasadas no les van a servir de nada en el próximo enfrentamiento. Ni sus argucias ni sus estrategias ni sus trampas de mafiosos. A los españoles no nos gustan los tipos corruptos. Y nos da igual que hayan sido o no condenados porque sabemos que la justicia no es infalible. Lo importante es que no les tenemos miedo y que no nos intimidan sus demostraciones de fuerza. Porque a pesar de nuestras diferencias, de las rivalidades que puedan existir entre nosotros, sabemos que debemos estar unidos en los momentos importantes. Ya derrotamos en su día a los franceses para demostrarlo. Cuando todos los españoles juntos abarrotemos las calles sabrán que hemos vencido. Demostraremos al mundo que un pueblo que se une en los momentos difíciles y que lucha hasta el último momento lo puede conseguir todo. Incluso cambiar la historia. Por eso ya se pueden ir preparando los italianos. La Roja volverá a derrotarles, aunque tengamos que llegar a los penaltis, como en 2008. Porque así somos nosotros: un pueblo capaz de alcanzar cualquier logro que se proponga. De momento estamos centrando todos nuestros esfuerzos en el fútbol, pero quién sabe lo que podríamos conseguir en caso de conducir todo ese potencial al ámbito político, económico o científico. Quién sabe si no volveríamos a ser la nación que otrora tuvo un imperio donde nunca se ponía el sol. Una historia de sacrificios y éxitos nos precede. Fuimos capaces de soportar cuarenta años a un sátrapa solo para que los Borbones volvieran a reinar y nos trajeran la democracia. Hicimos una guerra civil para evitar que España entrara en la Segunda Guerra Mundial. Echamos a los franceses para devolverle el trono a Fernando VII, un rey cruel y tirano, pero que, al fin y al cabo, era el nuestro. Me atrevería a decir que somos como somos desde la Hispania romana. ¿O no es verdad que permitimos que los romanos conquistaran la Península porque queríamos ser colonizados por una cultura superior que nos convirtiera en un pueblo civilizado? A ellos les debemos aportaciones tan grandes como el derecho, la administración pública, la filosofía, la afición por hacer carreteras y puentes, el cristianismo y, por encima de todo, el “panem et circenses”. Este es el pueblo español. Y mañana, tras derrotar a Italia, cuando tomemos las calles, le demostraremos al mundo entero que –a pesar de nuestras luchas intestinas, de nuestra prima de riesgo, de nuestros cinco millones de parados, de nuestro corrupto sistema político, de la casta de políticos incapaces que nos gobiernan- somos unos triunfadores, que sabemos luchar por lo que de verdad nos interesa.

lunes, 25 de junio de 2012

Proceso de aceptación de una enfermedad terminal

Síntomas iniciales

En septiembre de 2011 la enfermedad se empezó a manifestar de forma virulenta. Muchos se mostraron muy sorprendidos tras los primeros síntomas, pero era previsible que sucediera algo así. Los resultados de las elecciones autonómicas de mayo presagiaban ese desenlace. Otra cosa bien distinta es que muchos de los que depositaron la papeleta dentro de la caja no fueran muy conscientes de las consecuencias que podría suponer elegir la opción incorrecta.

María Dolores de Cospedal, ya sin la “de” del apellido –se la quitó para aparentar humildad-, se convirtió en la presidenta de Castilla-La Mancha por mayoría absoluta. Su desconocimiento de la región era enciclopédico y de magnitudes bíblicas, pero había pirateado el cuaderno de bitácora de su amiga Esperanza Aguirre y eso le infundía cierta seguridad.

La noticia de que los servicios públicos de Castilla-La Mancha habían llegado a una fase terminal e irreversible no nos llegó directamente. Nunca ha sido la transparencia una de las virtudes más destacadas de nuestros políticos. Pero los recortes que llegaron en forma de alud al sistema educativo no dejaban lugar para la duda. La crisis resultó ser la coartada perfecta para iniciar el proceso de degradación de los servicios públicos, una degradación que, a la larga, hará más sencilla su progresiva privatización. Es lo que pasa cuando pones a gobernar lo público a gente que solo cree en lo privado.

Primera etapa: Negación

Los primeros días del curso supusieron una conmoción tan grande en el profesorado que apenas podíamos dar crédito a lo que estábamos viviendo. Cuando solo faltaban unos días para que empezara el curso se abortaron todas las asignaciones de destino del profesorado interino, se aumentaron las horas de docencia directa y empezaron los primeros ajustes que anunciaban un futuro aumento de alumnos por clase y un recorte cruel de recursos de apoyo. Durante dos o tres días muchos profesores estuvimos sin saber cuál sería nuestro destino; otros –mucho peor-, sin saber si estaban definitivamente en la puta calle. Los colegios se libraron in extremis porque el curso ya había comenzado y hubiera sido demasiado engorroso despedir a miles de maestros que habían sido contratados pocos días antes. Aunque muchos no queríamos ver lo que estaba sucediendo, el mensaje era meridiano: la enseñanza pública entraba en un estado terminal e irreversible.

Segunda etapa: Ira

De los primeros momentos de incredulidad pasamos a los primeros accesos de ira. Según el modelo de Kübler-Ross, que explica las etapas por las que pasa un individuo al recibir la noticia de una enfermedad terminal o de una pérdida catastrófica, ya habíamos llegado a la segunda etapa, que tuvo su manifestación más clara cuando despidieron a unos mil profesores interinos que pocos días antes habían tenido adjudicada de forma provisional una vacante. ¿Por qué no habían evitado esa adjudicación de plazas? Daba la sensación de que la Cospedal y sus secuaces se recreaban en el sadismo con delectación.

Los mensajes parcos y nada clarificadores que los esbirros de Marcial Marín hacían llegar a los centros exacerbaron aun más los ánimos, aunque al mismo tiempo crearon un desconcierto que les terminaría beneficiando. Muchos pensábamos que aquellos mensajes contradictorios y escuetos eran una manifestación de la ineptitud del consejero de educación, pero algunos decidieron que era mejor esperar a ver en qué terminaba todo aquello. Así que la ineficiencia del equipo de Marcial Marín finalmente sirvió para desmovilizar a mucha gente. La historia del burro y la flauta, que no pierde vigencia.

Los que estábamos en la segunda fase del modelo de Kübler-Ross anduvimos unos meses cabreados convocando asambleas, pintando carteles, vistiendo camisetitas verdes, haciendo huelgas (pocas y con pocos) y manifestaciones  (unos pasacalles pacíficos que alteraban menos el orden que la cabalgata de Reyes o la vuelta ciclista).

Aunque en un primer momento las movilizaciones tuvieron bastante eco, solo en algunas zonas el seguimiento fue masivo. Ni siquiera conseguimos movilizar a los compañeros de Primaria, cuyos recortes en gran medida habían sido pospuestos para el curso siguiente.

Tercera etapa: Negociación

En la tercera etapa del modelo de Kübler-Ross, que se denomina negociación, el individuo se apacigua y empieza a buscar fórmulas que le permitan ganar algo de tiempo. Sabe que no puede detener lo que se le viene encima, pero no pierde la esperanza de conseguir una prórroga para que los cambios sean paulatinos y progresivos, para ralentizar el desenlace. El problema es que, cuando nosotros estábamos dispuestos a conformarnos con poco, llegó el 20N y el Partido Popular consiguió la mayoría absoluta en las elecciones generales. La palabra negociación nunca ha sido de sus favoritas, pero desde ese momento pasó al cementerio de las palabras en desuso. Tampoco había tiempo para negociaciones. Era la mejor época para la poda con motosierra y no había que desaprovecharla: nuevas bajadas de sueldos, reducción del número de sustituciones por bajas, más recortes de recursos materiales, etc.

Por nuestra parte llegó el momento de echar cuentas. Algunos para ver si con el sueldo que pronto nos volverían a recortar tendríamos suficiente para pagar la hipoteca y llevar una vida más o menos digna. Otros para pensar a qué se podrían dedicar cuando les despidieran.

Cuarta etapa: Depresión

Numerosos docentes entramos en un estado de frustración y depresión. Eso hizo que muchos abandonaran las movilizaciones, incluso aquellos interinos que sabían que lo más probable era que aquel fuera su último contrato. Algunos, los menos, intentaron reaccionar, pero pudo más el abatimiento de muchos que la rabia de unos pocos. Las siguientes huelgas y manifestaciones fueron escasas y se llevaron a cabo con cierta displicencia, más por inercia que porque se tuviera el convencimiento de que aquellas acciones aisladas y esporádicas –con un seguimiento más o menos deprimente según zonas-pudieran tener algún tipo de repercusión.

Quinta etapa: Aceptación

La última fase del Modelo de Kübler-Ross es, como es lógico, la aceptación, el fin de la lucha. Aunque la última huelga no fue un fracaso absoluto, durante la manifestación de Toledo pudimos comprobar, desolados, que el seguimiento de las movilizaciones por parte de alumnos y familias era muy bajo. Al menos en Castilla-La Mancha. Después de todo un curso intentando concienciar a la ciudadanía de que todos los recortes en educación no perjudican solo a los profesores que se quedan en paro o ven disminuir su estipendio, sino principalmente a los jóvenes que van a sufrir una considerable pérdida de calidad en su formación, tuvimos que reconocer que habíamos fracasado.

Quizá algunos, más que en un estado de aceptación, viven una especie de shock que les impide movilizarse. Pero el resultado viene a ser el mismo: una apatía que nuestros gobernantes travisten de comprensión ciudadana cuando dan ruedas de prensa.

Todo este proceso anímico explica que no estemos haciendo nada contundente ahora. Ahora que es cuando más agresivos van a ser los recortes: un aumento excesivo de las ratios de alumnos por aula, más horas de trabajo para el profesorado, miles de despidos de profesores interinos, una reducción ostensible del sueldo y las condiciones de los que queden, desplazamientos de muchos profesores funcionarios, disminución y eliminación de muchas medidas de apoyo para los alumnos con más problemas, falta de recursos en los centros educativos, asignación de recursos a la educación concertada en detrimento de la pública, etc.

Me imagino que en un estado parecido tienen que estar todos esos currantes que votaron al PP el 20N pensando que en enero iba a comenzar la Era de la Segunda Burbuja Inmobiliaria. No sé si muchos estarán aún en la etapa de negación o habrán llegado de forma sumarísima al estado de depresión o aceptación. Sea como fuere, el caso es que ha llegado el verano y no parece que –pasada la euforia del aniversario del 15M- se vaya a hacer nada memorable.

Sexta etapa: Expectación

Esta etapa no viene en el modelo de Kübler-Ross. Es de mi propia cosecha. Refleja el estado en el que estoy ahora mismo. No tengo ni idea de qué puedo encontrar en mi instituto a la vuelta de vacaciones. Tal vez un montón de excavadoras dispuestas a demoler el edificio.