jueves, 25 de agosto de 2011

Recuerdos del fascinante mundo de la construcción

Están levantando las calles que rodean mi piso por cuarta o quinta vez en los cinco años que llevo viviendo aquí. Una estuvo más que justificada, que fue para rehabilitar las calles, que estaban en un estado lamentable. Lo que no tiene justificación es que desde entonces las hayan reventado cuatro o cinco veces más para meter tubos del agua, de la luz, de ONO o de su puta madre. Ahora andan dando por culo los del gas natural. Todos estos despropósitos no solo tendrán un coste oneroso para nuestros bolsillos sino que contribuyen a amargarme uno a uno los veranos por mor del inmisericorde ruido de los taladros y al trajín constante de dúmpers, camiones y excavadoras.

Todas estas vicisitudes me traen a la memoria recuerdos de otros tiempos, esos lejanos tiempos de mi tierna juventud en los que yo también colaboré en las encomiables tareas de hacer alcantarillas, arquetas, calzadas y aceras. No voy a rememorar todos y cada uno de los trabajos ridículos que tuve que realizar en los tres veranos que pasé en la construcción porque sería interminable. Trabajaba para unos contratistas –pistoleros los llamamos en mi pueblo- y había semanas en las que me cambiaban dos o tres veces de obra. Era un peón multifunción que podía hacer las tonterías que hacía en cualquier parte.

Hoy solo me quiero acordar de los días que pasé en la finalización de un tramo de la M-40, el tramo que pasa cerca de Canillejas y el Parque Juan Carlos I (en cuyas calles, alcantarillas y lagos también tuve la fortuna de participar). Corría el verano de 1990.

Por entonces supongo que el precio de algunas obras públicas no estaría acordado y cerrado de antemano. Si no, no se entenderían las cosas que vi en aquella obra. Para empezar, la empresa constructora pedía a los contratistas para los que yo trabajaba todos los peones que podía justificar. Y en ocasiones se pasaba. Fue en la única obra en la que un encargado me echó la bronca y fue por hacer mi trabajo demasiado deprisa. Cuando se quedaba sin tajo donde ponernos, se ponía de muy mal humor. Luego salía del paso inventándose alguna tarea sin mucho sentido o mandándonos repetir algo que ya habíamos hecho.

La obra estaba llegando a su fin y hacíamos principalmente remates y tareas de limpieza. Me recuerdo durante varios días con otros compañeros limpiando de hierbas y rastrillando el mismo tramo de carretera una y otra vez. Porque había que guardar las apariencias. El encargado sabía que a veces no hacíamos nada, pero cuando se acercaba con su C15 teníamos que fingir que trabajábamos con entusiasmo, que no queríamos que se cabreara con nosotros.

Lo mejor de todo fue que, cuando se aproximaba la fecha de inauguración, había un montón de tareas de limpieza pendientes y tuvieron que contratarnos los fines de semana, que era algo que a muchos nos gustaba porque nos pagaban tres o cuatro veces más que un día normal.

Pero la gran chapuza que quería contar es una que me viene a las mientes siempre que paso por ese tramo de la M-40. Algunas veces incluso se me pasa por la cabeza la posibilidad de que den en el telediario la noticia de alguien que ha muerto electrocutado en la M-40 por apoyarse en algún quitamiedos.

El problema se lo encontraron los electricistas, pero ni ellos fueron los culpables ni entraba dentro de sus competencias solucionarlo. Cuando metían el cableado de las farolas por los tubos que van bajo tierra, se toparon con un atasco. Después de una investigación en profundidad descubrieron que en un tramo de unos 100 o 200 metros muchos de los postes de los quitamiedos habían reventado el tubo que tenía que alojar los cables. La solución hubiera sido tan sencilla como volver a cavar una zanja al lado del quitamiedos y poner tubos nuevos, pero supongo que la fecha de la inauguración se les echaba encima, supongo que la máquina que podía hacer la zanja ya no estaba allí, supongo que hacerlo a mano hubiera sido muy lento, supongo que ya habían devuelto los tubos que habían sobrado, y supongo que los electricistas tenían que acudir a otras obras y no podían esperar allí de brazos cruzados. Y supongo todo eso porque haría falta una buena justificación para la solución que buscaron a la desesperada.

Los artífices encargados de llevarla a cabo fuimos dos de los peones más jóvenes e inexpertos, un muchacho de un pueblo cercano al mío y yo, dos mancheguitos que habíamos pasado muchas horas juntos barriendo y rastrillando o fingiendo que lo hacíamos, que era mucho más extenuante. Durante un par de días trabajamos duro para que aquella chapuza llegara a buen término. Nos pusieron a las órdenes de los electricistas e hicimos lo que nos dijeron, estupefactos pero sin rechistar.

Cuando la guía y los cables de los electricistas topaban con uno de los postes, cavábamos hasta descubrir el tubo, le hacíamos un agujero –creo que era de PVC- y por el boquete sacábamos los cables. Luego hacíamos lo mismo en el otro lado del poste. Descubríamos el tubo, lo rompíamos e introducíamos los cables por el nuevo agujero bordeando el poste. Como resultado de esta operación los gruesos cables del alumbrado público quedaban sobre la tierra pegados al poste de metal. Para disimular la chapuza, el encargado nos ordenó que pusiéramos encima del cable un trocito de plástico del tubo que habíamos roto y luego tapáramos todo el despropósito con tierra asegurándonos de que quedaba bien compactada. No sé cuántos postes tuvimos que sortear de esta manera. Creo que estuvimos casi dos días con los chispas mirándonos el cogote. A mí se me hicieron eternos.

Si no se electrocuta nadie, la sorpresa se la llevarán –puede que se la hayan llevado ya- los electricistas que algún día tengan que ir a renovar el cableado. Supongo que no darán crédito y esta vez estará justificada la invectiva que estos profesionales siempre sueltan contra los colegas que les han precedido en un trabajo.

Creo que hoy las obras públicas salen a concurso –al menos aparentemente- y tienen un precio ajustado antes de llevarse a cabo, un precio que todos sabemos que es normalmente abusivo. La administración siempre paga unas facturas abultadísimas por cualquier trabajo que encarga. Las empresas tienen que pensar del dinero del Estado lo mismo que los atracadores del dinero de los bancos: que no es de nadie y tonto el que no lo coja a puñados.

En los años de construcción galopante de la burbuja inmobiliaria no he tenido la suerte de disfrutar de los placeres de la construcción. Tiene que haber sido muy divertido ver las soluciones extraordinarias que en muchas ocasiones se habrán tomado por culpa de las prisas, de los materiales de baja calidad, de la falta de cualificación de oficiales y encargados, y de los constructores sin escrúpulos. Seguro que en las reformas que se hagan en el futuro se encontrarán bajo las baldosas y detrás de los azulejos muchas sorpresas.

jueves, 18 de agosto de 2011

Qué bien pensado está el mundo: el sumo pontífice

El papa: personaje universal

El papa es un personaje genial. A nadie deja indiferente, ni a los que lo quieren, que lo hacen con locura, ni a los que lo desprecian, que ven en él la figura más asquerosa y reaccionaria del planeta.

Por eso es lógico que se haya liado parda con las Jornadas Mundiales de la Juventud en la tórrida, reivindicativa y beligerante Puerta del Sol. Y es que lo que para algunos es muy “cool” (no me lo invento, así dijo hace un par de días una peregrina que le parecía la visita de Benedicto XVI) para otros es un despropósito anacrónico que se hace incluso más incomprensible en estos tiempos de crisis.

De cualquier forma, el papa es tan importante para unos como para otros, por unas u otras razones, por unas u otras filias o fobias. Es un personaje de proyección planetaria que sigue ahí a pesar del inexorable paso de los siglos.

Por cierto, antes de que se me olvide, si escribo papa con minúscula no es por minusvalorar a personaje tan eximio, sino por respetar las nuevas normas ortográficas de la RAE, que dice que los títulos, cargos o empleos de cualquier tipo deben ir en minúscula, tanto si van acompañados del nombre propio de la persona que ostenta el cargo como si no. Después de este apunte academicista, voy a  lo que iba.

El papa para los católicos

A los católicos siempre les han gustado las jerarquías, que ya bastante martirio les supone que ante Dios todos tengamos que ser iguales. Por eso se llevaron bien con los romanos (aunque al principio tuvieran sus más y sus menos). Por eso el feudalismo fue un buen caldo de cultivo para que el cristianismo se extendiera por medio mundo. Y por eso siempre han sido uña y carne de reyes, dictadores y demás sátrapas. En la Edad Media tenían jerarquías hasta en el Cielo, donde, según Dionisio Aeropagita, los ángeles se dividían en tres coros angélicos. En el primero estaban los ángeles, los arcángeles y los principados. En el segundo, las potencias, los señoríos y las dominaciones. Y en el tercero, los tronos, los querubines y los serafines. Por eso siempre les ha gustado mucho a los curas que haya distintos niveles en su organización interna e infinidad de cargos, que van desde los humildes sacristanes hasta los orondos cardenales.

Pero sin duda la gran idea fue la de tener un líder, un elegido que tendría línea directa con el Altísimo y por cuya boca solo saldrían verdades como puños gracias al don de la infalibilidad, que significa que el papa nunca se equivoca, y no que no tenga falo o que no los desee. Tampoco que los desee, que me estoy liando y al final va a parecer que ha sido mi subconsciente el que ha escrito esto. Como decía, tener un líder permanente en la Tierra, una especie de profeta que habla por boca de Dios y que todo lo que dice va a misa, ha sido lo que les ha dado ventaja y proyección mediática respecto del resto de religiones monoteístas.

Ay si los musulmanes hubieran hecho lo mismo y tuvieran un sucesor de Mahoma a la manera que los católicos tienen uno de san Pedro. A lo mejor no estaban todo el rato a la gresca entre suníes, chiíes y kurdos.

Las otras ramas del cristianismo tampoco se dieron cuenta de los buenos resultados que les podría dar esta fórmula. Los ortodoxos, por aquello de no hacerle un feo al vecino, permitieron la existencia de varios patriarcas, que es lo mismo que decir varios papas. De hecho, para ellos Ratzinger no es más que el patriarca de Roma, menosprecio que siempre se la ha traído floja a este y a todos los que le han precedido. Los ortodoxos reconocen al patriarca de Constantinopla como el más importante, pero a título honorífico, lo que es lo mismo que no decir nada. Al lado del papa de Roma, con su infalibilidad y su cargo de jefe de Estado, el patriarca de Constantinopla es una patata rusa. Y si creéis que no es cierto, decidme cómo se llama el actual, que lleva ya la friolera de 20 años en el cargo. Ni idea, ¿verdad? Pues lo buscáis en la Wikipedia que es donde lo he mirado yo.

Y los protestantes, que no son pocos, están tan divididos y faltos de coordinación que en organización y poder mediático tienen perdida la batalla con el Vaticano. Con lo listo que era Lutero y no tuvo la gran idea de crear un papa para los suyos.

Como ya he dicho antes, una de las atribuciones más destacadas y alucinantes del papa es la de ser jefe de Estado, aunque su Estado no sea nada más que una ciudad metida dentro de otra. El Vaticano realmente se llama Estado de la Ciudad del Vaticano, pero no suelen ponerlo entero en ningún sitio porque un nombre tan grande se les saldría de las fronteras. Lo importante es que con esta argucia, propia de astutos y taimados italianos, el papa se puede entrevistar con cualquier líder mundial haciéndose valer por su cargo político.

Hay otros aspectos que hacen muy atractiva la figura del papa, como, por ejemplo, el papamóvil, que viene a ser algo así como el batmóvil para Batman, o la suntuosidad y el boato que acompañan todas sus apariciones y ceremonias, pero no quiero extenderme mucho en estas frivolidades para que no se me acuse de destacar en este texto la fastuosidad y el derroche de la Iglesia en detrimento de sus aportaciones en materia de fe, que deben de ser muchas en vista las pasiones que levanta.

El papa para los ateos, agnósticos, laicos, etc.

Para los que no creen en Dios el papa es el representante de la carcundia más recalcitrante. Pero es una figura que les da mucho juego porque les sirve de blanco de todas sus críticas. Algo así como si fuera el encargado de un negocio al que quieres poner una reclamación.

En lo único que están de acuerdo católicos y laicos es en que el papa representa como nadie a la Iglesia Católica. Los laicos ven al papa viejo, desfasado, retrógrado, reaccionario y ridículo. Ni más ni menos que la imagen que tienen de la iglesia a la que representa. Por eso no va mucha gente a misa. Por eso no se ordenan muchos sacerdotes en España ni las muchachas se meten a monjas. Por eso no juntarían ni a cuatro gatos si no hicieran jornadas mundiales y apelotonaran a todos los meapilas de los países católicos europeos y de los ultracatólicos países de América Central y Sudamérica, que tienen que agradecer a los españoles que en la conquista de América les lleváramos la palabra de Dios junto con un montón de enfermedades y el amor por los trabajos de doblar la espalda.

Los laicos que saben un poco de historia no pueden comprender cómo una religión que nació entre los judíos que vivían en lo que hoy es Israel terminó teniendo su sede en Roma y un historial de despropósitos antisemitas que deja a Hitler a la altura del betún. El emperador Constantino I no sabía la que iba a liar cuando promulgó el Edicto de Milán y legalizó el cristianismo en el Imperio Romano allá por el siglo IV. Dicen algunos historiadores, probablemente laicos, que la que lo convenció fue su madre, que era la conversa, y que Constantino terminó haciéndole caso para que dejara de ponerle la cabeza como un bombo.

Los descreídos de los países occidentales no pueden soportar tanto papanatismo porque todo lo que rodea al papa les resulta grotesco: la ropa que visten los altos cargos eclesiásticos, la ostentación de riqueza en sus ceremonias, la hipocresía con la que disfrazan sus intereses torticeros o incluso el papamóvil, que es una prueba de la falta de confianza que tienen los papas actuales en que su Dios les vaya a salvar de las balas.

Pero sin duda alguna lo que menos le gusta a gran parte de la civilización actual del catolicismo es la obstinación con la que siguen rechazando el disfrute del sexo. Es normal que cuando se descubren prácticas pederastas u otro tipo de perversiones en el seno de la Iglesia la gente piense cosas raras, como que la Iglesia siempre ha sido el refugio de un montón de homosexuales reprimidos o de heterosexuales frustrados que, en ocasiones, terminan dejando aflorar sus instintos de forma traumática.

Por todo esto es por lo que muchos españoles no pueden seguir entendiendo que el Estado español siga renovando el concordato con la Santa Sede, y subvencionando no solo la JMJ, sino todo el tinglado de iglesias, monasterios, colegios concertados y seminarios que los católicos se obstinan en mantener con un coste desproporcionado a costa de las arcas del Estado, que ya sabemos todos que lo que reciben de los contribuyentes en la declaración de la renta no es suficiente y el Gobierno les da lo que les falta de tapadillo.

Un papa para todos los españoles

La importancia del papa es incuestionable. El que para unos es líder espiritual y modelo para el mundo, para otros es una figura corrupta que representa lo peor de una religión que lleva 2.000 años haciendo daño a la humanidad a cambio de contentar a unos pocos.

Pero no merece la pena darle vueltas. Mientras los curas sean los que administran las bodas, las comuniones y los bautizos, y los santos y las vírgenes de las festividades –en ese politeísmo tan propio del catolicismo-, y mientras millones de españoles, aunque sean minoría, sigan poniendo la X para darles dinero en la declaración de la renta, no se va a poder hacer nada, que por algo fuimos en tiempo de los Austrias el azote del protestantismo. Por no hablar de esa Guerra Civil que se convirtió en Cruzada para desembocar en un fascismo cuyo leitmotiv no era la raza, a la manera germana, sino el catolicismo, una variante del fascismo mucho más castiza y carpetovetónica.

El día en que el Estado español no pueda mantener el concordato con la Santa Sede, meterá los gastos de la Iglesia en Cultura, igual que ha hecho con los toros. Con la Iglesia será incluso más fácil justificar la decisión. Bastará con ponerla en el apartado de teatro subvencionado para que así pueda continuar la función.

Por eso al que esto suscribe no lo va a ver nadie entre los miles de peregrinos que quieren ver al papa ni tampoco en ninguna manifestación laica en contra de la JMJ. Hace un calor horroroso y en toda manifestación, cristiana o laica, siempre hay un montón de subnormales que te pueden echar a perder el día. La figura del papa es muy inspiradora, pero no merece ningún esfuerzo, ni siquiera para ir en su contra.

España, en esto como en tantas cosas, tiene lo que se merece.