sábado, 26 de mayo de 2012

Yo no soy un patridiota

Me gusta vivir en España. Es un desastre de país, pero es bonito y hablan mi idioma, y al fin y al cabo uno se acostumbra a vivir donde ha nacido y termina pensando que no se puede vivir mejor en ningún otro sitio (siempre que tengas trabajo y el sueldo te alcance para pagar la hipoteca, claro). Ese es el fundamento del nacionalismo y el patrioterismo: mi país es mejor que el resto de los países; un sentimiento tan irracional como universal, lo que le resta cualquier tipo de mérito.

Por eso me parecen unos idiotas los nacionalistas franceses cuando hacen alarde de su chovinismo recalcitrante injuriando a nuestros deportistas o derribando nuestros camiones de fruta. Por eso me parecen unos idiotas los nacionalistas periféricos que quieren ganar el trofeo deportivo de un país y al mismo tiempo no pertenecer a él. Por eso me parecen unos idiotas redomados los nacionalistas españoles que alimentan el odio entre las autonomías desde sus televisiones casposas y sus periódicos reaccionarios. Los políticos nacionalistas autonómicos no me parecen más rastreros que los políticos españolistas que les dan juego. No recuerdo que Esperanza Aguirre, que ha pedido que se suspenda la final de la Copa del Rey entre el Athletic de Bilbao y el Barça con el fin de evitar una posible pitada contra los símbolos nacionales, propusiera algo parecido para el desfile de las Fuerzas Armadas cuando, año tras año, los fachas aprovechaban el evento para pitar y abuchear a Zapatero. Y puedo entender mucho mejor la voluntad de autodeterminación de un pueblo que el ansia de colonización de una nación. Por eso siento vergüenza ajena de nuestro país cuando una y otra vez aparece en el telediario el tema de Gibraltar, que a mí, la verdad, me parece un lugar muy simpático y exótico. Trescientos años llevamos haciendo el ridículo con esta reivindicación. Solo la invasión del islote Perejil se me antoja un punto más bochornosa.

Los nacionalistas catalanes y vascos no son los que más me fastidian. Porque yo no soy ni catalán ni vasco y, particularmente, ni me van ni me vienen. Casi que me dan un poco de pena. Cuánto tiempo y cuántos recursos malgastados en unas ideas que solo sirven para hacer daño, para dividir, para restar. Me molesta mucho más el nacionalismo español porque de alguna forma me incluye. Me repugna que mis compatriotas patriotas, que a mí solo me parecen patridiotas, se sientan ufanos y orgullosos de exhibir unos sentimientos que ellos creen nobles y que solo esconden egoísmo, prepotencia y autocomplacencia. Son ese tipo de sentimientos que a lo largo de la historia no han servido nada más que para provocar guerras y colonizar pueblos indefensos.

Solo me gustan los sentimientos nacionalistas cuando sirven como estímulo. Siento orgullo cuando un científico, un escritor, un cineasta o un deportista de nuestro país consigue algún reconocimiento internacional. El mensaje para mí es claro: si alguien de tu mismo país es capaz de lograr algo así, tú también podrías hacer grandes cosas.

Más que estar orgullosos de pertenecer a un país, deberíamos estar resignados, soportarlo con abnegado estoicismo y aceptar como una maldición ineluctable tener que pertenecer a una u otra comunidad. Porque si es verdad que todos los países tienen virtudes de las que pueden estar orgullosos, también es cierto que acarrean un montón de defectos vergonzosos, de tópicos sonrojantes, de capítulos históricos que desearían borrar. Y si viajo al extranjero y digo que soy español, me jode un montón que me imaginen gritando un olé mientras contemplo extasiado cómo torturan a un toro, con la medalla de la virgen colgada sobre el pecho y la peineta en lo alto del moño.

sábado, 12 de mayo de 2012

Cuentos con moraleja: la fábula del gato y la gallina

Encontré esta breve historia en las fábulas de Babrio:

         Una gallina se puso mala y un gato se pasó por su casa para ver cómo estaba. Se interesó por su salud, se ofreció para llevarle todo lo que necesitara y le preguntó qué podía hacer por ella para que sanara cuanto antes.
         La gallina le respondió:
         -Si tanto te preocupa mi salud, lo mejor que puedes hacer es irte de aquí. Estoy segura de que si te alejas de mí, no moriré.

La misma suspicacia que la gallina siento yo cuando escucho a todos esos empresarios, accionistas, inversores, especuladores, banqueros y políticos afines diciéndonos que están haciendo lo mejor para nuestro futuro. Y lo mismo que la gallina les diría si no tuviera la sospecha de que la fábula está incompleta. Parece que la enferma no se da cuenta -quizá por esa falta de luces proverbial de la inteligencia gallinácea –de que el gato ha ido allí por algo y que no va a dejar escapar la oportunidad. No parece que solo con palabras vaya a poder disuadirlo de su propósito.