miércoles, 4 de abril de 2012

Escenas memorables: La vida de Brian

Quienes solo ven una parodia de la vida de Jesucristo en La vida de Brian, no han terminado de comprender la película. La vida de Brian, a la manera de El Quijote, va mucho más allá. La película recrea de forma humorística no la vida de Jesús sino la situación temporal y espacial en la que se supone que tuvo lugar la venida del Mesías. Si alguien busca una parodia de los Evangelios, casi mejor que opte por La pasión de Cristo de Mel Gibson.

La creación de los Monty Python, aunque con la deformación grotesca propia de una comedia inglesa, nos da una visión mucho más acertada de la Judea de los tiempos de Pilatos que cualquier película que se haya hecho sobre Jesucristo. El primer gran acierto es interpretar el fenómeno religioso en clave política. Los Evangelios, vistos desde esta perspectiva, se vuelven mucho más comprensibles. Representan el pensamiento del primer movimiento subversivo que, anticipándose dos mil años a Gandhi, hace de la resistencia pasiva y la no violencia su forma de enfrentamiento contra el pueblo invasor. La imagen que se da de los romanos en La vida de Brian está muy lejos del maniqueísmo de las películas sobre Jesús. En esta película se pone de manifiesto lo beneficiosa que fue la influencia romana para los pueblos que conquistaron. Es memorable este momento de la película:
                -¿Y ellos qué nos han dado? –pregunta el líder del Frente Popular de Judea a sus compañeros de la resistencia.
                -¿El acueducto? (…)
                -Sí, eso sí, es verdad.
                -Y el alcantarillado.
                -Cierto, esta ciudad antes era un asco. (…)
                -Y las calzadas. (…)
                -Y la irrigación.
                -Y la sanidad.
                -Y la educación.

    Para, después de un largo etcétera, terminar preguntándoles:
    -Pero, aparte del alcantarillado, la sanidad, las escuelas, el vino, el orden público, las calzadas, el agua corriente y la sanidad, ¿qué nos han dado los romanos?

En esta visión tan poco maniquea (de la que deberían tomar nota los que dirigen películas sobre la Guerra Civil española) no hay un pueblo mucho más cruel que otro. Quizá pueden parecer más sofisticadas las crucifixiones de los romanos que las lapidaciones de los judíos, pero la diferencia es sutil. Ambos utilizan métodos inhumanos y sus formas de hacer justicia pecan de la misma falta de rigor y de piedad. Unos y otros disfrutan tanto de la crueldad de los espectáculos del circo romano como de las ejecuciones públicas.

El último gran acierto en lo tocante a la ambientación es un dato que está documentado pero que soslayan de forma sospechosa todas las películas de Jesucristo: Judea, en aquellos tiempos, estaba abarrotada de predicadores, profetas de tres al cuarto y charlatanes de diverso pelaje. Jesucristo, por lo tanto, solo sería uno más entre una multitud de caraduras.

La escena que quería recordar es aquella en la que Brian se convierte por azar y mala suerte en mesías. Hay tantas escenas memorables que esto daría para varios posts. Otro día hablaré, por ejemplo, del derecho de Loretta a tener hijos aunque no pueda tenerlos, que es otra de las escenas de las que siempre me acuerdo.

Uno de los grandes aciertos de la película es que Brian no es una caricatura. Ni siquiera es gracioso ni tiene sentido del humor. Simplemente se trata de un mindundi -judío pero hijo ilegítimo de un soldado romano- que odia a los romanos y se une al Frente Popular de Judea para enfrentarse a ellos. Sus motivaciones son meramente políticas, pero una serie de circunstancias más o menos insólitas lo van a convertir en mesías y mártir de un día para otro.

Todo comienza cuando le persiguen los romanos después de haber sido el único superviviente del grupo de insurgentes que habían intentado secuestrar a la mujer de Pilatos. En su huida decide buscar refugio en la casa donde el Frente Popular de Judea lleva a cabo sus reuniones clandestinas. Como no cabe dentro de la casa porque ya hay demasiada gente escondida se oculta en una especie de balcón rústico de maderas y cañas que da a la calle. Después de entrar y salir un par de veces, el balcón termina cediendo y Brian cae sobre uno de los muchos charlatanes que sermonean a los transeúntes con profecías más o menos apocalípticas, metafóricas, grotescas o absurdas. Como ha caído providencialmente sobre el podio que ocupaba el predicador, comprende que puede hacerse pasar por uno de ellos y así engañar a los romanos. Lo primero que dice es esto:
    -No juzguéis si no queréis ser juzgados.
    Algunos hombres y mujeres le escuchan expectantes y uno de ellos le agradece el consejo. Un mendigo que está a su lado se interesa por la calabaza que lleva en la mano. Es una calabaza que le ha regalado el mercader que le ha vendido una barba postiza para disfrazarse. El mendigo tiene interés en comprarle la calabaza. Brian le dice que no hace falta, que se la regala, y vuelve a su sermón con una de las mejores frases de la película:
                -Mirad los lirios… en el campo.
                -¿Hay que mirar los lirios? –pregunta extrañada una mujer.
                -O los pájaros –aclara Brian.
                -¿Qué pájaros? –inquiere uno de los hombres.
                -Cualquiera –responde Brian.
                -¿Por qué? –vuelve a preguntar el mismo.
                -¿Tienen buenos empleos? –aventura Brian.
                -¿Quiénes? –pregunta otro.
                -Los pájaros –aclara Brian.
Y ahí comienza una absurda disquisición acerca de los pájaros que acaba en un galimatías sobre la importancia de los hombres respecto a estos animales. Uno de los que le escuchan le reprocha la manía que tiene con los pájaros.
                -No es ninguna manía –se defiende Brian-. Pensad en los lirios…
                -¡Ahora la toma con las flores!
Cuando comprende que las consideraciones sobre lirios y pájaros no le llevan a ninguna parte, lo intenta con un cuento, pero el auditorio empieza a poner pegas a las imprecisiones del relato. En ese momento aparecen los soldados y Brian se pone nervioso, por lo que empieza a decir frases sin mucho sentido, frases que quizá le inspiran las que escuchó en el sermón de Jesucristo al que acudió pocos días antes:
                -Bienaventurado el que a buen árbol se arrima porque lo cobijará buena sombra.
La gente le increpa diciéndole que eso es una tontería. Él continúa:
                -Y solo a él se le dará…
Brian no llega a terminar la frase. Los romanos pasan de largo y él puede bajar del podio y largarse de allí. Pero la gente que le escuchaba está intrigada y le pide que termine lo que iba a decir. El intenta zafarse alegando que ya había acabado, que no iba a decir nada más. No le creen y empiezan a seguirle. El principio de toda creencia religiosa está en el misterio y Brian no es consciente de lo que está a punto de provocar. Uno opina que si no lo dice es porque se trata de un secreto, lo que aviva el interés de la gente. Otro dice que puede que se trate del secreto de la vida eterna. El hombre al que le había regalado la calabaza insiste en pagarle algo por ella. Brian intenta alejarse de allí. Una de las mujeres que le sigue le pregunta al hombre de la calabaza si es de Brian y, cuando le dice que sí, quiere comprársela. La mujer cree que es un símbolo y que deben llevársela.

Brian corre para perderlos de vista y pierde una sandalia en la carrera. Sus (per)seguidores interpretan la sandalia como una señal. No se ponen de acuerdo en lo que significa, pero están convencidos de que tiene un sentido transcendente. Se enzarzan en una discusión quijotesca sobre el significado de la sandalia y sobre la naturaleza de la misma, ya que no están seguros de si se trata de una sandalia o de un zapato, mientras la mujer de la calabaza dice que se olviden de eso y sigan a la Calabaza Santa de Jerusalén. Los seguidores de la sandalia y los de la calabaza se dividen, pero ambos van tras Brian, que es el mesías que les desvelará los más recónditos arcanos.

El misterio, la búsqueda de respuestas y los símbolos configuran así el sentido de la religión. No servirá de nada que más adelante Brian les diga que no tienen que seguir a nadie, sino que tienen que ser ellos mismos. Esas sabias palabras solo sirven para reafirmarles en su fe en la sabiduría de Brian, su nuevo líder, el nuevo mesías.

Por todo esto considero que La vida de Brian se vale de la parodia para explicarnos, mucho mejor que otras historias más serias, el hecho religioso. Por otra parte, la deformación grotesca con que nos presenta la época no impide que comprendamos que cualquier acercamiento a los sucesos que originaron todas y cada una de las religiones es misión imposible. ¿Cómo podemos estar seguros de lo que pasó en la antigüedad si hoy mismo, cuando disponemos de infinidad de medios de comunicación, no podemos saber con certeza lo que pasa a cien metros de nuestras casas? ¿Cómo podemos dar credibilidad a unas historias que tuvieron lugar en un momento donde la forma de comunicación oficial era el boca a boca y la mayoría de la población era totalmente analfabeta? Si no habéis jugado nunca al teléfono escacharrado, os invito a hacerlo durante estos días como actividad alternativa a las procesiones. Y si no estáis para juegos, ya sabéis, salid al campo y mirad los lirios.

2 comentarios:

I.R.H dijo...

Oh Félix, estoy totalmente de acuerdo contigo. Tus entradas siempre tan interesantes. Lo bueno de tu blog, es que se conserva la sinceridad y un punto de vista un tanto cínico. (Algo que aunque se desprecie o rechase, es necesario, y hasta divertido)

Pues eso, un placer leerte.

Saludos con tinta ;)

Félix Chacón dijo...

Me alegra que compartas mi sentido del humor. Y que me perdones el cinismo. El cinismo es el último clavo ardiendo al que podemos agarrarnos algunos. Un cordial saludo.